Rous tenía una inocencia que se reflejaba en su rostro; sin ningún rastro de maquillaje y sin algún indicio de ser la esposa del heredero del Alfa y de una gran fortuna se asomó a la sala fúnebre donde tenían a Jeremith. Su corazón se encogió cuando percibió el aroma de las flores que había en cada rincón; al observar el ataúd en el fondo de la sala sintió que un gran abismo se abría en su estómago. Un sentimiento de negación se alzó en su ser con mucha fuerza.
“Jeremith no puede estar muerto” Sus ojos se llenaron de lágrimas y sus pies se petrificaron, ella se paralizó y no pudo continuar su marcha.
El señor Rémington, quien era el abuelo de Jeremith y el Alfa de la manada Hochfinster, tenía una gran aflicción en su rostro; su nieto favorito y su heredero había muerto, él estaba desbastado. Elisa la hermana de Jeremith se percató de la presencia de Rous en la puerta y le dijo su abuelo:
—Mira quien se atrevió a aparecerse. —El viejo volteó a mirar hacia la puerta y vio a Rous; con todo el odio que emanaba de su arrogante alma se levantó de la silla, frunció el par de cejas gruesas y rubias, olvidó que se encontraba en público y no pensó que todos los observaban, delante de los presentes y con un tono imperante señaló a la joven y le dijo:
—¿Cómo se atreve a presentarse en este lugar desvergonzada? —Todos voltearon a mirar a Rous. Usted no tiene nada que hacer aquí, así que lárguese por donde vino.
Rous se sintió un tanto peor de lo que ya estaba y su frágil cuerpo quedó estupefacto en el umbral de la puerta. Ella desvío la mirada y sus ojos se toparon con los de Annie y Gabriel que estaban junto al abuelo; el par de hermanos eran primos de Jeremith.
Gabriel para calmar a al abuelo le dijo:
—Abuelo recuerda que ella es su esposa, trata de tranquilizarte, además estas enfermo del corazón. —Elisa con su cuerpo espigado y el cabello muy liso hasta la cintura le dijo a su primo:
—Esa trepadora no tiene derecho de estar aquí, todos conocen que se casó con él solo por su dinero y su posición. —Ella señaló a Bridget que estaba frente al ataúd haciendo el duelo como si ella fuera la viuda.
—Aquí la única que tiene derecho de estar presente es Bridget, su verdadera prometida; no esa muerta de hambre que apreció en la vida de mi hermano de repente y que le hizo quién sabe qué para embrujarlo.
Vera, la abuela Jeremith estaba al otro lado de la sala con dos de sus amigas. Ella era una mujer muy elegante y arraigada a las normas de comportamiento social de la clase alta a la que siempre perteneció. La dama se percató al igual que todos del bochornoso escándalo que estaba haciendo su esposo. Cruzó la sala y se acercó a él.
—¿Qué haces Reymond? Nos estás haciendo quedar en ridículo, ¿acaso olvidas que eres el Alfa? —Elisa intervino:
—Abuela, es que esa omega se atrevió a presentarse aquí delante de todos.
—Bueno, que alguien se la lleve.
Annie los observaba desde su silla, se puso de pie y agarró a su hermano del hombro.
—Vamos afuera con Rous. Este no es lugar para que discutan.
—Haces bien Annie. —Dijo la dama—. Al menos tú aún conservas la sensatez.
El par de hermanos se acercaron a Rous que aun permanecía inmóvil mientras casi todos la observaban como si fuera una novedosa atracción de circo. Pues ya se había regado la voz por todo el círculo social de los Remington que Jeremith en un arranque de locura se había casado con una joven que conoció apenas hacía algunas semanas y de paso provenía de una familia de omegas, dejando a su prometida casi plantada en el altar, pues Bridget, una hermosa heredera de la familia Harrison ya tenía listo el ajuar de la novia, las invitaciones estaban por ser enviadas en algunas semanas. Nadie podía comprender como perfeccionista y calculador heredero de Remington había tomado semejante determinación y decidió en un arranque de locura casarse con una mujer de tan baja categoría social según a su parecer.
Algunos comentaban que la había embarazado, aun así eso no era una razón de peso para que dejara a la pobre Bridget plantada; se sabía que estaba muy enamorada de él, además era la hija de uno de los hombres más ricos y acaudalados de la manada.
El par de hermanos llevaron a Rous afuera, se dirigieron a la mezzanina y se sentaron a beber un té.
—Rous disculpa a nuestro abuelo. —Dijo Gabriel apenado.
—No te preocupes —Dijo ella con la voz apagada—. Sé que fue atrevido de mi parte incomodar así a tu familia. —Annie agregó:
—No Rous, tú eras su esposa, tienes tanto derecho como nosotros de despedirte de Jeremith.
