MARTINA
Esas palabras eran ciertas, tan llenas de verdad que no voy a negar una cosa que era evidente a simple vista. Mi talla cuarenta y cuatro no pegaba nada con ese atlético hombre, alto y con todo perfecto. Tampoco es que esté buscando gustar a nadie. Me amaba y no necesito ser amada por nadie más. De alguna manera era evidente que, yo no fuese su tipo ni pretendía serlo.
Lars es una excepción de todo lo que había conocido. En la forma en la que se preocupa cuando no uso un abrigo adecuado, en cómo me pregunta si estoy bien o no. Y en otros detalles que hasta ahora ningún hombre me había mostrado esa parte de saber que alguien más se preocupaba por mí. Pero solo era eso. No había ni habrá nada más.
—Maldición— salí corriendo a mí habitación después de darle sin querer al jarrón que decoraba uno de los muebles que yacía pegado a la pared de afuera de ese despacho, donde Lars se encontraba con aquel hombre. Que supuse que era su amigo.
Por poco—me digo a mí misma al verme seguro entre esas cuatro paredes.
Me quité la chaqueta que tenía y me adentré dentro del cálido edredón. Ni siquiera me había puesto el pijama.
Ahora mismo, lo menos que me preocupaba era saber lo que pensaba de mí el duque. Únicamente quería cerrar los ojos y dejarme llevar por el cansancio. Caminar me hizo bien para no soñar y así no levantarme en la noche.
Flashback
—Crees que una mujer como tú, puede atrapar a un hombre, vamos mírate. Tienes una cara bonita, pero solo eso. Te hace falta más para tenerme a tu lado y un hijo no me amarrará a ti— cerré los ojos en aquel instante y dejé que sus palabras me entraran hasta los huesos.
—Por favor, Teo.
—Te estoy siendo sincero. Solamente me acosté contigo por despecho a otra persona. Me acerqué a ti para demostrar a alguien más que me puede perder y tú fuiste una presa fácil.
Me dolían atroz sus palabras. Me escupía una y otra vez que era más que un juguete como el que se calmaba y le demostraba a alguien más que él podría tener a otra en sus manos.
Mi bebé tenía cinco meses cuando sus duras palabras me hicieron chocar con la realidad. Una muy dura, pero real.
—No me puedes dar más de lo que no tienes.
Este empezó a alejarse de mí y solo me buscaba cuando deseaba y por despecho. Como dijo él.
Pero un día, después de que me echaran del trabajo, Teo se dio cuenta de que, nuestro bebé ya no era el de antes. Se enfermó y lo cogió como excusa para denunciarme de abandonar a mi hijo y no darle los cuidados necesarios. Mintió, levantó contra mí una montaña de mentiras que jamás olvidaré. Y gracias a eso, obtuvo lo que quería. A nuestro hijo. Él tenía los medios para ganarme, yo solo tenía las fuerzas para luchar por mi bebé y al parecer no fueron suficientes.
Fin del flashback.
Ese día amanecí mejor que el anterior, al menos el llanto de mi hijo no apareció en mis sueños.
Me doy una ducha mientras sentí como mi nariz empezó a congestionarse. El duque tenía razón, me resfrié.
—¡Buenos días! — saludé a la señora Zelinda que estaba en el jardín con la chica del servicio recogiendo una especie de flores que, según ella, crecen en esta temporada del año.
—¿Tú sabías que las flores son como religión para los alemanes? — preguntó la anciana cortando otra flor y ofreciéndomela.
—No, señora.
Eran una especie de flores silvestres que desconocía, son verdaderamente bonitas y de muchos colores.
—Así es, después de duros meses crudos, sin sol y solo a veces la temperatura nos da tregua, somos capaces de destacar sobre cualquier país donde su temperatura es cálida y soleado.
—¡Buenos días!
La voz que me dejó así, tiritando al oír su sincera opinión sobre mí, aparece y le da un beso en la mejilla a su abuela. Recorrió su mirada en busca de la mía y yo la bajo para evitar ese contacto visual y que me descubra que la que rompió ayer ese jarrón tan caro fui yo.
—¡Buenos días! — saludé cómo pude.
