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4. Recuerdos que matan

Amelia estaba temblando de miedo cuando terminó de contarle a sus amigas lo que había sucedido. Ellas se acercaron y la abrazaron «No hay mal que un abrazo no cure» solía decir Amelia, pero esta vez era diferente.

—¿Cómo viviré con los recuerdos? —pensó en voz alta.

—Hay amiga —se lamentó Perla.

—¿Pues cómo va a ser? —preguntó Rubí—. Normal, lo afrontas y ya. Si tienes que buscar ayuda profesional, pues la buscas.

—En tus labios suena tan sencillo —se quejó Amelia.

—No lo estoy viviendo en carne propia, pero me duele saber que le pasó a una de mis hermanas y justo por eso quiero que seas fuerte.

—Yo también las considero mis hermanas ¿Saben?

—No estás sola. Aquí estamos para ti.

Amelia recibió castigo por parte de sus jefes consecuencia de lo mal que estuvo durante la última presentación, a ella le benefició mucho ya que no quería tener contacto con las personas. Le daba pánico salir a la calle; lo que le había sucedido la hacía sentirse sucia y mala mujer. Pensaba que la gente llegaría a señalarla como la culpable y lo peor es que no tenía ni idea de cómo iba a actuar ante los ojos de Bruno. Sabía perfectamente que él no había desaparecido de la faz de la tierra y quién sabe con qué chantaje podría resultarle después de lo que le hizo.

Amelia no entendía porque le había sucedido a ella, se sentía sola, se sentía confundida. Estaba cansada de pensar en lo mismo una y otra vez, en algunas ocasiones le daban ganas de olvidarse de todo, incluso había instantes en los que no deseaba vivir. No era fácil mirar al cielo y dejarse atacar por aquella noche, su mente no la dejaba en paz y los recuerdos peor.

La vida había cambiado para ella, sentía que su mundo se estaba desmoronando bajo sus pies y que se estaba enterrando con sus miedos y angustias. Durante los siguientes días Amelia se dedicó a estar bien con ella misma, no quiso acudir a ningún centro asistencial y tampoco buscó ayuda profesional, decidió que era lo suficiente fuerte para enfrentar lo que le estaba sucediendo. Lloró, lloró más de una vez y se quebró como nunca antes lo hizo «Las lágrimas cauterizan las heridas del alma.»

Después de un par de semanas, de su herida quedaba muy poco y era momento de volver. Tenía que dar una presentación en un club de beneficio social al que sus jefes estaban invitados, no era obligatorio, aquel evento no formaba parte de su contrato, pero el pago era bueno y lo iba a recibir en el mismo instante. Tenía terror de aparecer frente a la gente y que se dieran cuenta de lo que le había sucedido, al mismo tiempo pensó que tenía que enfrentar su realidad. Así que aceptó.

—Pero miren quien volvió —dijo Rita.

—¿Me extrañaste? —preguntó Amelia.

—Pero ¿Qué te hiciste? —cuestionaron varias de sus compañeras.

Amelia se desubicó, fue como si notaran lo que le había sucedido, pero en el mismo instante cayó en cuenta que se referían a su cambio de look.

—Es solo un nuevo corte —respondió—. ¿Les gusta?

—Te ves divina —dijo una de ellas.

—En realidad siempre estás preciosa —agregó otra.

—Será por eso que todos se la quieren coger —replicó Rita.

Aquello último le trajo duros recuerdos; ¿Cómo era posible que ser una mujer hermosa le causara tantos problemas? Tenía que luchar con el morbo de los hombres, con la crueldad de un animal y con la envidia de otras mujeres.

—Créeme que, si se pudiera regalar la belleza, te la habría entregado hace mucho, ser bonita físicamente no es algo de lo que me sienta orgullosa, al contrario, me hace infeliz.

—No hables así —pidió una de sus compañeras.

—Bueno ya dejen el drama —les dijo su coreógrafa—. En unos minutos salen a escenario —agregó.

Cuando estaba a punto de salir se fijó en la muñeca de Rita; ella llevaba puesta la pulsera que Bruno le ofreció días atrás.

—¿De dónde sacaste esa pulsera? —le preguntó sujetándola del brazo antes de que saliera.

—No eres la única con admiradores adinerados —respondió y se marchó.

Amelia se quedó pensativa. «¿Será la nueva víctima de Bruno? ¿Será que ella sabe lo que ese malvado me hizo?» Muchas preguntas se le vinieron a la cabeza, pero por ahora tenía que omitir todos sus pensamientos y concentrarse en el evento.

Cuando subió al escenario varios de los ahí presentes aplaudieron, sentirse importante para el público la inspiró. Al inicio de la melodía su danza fue suave y apagada, pero en cuanto llegó al coro comenzó a moverse por todo el escenario dando saltos limpios y perfectos, se olvidó de todo y dejó salir el dolor en cada paso, en cada movimiento, en cada salto y en cada gesto que hacía. «Cuando el dolor se convierte en arte, te cura» pensó Amelia y siguió danzando como solo ella sabía hacerlo; con entrega y con pasión.

Cuando todo terminó Amelia y sus compañeras fueron a la habitación de vestuario. Un enorme arreglo de cien rosas rojas esperaba por su dueña.

—¡Es hermoso! —exclamó alguien.

Amelia se hizo la desentendida y ni le prestó atención al detalle. Muchos pensamientos absurdos llegaron a su cabeza.

—¿Qué pretende ese hombre? —se preguntó en vos baja.

—Pues conquistarte —respondió alguien que estaba junto a ella.

—Tiene tarjeta, anda léela —sugirió otra de ellas.

—No me interesa —dijo Amelia.

—¿La leo por ti? —preguntó una de sus compañeras.

—Haz lo que desees —contestó.

Una de las jovencitas abrió el pequeño sobre y sacó la nota. La extendió y leyó en silencio.

—Vaya que sorpresa —comentó—. No es para ti —le dijo a Amelia.

—Gracias al cielo —expresó.

—Es para Rita.

Rita se emocionó y corrió para apreciar la belleza de aquel ramo, se tomó fotografías en todos los perfiles y eligió las mejores para presumir en sus redes.

—Ya pasaste de moda cariño —dijo Rita, refiriéndose a Amelia.

Amelia sonrió y siguió en lo suyo. No tenía importancia aquel tonto comentario, solo ella sabía lo caro que había pagado todos los detalles recibidos antes.

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