—No importa, después podré ir a su tumba a llevarle flores. —Gabriel le dijo:
—Tengo una idea, puedes despedirte de Jeremith en la noche cuando todos se vayan a descansar. Pasaré Buscándote a tu casa.
—Gracias Gabriel. —Él le agarró la mano y la miró a los ojos.
—Quiero que cuentes conmigo… y con mi hermana.
—Gracias; contar con ustedes me da mucho consuelo.
En la sala velatoria Bridget no quería apartarse del ataúd, lloraba haciendo pucheros como niña consentida. Pero sus padres después de ver a Rous sintieron vergüenza, no con la viuda, sino con sus conocidos del círculo social que de seguro ya habían empezado a hacer comentarios de mal gusto acerca de su hija.
Su padre, el señor Petter se acercó a Bridget y la agarró del brazo.
—Vamos hija, volvamos a casa. —Ella levantó su quebrantado rostro y lo miró con sus ojos grandes y llorosos.
—No papá, quiero estar con Jeremith.
—Su esposa llegó.
—¿Su esposa? ¿Cuál esposa?
—Recuerda que se casó con otra un día antes de morir.
—No, me rehúso a creerlo. Él me amaba a mí, siempre me decía que yo era su princesita, su muñeca.
—No hija, si te hubiera amado no se habría casado con otra sin haber roto el compromiso contigo como es debido. —Él la jaló del brazo y la sacó de la sala. Elisa los siguió hasta el pasillo y allí abrazó a Bridget, ellas eran muy amigas.
—¿Qué sucede señor Petter?
—Nos vamos a casa, Bridget no tiene nada que hacer aquí, ya llegó la esposa de Jeremith.
—Bridget tiene más derecho que esa mujer de llorar su muerte.
—No lo tiene, todos aquí conocen perfectamente que es otra mujer la que tiene que estar frente a ese ataúd llorando por tu hermano; con sus acciones Jeremith demostró que mi hija no tenía ninguna importancia para él.
—Señor Petter, todo esto es una confusión.
—No Elisa, ya tu abuelo me contó todo con lujos y detalles, y no pienso permitir que Bridget siga doblegando su orgullo delante de toda la gente que nos conoce, los que deben soportar la vergüenza pública por las alocadas decisiones de Jeremith debe ser la familia Remington, nosotros no tenemos por qué hacerlo. Con permiso —Él Jaló a su hija—. Vamos a casa Bridget.
Bridget se quedó mirando a Elisa con sus mejillas húmedas de lágrimas mientras su padre la llevó a rastras hasta el exterior de la funeraria.
***
Por la noche Gabriel llegó a la casa de la familia de Rous, ya era más de las nueve, a esa hora todos habían comenzado a retirarse de la funeraria.
Ethan el abuelo de Rous recibió al joven en la sala de su casa.
—Abuelo, él es Gabriel Rémington, era primo de Jeremith y su mejor amigo. —Se estrecharon la mano.
—Mucho gusto joven.
—El placer es mío señor Ethan. En realidad no era el mejor amigo de Jeremith, de echo lo fue mi primo Alan, siempre andábamos los tres, pero Alan era su confidente. —Rous le dijo:
—Siempre creí que tú eras su confidente.
—Yo diría que más bien éramos socios… ya sabes, en los asuntos de los negocios de la familia. ¿Bueno, nos vamos?
—Sí.
—Que pase buenas noches señor Ethan.
—Igualmente joven, y gracias por lo que usted hace por mi nieta.
—Le tengo mucho aprecio a su nieta, quiero que ella siempre cuente conmigo.
—Me alegra en verdad, ella necesita todo el apoyo posible con lo que está sufriendo.
Cuando llegaron a la funeraria, el guardia le abrió la sala a Gabriel que iba con Rous. Él la dejó sola para que tuviera un momento íntimo con su difunto esposo.
—Te espero afuera en el pasillo.
—Gracias Gabriel. —Él le agarró la mano.
—No dudes en acudir a mi cuando lo necesites. —Ella lo miró con ojos tristes por su luto.
—Te agradezco.
Como el cuerpo de Jeremith fue hallado en avanzado estado de descomposición, no se podía abrir el ataúd. Rous se acercó acongojada, aun había en ella un gran sentimiento de negación, sentía que su mate no estaba en ese ataúd, pero a su vez sabía que la realidad estaba frente a sus ojos, por más que su corazón deseara lo contrario la verdad era que él estaba muerto, y esa sería la despedida; sin ver su rostro, sin poder al menos tocar sus manos.
Rous se preguntaba como continuaría su vida sin su mate, veía para si un porvenir vacío, sin ningún sentido y carente de ilusiones. Se puso a llorar recordando lo maravilloso que era Jeremith; podía oír su voz, su risa, podía recordar sus bromas.
Sus recuerdos contrastaban con el presente triste, turbio y arrasador de emociones.
