Capítulo 6

MARTINA

Esas palabras eran ciertas, tan llenas de verdad que no voy a negar una cosa que era evidente a simple vista. Mi talla cuarenta y cuatro no pegaba nada con ese atlético hombre, alto y con todo perfecto. Tampoco es que esté buscando gustar a nadie. Me amaba y no necesito ser amada por nadie más. De alguna manera era evidente que, yo no fuese su tipo ni pretendía serlo.

Lars es una excepción de todo lo que había conocido. En la forma en la que se preocupa cuando no uso un abrigo adecuado, en cómo me pregunta si estoy bien o no. Y en otros detalles que hasta ahora ningún hombre me había mostrado esa parte de saber que alguien más se preocupaba por mí. Pero solo era eso. No había ni habrá nada más.

—Maldición— salí corriendo a mí habitación después de darle sin querer al jarrón que decoraba uno de los muebles que yacía pegado a la pared de afuera de ese despacho, donde Lars se encontraba con aquel hombre. Que supuse que era su amigo.

Por poco—me digo a mí misma al verme seguro entre esas cuatro paredes.

Me quité la chaqueta que tenía y me adentré dentro del cálido edredón. Ni siquiera me había puesto el pijama.

Ahora mismo, lo menos que me preocupaba era saber lo que pensaba de mí el duque. Únicamente quería cerrar los ojos y dejarme llevar por el cansancio. Caminar me hizo bien para no soñar y así no levantarme en la noche.

Flashback

—Crees que una mujer como tú, puede atrapar a un hombre, vamos mírate. Tienes una cara bonita, pero solo eso. Te hace falta más para tenerme a tu lado y un hijo no me amarrará a ti— cerré los ojos en aquel instante y dejé que sus palabras me entraran hasta los huesos.

—Por favor, Teo.

—Te estoy siendo sincero. Solamente me acosté contigo por despecho a otra persona. Me acerqué a ti para demostrar a alguien más que me puede perder y tú fuiste una presa fácil.

Me dolían atroz sus palabras. Me escupía una y otra vez que era más que un juguete como el que se calmaba y le demostraba a alguien más que él podría tener a otra en sus manos.

Mi bebé tenía cinco meses cuando sus duras palabras me hicieron chocar con la realidad. Una muy dura, pero real.

—No me puedes dar más de lo que no tienes.

Este empezó a alejarse de mí y solo me buscaba cuando deseaba y por despecho. Como dijo él.

Pero un día, después de que me echaran del trabajo, Teo se dio cuenta de que, nuestro bebé ya no era el de antes. Se enfermó y lo cogió como excusa para denunciarme de abandonar a mi hijo y no darle los cuidados necesarios. Mintió, levantó contra mí una montaña de mentiras que jamás olvidaré. Y gracias a eso, obtuvo lo que quería. A nuestro hijo. Él tenía los medios para ganarme, yo solo tenía las fuerzas para luchar por mi bebé y al parecer no fueron suficientes.

Fin del flashback.

Ese día amanecí mejor que el anterior, al menos el llanto de mi hijo no apareció en mis sueños.

Me doy una ducha mientras sentí como mi nariz empezó a congestionarse. El duque tenía razón, me resfrié.

—¡Buenos días! — saludé a la señora Zelinda que estaba en el jardín con la chica del servicio recogiendo una especie de flores que, según ella, crecen en esta temporada del año.

—¿Tú sabías que las flores son como religión para los alemanes? — preguntó la anciana cortando otra flor y ofreciéndomela.

—No, señora.

Eran una especie de flores silvestres que desconocía, son verdaderamente bonitas y de muchos colores.

—Así es, después de duros meses crudos, sin sol y solo a veces la temperatura nos da tregua, somos capaces de destacar sobre cualquier país donde su temperatura es cálida y soleado.

—¡Buenos días!

La voz que me dejó así, tiritando al oír su sincera opinión sobre mí, aparece y le da un beso en la mejilla a su abuela. Recorrió su mirada en busca de la mía y yo la bajo para evitar ese contacto visual y que me descubra que la que rompió ayer ese jarrón tan caro fui yo.

