Cuando Nicolás cortó la llamada y levantó la mirada, nos observó a todos. Pero estaba claro que no tenía que decirnos nada; todos lo habíamos escuchado. Lo vi suspirar con fuerza. — ¿Qué crees que debemos hacer? — pregunté.Habíamos decidido contarle toda la verdad a Nicolás porque era el único que tal vez podría ayudarnos. Era lo único que tal vez tendría el poder suficiente para encarar a Elisa de una vez por todas. — No lo sé — dijo al fin — . Intentar negociar con ella puede ser la única opción, pero no estoy seguro. Tal vez no funcione, pero igual es algo que tenemos que intentar.Luis se impuso de pie. — Tal vez negociar con ella sea la única solución. El plan de Luis es demasiado arriesgado. Involucrarnos en una guerra como esa puede ser demasiado contraproducente. Nosotros no somos mafiosos, no somos poderosos ni tenemos dinero. Aquello podría matarnos a nosotros y a nuestros niños. — ¿Crees que Luciano lo hará? — preguntó entonces Alejandro. — Ella lo hará de ser necesar
Yo no supe qué decir. ¿Qué podía yo responder a aquello? Abrí la boca y luego la cerré, confundida. — No te creo — le dije. — Lo sé. Es difícil creerme. Ni siquiera yo lo sabía. Creo que no lo supe hasta ahora, hasta que me lo dijiste. Que me dijiste que estabas viva. Pero eras tú. Porque en medio del miedo y mi malestar, también me siento feliz. Ni siquiera por la culpa, ¿me entiendes? Ni siquiera la culpa es la que me hacía sentir feliz de que estuvieras viva. Es algo más allá. Realmente es algo más allá. — ¿En serio creíste que yo iba a tu habitación a hacerte el amor solamente por tener un heredero? — cuando levantó sus ojos hacia mí, vi que en realidad lo decía en serio. Con seriedad lo pensaba. — Yo lo hacía porque amaba estar entre tus brazos. De verdad. No lo hacía solo por tocarte y sentirte. Tienes razón. Por eso hice lo de Elisa. Por eso me acosté con ella, contigo, pensando que eras ella. Me recordaba bastante a ti. Pensé que era la última oportunidad que tendría para
No supe en qué momento el cuerpo de Nicolás se balanceó sobre el mío, pero ahí lo tenía. Al abrir los ojos, el fuego había inundado la cocina. Una fuerte explosión había entrado por la ventana. Sentía que me ardía la piel de los brazos; seguramente el fuego había logrado quemarla. La chaqueta de Nicolás ardía, y yo lo empujé para apartarlo de encima mío y que pudiera apagarla. La quitó con fuerza y luego la lanzó hacia un costado. La cocina lanzaba humo; el fuego comenzó a propagarse por el techo de madera, y ni siquiera la humedad de las tablas pudo impedir que se extendiera con más violencia. — ¡Arriba! — me gritó Nicolás, tomándome por los hombros y levantándome.El aceite caliente se había regado por el suelo. Nos resbalamos en él al intentar salir, y un segundo después de que cruzamos por la puerta de la cocina, el fuego alcanzó el aceite, creando una llamarada violenta que expulsó fuego por la puerta como un gigantesco dragón. — ¿Qué está pasando? — grité, pero podía ver que N
Bombas incendiarias, había dicho Luis después de un rato. Pude ver la primera cuando se acercaba, volando en el patio de enfrente, cerca de la ventana donde estaba la oficina de la hermana Sol. Todos nos quedamos ahí, en el centro. El viento, a veces violento, empujaba grandes olas de fuego hacia nosotros. Y aunque estas no llegaban a tocarnos porque estábamos lo suficientemente al centro del pequeño parquecito que nos salvaba, podíamos sentir el fuego abrasador. Mi piel ardía, sentía que me dolía la cabeza. El oído derecho de Nicolás sangraba, y estaba seguro de que le dolía demasiado, pero estaba ahí, agachado, abrazando a nuestros hijos. De no ser por todo lo que estaba sucediendo, me parecería tan hermoso verlo ahí, agachado, abrazándolos. Hacía apenas unas horas se había enterado de su existencia, y ahora estaba ahí protegiéndolos. Los niños se sintieron protegidos por él. Pude verlo en sus ojitos, pude percibirlo. Estaban felices de que su padre estuviera ahí. Aquello los hacía
