Amelia estaba segura que su retraso era simplemente cuestión de nervios y estrés. Su periodo nunca fue regular así que esperar unos días más, no era algo que provocara miedo en ella.
Al paso de unas semanas fue a hacerse una prueba de embarazo en sangre para poder salir de las dudas, aunque evidentemente esta ya no era necesaria. Las náuseas matutinas se hicieron presentes, comenzó a sentir cansancio y apetito fuera de lo normal. Pensó que se trataba de algo psicológico así que decidió que dejaría de pensar cosas que ni al caso y no le comentó a nadie sobre lo que estaba pasando ni siquiera a sus dos mejores amigas. Cualquiera que fuera el resultado no quería compartirlo todavía. Estaba tan confundida que ni siquiera ella sabía lo que tenía que hacer.
Cuando fue por los resultados no abrió el sobre, no estaba preparada para confirmar lo que sospechaba.
Amelia no comprendía cómo en un instante su vida dio un giro tan radical, claro que sabía que era una persona poco afortunada en la vida, desde niña su madre la abandonó; aquel recuerdo le causó mucho dolor a lo largo de su infancia. No podía borrar de su memoria la imagen de una mujer vestida de morado dejándola en la puerta de un convento, simplemente con un peluche y una carta que tenía que entregarle a quien saliera por ella. Su madre le prometió que volvería en un rato, pero jamás lo hizo, ella la esperó por mucho tiempo. Hasta que finalmente entendió que la había abandonado. Para entonces Amelia tenía cuatro años y a partir de ahí todo se complicó para ella; le tocó ser una mujer fuerte e independiente.
Después de algunos días decidió que era tiempo de abrir el sobre, sacó la hoja de papel y buscó a toda prisa. Aún tenía esperanzas de encontrarse con un resultado negativo, pero cuando descubrió que sí estaba embarazada sintió que un balde de agua fría cayó sobre su cabeza, se puso helada y su respiración se detuvo, su corazón se aceleró al punto de sentir que le iba a explotar en el pecho. Por su cabeza cruzaron los peores pensamientos que se le podían haber ocurrido; desde abortar, marcharse de la ciudad o esperar a que naciera para darlo en adopción. Estuvo toda la noche intentando descansar y por la madrugada se levantó a hacer un té para relajarse. Solía tomar tés de canela, manzanilla y pimienta cuando se sentía muy tensa, pero luego recordó el estado en que se encontraba y decidió que no iba a hacerle daño a su bebé. Hasta ahora su hijo era su única familia y pese a la forma tan desgarradora en que llegó a su vida, quien habitaba en su vientre no era culpable de lo que sucedió.
Tenía que buscar la manera en que naciera sin que Bruno descubriera su existencia. Ella no podía permitir que él le hiciera daño. Sabía perfecto que el padre de su hijo era el diablo en persona y era capaz de lo peor por verla sufrir.
Su estado no le impidió continuar con su vida normal, ella era una mujer muy sana y fuerte. Así que se las arregló para poder danzar sin poner en peligro la vida de su hijo.
Cuando cumplió veinte semanas de embarazo pudo conocer el sexo del bebé, ese día amaneció muy emocionada y muy contenta, deseaba con todas sus fuerzas que su bebé fuera un varón. Y en cuanto estuvo con la obstetra confirmó que iba a ser mamá de un niño. La noticia la llenó de felicidad y le amó mucho más de lo que ya le amaba. Al principio no hubo mucho que hacer, nadie notó que dentro de ella se desarrollaba una nueva vida, pasó así los primeros cinco meses. El bebé puso de su parte y en ese tiempo no se hizo notar.
Más adelante cuando no podía ocultar su embarazo, sus amigas se dieron cuenta que algo estaba sucediendo.
—¿Hay algo que tengas que contarnos? —preguntó Rubí.
—¿Cómo así? No te comprendo.
—Sabes bien a que nos referimos —dijo Perla.
—¿Por qué nunca nos dijiste que estás embarazada? —cuestionó Rubí, molesta.
—¿Cómo lo supieron?
—¿Entonces si lo estás? —preguntó Perla.
—Por favor amiga ¿Todavía lo dudas?
—Niñas, niñas... está bien, yo estoy esperando un bebé y va a nacer en tres meses.
—¿Tienes seis meses de embarazo? —preguntó Perla sorprendida.
