MARTINA
Ese llanto me encogía el alma, es mi bebé, estaba llorando y yo necesitaba abrazarlo, olerlo.
Abrí los ojos en medio de esa oscuridad y salí de la cama. Me lavé la cara y por unos segundos no me reconocí en el espejo. El reflejo que me mostraba este, no era el mío.
Caminé por el largo pasillo y entro en esa cocina de diseño, en busca de un vaso de agua.
Con el pijama desgastado y descalza tomé asiento en la isla de mármol y bajé la cabeza para sacar esas lágrimas que acuchillaban mi pecho—. Te extraño, mi amor. Mamá te extraña — susurré entre lágrimas mientras esa agua que salían de mis ojos caía sobre la fría isla.
Temblando me llevé el vaso a los labios y le di un sorbo al agua. Me tranquilicé y puse rumbo a mi nueva habitación.
Sé que estaba haciendo mal en ocultar mí verdad al duque, de hecho, el miedo que siento de que se entere y que acabe por echarme del trabajo, es más grande de lo que puedo llegar a imaginar. Estar aquí es la única esperanza que me queda de volver a ver a mi bebé y estar cerca de él.
—¿Podemos hablar? — dije por teléfono al hombre que pensé que amaba en su día y que ahora odio con todo mi ser.
—Que sea rápido.
Escuché el pequeño llanto de mi bebé.
—¿Él está bien? — mis ojos se volvieron a llenar de lágrimas.
—Sí. Lo está— contestó secamente.
—Vale... solo quería decirte que me trasladé a Alemania. Estoy a una hora de donde estás.
Este pareció sorprendido porque no se lo esperó, y por edén tardó en contestar.
—Quiero verlo más seguido. ¿Qué te parece los domingos?
Mi interior rezaba para que esté aceptara.
—No.
—¿Por qué?
Mi voz se quebró.
—Porque no quiero. Tienes una visita cada dos meses.
Me rompí en pedazos y en silencio lloré.
Tomé aire y contesté—: Por favor, Teo.
—Mi respuesta sigue siendo la misma. No. Y ahora me voy que tengo cosas más importantes que hacer.
Entonces este colgó y me dejé caer sobre la cama y lloré desesperadamente. El tiempo pasó y mi segundo día no empezó bien. Porque se dieron cuenta de mis ojos hinchados.
—¿Estás bien? — preguntó la señora.
—Si, señora, Zelinda.
Lars no dijo nada y continuó desayunando. En silencio y con el ambiente cargado de miradas que llegaron a despertar ese cosquilleo latente que no quería sentir.
—Lars me dijo que eres media americana— la anciana me habló y yo asentí llevándome el zumo de naranja a la boca.
—Así es, mi padre era de Miami, y mi madre de Madrid.
—Dijiste era.
—Sí, él estuvo conmigo hasta los cinco años y después abandonó a mi madre. Y bueno, ella murió cuando tenía doce.
—Qué triste historia, hija.
Sabía que el duque escuchaba, aunque quería aparentar de que estaba distraído en su plato.
—No, señora. Hay cosas más tristes que eso. Mi madre siempre será la mujer más valiente que exista por criarme sola y mi padre el cobarde que ha elegido una vida alejada de su hija.
—Abuela, será mejor que te termines tu plato. Llegarás tarde a donde querías ir— la intensa voz de Lars interrumpe nuestra conversación y la señora asiente.
Y ahí estaba yo, en medio de una familia que desconocía mientras luchaba en silencio. El corazón se me dividía en millones.
—Os puedo acercar, pero luego vendrá el chofer a recogeros— dijo Lars mientras ayudaba a Zelinda a ponerse su abrigo de piel.
Ella tenía cita en un salón de belleza, le tocaba cortarse el cabello y hacerse las uñas.
—Vale— contesté.
Me ayudó a meter a su abuela en los asientos de atrás y al cerrar la puerta me sujetó del brazo.
—Estuviste llorando.
No es que me lo estaba preguntando, sino que lo estaba afirmando.
