Capítulo 3

LARS

Sé que las mentiras y la verdad nunca se acaban llevando bien, desde el primer instante que empiezas a mentir tu cuerpo segrega un sentimiento de culpabilidad que a largo plazo esté nos hará ser lo que nunca quisimos ser. Unos mentirosos.

No sé cómo ni porque sucedió, pero nada más ver a Martina, pude ver la desnudez de su alma y automáticamente sabía que algo más la había llevado a mudarse de país para trabajar en un trabajo que, quizás, no se necesite de tanto para conseguir uno igual en donde vivía.

Y yo me pregunto; ¿por qué Alemania? A caso tiene algo más que le trajo hasta a mí y no solo fue coincidencia. Y me estaré volviendo loco y realmente fue pura casualidad de la vida. Fuese como fuera, no estaba interesado en romperme la cabeza para averiguar algo que no me concierne. Mientras cuide bien a mi abuela, y sea cuidadosa en lo que hace con ella, entonces no habrá problema.

—¡Abuela, no! — negué mientras la mirada gris de la chica nos observaba sin comprender nada.

Le di el abrigo a la mujer del servicio y después le pedí que le mostrara la habitación a la señorita Navarro.

Al quedarme a solas con mi abuela, ella me sonrió y asintió. Parecía muy convencida de algo que ni siquiera se me pasó por la mente.

—Deja de enredar las cosas, abuela— le advertí con una sonrisa tomando asiento a su lado.

—Se enredarán ellas solitas. Yo solo soy una pieza de la historia, Lars.

—¡Ya, claro! Te puedo asegurar que esa joven no será más que tu cuidadora. No es mi tipo ni mucho menos lo que busco. Si es que estoy buscando algo. Porque la verdad es que no sé si quiero a alguien en mi vida o no. Y más después de estar esperando a una mujer que supuestamente iba a ser mi esposa.

Bendito día que descubrí que estaba enamorada de otro.

—El amor es así. Ella se enamoró de otro y tú lo harás de otra.

Me quedé callado y me perdí en una vida pasada donde mi padre eligió mi futuro con la hija del conde de Habsburgo. Y el destino quiso ponerse en contra de la voluntad de mí difundo padre.

—Espero que esta sea la definitiva, oma— le señalé con una sonrisa de lado mientras le llamaba abuela en alemán.

—Oh si, hijo. Te aseguro que esta es la definitiva.

Negué aun sonriendo porque entendía las intenciones de sus palabras.

—Bien. Me iré a dar un baño.

Me fui hacia mi habitación, y me deshice de la ropa y desnudo caminé hasta el baño. Bajo el agua caliente me perdí y relajé cada una de mis extremidades.

Con la toalla enredada en la cintura y de camino a mi habitación para entrar en mi vestidor, escuché la puerta de esta abrirse y sin dejar de mirar a aquella mujer que había entrado donde no debía, se asustó al verme en paños menores.

—Dios mío, señor Hoffmann, no sabía que esta era su habitación— se tapó los ojos y dio dos pasos atrás.

—¿Y por qué entró aquí, si sabe perfectamente donde se ubica la suya?

—Su abuela me pidió un libro. Me indicó que estaba en esta habitación.

Negué con la cabeza y le pedí que se destapara los ojos—. Llevo la toalla, te puedes quitar la mano de los ojos.

Mi abuela estaba intentando crear una especie de historia típica de empleada y jefe. Y a mí eso no me va.

Hizo lo que le pedí, pero sin levantar su vista del suelo.

Suspiré—. Entra y busca lo que te pidió.

Me di la vuelta y entre en mi vestidor.

La cuestión de todo esto, no es lo que mi abuela pretenda, sino la forma en la que lo quiere dar.

Ella desea verme casado y formando una familia. Ver casar al único hijo de su difunto hijo siempre fue su sueño, pero el problema es que yo no estaba dispuesto a dejar que nadie más decida por mi vida. No más.

—Terminaste— salí con un pantalón vaquero y una camisa.

Busqué en aquella estancia la figura de la chica, pero no estaba.

—¿Lista para salir? — pregunté a Rose por teléfono.

Ella era una amiga que me hacía pasar buenos ratos.

—Contigo siempre.

Colgué la llamada.

Últimamente, me pierdo en el placer que me dan otras y dejo los sentimientos de lado.

—¿Vas a salir? — preguntó mi abuela al verme.

—Sí, abuela. Te dejo en buenas manos y así os conocéis mejor— dije mirando a Martina que ocultaba su mirada para no mirarme.

Presioné los labios y dejé de observarla.

—Sabes que no tengo problemas que entren a mi habitación cuando es alguien de la casa. Pero la próxima vez avísale a Martina que estaba allí y duchándome, sobre todo para no llevarse ninguna sorpresa al verme ahí desnudo.

—Hijo, a veces la vejez me hace olvidar las cosas importantes como estas.

—Sí, será eso.

—¿Martina podemos hablar un momento?

Ella asintió y me di cuenta como se pellizcaba el dorso de su mano.

Nos alejamos del salón y con la cabeza gacha me siguió —. A veces mi madre viene a visitarnos, pero cuando lo hace mi abuela y ella empiezan a discutir. En el caso de que os sorprenda con alguna visita inesperada, y yo no esté, evita que mi abuela se altere por su presencia.

—Sí, señor.

—Puedes llamarme, Lars.

—Mejor no romper las formalidades.

—Te acabo de llamar por tu nombre, las formalidades las rompí hace unos minutos y no te diste cuenta.

—Pero, señor.

—Es una orden, Martina.

Bajo esa mirada de nuevo—. Quieres dejar de ocultar tus ojos— soné duro—. Solo quiero que dejes de intimidarte por mí. No soy el típico jefe que se cree dueño de sus empleados.

No dice nada y tomo aire para volver hablar—: No ves que tu inseguridad deja tu alma desnuda ante mi mirada. Te puedo leer incluso cuando no dices nada.

—Se equivoca, señor. Soy segura en cada uno de mis pasos.

—Entonces demuéstrame que me equivoco.

—Lo hace, señor... digo, Lars.

Curvo de lado mis labios y ella me sujeta la mirada.

—Está mirada, está mejor.

—Es la única que tengo.

—Eso es mentira. No es la única.

Me pongo el abrigo y antes de salir digo una última cosa—: no te dejes enredar por mi abuela. A veces puede ser un poco insistente en lo que quiere. Que tenga una excelente tarde, Martina.

Cerré la puerta a mis espaldas y con una sonrisa camino hasta mi deportivo Bugatti.

Al parecer me esperan momentos absurdos en mi casa como lo que acababa de pasar hace rato por culpa de mi anciana abuela.

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