—Según nosotras tenías quizá dos meses por mucho.
—Lo siento, no se los comenté porque quería proteger a mi hijo.
—¿Acaso crees que nosotras le podemos hacer daño? —cuestionó una de las dos.
—No, para nada. Yo lo estoy protegiendo de su padre, no quiero que sepa de la existencia de este bebé —respondió ella acariciándose el vientre abultado.
—Hay amiga no nos digas que el bebé es de...
Rubí se quedó en silencio e hizo una suma con los dedos. Su resultado coincidió con el la fecha en que Bruno abusó de Amelia.
—Sí, es de él, pero no tiene que saberlo.
—Debiste contarnos que estás embarazada.
—Es verdad, debí comentarles. Perdóneme por favor. Me entró tanto pánico que no supe que hacer ni cómo actuar.
—Y ¿Cómo estás? ¿Cómo está el bebé?
—Los dos estamos bien, mi príncipe creciendo. Han sido días complicados y a la vez muy hermosos, sentir como revolotea en mi interior es fantástico. Me hace sentir viva y me hace querer vivir. Cada semana ha sido de sorpresas y de aventuras, recién me enteré que va a ser varón.
—¿Y cómo se va a llamar?
—Aún no lo sé, no me he puesto a pensar en eso. ¿Saben? Yo nunca me había puesto a pensar en formar una familia tan pronto y cuando lo hiciera iba a disfrutar de mi matrimonio primero, ya después mi pareja y yo pensaríamos en hijos, pero las cosas al final no salen como uno las planea. Ahora estoy a punto de convertirme en mamá y el padre ni siquiera lo sabe y pese a que este bebé no fue fecundado en amor, yo le amaré por el resto de mis días.
—Es tan hermoso escuchar que hables así.
Minutos después Amelia se quejó de un terrible dolor en su vientre. Sus amigas corrieron desesperadas a auxiliarla y se asustaron mucho cuando vieron que había sangre en el sofá dónde ella estaba sentada.
Amelia no se quitaba las manos del vientre intentando sentir a su bebé en constante movimiento. Estaba llena de miedo, no quería perder a su hijo sin haberlo conocido.La preocupación carcomía su tranquilidad, el camino al hospital se le hizo eterno y por más que lo intentaba no dejaba de llorar. Las palabras de sus amigas no lograban aplacar la angustia que se había adueñado de ella, entró caminando muy despacio al auto y cada mal movimiento le parecía gravísimo, se bajó con el mismo cuidado y pidió que la llevarán en silla de ruedas hasta el segundo piso. Quizá exageraba, pero nada le importaba más que salvar a su bebé.En cuanto la obstetra la vio llegar, decidió atenderla. Sus amigas pasaron con ella al respectivo consultorio.—No es tan grave —dijo la doctora después de revisarla—. El bebé está en perf
Mateo cumplió el primer mes de haber nacido, era un niño afortunado, sin duda lo era. Tenía unas tías locas que lo adoraban y una madre que daba la vida por él, pese a su situación lo único que deseaba era llenar de amor a su pequeño y cuidarlo por el resto de sus días. Lo demás salía sobrando.Desde que Amelia dejó su trabajo como bailarina de ballet en uno de los teatros más importantes de la cuidad pasaron muchas cosas de las que no tenía detalles. Perla y Rubí eran dos mujeres muy alejadas al entorno en el que se manejaba Amelia, así que no era de extrañarse que no pudieran brindarle información suficiente de lo que había sucedido allá afuera mientras ella pasó los últimos meses en reposo absoluto para que su hijo naciera a término.Para celebrar el primer mes de vida de Mateo, Amelia quiso salir a dar un p
Después de varias semanas y de hacer las averiguaciones correspondientes, Bruno confirmó que era el padre de Mateo.—Maldita perra ¿Cómo fue capaz de ocultarme un hijo a mí? —preguntaba molesto.—A lo mejor fue por miedo —respondió John, mano derecha y hombre de confianza de Bruno.—Como sea, sabes que Rita no puede enterarse que ese niño es mi hijo. Es más, nadie puede saber que lo es.—Comprendo jefe. ¿Qué piensa hacer al respecto?—Llevarlo lejos, dónde nadie sepa que existe —dijo esbozando una sonrisa maliciosa.—Eso es secuestro —replicó John al mismo tiempo que se llevaba una botella de cerveza a la boca.—Claro que no, es mi hijo. Forzaré la patria potestad a mi favor sin que nadie se involucre —explicó—. ¿Además tú crees que te he in
