MARTINA
Bajo la atenta mirada de él, tomé fuerzas que ya no tenía y me presenté como era debido, sin dejar de morder el interior de mi mejilla con lascivia cada vez que guardaba silencio.
—Siento ser indiscreto, pero es necesario hacerle esta pregunta, señorita Navarro.
Mis ojos se encontraron con los suyos—. ¿Qué es lo que la trajo a cambiar de país para trabajar en un empleo como este?
Con esa voz me ponía cardiaca. Y joder, no quería sentirme así. Me lo prometí a mí misma.
—Un cambio de aires. Eso es todo. Señor Hoffmann.
Este no parecía muy convencido y no sé si lo hacía a propósito o realmente era así su manera de mirar a todo el mundo. Pero me detalló a tal punto que me sentí desnuda ante su mirada y creo que, no se creyó ninguna de mis palabras.
—Su pequeña nota me sorprendió bastante, de hecho, estaba casi suplicando que le diera este trabajo.
—Discúlpeme si insistí tanto en lo que escribí— bajé la mirada.
—Una cosa. Si vas a estar trabajando para mí y en mi casa, debes saber que no me gustan las mujeres que bajan la mirada.
Me dio un revoltijo en el estómago al oírlo—. Por favor, mírame.
Con miedo subí lentamente mis ojos hacia los de él y lo miré.
—Tienes unos ojos muy idílicos, no los ocultes en el suelo.
Me sonrojé por la forma en la que me lo dijo. Solo me dieron ganas de llorar. Su forma de hablar no era un coqueteo de un hombre hacia una mujer. Él me dio la sensación de que era mucho más que eso. Más hombre— sacudo la cabeza y retiré esa idea de mi cabeza. No había hombres diferentes.
—Señor, estoy aquí para trabajar y cumplir con mi función. Y realmente me hace falta el dinero, por eso insistí y dejé esa nota adjunta a mi currículum.
Intenté ser más convincente y no sabía si esta vez lo había conseguido. Todo por mi hijo.
—Bien. Este es su contrato— me extendió el documento y apenas lo leí. Firmé y este arqueó la ceja al ver que no me tomé ni un minuto en leerlo.
Con ese simple gesto podría alcanzar el orgasmo.
—Le aconsejo una cosa, señorita Navarro. La próxima vez, lea lo que vaya a firmar. Retiró esa carpeta que había dejado sobre su suntuoso escritorio y lo guardó—. Bienvenida. Mi abuela está ansiosa de conocerla. Se alzó de su asiento de cuero y se puso su elegante abrigo. Sentí como esa ráfaga de aire que dejó en su movimiento bloqueó mi garganta.
—Gracias, señor.
Había un millón de millas de diferencia entre él y yo. Una de ellas era su estatus social, estamos hablando de un duque. Segundo, su físico merecía estar expuesto en una galería de arte, y yo no tenía ni un cuerpo bonito, ni un semblante que fuese el protagonista de cualquier espacio como lo era el de él. No soy la típica mujer pequeña con unas piernas largas y una cintura diminuta. Mi vientre cambió después de cargar nueve meses a mi bebé y esa es la mejor huella que puede recordarme mi cuerpo. Y, por último, la seguridad que desprendía este ser humano era extremadamente importante, y mi seguridad no llegaba ni al diez por ciento de lo que él tenía.
—Mi abuela se vino a vivir conmigo el día que mi padre falleció. No se quiso quedar con mi madre y en parte lo entiendo. Porque se volvió a casar y jamás lo aceptó.
Presté atención a lo que me estaba diciendo sin dejar de pellizcarme la piel del dorso de mi mano. Estaba nerviosa, y tenerlo sentado a mi lado la verdad que no me ayudaba a calmarme.
El chofer conducía en silencio y su voz era la melodía que cualquier mujer quería escuchar—. Hubo una mujer que la estuvo cuidando y al parecer no le cayó bien a mi querida abuela. Espero que contigo sea diferente, aunque déjame decirte que pareces opuesta a lo que ella está acostumbrada a ver. Más joven, española...
Lo detengo.
—Media española. De hecho, mi padre era americano.
Crucé mis ojos con los de él y este asintió—. Le gustarás— concluyó omitiendo lo que le había dicho.
—Eso espero— mi voz apenas se oía y tragué duro.
—A su edad, aún se basta por si sola. Es decir, que únicamente le harás compañía e irás con ella a las revisiones con el médico.
—Vale, ¿hay algo que deba saber y que sea importante?
Este frunció el ceño y pensó—. Es alérgica a cualquiera tipo de marisco. Ten cuidado con eso.
—Entendido.
Estaba ansiosa de conocer a la señora más afortunada del mundo. Tener un nieto como lo era el señor Hoffmann era como haberle tocado la mayor lotería de la historia.
Cuando el coche se detuvo, mis ojos detallaron el lugar donde se suponía que iba a vivir, una enorme casa con diseño moderno y un espectacular jardín con un pequeño lago que se veía a distancia—. Es aquí— su voz atrajo mi atención como un imán.
