Mateo cumplió el primer mes de haber nacido, era un niño afortunado, sin duda lo era. Tenía unas tías locas que lo adoraban y una madre que daba la vida por él, pese a su situación lo único que deseaba era llenar de amor a su pequeño y cuidarlo por el resto de sus días. Lo demás salía sobrando.
Desde que Amelia dejó su trabajo como bailarina de ballet en uno de los teatros más importantes de la cuidad pasaron muchas cosas de las que no tenía detalles. Perla y Rubí eran dos mujeres muy alejadas al entorno en el que se manejaba Amelia, así que no era de extrañarse que no pudieran brindarle información suficiente de lo que había sucedido allá afuera mientras ella pasó los últimos meses en reposo absoluto para que su hijo naciera a término.
Para celebrar el primer mes de vida de Mateo, Amelia quiso salir a dar un paseo. Un poco de aire fresco era justo y necesario.
Sus amigas se encontraban en sus respectivas labores y ella estaba sola en casa, así que decidió salir a caminar por el parque en compañía de su bebé.
—Vamos te voy a llevar a conocer los árboles, el cielo y un hermoso lago que hay muy cerca de aquí —le dijo a su hijo quien dormía profundo.
Mateo a penas se movió mientras su mamá lo acomodaba en el coche. Era un niño precioso; tenía la piel clara, pero no blanca. Su cabello era negro igual que el de su madre, sus ojos eran como dos hermosos luceros que iluminaban todo a su alrededor y su boquita era tan pequeña que parecía de mentira, además tenía los labios en un tono rosa muy llamativo. El niño estaba muy sano y se notaba en todo él.
Amelia salió a la calle y avanzó hasta llegar al parque; se sentó por un instante en una banca junto al lago y tomó a Mateo entre sus manos, admiró su belleza igual que solía hacerlo todos los días a cada instante, lo pegó a su rostro y le dio un beso en la frente, su aroma la invitó a inspirar profundo. Agradeció por su hijo y en silencio le contó cómo había salvado su vida, le contó cómo a pesar de lo que había sucedido lo aceptó sin prejuicios de ningún tipo y se propuso ser la mejor madre del mundo.
—Sigo sin comprender que hice para merecerte —le susurró muy suave al oído.
Mateo respondió con un sollozo al mismo tiempo que se acomodaba en el pecho de su madre. Era hermoso apreciar aquella escena tan tierna.
Amelia se distrajo observando los cisnes en el lago, después miró como los patos disfrutaban del agua sin ninguna preocupación, vio a su alrededor «lo bella que es la naturaleza» pensó.
Se sentía en paz, en armonía y pese a que sabía que dentro de ella había pedazos rotos, rabia y resentimiento no dejó que los recuerdos del pasado ocuparan el lugar de la tranquilidad que sintió en aquel momento. Después se puso en pie y se dispuso a seguir caminando bajo los enormes árboles.
—Vaya, pero miren quien está por aquí.
Una voz femenina se hizo escuchar.
Amelia acomodó a Mateo con rapidez dentro del coche y se giró para observar de quién se trataba, no le causaba gracia tener que saludar, pero tampoco podía ignorar a su excompañera.
—¡Rita! —exclamó.
—Cuanto tiempo —dijo Rita.
—No exageres, solo unos meses —contestó Amelia.
—¿El bebé es tuyo? —preguntó.
—Sí —contestó.
—Vaya que sorpresa, todas en el trabajo planteamos diversas hipótesis del porqué renunciaste, pero a nadie se le ocurrió un embarazo.
—Me imagino que todas pensaron las peores estupideces —replicó Amelia.
—¿Y quién es el padre?...
Rita no había terminado de hablar cuando Bruno la interrumpió. Amelia se asustó y no sabía qué hacer, no imaginó encontrar al padre de su hijo en el parque, de hecho, fue el último lugar en el que pensó lo volvería a ver. Bruno la observó con determinación y esbozó una sonrisa burlona. Ella se puso seria y recordó con odio el instante en el que aquel animal había abusado de ella. Estuvo a punto de quebrarse y de llorar frente a él, pero al final se controló. Desde aquella noche no había tenido la oportunidad de tenerlo frente a frente y nunca se preparó para cuando el momento llegara.