—¡Buenos días! — saludé cómo pude.

—Ayer alguien rompió el jarrón que te mandaron de Italia, abuela. Podría hacharle la culpa al perro, pero no tenemos.

Me sonrojé.

—¿Estás hablando de la pieza que nos mandaron del Vaticano?

Asentí.

Empecé a estornudar y la nariz estaba ya roja.

—¿Eres alérgica, Martina? — preguntó Zelinda.

Negué.

Este tomó poder como siempre y sé acercó a mí, puso su perfecta y grande mano sobre mi frente y presionó los labios.

—Tienes fiebre— resopló con sorna.

—Estoy bien.

—Sí, claro que lo estás— sus palabras estaban llenas de sarcasmo.

Su abuela sonrió al ver como este se molestaba por mi fiebre y como se empezó a preocupar por una chica que apenas conocía.

—Deberías descansar— sugirió.

—No necesito descansar. Estoy bien.

Le llevé la contraria y sentí como ese leve reflejo de la luz del sol casi inexistente destelló en mis ojos y este me observó de otra manera que no sabía qué nombre ponerle.

Pestañeé con mis ásperas pestañas para evitar el daño que causaba ese rayo de sol y este rompió esa extraña y profunda mirada.

—Deberías hacer caso a lo que mi nieto te dijo.

—En serio que estoy bien. Con energía para pasar un día entretenido con usted.

—Haz lo que te dé la gana— añadió y se despidió de su abuela. No se quedó a desayunar y se marchó dejándome una sensación de rareza en mi pecho, como si hubiera hecho algo para enojarlo.

De poco a poco se estaba desatando el caos entre él y yo. De como empezamos a cómo lo estamos llevando. Él con carácter fuerte y sé que solo finge preocuparse por su empleada y yo que no me trago nada de su educación masculina.

Aquella mañana fue como estar en medio de un océano sin saber nadar. A ratos estaba entretenida dando paseos con Zelinda. Los alrededores de donde se ubica el chalet de Lars eran precioso y muy tranquilo. Y pasear por ahí era todo un descubrimiento. En la tarde comimos solas. Porque hoy tampoco regreso a comer, la chica del servicio llegó a nosotras con una enorme caja de la marca Dior.

—Es para usted— dijo la señora que lo cargaba.

La anciana sonrió, porque supe que ella había entendido de quien provenía esa gran caja, que con eso era suficiente para no querer ver lo que había en su interior.

Sorprendida me alcé de la mesa y la coloqué sobre una silla y al abrir la caja me quedé atónita.

Era un abrigo con detalles frescos y femeninos, con tan solo tocarlo calentaba las yemas de los dedos y su textura era tan agradable que no se necesitaba de más.

—Es de mi nieto— confirma la señora con una felicidad inmensa, la miré.

—No puedo aceptarlo.

—Sí que puedes, si te lo compró fue porque le importa tu salud.

—Señora, por favor.

—Tienes un corazón humilde, lo supe desde qué te vi entrar por la puerta de esta casa. Si él te quiso comprar ese abrigo fue porque sintió que era su deber.

¿Deber? ¿De qué deber estaba hablando?

Volví a guardar ese carísimo abrigo en su caja y nuevamente tomé asiento a su lado. La tarde transcurrió y en la noche empecé a no sentirme bien. La señora Zelinda se fue a dormir y yo me metí bajo el edredón de mi cama y me aferré a él como si mi vida dependía de ella. Pero no sin antes dejar encima de la cama del duque su regalo.

Cerré los ojos y me dejé llevar por la fiebre que ardía mi piel. Cierto es que me constipé y ya con eso estaba empezando mal la vida laboral con las personas que ahora vivo.

Si tuviera que descifrar cómo me sentí después de un periodo de tiempo desde que cerré los ojos hasta sentir esa mano sobre mi mejilla, no sabría decirlo. No sé si fueron horas o minutos, pero cuando me percaté de que ese olor embriagante me calaba hasta los huesos y su tacto sobre mí, entonces supe que no estaba soñando. Si no que Lars se había adentrado a mi habitación.

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