Salió primero del coche al abrirse la puerta ante él, visualicé sus movimientos y sus piernas largas y bien atléticas bajo ese pantalón a juego con su americana y complementándose a la perfección con su abrigo, causó un cosquilleo latente.
Parecía haber salido de una revista de moda.
—Señorita, Navarro— me abrió la puerta de mi lado.
Se supone que él no debería de hacer eso con una empleada, ni mucho menos conmigo.
¿Es que acaso todos los duques son así? Usan esta estrategia para convencer la soberanía de que son merecedores de su título.
—Gracias.
—Debería comprarse un abrigo más apto para este clima. Se enfermará— miró a la tela fina que cubría mis hombros y asentí. Sinceramente, me olvidé del frío al estar a su lado.
La anciana estaba sentada en el lujoso salón, con la chica del servicio, o al menos eso me pareció a mí. El señor Hoffmann me presentó y me puse de cuclillas y la saludé amablemente. Era una señora bastante elegante y muy hermosa. Ahora entendía de dónde venía la belleza de semejante hombre que tenía a mis espaldas.
—Hola, señora. Soy Martina.
La mujer puso su mano suave como el terciopelo sobre el dorso de la mía que dejé caer segundos antes al inclinarme hacia ella. La señora Zelinda me mostró una sonrisa y miró a su nieto.
—¡Es ella!
—¿Ella quien, abuela?
—Ella. Es ella, Lars.
Y entonces me giré hacia el duque que le sonrió a su abuela con esa hechizante sonrisa que acabo de conocer.
No sabía de qué hablaban, pero fuera de lo que fuese, no era asunto mío. ¿O sí?
LARSSé que las mentiras y la verdad nunca se acaban llevando bien, desde el primer instante que empiezas a mentir tu cuerpo segrega un sentimiento de culpabilidad que a largo plazo esté nos hará ser lo que nunca quisimos ser. Unos mentirosos.No sé cómo ni porque sucedió, pero nada más ver a Martina, pude ver la desnudez de su alma y automáticamente sabía que algo más la había llevado a mudarse de país para trabajar en un trabajo que, quizás, no se necesite de tanto para conseguir uno igual en donde vivía.Y yo me pregunto; ¿por qué Alemania? A caso tiene algo más que le trajo hasta a mí y no solo fue coincidencia. Y me estaré volviendo loco y realmente fue pura casualidad de la vida. Fuese como fuera, no estaba interesado en romperme la cabeza para averiguar algo que no me concierne. Mientras cuide bien a mi abuela, y sea cuidadosa en lo que hace con ella, entonces no habrá problema.—¡Abuela, no! — negué mientras la mirada gris de la chica nos observaba sin comprender nada.Le di e
MARTINAEse llanto me encogía el alma, es mi bebé, estaba llorando y yo necesitaba abrazarlo, olerlo.Abrí los ojos en medio de esa oscuridad y salí de la cama. Me lavé la cara y por unos segundos no me reconocí en el espejo. El reflejo que me mostraba este, no era el mío.Caminé por el largo pasillo y entro en esa cocina de diseño, en busca de un vaso de agua.Con el pijama desgastado y descalza tomé asiento en la isla de mármol y bajé la cabeza para sacar esas lágrimas que acuchillaban mi pecho—. Te extraño, mi amor. Mamá te extraña — susurré entre lágrimas mientras esa agua que salían de mis ojos caía sobre la fría isla.Temblando me llevé el vaso a los labios y le di un sorbo al agua. Me tranquilicé y puse rumbo a mi nueva habitación.Sé que estaba haciendo mal en ocultar mí verdad al duque, de hecho, el miedo que siento de que se entere y que acabe por echarme del trabajo, es más grande de lo que puedo llegar a imaginar. Estar aquí es la única esperanza que me queda de volver a v
LARS—¿En qué piensas? — fruncí el ceño y niego con la cabeza, sin decir ni una sola palabra. Había tenido un cálido encuentro con Rose y después de eso me quedé pensativo y eso no me gustaba. Porque pensaba en quien no tenía que ocupar mi mente—. Pareces perdido, preocupado.—Estoy bien— me alcé de la cama y me alejé de ella. Entre en el baño de su casa y me lavé.Después de trabajar hasta las tantas de la tarde fui directamente a su departamento para descargar un estrés que no debió de tocarme las fibras nerviosas, y, en cambio, Martina alcanzó que me sintiera así.—¿Te vas? — preguntó al verme ya vestido.—Me voy. Nos vemos otro día— suelto un casto beso en su sien y me alejo sin mirar atrás.Entre Rose y yo teníamos claro algo, y es que no puede haber más que encuentros sexuales para pasarlo bien.—¡Ha sido un placer, Lars! — escuché al cerrar la puerta de su casa.Suspiro al entrar en mi coche y presioné mis sienes intentando aclarar la mente antes de llegar a casa.—No me debe i