—Tengo que irme —dijo Amelia temerosa de lo que pudiera suceder.
—¿Es tu hijo? —preguntó Bruno sin ningún escrúpulo.
—Si amor —respondió Rita—. Imagina que nadie supo —agregó.
—¡Vaya, son novios! —se sorprendió.
—De hecho, somos esposos, nos casamos hace un par de meses —contestó Bruno.
—¡Felicitaciones! —exclamó con sarcasmo.
Rita y Bruno se abrazaron, también se dieron un beso en la boca y sonrieron.
—Me retiro —dijo Amelia al mismo tiempo que daba media vuelta para marcharse del lugar.
—¿Cuánto tiene tu bebé? —interrogó Bruno.
Amelia se detuvo y se quedó en silencio. El miedo la atormentó y se sintió confundida.
—Algunos meses —respondió y se marchó.
Bruno y Rita casados, se repetía a cada instante. Hombre, pero si son tal para cual. Por ahora no le importaba la vida de ellos sino la suya y la de su bebé. Quizá Bruno no estaba interesado en saber nada respecto a su hijo y eso era más que suficiente para ella, era obvio que la obsesión que un día sintió por tenerla había terminado y ahora la miraba como una mujer más, pero Bruno era impredecible y en cualquier momento podía salir con no sé cuántas barbaridades. No era bueno confiarse, así que lo mejor fue volver a casa.
Mientras tanto Bruno no iba a quedarse de brazos cruzados. No, teniendo en cuenta que tenía un hijo con aquella mujer a la que había deseado tanto como a ninguna otra deseó. Así que no tardó en planear su próxima jugada, nadie tenía el derecho a ocultarle cosas tan importantes. «Conmigo nadie juega» pensó para sus adentros.
Después de varias semanas y de hacer las averiguaciones correspondientes, Bruno confirmó que era el padre de Mateo.—Maldita perra ¿Cómo fue capaz de ocultarme un hijo a mí? —preguntaba molesto.—A lo mejor fue por miedo —respondió John, mano derecha y hombre de confianza de Bruno.—Como sea, sabes que Rita no puede enterarse que ese niño es mi hijo. Es más, nadie puede saber que lo es.—Comprendo jefe. ¿Qué piensa hacer al respecto?—Llevarlo lejos, dónde nadie sepa que existe —dijo esbozando una sonrisa maliciosa.—Eso es secuestro —replicó John al mismo tiempo que se llevaba una botella de cerveza a la boca.—Claro que no, es mi hijo. Forzaré la patria potestad a mi favor sin que nadie se involucre —explicó—. ¿Además tú crees que te he in
Amelia sintió que le arrancaron una parte del corazón, le dolía no tener a su hijo con ella. No comprendía nada de lo que estaba sucediendo. Buscó en todos los lugares que se le pudieran ocurrir y no encontró una sola pista que la llevara hasta el paradero de su bebé.De lo único que estaba segura era que quien había sido capaz de separarlos tenía que pagar y de eso se iba a encargar ella, personalmente.Con el extravío de Mateo la obligaron a ser otra, nunca había sentido tanto odio por la gente, pero ahora habían despertado en ella una parte que no tenía idea que existía dentro de su cuerpo. Aquella fuerza interior le hacía tener los peores pensamientos que nunca imaginó tener.Después de darle muchas vueltas al asunto pensó en Bruno como el posible autor de lo que estaba sucediendo y tuvo muchas ganas de asesinarlo con sus propi
«La señorita Amelia Fiore Altamar es encontrada culpable y se condena a cadena perpetua por el asesinato del menor Mateo Fiore Altamar»Las palabras del juez resonaron en la cabeza de Amelia, otra vez el destino le jugaba una muy mala broma, broma que tenía autor y el mismo se había encargado de colocar cada pieza en el lugar correcto para que ella fuera encerrada por siempre en una cárcel.Algunas semanas antes.Amelia fue detenida como sospechosa por el posible asesinato de su primogénito. Después de verla actuar tan fría y tan seca en cuanto al supuesto secuestro de su hijo las personas comenzaron a lanzar rumores sobre que posiblemente ella estaba loca, en su mayoría la gente no había visto a Amelia embarazada y tampoco la vieron con ningún recién nacido. Decían que era cuestión de querer llamar la atención, que siempre la habían sentido extra