—Ayer alguien rompió el jarrón que te mandaron de Italia, abuela. Podría hacharle la culpa al perro, pero no tenemos.
Me sonrojé.
—¿Estás hablando de la pieza que nos mandaron del Vaticano?
Asentí.
Empecé a estornudar y la nariz estaba ya roja.
—¿Eres alérgica, Martina? — preguntó Zelinda.
Negué.
Este tomó poder como siempre y sé acercó a mí, puso su perfecta y grande mano sobre mi frente y presionó los labios.
—Tienes fiebre— resopló con sorna.
—Estoy bien.
—Sí, claro que lo estás— sus palabras estaban llenas de sarcasmo.
Su abuela sonrió al ver como este se molestaba por mi fiebre y como se empezó a preocupar por una chica que apenas conocía.
—Deberías descansar— sugirió.
—No necesito descansar. Estoy bien.
Le llevé la contraria y sentí como ese leve reflejo de la luz del sol casi inexistente destelló en mis ojos y este me observó de otra manera que no sabía qué nombre ponerle.
Pestañeé con mis ásperas pestañas para evitar el daño que causaba ese rayo de sol y este rompió esa extraña y profunda mirada.
—Deberías hacer caso a lo que mi nieto te dijo.
—En serio que estoy bien. Con energía para pasar un día entretenido con usted.
—Haz lo que te dé la gana— añadió y se despidió de su abuela. No se quedó a desayunar y se marchó dejándome una sensación de rareza en mi pecho, como si hubiera hecho algo para enojarlo.
De poco a poco se estaba desatando el caos entre él y yo. De como empezamos a cómo lo estamos llevando. Él con carácter fuerte y sé que solo finge preocuparse por su empleada y yo que no me trago nada de su educación masculina.
Aquella mañana fue como estar en medio de un océano sin saber nadar. A ratos estaba entretenida dando paseos con Zelinda. Los alrededores de donde se ubica el chalet de Lars eran precioso y muy tranquilo. Y pasear por ahí era todo un descubrimiento. En la tarde comimos solas. Porque hoy tampoco regreso a comer, la chica del servicio llegó a nosotras con una enorme caja de la marca Dior.
—Es para usted— dijo la señora que lo cargaba.
La anciana sonrió, porque supe que ella había entendido de quien provenía esa gran caja, que con eso era suficiente para no querer ver lo que había en su interior.
Sorprendida me alcé de la mesa y la coloqué sobre una silla y al abrir la caja me quedé atónita.
Era un abrigo con detalles frescos y femeninos, con tan solo tocarlo calentaba las yemas de los dedos y su textura era tan agradable que no se necesitaba de más.
—Es de mi nieto— confirma la señora con una felicidad inmensa, la miré.
—No puedo aceptarlo.
—Sí que puedes, si te lo compró fue porque le importa tu salud.
—Señora, por favor.
—Tienes un corazón humilde, lo supe desde qué te vi entrar por la puerta de esta casa. Si él te quiso comprar ese abrigo fue porque sintió que era su deber.
¿Deber? ¿De qué deber estaba hablando?
Volví a guardar ese carísimo abrigo en su caja y nuevamente tomé asiento a su lado. La tarde transcurrió y en la noche empecé a no sentirme bien. La señora Zelinda se fue a dormir y yo me metí bajo el edredón de mi cama y me aferré a él como si mi vida dependía de ella. Pero no sin antes dejar encima de la cama del duque su regalo.
Cerré los ojos y me dejé llevar por la fiebre que ardía mi piel. Cierto es que me constipé y ya con eso estaba empezando mal la vida laboral con las personas que ahora vivo.
Si tuviera que descifrar cómo me sentí después de un periodo de tiempo desde que cerré los ojos hasta sentir esa mano sobre mi mejilla, no sabría decirlo. No sé si fueron horas o minutos, pero cuando me percaté de que ese olor embriagante me calaba hasta los huesos y su tacto sobre mí, entonces supe que no estaba soñando. Si no que Lars se había adentrado a mi habitación.