MARTINAEsas palabras eran ciertas, tan llenas de verdad que no voy a negar una cosa que era evidente a simple vista. Mi talla cuarenta y cuatro no pegaba nada con ese atlético hombre, alto y con todo perfecto. Tampoco es que esté buscando gustar a nadie. Me amaba y no necesito ser amada por nadie más. De alguna manera era evidente que, yo no fuese su tipo ni pretendía serlo.Lars es una excepción de todo lo que había conocido. En la forma en la que se preocupa cuando no uso un abrigo adecuado, en cómo me pregunta si estoy bien o no. Y en otros detalles que hasta ahora ningún hombre me había mostrado esa parte de saber que alguien más se preocupaba por mí. Pero solo era eso. No había ni habrá nada más.—Maldición— salí corriendo a mí habitación después de darle sin querer al jarrón que decoraba uno de los muebles que yacía pegado a la pared de afuera de ese despacho, donde Lars se encontraba con aquel hombre. Que supuse que era su amigo.Por poco—me digo a mí misma al verme seguro ent
—¿Qué haces aquí? — pregunté e intento incorporarme.—Vine a devolverte la caja.Miré a esta que yacía sobre mi cama.—Gracias por el detalle, pero no puedo aceptarlo. Es demasiado para una mujer como yo.—¿Y qué clase de mujer eres tú?—Una simple. Ese abrigo le queda mejor alguien con cuerpo despampanante.Ladea la cabeza.—Sé que fuiste tú quien rompió ese jarrón que tanto apreciaba mi abuela y que me escuchaste.—Puedes descontarlo de mi sueldo.—En ese caso estarías más de ocho meses trabajando gratis.Ensanché los ojos.—Aun así, no lo haré.—Es muy considerado de su parte, como todo— miré a la caja, sé que estaba siendo sarcástica.Mi anormal comportamiento me lleva a querer matarme.—Estoy aquí para trabajar, Lars. No para gustarle a nadie, ni mucho menos a ti. Creo que tanto tú como yo tenemos los roles muy bien marcados.Se aleja de mí y camina hasta la ventana de la habitación—. Comprarte un abrigo no significa nada, necesito que no te enfermes para que tu trabajo se lleve
LARSEra normal que, al fin y al cabo, decida investigar a una mujer que, desde otro país, suplicaba un trabajo que realmente no era para tanto. No estábamos hablando de la esposa de algún rey al que se le deba cuidar. Y ella suplicaba como si mi abuela lo fuera.Me llamó la atención como una chica de tan solo veintidós años en vez de estar estudiando, para sacarse una carrera y construir un futuro, estaba buscando un trabajo en la otra punta del mundo, por decirlo así.—¿Me lo contarás?—Si ya lo sabes, ¿para qué quieres oírlo de mí?—Porque odio las mentiras, me fastidia ver como estoy interesado en una desconocida para ayudarla desinteresadamente, sin pedir nada a cambio.Dejé de acorralarla con el cuerpo y se limpia las lágrimas que, hasta ahora, había dejado caer por sus mejillas rojas por la fiebre.Martina causa estragos en mi autocontrol.¿Qué había descubierto de ella cuando inicié esa investigación?; ¡puf! Demasiadas cosas que no me creí. Y lo raro era, ¿por qué no me lo cre
MARTINAMe llena emocionalmente de sensaciones que hasta ahora no conocía. ¿Cómo era posible que él me esté ofreciendo una ayuda que no pedí? ¿Era real o estaba soñando? Estoy hablando de un hombre que si quisiera no tendría que romperse la cabeza con una empleada que acaba de conocer. Que no llevaba más de dos semanas a su lado y me estaba ofreciendo literalmente para mí el mundo. Ver a mi hijo.—¿No estás hablando en serio? — me llevé la mano al corazón porque no estaba segura si solo se trataba de una broma, para lastimarme.—Crees que bromearía con algo como eso. Incluso no iré a trabajar para llevarte.Ayer algo cambió en mi roto corazón al ver cómo me estaba tratando mientras tenía la fiebre alta. Vio de mí cada esquina de mi cuerpo, no le importó meterme en la ducha y bajarme la temperatura alta y aun así, estaba más perdida que de costumbre.—Vas a ir a ver a tu hijo y lo abrazarás. Y en el trayecto me contarás tu versión, si no quieres que me crea la verdad de otros.Negué y
LARSNo he vivido en carne propia lo que Martina estaba pasando, pero intento comprenderla y dar lo mejor de mí, ¿y por qué tanto interés por ayudar a alguien que no conocía?; (la misma pregunta que llevo haciéndome desde que supe de su existencia), no lo sé aún, quizás lo sepa, pero no me doy cuenta, pero de igual manera quería saltar al vacío con ella y devolverle por lo menos lo que le quitaron de sus brazos. El día que leí esa nota, me picó tanto la curiosidad que después de releer una y otra vez el informe que pedí sobre ella, algo sumamente raro me envolvió y hasta el día de hoy estaba haciendo lo que me latía el corazón.—¿Te sientes mejor? Ella insistió en que vinieras conmigo para recogerla— apago el motor y la miro. Se veía más compuesta.—Lo estoy— me sonrió.Cuando le dije que éramos amigos, se lo decía de verdad. No pretendo aprovecharme de su situación y pedirle algo a cambio, al menos eso no era mi plan. Como dije desde un principio, no voy a vivir la típica historia de