Amelia había visto la vida de muchas personas en la cárcel a través de una pantalla; en las telenovelas talvez, incluso en el noticiero, pero nada era como vivirlo en carne propia. A través de la pantalla hasta se veía como le colocaban un montón de filtros a la realidad. Cuando ella llegó a aquel lugar pensó que no iba a sobrevivir un tan solo día.Fue asignada a una celda dónde estaría en compañía en una mujer mayor, desde que llegó se acomodó en el camarote en la parte de arriba y no se bajó durante el resto del día; no hizo más que llorar, llorar y llorar.La leona; seudónimo de la compañera de Amelia sintió un poco de pena por ella. Verla llegar en aquel estado le hizo recordar su duro pasado y los primeros días vividos en una prisión. A pesar de no saber nada de la nueva, la leona le llevó un poco
Ágata era diferente de Amelia, era como su parte opuesta, su lado contrario. Era como la otra cara de la moneda. Amelia era noble, buena, dulce, inteligente, pero ingenua. Ágata era despiadada, vengativa, cruel, inteligente y cautelosa. Ambas habitaban en el mismo cuerpo, pero Amelia tenía que descansar porque no era tan fuerte como Ágata, al menos no para sobrevivir en una prisión por tanto tiempo.Amelia pronto se dio por vencida ante la búsqueda de su hijo incluso renunció a su propia libertad.Ágata estaba segura que un día volvería a ver a Mateo y por él haría hasta lo imposible por salir pronto de aquella prisión, las injusticias existen y la justicia también y ella tenía la convicción de que en algún momento todo se resolvería a su favor.Cada día vivido en total encierro se lamentaba por lo que había sucedido, se pre
Cada mes, en luna llena Amelia lloraba junto a la pequeña ventana de su celda.—Odio verte así —le decía la leona.Ella se quedaba en silencio hasta que finalmente se dormía. Al día siguiente volvía a ser Ágata; fría y sin sentimientos.Una tarde, cuando llegaron de sus actividades diarias en el salón; aquel día les tocó pintar las sillas de la sala de visitas. La leona se acercó a Amelia y la abrazó con ternura, en los últimos meses había sido diferente; más protectora y más cariñosa.—Leona estás ardiendo en fiebre —le dijo.De pronto vio como estaba empapada en sudor y a la vez temblaba de frío.—Pero, ¿Qué ha pasado que no me he fijado en lo mal que te has puesto? —preguntaba Amelia inquieta.—Tranquila mi niña, estoy bien —a
Después de un largo rato llorando y lamentándose por el pasado, Cristina decidió contarle a su hija como habían sucedido las cosas.—Ven siéntate a mi lado —le pidió a Amelia.—¿Vas a contarme porqué me abandonaste? —preguntó ella.—Sí, yo necesito que tú entiendas como pasó todo.—Está bien —respondió.—Cuando tú tenías aproximadamente tres años de edad las cosas entre tu papá y yo comenzaron a complicarse, ya no nos entendíamos como esposos y hasta llegué a pensar que había otra mujer en su vida. Tú y yo pasábamos noches enteras a la espera de su regreso y él no regresaba hasta el amanecer.—Yo me acuerdo un poquito de eso. Nosotras nos encerrábamos y tú me dejabas dormir contigo.—Exacto,
Cuando Amelia les comentó a sus amigas lo que había sucedido con Cristina, éstas se sorprendieron y se alegraron por ella. Les pareció una historia increíble y hermosa; llena de sufrimiento y dolor, pero al mismo tiempo llena de esperanza y amor.—Es tan bonito que estés con tu mamá —dijo Perla.—¿Te das cuenta que en la vida todo tiene un propósito? —preguntó Rubí.—¿De qué hablas? —interrogó Perla.—Si nada de lo que me sucedió me hubiera pasado, yo no hubiese encontrado a mi madre jamás —comentó Amelia—. ¿A eso te refieres verdad? —cuestionó.—Pues sí, es extraño, pero así es —afirmó Rubí.Las tres se miraron entre sí y suspiraron.—Las cosas de la vida —dijo Amelia.&md