—¿Qué haces aquí? — pregunté e intento incorporarme.—Vine a devolverte la caja.Miré a esta que yacía sobre mi cama.—Gracias por el detalle, pero no puedo aceptarlo. Es demasiado para una mujer como yo.—¿Y qué clase de mujer eres tú?—Una simple. Ese abrigo le queda mejor alguien con cuerpo despampanante.Ladea la cabeza.—Sé que fuiste tú quien rompió ese jarrón que tanto apreciaba mi abuela y que me escuchaste.—Puedes descontarlo de mi sueldo.—En ese caso estarías más de ocho meses trabajando gratis.Ensanché los ojos.—Aun así, no lo haré.—Es muy considerado de su parte, como todo— miré a la caja, sé que estaba siendo sarcástica.Mi anormal comportamiento me lleva a querer matarme.—Estoy aquí para trabajar, Lars. No para gustarle a nadie, ni mucho menos a ti. Creo que tanto tú como yo tenemos los roles muy bien marcados.Se aleja de mí y camina hasta la ventana de la habitación—. Comprarte un abrigo no significa nada, necesito que no te enfermes para que tu trabajo se lleve
LARSEra normal que, al fin y al cabo, decida investigar a una mujer que, desde otro país, suplicaba un trabajo que realmente no era para tanto. No estábamos hablando de la esposa de algún rey al que se le deba cuidar. Y ella suplicaba como si mi abuela lo fuera.Me llamó la atención como una chica de tan solo veintidós años en vez de estar estudiando, para sacarse una carrera y construir un futuro, estaba buscando un trabajo en la otra punta del mundo, por decirlo así.—¿Me lo contarás?—Si ya lo sabes, ¿para qué quieres oírlo de mí?—Porque odio las mentiras, me fastidia ver como estoy interesado en una desconocida para ayudarla desinteresadamente, sin pedir nada a cambio.Dejé de acorralarla con el cuerpo y se limpia las lágrimas que, hasta ahora, había dejado caer por sus mejillas rojas por la fiebre.Martina causa estragos en mi autocontrol.¿Qué había descubierto de ella cuando inicié esa investigación?; ¡puf! Demasiadas cosas que no me creí. Y lo raro era, ¿por qué no me lo cre
MARTINAMe llena emocionalmente de sensaciones que hasta ahora no conocía. ¿Cómo era posible que él me esté ofreciendo una ayuda que no pedí? ¿Era real o estaba soñando? Estoy hablando de un hombre que si quisiera no tendría que romperse la cabeza con una empleada que acaba de conocer. Que no llevaba más de dos semanas a su lado y me estaba ofreciendo literalmente para mí el mundo. Ver a mi hijo.—¿No estás hablando en serio? — me llevé la mano al corazón porque no estaba segura si solo se trataba de una broma, para lastimarme.—Crees que bromearía con algo como eso. Incluso no iré a trabajar para llevarte.Ayer algo cambió en mi roto corazón al ver cómo me estaba tratando mientras tenía la fiebre alta. Vio de mí cada esquina de mi cuerpo, no le importó meterme en la ducha y bajarme la temperatura alta y aun así, estaba más perdida que de costumbre.—Vas a ir a ver a tu hijo y lo abrazarás. Y en el trayecto me contarás tu versión, si no quieres que me crea la verdad de otros.Negué y
LARSNo he vivido en carne propia lo que Martina estaba pasando, pero intento comprenderla y dar lo mejor de mí, ¿y por qué tanto interés por ayudar a alguien que no conocía?; (la misma pregunta que llevo haciéndome desde que supe de su existencia), no lo sé aún, quizás lo sepa, pero no me doy cuenta, pero de igual manera quería saltar al vacío con ella y devolverle por lo menos lo que le quitaron de sus brazos. El día que leí esa nota, me picó tanto la curiosidad que después de releer una y otra vez el informe que pedí sobre ella, algo sumamente raro me envolvió y hasta el día de hoy estaba haciendo lo que me latía el corazón.—¿Te sientes mejor? Ella insistió en que vinieras conmigo para recogerla— apago el motor y la miro. Se veía más compuesta.—Lo estoy— me sonrió.Cuando le dije que éramos amigos, se lo decía de verdad. No pretendo aprovecharme de su situación y pedirle algo a cambio, al menos eso no era mi plan. Como dije desde un principio, no voy a vivir la típica historia de