Este hombre llegó de la nada y me hizo sentir que la vida vale más de lo que pensé—. No, Lars.
Presionó sus labios, sus ojos azules eran más claros cuando se exponían a la luz.
Como le explico que, si quiero contarle todo, pero me da miedo.
—Puedes pensar que no se nada y seguir mintiéndome, pero no conseguirás nada. Si quieres ser honesta contigo mismo, di las cosas claras.
—Y tú debes entender que, si he estado llorando o no, es asunto mío. Mientras cumpla con mi trabajo no te debe importar que m****a esté pasando conmigo—me salió la mujer que se escondía y que se asoma de vez en cuando para mostrar su carácter.
Este frunció el ceño y contestó—: lo que me importa es que no esté dejando a mi abuela con una desequilibrada mental, así que cuando te pregunte me contestaras. Porque te estoy dejando a cargo a una persona.
Creo que eso me dolió demasiado. Tanto que sentí como ese cosquilleo se fue propagando y se instaló en mi garganta de una manera atroz.
Dejé de mirarlo y miré a un lado, este me soltó y después fui a entrar en los asientos traseros, junto a su abuela, pero Lars me detuvo—: siéntate a mi lado. Y es una orden.
Tú y tus putas órdenes— pensé haciendo lo que me había dicho.
—¿Todo bien, chicos?
—Sí, oma.
Condujo en silencio, pero eso no significaba dejar de ser el protagonista de las sensaciones que sentía en el estómago. Su olor me envolvió y empecé a oler a él. Su semblante se mantenía en la carretera, aunque sabía que la bilis se le subía y bajaba por su garganta por el pleito que acaba de suceder. Me arrepiento, No debí de hablarle de esa manera, porque de él dependía mi futuro, mi esperanza.
Al salir de su deportivo coche, este se despidió de Zelinda con un beso y me miró con esas miradas que decían muchas cosas y a la vez nada. Me aguanté las ganas de decir muchas cosas y con el ceño fruncido se acercó a mí— dame tu móvil.
—¿Para?
—Solo hazlo. ¿Tienes que cuestionarlo todo?
Le di lo que me pidió y este apuntó su número en él. Se dio un toque al suyo y después me ordenó que lo guardase en la agenda.
—Cualquier cosa, me llamas.
Asentí y este se marchó.
Mientras las chicas del salón de belleza trataban como reina a la señora, decidí mandarle un mensaje. Era muy cobarde y necesitaba decírselo por vía email, porque en persona no iba a ser capaz.
De: Martina Navarro
Para: Lorenz HoffmannSeñor, Hoffmann.
Quería pedirle perdón por cómo le hablé. Creo que no debí de contestarle de ese modo. Y puede estar tranquilo, no soy ninguna desequilibrada mental. Su abuela está en buenas manos.MARTINA NAVARRO.
No me atreví escribirle directamente a su número, así que usé el mismo email con el que nos contactamos y le escribí.
No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando al fin me llegó su mensaje, ya estábamos en el coche con el chofer de vuelta a casa.
De: Lorenz Hoffmann
Para: Martina NavarroMartina, ya te dije que no me llames señor, ni mucho menos por mi apellido. Me recuerdas cuando los trabajadores se dirigían a mi padre. Y sobre lo otro. Ya estás perdonada.
PD: A veces pienso que cada uno tiene una vida que ocultar, pero si está te lastima búscale una solución.
LORENZ HOFFMANN, DIRECTOR DE EMPRESAS HOFFMANN, DUQUE DE BADEN.
