Amelia no se quitaba las manos del vientre intentando sentir a su bebé en constante movimiento. Estaba llena de miedo, no quería perder a su hijo sin haberlo conocido.
La preocupación carcomía su tranquilidad, el camino al hospital se le hizo eterno y por más que lo intentaba no dejaba de llorar. Las palabras de sus amigas no lograban aplacar la angustia que se había adueñado de ella, entró caminando muy despacio al auto y cada mal movimiento le parecía gravísimo, se bajó con el mismo cuidado y pidió que la llevarán en silla de ruedas hasta el segundo piso. Quizá exageraba, pero nada le importaba más que salvar a su bebé.
En cuanto la obstetra la vio llegar, decidió atenderla. Sus amigas pasaron con ella al respectivo consultorio.
—No es tan grave —dijo la doctora después de revisarla—. El bebé está en perfecto estado.
—Pero, ¿El sangrado? —preguntó Rubí.
—Lo que sucede es que a lo mejor has tenido mucha actividad física en los últimos días y él quiere nacer.
—¿Cómo? —cuestionó Amelia—. Es demasiado pronto.
—Así es, por ahora es muy pronto para que el bebé nazca igual no puedo decirte que son síntomas de aborto porque ya has superado el tiempo en el que es posible que esto ocurra. Lo que se ha presentado es señal de parto prematuro, pero lo podemos controlar.
—¿Qué se debe hacer en este caso doctora? —preguntó Amelia.
—Debes volver a casa y olvidarte de cualquier actividad física, voy a darte medicamentos que también ayudarán, pero lo primordial por ahora es el reposo absoluto. Levántate solo lo necesario y evita preocuparte más de la cuenta.
—Tranquila doctora que nosotros nos encargamos de eso —dijo Rubí.
Después de dar las recomendaciones, la obstetra puso en observación a Amelia hasta que dejó de sangrar gracias a medicamentos que aplicó con inyección.
—Ahora puedes volver a casa y seguir las indicaciones que te mencioné antes. Puedes estar tranquila tu bebé está sano y salvo —mencionó la doctora.
Las tres regresaron a casa y dejaron a Amelia en su habitación para que descansara, era bastante tarde por la noche y tenía que dormir.
Al día siguiente redactó su renuncia para el trabajo y la envió con una de sus amigas, le pareció extraño tener que abandonar lo que más le gustaba hacer, pero su hijo era lo más importante en aquel momento. Por fortuna tenía algunos ahorros y aún le debían dinero de eventos extra en los que había participado.
Los días fueron transcurriendo hasta convertirse en semanas y luego en meses.
El bebé siguió creciendo hasta hacer parecer el vientre de Amelia redondo como la luna llena. Cada movimiento y cada patadita eran motivo de felicidad para ella, no veía la hora de que llegara el momento de sentir los dolores que indicarían la llegada de su príncipe.
Perla y Rubí se encargaron de hacer las compras correspondientes para tener listo todo lo necesario la hora del parto estaba cada vez más próxima, aunque para Amelia los días pasaban lentamente.
Era sábado por la mañana cuando Amelia comenzó con las contracciones, al inicio no prestó mucha atención al dolorcillo de vientre que sintió, pero poco a poco el dolor fue llegando con mayor intensidad. Para el atardecer se sentía muy bien así que decidió no decirle nada a sus amigas. Perla estaba fuera de casa en aquel momento y Rubí estaba atenta a lo que se avecinaba; el día siguiente era la fecha probable de parto así que estaba al pendiente del más mínimo movimiento de su amiga.
Antes de irse a dormir Amelia volvió a sentir contracciones leves que ya no se quitaron, por el contrario, se fueron intensificando poco a poco. Ella era fuerte y soportaba muy bien cada contracción. De vez en cuando pensaba «Entre más fuerte es el dolor, más cerca estoy de conocer a mi hijo» aquel pensamiento era su anestesia.
Perla llegó a casa el domingo por la mañana justo cuando Amelia y Rubí iban camino al hospital.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Perla.
—Bien, estoy bien. Duele, pero lo soporto.
—No ha dormido nada —dijo Rubí.
—Me imagino que tú tampoco —replicó Perla.
—Bueno ahora lo importante es que todo termine y que el bebé nazca bien —mencionó Amelia.
La futura madre hizo lo correspondiente para ingresar a la sala de labor y parto. Sus amigas permanecieron junto a ella en todo momento.