Mis rodillas temblaban más que nunca, pero no quise detenerme en ese momento. Seguí corriendo a toda velocidad hacia el lugar en el que recordaba que estaba la oficina de la hermana Sol. Tenía que encontrarla. Esto no podía estar pasando. No podía ser. Grité con rabia en ese momento, las lágrimas cubrieron mis ojos hasta el punto en el que prácticamente no podía ver absolutamente nada, pero continué. Podía escuchar los pasos de los demás detrás de mí, podía sentir también sus respiraciones aceleradas, pero el miedo me tenía tan cegada que no era capaz de ver nada más allá. Solamente aceleré el paso, queriendo llegar lo antes posible.Y entonces, cuando llegué al lugar, pude ver cómo el estrecho espacio había colapsado completamente. La explosión no había incinerado por completo la oficina, pero había derribado las vigas superiores, que habían hecho colapsar el techo. Me acerqué con pasos trémulos; ya no tenía energía para correr. Pude ver el escritorio aplastado bajo el techo y me gua
El llanto de la hermana Samara nos iba a asustar más a los niños, así que le pedí que se retirara. Cuando lo hice, la mujer volteó a mirar en varias direcciones. Tenía razón: no tenía un lugar a donde ir. Ahora, ninguno de nosotros tenía un lugar a donde ir. Nicolás apoyó con fuerza su mano en mi hombro, dándome a entender que él estaba ahí para nosotros. Yo me sentí mal por eso, porque yo le había mentido, lo había utilizado, y ahora estaba ahí apoyándonos en un momento tan complicado. — ¿Qué haremos? — dije, arrodillándome junto a mis trillizos. Los tres me abrazaron, y entonces el pequeño Jason estiró su manita hacia Nicolás para que nos abrazara también. Eran pequeños, pero a pesar de todo, entendieron rápidamente la nueva dinámica. Nicolás era su padre, y ellos supieron en ese instante que él se quedaría con ellos para siempre, que ya no los abandonaría.Nicolás se agachó y nos abrazó a todos, abarcándonos en sus fuertes manos. Yo me sentí un poco mejor, me sentí acogida por él,
Que ya había estado en el departamento de Nicolás, pero estar nuevamente ahí, ahora con mis trillizos, era extraño. Yo estaba segura de que los tres niños se hubiesen sentido más tranquilos si nos hubiéramos quedado en el hogar donde se quedaron los demás niños. Ellos eran su familia, pero también debía entender que Nicolás necesitaba tiempo para estar con ellos. Así que por eso accedí.En el camino al departamento, Nicolás hizo muchísimas llamadas y se la pasó escribiendo en su teléfono. Por eso me pidió a mí que condujera para poder hacer todas las diligencias que necesitaba. Y cuando llegamos a la casa, abrió la puerta y encontramos enormes cajas en la sala. Cajas que no estaban antes. — Qué bueno que llegaron a tiempo — dijo Nicolás mientras entrábamos — . De todas formas, creo que hacen falta unas por llegar.Los niños entraron y observaron el lugar. Jamás en su vida habían visto algo tan grande y lujoso. Era una casa espléndida, con enormes ventanales y pisos de cerámica. Los n
— ¡Michelle! — la llamé cuando pasó por mi lado, pero la mujer entonces se giró con rabia. No le importaba nada ni nadie, solo quería hacer su voluntad, como siempre había hecho. — ¿Dónde está Nicolás? — gritó en cuanto llegó a la sala.Pero en cuanto vio a los gemelos, abrió los ojos muy sorprendida. — ¿Y estos niños? ¿Quiénes son? ¿Qué hacen aquí? Pensé que estaban ustedes dos solos. — Ya baja la voz — le dije a Michelle, hablando en un tono serio. No permitiría que me gritara, y mucho menos frente a los hijos. — ¿Dónde está Nicolás? — gritó nuevamente.Entonces yo me dirigí a encararla. — No. No vas a hacer esto frente a mis hijos. — ¿Tus hijos? — sorprendida, hasta ese momento ni siquiera se había dignado a mirarme bien a la cara. Pero cuando lo hizo, cuando clavó sus ojos en los míos, dio un paso atrás. Creo que se hundió en el mueble, cayendo en el acolchado.Los niños estaban ahí, paralizados, sin saber bien qué hacer, así que yo les di una señal. — Vayan por Nicolás. Lo