Amelia volvió a su casa el lunes después de la cena. Sus amigas no estaban tan contentas, pese a que habían hablado por teléfono el día anterior y las dos sabían dónde estaba ella.
—¿Dónde te habías metido? —cuestionó Rubí.
—Como te dije ayer por teléfono, estaba con Edward en su casa de playa.
—¿Qué rayos estás haciendo Amelia? —preguntó Perla con decepción.
—¿Cómo así? ¿Qué rayos estoy haciendo de qué? —replicó sorprendida por la actitud de las dos.
—Tu hijo es lo más importante ahora, pero parece que a ti ya se te olvidó que Mateo existe —Rubí estaba molesta, se notaba en cada palabra que mencionaba.
—¿Cómo te atreves a decirme eso a mí? A mí que no hago m&aac
Cuando Amelia llegó a casa se dio cuenta que algo no estaba bien con sus amigas, la luz de la cocina estaba encendida y la de la habitación de Perla también.Entró rápidamente en su recámara y tomó un baño ligero, se envolvió en una bata y después se dirigió al cuarto que estaba entre abierto. Tocó con cautela y sus amigas le indicaron que podía seguir.Perla estaba acostada sobre las piernas de Rubí hecha un mar de lágrimas.—Que ha pasado? —preguntó—. ¿De qué me perdí? —indagó sorprendida pensando que debía ser algo complicado, de lo contrario sus amigas estuvieran durmiendo.—Perla no tuvo un buen día —dijo Rubí.—¿A qué te refieres?Amelia sabía perfectamente que no se trataba de algo sobre amor. Perla no tenía
Amelia quería renunciar a su trabajo, necesitaba hacerlo. No podía permitir que Bruno le hiciera daño nuevamente, por suerte ahora se sentía un poco más segura; John conocía su historia y ella estaba convencida que la iba a proteger. Los dos se habían dado cuenta de lo que sentían uno por el otro y estaban dispuestos a dejar florecer ese sentimiento. John tenía algo tan especial que hizo que Amelia desistiera de cerrar su corazón al amor de un hombre.Aunque ya había pasado una semana Ágata seguía aterrada después de lo que sucedió con Bruno y pese a que él no se había aparecido por el club ella sabía muy bien que lo haría en cualquier momento. Así que tenía que actuar con perspicacia, no podía permitir que otra vez ese monstruo encontrara su lado vulnerable. Pensando en el siguiente paso que podía dar, recordó
La mañana traía con sigo aroma a paz y a felicidad. La alegría de una amiga era el triunfo para las demás.Rubí estaba nerviosa porque su día al fin había llegado; por más que lo intentaba no dejaba de sentirse ansiosa, deseaba que las cosas salieran perfectas. Se sentó con sus amigas en el comedor a disfrutar de un rico desayuno antes de empezar con lo demás. De pronto se puso en pie de golpe y se movió hasta la sala. Perla y Amelia se miraron entre sí y caminaron en su dirección.—¿Qué te sucede? —preguntó Amelia intrigada.—Hoy me caso con el amor de mi vida —dijo con lágrimas en los ojos.—Es un verdadero motivo para estar contentas —comentó Perla.—¿No se dan cuenta? No tengo un papá que me lleve hasta el altar —se lamentó.—Y ¿Qu&e
John llevó a Amelia hasta su casa, ella no pudo conocer muy bien el lugar la primera vez que llegó, pero lo poco que estuvo al alcance de su vista le pareció hermoso y acogedor. La casa era pequeña, sin embargo, tenía un bonito y espacioso jardín.Entraron y se sentaron en la sala, era de madrugada y hacía frío. Amelia estaba temblando, pero John buscó una colcha pequeña para abrigarla y también preparó chocolate caliente.—¿Alguna vez estuviste casado? —preguntó ella con curiosidad.—Nunca —respondió él.—¿Has vivido sólo, desde siempre en esta casa? —cuestionó.—Sí, desde que la compré.—Ganas muy bien entonces.—Parte del dinero fue una herencia que me dio mi padre.—¿Él murió?—No, a&uac
John no se imaginaba la reacción de Amelia cuando estuviera frente a su niño. Tenía claro que talvez todo iba a llegar a su fin, en cambio estaba seguro de lo que quería y lo que más deseaba era hacer su vida junto a Amelia. No solo se había enamorado de ella, sino que también estuvo cuidando a Mateo como si fuera su propio hijo. —Me debes una explicación —dijo Amelia. —Y te la daré, por ahora disfruta de Mateo —sugirió él. —¿Nos regresaremos hoy mismo? ¿Está todo listo para llevármelo; ¿su ropa sus juguetes, todo? —preguntó Amelia. —No te lo puedes llevar —ordenó. —Es mi hijo. ¿Cómo te atreves a decirme eso? —Ahora también es mi hijo —comentó. —Mateo no es tu hijo, tú lo separaste de mi lado. —Le romperíamos el corazón si se entera que su padre es el maldito de Bruno y no yo —aseguró—. Sobre todo, porque yo si he cumplido con ese rol desde que él era un bebé hasta el día de hoy y quiero que sepas que lo hice con todo e
Amelia y John aprovecharon el viaje para dejarse envolver por los sentimientos que tenían uno hacia el otro, pese a todo lo que pasó y aunque ella se sintió traicionada, decidió no guardar rencor en su corazón para John, además comprobar por su cuenta lo bien que estaba Mateo a su lado la hizo pensar en la posibilidad de formar un futuro junto a él a fin de cuentas ella se enamoró como nunca antes lo hizo. También tomó en consideración que John le devolvió a su hijo. De camino a la ciudad en la que vivían se desviaron unos minutos para conocer un hermoso lago y el pueblo donde quedaba; era un lugar tranquilo. Turístico, pero tranquilo. Comieron en uno de los muchos restaurantes que encontraron y fueron a caminar por la plaza en la que John compró un anillo; sencillo, pero bonito sin que Amelia se diera cuenta. Después fueron al muelle más famoso del lago, justo al f
Los finales felices no existen, son solamente nuevos inicios.Amelia había leído lo anterior en algún libro viejo y cuánta razón encerraba aquel pensamiento. Ahora se encontraba en camino a la hacienda donde su hijo se había criado durante los últimos cuatro casi cinco años, esta vez Cristina su madre la acompañaba. También iba John, por supuesto.Amelia recordaba que en la noche anterior Santiago le pidió a Perla que fuera su novia, quizá iba a tener un noviazgo corto, todo lo contrario, a la relación de Rubí y Samuel que duró unos tres o cuatro años quizá y ni hablar de ella que simplemente se comprometió sin un previo noviazgo, es que la vida es así, distinta para todos.Cuando llegó Mateo estaba en el pórtico meciéndose de un lado para otro en una banca de madera a modo de columpio. Solo se dio cuenta que e
Amelia se movía rítmicamente al compás de la melodía «El lago de los cisnes» su control corporal tenía encantado a todo el público. Su cuerpo simplemente se dejaba llevar por el sonido de las notas musicales. Su precisión era asombrosa; sus manos dibujaban figuras en el aire mientras bailaban junto a ella. Entre pequeños saltos, patadas perfectas y giros suaves parecía que flotaba sobre el escenario, cuando inclinaba sus pies para ponerse de puntillas daba la impresión de que se elevaba unos centímetros del suelo.Bruno su más grande admirador la observaba desde un rincón; todo en su interior se alteraba cada vez que veía como aquella jovencita se movía. Estaba ansioso por qué la noche diera fin, quería cortejarla como solía hacerlo desde que la conoció, llevaba un par de meses asistiendo a cada una de sus presentaciones y al final s