Amelia sintió que le arrancaron una parte del corazón, le dolía no tener a su hijo con ella. No comprendía nada de lo que estaba sucediendo. Buscó en todos los lugares que se le pudieran ocurrir y no encontró una sola pista que la llevara hasta el paradero de su bebé.De lo único que estaba segura era que quien había sido capaz de separarlos tenía que pagar y de eso se iba a encargar ella, personalmente.Con el extravío de Mateo la obligaron a ser otra, nunca había sentido tanto odio por la gente, pero ahora habían despertado en ella una parte que no tenía idea que existía dentro de su cuerpo. Aquella fuerza interior le hacía tener los peores pensamientos que nunca imaginó tener.Después de darle muchas vueltas al asunto pensó en Bruno como el posible autor de lo que estaba sucediendo y tuvo muchas ganas de asesinarlo con sus propi
«La señorita Amelia Fiore Altamar es encontrada culpable y se condena a cadena perpetua por el asesinato del menor Mateo Fiore Altamar»Las palabras del juez resonaron en la cabeza de Amelia, otra vez el destino le jugaba una muy mala broma, broma que tenía autor y el mismo se había encargado de colocar cada pieza en el lugar correcto para que ella fuera encerrada por siempre en una cárcel.Algunas semanas antes.Amelia fue detenida como sospechosa por el posible asesinato de su primogénito. Después de verla actuar tan fría y tan seca en cuanto al supuesto secuestro de su hijo las personas comenzaron a lanzar rumores sobre que posiblemente ella estaba loca, en su mayoría la gente no había visto a Amelia embarazada y tampoco la vieron con ningún recién nacido. Decían que era cuestión de querer llamar la atención, que siempre la habían sentido extra
Amelia había visto la vida de muchas personas en la cárcel a través de una pantalla; en las telenovelas talvez, incluso en el noticiero, pero nada era como vivirlo en carne propia. A través de la pantalla hasta se veía como le colocaban un montón de filtros a la realidad. Cuando ella llegó a aquel lugar pensó que no iba a sobrevivir un tan solo día.Fue asignada a una celda dónde estaría en compañía en una mujer mayor, desde que llegó se acomodó en el camarote en la parte de arriba y no se bajó durante el resto del día; no hizo más que llorar, llorar y llorar.La leona; seudónimo de la compañera de Amelia sintió un poco de pena por ella. Verla llegar en aquel estado le hizo recordar su duro pasado y los primeros días vividos en una prisión. A pesar de no saber nada de la nueva, la leona le llevó un poco
Ágata era diferente de Amelia, era como su parte opuesta, su lado contrario. Era como la otra cara de la moneda. Amelia era noble, buena, dulce, inteligente, pero ingenua. Ágata era despiadada, vengativa, cruel, inteligente y cautelosa. Ambas habitaban en el mismo cuerpo, pero Amelia tenía que descansar porque no era tan fuerte como Ágata, al menos no para sobrevivir en una prisión por tanto tiempo.Amelia pronto se dio por vencida ante la búsqueda de su hijo incluso renunció a su propia libertad.Ágata estaba segura que un día volvería a ver a Mateo y por él haría hasta lo imposible por salir pronto de aquella prisión, las injusticias existen y la justicia también y ella tenía la convicción de que en algún momento todo se resolvería a su favor.Cada día vivido en total encierro se lamentaba por lo que había sucedido, se pre
Cada mes, en luna llena Amelia lloraba junto a la pequeña ventana de su celda.—Odio verte así —le decía la leona.Ella se quedaba en silencio hasta que finalmente se dormía. Al día siguiente volvía a ser Ágata; fría y sin sentimientos.Una tarde, cuando llegaron de sus actividades diarias en el salón; aquel día les tocó pintar las sillas de la sala de visitas. La leona se acercó a Amelia y la abrazó con ternura, en los últimos meses había sido diferente; más protectora y más cariñosa.—Leona estás ardiendo en fiebre —le dijo.De pronto vio como estaba empapada en sudor y a la vez temblaba de frío.—Pero, ¿Qué ha pasado que no me he fijado en lo mal que te has puesto? —preguntaba Amelia inquieta.—Tranquila mi niña, estoy bien —a