LARS—¿En qué piensas? — fruncí el ceño y niego con la cabeza, sin decir ni una sola palabra. Había tenido un cálido encuentro con Rose y después de eso me quedé pensativo y eso no me gustaba. Porque pensaba en quien no tenía que ocupar mi mente—. Pareces perdido, preocupado.—Estoy bien— me alcé de la cama y me alejé de ella. Entre en el baño de su casa y me lavé.Después de trabajar hasta las tantas de la tarde fui directamente a su departamento para descargar un estrés que no debió de tocarme las fibras nerviosas, y, en cambio, Martina alcanzó que me sintiera así.—¿Te vas? — preguntó al verme ya vestido.—Me voy. Nos vemos otro día— suelto un casto beso en su sien y me alejo sin mirar atrás.Entre Rose y yo teníamos claro algo, y es que no puede haber más que encuentros sexuales para pasarlo bien.—¡Ha sido un placer, Lars! — escuché al cerrar la puerta de su casa.Suspiro al entrar en mi coche y presioné mis sienes intentando aclarar la mente antes de llegar a casa.—No me debe i
MARTINAEsas palabras eran ciertas, tan llenas de verdad que no voy a negar una cosa que era evidente a simple vista. Mi talla cuarenta y cuatro no pegaba nada con ese atlético hombre, alto y con todo perfecto. Tampoco es que esté buscando gustar a nadie. Me amaba y no necesito ser amada por nadie más. De alguna manera era evidente que, yo no fuese su tipo ni pretendía serlo.Lars es una excepción de todo lo que había conocido. En la forma en la que se preocupa cuando no uso un abrigo adecuado, en cómo me pregunta si estoy bien o no. Y en otros detalles que hasta ahora ningún hombre me había mostrado esa parte de saber que alguien más se preocupaba por mí. Pero solo era eso. No había ni habrá nada más.—Maldición— salí corriendo a mí habitación después de darle sin querer al jarrón que decoraba uno de los muebles que yacía pegado a la pared de afuera de ese despacho, donde Lars se encontraba con aquel hombre. Que supuse que era su amigo.Por poco—me digo a mí misma al verme seguro ent
—¿Qué haces aquí? — pregunté e intento incorporarme.—Vine a devolverte la caja.Miré a esta que yacía sobre mi cama.—Gracias por el detalle, pero no puedo aceptarlo. Es demasiado para una mujer como yo.—¿Y qué clase de mujer eres tú?—Una simple. Ese abrigo le queda mejor alguien con cuerpo despampanante.Ladea la cabeza.—Sé que fuiste tú quien rompió ese jarrón que tanto apreciaba mi abuela y que me escuchaste.—Puedes descontarlo de mi sueldo.—En ese caso estarías más de ocho meses trabajando gratis.Ensanché los ojos.—Aun así, no lo haré.—Es muy considerado de su parte, como todo— miré a la caja, sé que estaba siendo sarcástica.Mi anormal comportamiento me lleva a querer matarme.—Estoy aquí para trabajar, Lars. No para gustarle a nadie, ni mucho menos a ti. Creo que tanto tú como yo tenemos los roles muy bien marcados.Se aleja de mí y camina hasta la ventana de la habitación—. Comprarte un abrigo no significa nada, necesito que no te enfermes para que tu trabajo se lleve
LARSEra normal que, al fin y al cabo, decida investigar a una mujer que, desde otro país, suplicaba un trabajo que realmente no era para tanto. No estábamos hablando de la esposa de algún rey al que se le deba cuidar. Y ella suplicaba como si mi abuela lo fuera.Me llamó la atención como una chica de tan solo veintidós años en vez de estar estudiando, para sacarse una carrera y construir un futuro, estaba buscando un trabajo en la otra punta del mundo, por decirlo así.—¿Me lo contarás?—Si ya lo sabes, ¿para qué quieres oírlo de mí?—Porque odio las mentiras, me fastidia ver como estoy interesado en una desconocida para ayudarla desinteresadamente, sin pedir nada a cambio.Dejé de acorralarla con el cuerpo y se limpia las lágrimas que, hasta ahora, había dejado caer por sus mejillas rojas por la fiebre.Martina causa estragos en mi autocontrol.¿Qué había descubierto de ella cuando inicié esa investigación?; ¡puf! Demasiadas cosas que no me creí. Y lo raro era, ¿por qué no me lo cre
