5. Príncipe azul

Amelia estaba segura que su retraso era simplemente cuestión de nervios y estrés. Su periodo nunca fue regular así que esperar unos días más, no era algo que provocara miedo en ella.

Al paso de unas semanas fue a hacerse una prueba de embarazo en sangre para poder salir de las dudas, aunque evidentemente esta ya no era necesaria. Las náuseas matutinas se hicieron presentes, comenzó a sentir cansancio y apetito fuera de lo normal. Pensó que se trataba de algo psicológico así que decidió que dejaría de pensar cosas que ni al caso y no le comentó a nadie sobre lo que estaba pasando ni siquiera a sus dos mejores amigas. Cualquiera que fuera el resultado no quería compartirlo todavía. Estaba tan confundida que ni siquiera ella sabía lo que tenía que hacer.

Cuando fue por los resultados no abrió el sobre, no estaba preparada para confirmar lo que sospechaba.

Amelia no comprendía cómo en un instante su vida dio un giro tan radical, claro que sabía que era una persona poco afortunada en la vida, desde niña su madre la abandonó; aquel recuerdo le causó mucho dolor a lo largo de su infancia. No podía borrar de su memoria la imagen de una mujer vestida de morado dejándola en la puerta de un convento, simplemente con un peluche y una carta que tenía que entregarle a quien saliera por ella. Su madre le prometió que volvería en un rato, pero jamás lo hizo, ella la esperó por mucho tiempo. Hasta que finalmente entendió que la había abandonado. Para entonces Amelia tenía cuatro años y a partir de ahí todo se complicó para ella; le tocó ser una mujer fuerte e independiente.

Después de algunos días decidió que era tiempo de abrir el sobre, sacó la hoja de papel y buscó a toda prisa. Aún tenía esperanzas de encontrarse con un resultado negativo, pero cuando descubrió que sí estaba embarazada sintió que un balde de agua fría cayó sobre su cabeza, se puso helada y su respiración se detuvo, su corazón se aceleró al punto de sentir que le iba a explotar en el pecho. Por su cabeza cruzaron los peores pensamientos que se le podían haber ocurrido; desde abortar, marcharse de la ciudad o esperar a que naciera para darlo en adopción. Estuvo toda la noche intentando descansar y por la madrugada se levantó a hacer un té para relajarse. Solía tomar tés de canela, manzanilla y pimienta cuando se sentía muy tensa, pero luego recordó el estado en que se encontraba y decidió que no iba a hacerle daño a su bebé. Hasta ahora su hijo era su única familia y pese a la forma tan desgarradora en que llegó a su vida, quien habitaba en su vientre no era culpable de lo que sucedió.

Tenía que buscar la manera en que naciera sin que Bruno descubriera su existencia. Ella no podía permitir que él le hiciera daño. Sabía perfecto que el padre de su hijo era el diablo en persona y era capaz de lo peor por verla sufrir.

Su estado no le impidió continuar con su vida normal, ella era una mujer muy sana y fuerte. Así que se las arregló para poder danzar sin poner en peligro la vida de su hijo.

Cuando cumplió veinte semanas de embarazo pudo conocer el sexo del bebé, ese día amaneció muy emocionada y muy contenta, deseaba con todas sus fuerzas que su bebé fuera un varón. Y en cuanto estuvo con la obstetra confirmó que iba a ser mamá de un niño. La noticia la llenó de felicidad y le amó mucho más de lo que ya le amaba. Al principio no hubo mucho que hacer, nadie notó que dentro de ella se desarrollaba una nueva vida, pasó así los primeros cinco meses. El bebé puso de su parte y en ese tiempo no se hizo notar.

Más adelante cuando no podía ocultar su embarazo, sus amigas se dieron cuenta que algo estaba sucediendo.

—¿Hay algo que tengas que contarnos? —preguntó Rubí.

—¿Cómo así? No te comprendo.

—Sabes bien a que nos referimos —dijo Perla.

—¿Por qué nunca nos dijiste que estás embarazada? —cuestionó Rubí, molesta.

—¿Cómo lo supieron?

—¿Entonces si lo estás? —preguntó Perla.

—Por favor amiga ¿Todavía lo dudas?

—Niñas, niñas... está bien, yo estoy esperando un bebé y va a nacer en tres meses.

—¿Tienes seis meses de embarazo? —preguntó Perla sorprendida.

—Según nosotras tenías quizá dos meses por mucho.

—Lo siento, no se los comenté porque quería proteger a mi hijo.

—¿Acaso crees que nosotras le podemos hacer daño? —cuestionó una de las dos.

—No, para nada. Yo lo estoy protegiendo de su padre, no quiero que sepa de la existencia de este bebé —respondió ella acariciándose el vientre abultado.

—Hay amiga no nos digas que el bebé es de...

Rubí se quedó en silencio e hizo una suma con los dedos. Su resultado coincidió con el la fecha en que Bruno abusó de Amelia.

—Sí, es de él, pero no tiene que saberlo.

—Debiste contarnos que estás embarazada.

—Es verdad, debí comentarles. Perdóneme por favor. Me entró tanto pánico que no supe que hacer ni cómo actuar.

—Y ¿Cómo estás? ¿Cómo está el bebé?

—Los dos estamos bien, mi príncipe creciendo. Han sido días complicados y a la vez muy hermosos, sentir como revolotea en mi interior es fantástico. Me hace sentir viva y me hace querer vivir. Cada semana ha sido de sorpresas y de aventuras, recién me enteré que va a ser varón.

—¿Y cómo se va a llamar?

—Aún no lo sé, no me he puesto a pensar en eso. ¿Saben? Yo nunca me había puesto a pensar en formar una familia tan pronto y cuando lo hiciera iba a disfrutar de mi matrimonio primero, ya después mi pareja y yo pensaríamos en hijos, pero las cosas al final no salen como uno las planea. Ahora estoy a punto de convertirme en mamá y el padre ni siquiera lo sabe y pese a que este bebé no fue fecundado en amor, yo le amaré por el resto de mis días.

—Es tan hermoso escuchar que hables así.

Minutos después Amelia se quejó de un terrible dolor en su vientre. Sus amigas corrieron desesperadas a auxiliarla y se asustaron mucho cuando vieron que había sangre en el sofá dónde ella estaba sentada.

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