MARTINAEl duque era el típico hombre con las ideas bien claras, blancas o negras, sin sombras grises, ni de ningún otro color, y creo que eso era lo que más me gustaba de él.Con una sonrisa prefabricada, miré a Lars al oír que aceptaba que me quedara en su habitación. Las señoras se traían algo entre manos y la verdad es que no sabía si me gustaba o no.En medio de esas paredes ya estaba temblando por lo que estaba por venir. Iba a compartir cama con el hombre más arrollador y sexi que jamás antes había conocido, y es que su maldito encanto afecta a todas mis fibras nerviosas y no podía actuar con normalidad.—Puedo dormir en el suelo— dije y este arqueó una ceja.—¿Me tienes miedo?—No debería.—Claro que no, somos amigos y adultos. Podemos compartir una cama sin que nos toquemos.Levanta la comisura de sus labios y el calor se elevó en mi vientre. Me retuerzo en cómo me miraba e intentaba disimular lo que causaba en mí.—Mi abuela, junto a mi tía, traman algo que no les funcionará
LARSMartina y yo habíamos conectado de una manera muy especial, como si nos conociéramos desde siempre, como si ella y yo hubiéramos vivido juntos en otra vida.Tenerla en mi cama y con ese mullido pijama, me hizo ver lo sencilla que era, en cómo le daba igual lo que dijera la gente. Era arrebatadoramente inasequible.Mientras dormía, sentí como una de sus manos va parada encima de mi dorso. Ella estaba profundamente dormida, y lo supe al abrir los ojos y verla que respiraba con tranquilidad. Dormir con una mujer y en mi cama, me era muy raro, pero no quería mostrar la rareza que sentía en aquel momento que la vi bajo mis sábanas.Intenté retirar su brazo sobre mi cuerpo, pero no sirvió de nada, porque lo enredó sobre mi cuello y dejó su frente unida a mi hombro.Me dejé vencer por su tacto y volví a cerrar los ojos. Se había aferrado a mí en medio de la noche y por más que no quisiera estar en esa posición, ya lo estaba y no había remedio.Al menos por unos días.En la mañana, despe
MARTINAComo ya dije en varias ocasiones, Lars es guapo a rabiar, es tan bello que me da miedo que mis ojos me delaten y le demuestren mis pensamientos más ocultos, mi imaginación más privada y me da miedo a..., no, eso no puede ser.—Lars tarda en volver— la tía de este le comenta a su hermana. La abuela asiente tristemente mientras ambas lo esperaban en el salón para cenar.—Es esa mujer.—¿De qué mujer hablas?—Una rubia a la que visita cuando quiere y necesita cariño.El estómago me da un vuelco al escuchar a la señora Zelinda.—¿Y de qué la conoces, hermana?—La conocí cuando mi nieto me llevó a cenar una noche. Esta apareció sin decirle a Lars y bueno se acabó sentando con nosotros.Centre mi atención en ella mientras disimulaba que estaba leyendo.—Entre tú y yo, hermana. Esa mujer no entrará a esta casa mientras esté viva. No es apta para mi único nieto. No la quiero para él.—¿Y si él la quiere, Zelinda?Esta no contestó a su hermana y entendí que si así fuera, entonces no te
MARTINASus últimas palabras me han dejado perpleja. Sigo perdida en un mar de pensamientos que por más que intentaba cerrar los ojos, daba vuelta y vuelta. En cambio, él estaba dormido pacíficamente, después de su beso sobre mi mejilla, la cual aún ardía en mi rostro. Este se quedó profundamente dormido mientras embozo una sonrisa tonta que me deja también mirando al techo de su habitación.¿Celosa, yo?; claro que no estaba celosa, solo que me dio pena al ver como fingía algo que no era frente a esas mujeres que revolucionaban su vida. La verdad que este alemán, es un caso excepcional, jamás, antes había visto a un hombre de tan solo veintiocho años adorar tanto a su abuela que fue capaz de meter a una desconocida en su cama.Vale, ahora lo estaba molestando, porque no paraba de dar vueltas en la cama y cada vez que lo hacía le daba sin querer.—Mierda— dije en voz baja al ver que este se giró hacia mí y me miró aún adormecido.—¿Qué te ocurre? — preguntó con voz ronca.—Nada.—Vamos