164.

Descender la montaña fue más difícil de lo que imaginaba. Ascender era más agotador, pero descender era más riesgoso. Las piedras eran resbaladizas; el frío y la humedad del lugar hacían que todo fuera mucho más complicado. La tierra se quedaba pegada a mis zapatos. Pero tenía que seguir haciéndolo. Tenía que hacerlo en silencio. Tenía que acostumbrarme a la luz verdosa de las gafas nocturnas, porque tenía que salvar la vida de Evangeline.

No sabía cuáles eran los planes que tenía Elisa con ella, pero sabía que su muerte era inminente si nosotros no lográbamos llegar a tiempo. Incluso en ese momento, pensamientos terribles me asaltaban: pensamientos en los que yo llegaba demasiado tarde y ya no era capaz de salvarla, pensamientos intrusivos donde encontraba su cadáver y donde tenía que llorarle a su cuerpo. Pero entonces, una fuerte mano se apretó a mi hombro. Era Luis.

El hombre me miró y susurró:

— Todo va a estar bien. Sea para lo que sea que Elisa necesite a Evangeline, estoy seg
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