MARTINAMe llena emocionalmente de sensaciones que hasta ahora no conocía. ¿Cómo era posible que él me esté ofreciendo una ayuda que no pedí? ¿Era real o estaba soñando? Estoy hablando de un hombre que si quisiera no tendría que romperse la cabeza con una empleada que acaba de conocer. Que no llevaba más de dos semanas a su lado y me estaba ofreciendo literalmente para mí el mundo. Ver a mi hijo.—¿No estás hablando en serio? — me llevé la mano al corazón porque no estaba segura si solo se trataba de una broma, para lastimarme.—Crees que bromearía con algo como eso. Incluso no iré a trabajar para llevarte.Ayer algo cambió en mi roto corazón al ver cómo me estaba tratando mientras tenía la fiebre alta. Vio de mí cada esquina de mi cuerpo, no le importó meterme en la ducha y bajarme la temperatura alta y aun así, estaba más perdida que de costumbre.—Vas a ir a ver a tu hijo y lo abrazarás. Y en el trayecto me contarás tu versión, si no quieres que me crea la verdad de otros.Negué y
LARSNo he vivido en carne propia lo que Martina estaba pasando, pero intento comprenderla y dar lo mejor de mí, ¿y por qué tanto interés por ayudar a alguien que no conocía?; (la misma pregunta que llevo haciéndome desde que supe de su existencia), no lo sé aún, quizás lo sepa, pero no me doy cuenta, pero de igual manera quería saltar al vacío con ella y devolverle por lo menos lo que le quitaron de sus brazos. El día que leí esa nota, me picó tanto la curiosidad que después de releer una y otra vez el informe que pedí sobre ella, algo sumamente raro me envolvió y hasta el día de hoy estaba haciendo lo que me latía el corazón.—¿Te sientes mejor? Ella insistió en que vinieras conmigo para recogerla— apago el motor y la miro. Se veía más compuesta.—Lo estoy— me sonrió.Cuando le dije que éramos amigos, se lo decía de verdad. No pretendo aprovecharme de su situación y pedirle algo a cambio, al menos eso no era mi plan. Como dije desde un principio, no voy a vivir la típica historia de
MARTINAEl duque era el típico hombre con las ideas bien claras, blancas o negras, sin sombras grises, ni de ningún otro color, y creo que eso era lo que más me gustaba de él.Con una sonrisa prefabricada, miré a Lars al oír que aceptaba que me quedara en su habitación. Las señoras se traían algo entre manos y la verdad es que no sabía si me gustaba o no.En medio de esas paredes ya estaba temblando por lo que estaba por venir. Iba a compartir cama con el hombre más arrollador y sexi que jamás antes había conocido, y es que su maldito encanto afecta a todas mis fibras nerviosas y no podía actuar con normalidad.—Puedo dormir en el suelo— dije y este arqueó una ceja.—¿Me tienes miedo?—No debería.—Claro que no, somos amigos y adultos. Podemos compartir una cama sin que nos toquemos.Levanta la comisura de sus labios y el calor se elevó en mi vientre. Me retuerzo en cómo me miraba e intentaba disimular lo que causaba en mí.—Mi abuela, junto a mi tía, traman algo que no les funcionará
LARSMartina y yo habíamos conectado de una manera muy especial, como si nos conociéramos desde siempre, como si ella y yo hubiéramos vivido juntos en otra vida.Tenerla en mi cama y con ese mullido pijama, me hizo ver lo sencilla que era, en cómo le daba igual lo que dijera la gente. Era arrebatadoramente inasequible.Mientras dormía, sentí como una de sus manos va parada encima de mi dorso. Ella estaba profundamente dormida, y lo supe al abrir los ojos y verla que respiraba con tranquilidad. Dormir con una mujer y en mi cama, me era muy raro, pero no quería mostrar la rareza que sentía en aquel momento que la vi bajo mis sábanas.Intenté retirar su brazo sobre mi cuerpo, pero no sirvió de nada, porque lo enredó sobre mi cuello y dejó su frente unida a mi hombro.Me dejé vencer por su tacto y volví a cerrar los ojos. Se había aferrado a mí en medio de la noche y por más que no quisiera estar en esa posición, ya lo estaba y no había remedio.Al menos por unos días.En la mañana, despe