Las enfermeras hicieron los preparativos necesarios; le checaron la presión, hicieron examen de glucosa, revisaron su hemoglobina y le pusieron el suero indicado por vía intravenosa. El trabajo de parto avanzó lento, pero seguro.
Para el mediodía Amelia comenzó a quejarse y cuando la checaron se dieron cuenta que el momento había llegado. Ella explotó en felicidad al enterarse que en unos minutos tendría en brazos a su hijo.
De pronto el dolor se volvió insoportable y tenía ganas de gritar.
—Ya no puedo —dijo.
—Claro que puedes —le respondió la doctora—. Ahora es cuando te necesito concentrada —le pidió.
—Me duele mucho —se quejó.
—Vamos, haremos esto juntas —le explicó.
La llevó hasta la sala de partos y la acomodó en la camilla adecuada. Perla y Rubí se mantenían al margen de mencionar palabra, solamente observaban como su amiga se quejaba de dolor.
—Cuando yo te diga, debes pujar —indicó la doctora.
Amelia la miró confundida y sintió miedo.
—No puedo hacerlo —se lamentó con lágrimas en los ojos.
—Si puedes, anda puja —le suplicó.
—Vamos tú puedes —decían sus amigas.
Amelia inspiró con intensidad e hizo toda la fuerza que podía.
—Muy bien, lo estás haciendo perfecto—. Puja —volvió a decir.
Así se pasaron unos minutos, Amelia quería darse por vencida al sentir que estaba haciendo su mayor esfuerzo y el bebé no nacía.
—Tenemos que hacer un último intento, yo sé que puedes. Tu hijo va a nacer —expresó la obstetra.
Amelia jadeó a causa del cansancio, estaba completamente sudada y sentía que iba a morir, el esfuerzo estaba debilitando su cuerpo. Inspiró profundamente y pujó con mucha fuerza. Las voces a su alrededor se volvieron débiles y todo se puso oscuro, segundos después despertó y vio que su bebé estaba de color morado.
—Mi bebé... MI BEBÉ —gritó
Pensó lo peor cuando no escuchó su llanto, pero todo era culpa de los nervios ya que su bebé sí estaba llorando.
—Tranquila —dijo la doctora colocando al recién nacido en el pecho de Amelia.
Ella lo miró y sonrió, después lloró de felicidad. «Es tan hermoso» pensó. Lo había imaginado diferente; lindo, pero no tanto.
Mateo cumplió el primer mes de haber nacido, era un niño afortunado, sin duda lo era. Tenía unas tías locas que lo adoraban y una madre que daba la vida por él, pese a su situación lo único que deseaba era llenar de amor a su pequeño y cuidarlo por el resto de sus días. Lo demás salía sobrando.Desde que Amelia dejó su trabajo como bailarina de ballet en uno de los teatros más importantes de la cuidad pasaron muchas cosas de las que no tenía detalles. Perla y Rubí eran dos mujeres muy alejadas al entorno en el que se manejaba Amelia, así que no era de extrañarse que no pudieran brindarle información suficiente de lo que había sucedido allá afuera mientras ella pasó los últimos meses en reposo absoluto para que su hijo naciera a término.Para celebrar el primer mes de vida de Mateo, Amelia quiso salir a dar un p
Después de varias semanas y de hacer las averiguaciones correspondientes, Bruno confirmó que era el padre de Mateo.—Maldita perra ¿Cómo fue capaz de ocultarme un hijo a mí? —preguntaba molesto.—A lo mejor fue por miedo —respondió John, mano derecha y hombre de confianza de Bruno.—Como sea, sabes que Rita no puede enterarse que ese niño es mi hijo. Es más, nadie puede saber que lo es.—Comprendo jefe. ¿Qué piensa hacer al respecto?—Llevarlo lejos, dónde nadie sepa que existe —dijo esbozando una sonrisa maliciosa.—Eso es secuestro —replicó John al mismo tiempo que se llevaba una botella de cerveza a la boca.—Claro que no, es mi hijo. Forzaré la patria potestad a mi favor sin que nadie se involucre —explicó—. ¿Además tú crees que te he in
Amelia sintió que le arrancaron una parte del corazón, le dolía no tener a su hijo con ella. No comprendía nada de lo que estaba sucediendo. Buscó en todos los lugares que se le pudieran ocurrir y no encontró una sola pista que la llevara hasta el paradero de su bebé.De lo único que estaba segura era que quien había sido capaz de separarlos tenía que pagar y de eso se iba a encargar ella, personalmente.Con el extravío de Mateo la obligaron a ser otra, nunca había sentido tanto odio por la gente, pero ahora habían despertado en ella una parte que no tenía idea que existía dentro de su cuerpo. Aquella fuerza interior le hacía tener los peores pensamientos que nunca imaginó tener.Después de darle muchas vueltas al asunto pensó en Bruno como el posible autor de lo que estaba sucediendo y tuvo muchas ganas de asesinarlo con sus propi
«La señorita Amelia Fiore Altamar es encontrada culpable y se condena a cadena perpetua por el asesinato del menor Mateo Fiore Altamar»Las palabras del juez resonaron en la cabeza de Amelia, otra vez el destino le jugaba una muy mala broma, broma que tenía autor y el mismo se había encargado de colocar cada pieza en el lugar correcto para que ella fuera encerrada por siempre en una cárcel.Algunas semanas antes.Amelia fue detenida como sospechosa por el posible asesinato de su primogénito. Después de verla actuar tan fría y tan seca en cuanto al supuesto secuestro de su hijo las personas comenzaron a lanzar rumores sobre que posiblemente ella estaba loca, en su mayoría la gente no había visto a Amelia embarazada y tampoco la vieron con ningún recién nacido. Decían que era cuestión de querer llamar la atención, que siempre la habían sentido extra
Amelia había visto la vida de muchas personas en la cárcel a través de una pantalla; en las telenovelas talvez, incluso en el noticiero, pero nada era como vivirlo en carne propia. A través de la pantalla hasta se veía como le colocaban un montón de filtros a la realidad. Cuando ella llegó a aquel lugar pensó que no iba a sobrevivir un tan solo día.Fue asignada a una celda dónde estaría en compañía en una mujer mayor, desde que llegó se acomodó en el camarote en la parte de arriba y no se bajó durante el resto del día; no hizo más que llorar, llorar y llorar.La leona; seudónimo de la compañera de Amelia sintió un poco de pena por ella. Verla llegar en aquel estado le hizo recordar su duro pasado y los primeros días vividos en una prisión. A pesar de no saber nada de la nueva, la leona le llevó un poco
Ágata era diferente de Amelia, era como su parte opuesta, su lado contrario. Era como la otra cara de la moneda. Amelia era noble, buena, dulce, inteligente, pero ingenua. Ágata era despiadada, vengativa, cruel, inteligente y cautelosa. Ambas habitaban en el mismo cuerpo, pero Amelia tenía que descansar porque no era tan fuerte como Ágata, al menos no para sobrevivir en una prisión por tanto tiempo.Amelia pronto se dio por vencida ante la búsqueda de su hijo incluso renunció a su propia libertad.Ágata estaba segura que un día volvería a ver a Mateo y por él haría hasta lo imposible por salir pronto de aquella prisión, las injusticias existen y la justicia también y ella tenía la convicción de que en algún momento todo se resolvería a su favor.Cada día vivido en total encierro se lamentaba por lo que había sucedido, se pre
Cada mes, en luna llena Amelia lloraba junto a la pequeña ventana de su celda.—Odio verte así —le decía la leona.Ella se quedaba en silencio hasta que finalmente se dormía. Al día siguiente volvía a ser Ágata; fría y sin sentimientos.Una tarde, cuando llegaron de sus actividades diarias en el salón; aquel día les tocó pintar las sillas de la sala de visitas. La leona se acercó a Amelia y la abrazó con ternura, en los últimos meses había sido diferente; más protectora y más cariñosa.—Leona estás ardiendo en fiebre —le dijo.De pronto vio como estaba empapada en sudor y a la vez temblaba de frío.—Pero, ¿Qué ha pasado que no me he fijado en lo mal que te has puesto? —preguntaba Amelia inquieta.—Tranquila mi niña, estoy bien —a
Después de un largo rato llorando y lamentándose por el pasado, Cristina decidió contarle a su hija como habían sucedido las cosas.—Ven siéntate a mi lado —le pidió a Amelia.—¿Vas a contarme porqué me abandonaste? —preguntó ella.—Sí, yo necesito que tú entiendas como pasó todo.—Está bien —respondió.—Cuando tú tenías aproximadamente tres años de edad las cosas entre tu papá y yo comenzaron a complicarse, ya no nos entendíamos como esposos y hasta llegué a pensar que había otra mujer en su vida. Tú y yo pasábamos noches enteras a la espera de su regreso y él no regresaba hasta el amanecer.—Yo me acuerdo un poquito de eso. Nosotras nos encerrábamos y tú me dejabas dormir contigo.—Exacto,