—Te extrañaré tanto Jeremith. —Fueron las únicas palabras que salieron de su boca en medio de sollozos, después inclinó su rostro y besó la tapa del ataúd, expresando así el gran amor que sentía por él. Se enderezó de nuevo, sus ojos estaban brillantes cargados de lágrimas.
—Adiós amado esposo… mi mate.
Los días siguientes días Rous fue en repetidas ocasiones a visitar la tumba de Jeremith, allí renovaba las flores que se habían marchitado; después permanecía un rato contemplando la lápida donde estaba grabado el nombre de su mate en letras doradas. Sus sentidos agudizados por la depresión percibían el reinante silencio y soledad que rodeaba el entorno, tal y como se encontraba su alma. En los ojos de Rous se podía apreciar una gran tristeza, éstos ya no tenían lágrimas para llorar. *** El abuelo que rechazó rotundamente a Rous desde que se enteró que su nieto se iba a casar con ella, se encargó de hacerles la vida imposible a la muchacha y a toda su familia. No estaba conforme con que Jeremith y Rous hubieran hecho la división de bienes antes de contraer matrimonio. Estaba muy enojado y Elisa con veneno en sus parrabas se encargó de alimentar su ira contra la joven viuda. A Rous no le importaba el dinero de su esposo, pero nunca se imaginó la persec
Después del incidente con Elisa cargaron las pocas pertenencias que ella tenía en la casa de donde se suponía viviría con su esposo. El abuelo y su tía se fueron afuera. Ella quería pasar un momento a solas en la casa que estaba cargada de muchos recuerdos. Fue al salón de piano de Jeremith, entró allí caminado despacio como si necesitara permiso para a hacerlo. La habitación se sentía tan sola y silenciosa, triste como estaba el corazón de Rous en ese momento. Encima del piano había un portarretrato donde estaba Jeremith tocando su adorado piano. La foto la había tomado Rous días antes de él morir, Jeremith estaba tan sonriente ese día. Aquella alegría reflejada en la imagen contrastaba con la tristeza en la que Rous estaba sumida en ese momento. Con sus ojos puestos sobre esa foto sus lágrimas sin pedir permiso comenzaron a bajar por su rostro, sintió un duro golpe en el pecho al pensar que nunca más volvería a oír su risa, su voz, sus bromas,
El alfa se encargó de despedir a todos los empleados que eran familia de Rous, no solo los que trabajaban en esa región, sino los que tenían algunos puestos dentro de las empresas en distintos estados del país, lo cual atrajo hacia la joven problemas extras con su propia familia que la culpaban por sus desgracias económicas y laborales. Rous que sufría fuertemente la muerte de su esposo, no recibió el consuelo de su familia, solo recibió de ellos reproches. ‹‹Eres una inconsciente, por tu vanidad ahora todos estamos pagando" ‹‹¿Si Jeremith te quería por qué te dejó tan desprotegida?›› Decían sus primos reprochándole la situación en la que se encontraban para entonces, ella no les respondía, parecía no oír sus duras afirmaciones. Pasaron algunos días; Loren, la hija de Sabrina fue la última en ser despedida de las empresas Remington, ella no vivía en casa de su familia, pero enojada fue a quejarse con el abuelo y el res
2 MESES DESPUÉS La abuela Vera oyó comentarios desagradables en contra del Alfa, Estos se debían a la persecución que el viejo Jeremith estaba contra de Rous y su familia y supo que los miembros de la manada estaban haciendo comentarios poco favorables acerca de su líder, catalogándolo como un ser injusto y autoritario. Siendo ella la Luna de la manada no podía permitir que su esposo cometiera semejante tontería dañando la reputación de su familia. Como el Alfa siempre estaba ocupado dirigiendo los asuntos de la manada o las empresas, ella decidió desayunar a solas con él en el jardín y hablar del asunto mientras comían. Primero desayunaron, después ella le dijo: —Quiero que hablemos un asunto antes que te vayas a trabajar. —Él tomó la servilleta y la pasó por su boca. —¿De qué se trata? —Se trata de lo que estás haciéndole a la familia de Rous, ¿Cómo has podido dejarlos sin sus empleo? ya todos en la manada comentan que eres muy injus
La vida de Jeremith era una gran alegría para todos en casa, pero esta fue opacada por la muerte del abuelo. Sin embargo para algunos miembros había más preocupaciones por los asuntos de la herencia y el futuro de la dirección de las empresas, ya que era obvio que estas quedarían en manos de Jeremith Reymond, además del liderazgo de la manada. El joven había regresado para dominar. Eso no era secreto para nadie, aunque muchos de los miembros de la familia no estaban de acuerdo en que el caprichoso Jeremith tomara el control de la fortuna y las empresas; sobre todo sus tíos que creían que por derecho propio de ser hijos debían ser ellos los que tomaran el control, y no el nieto favorito del viejo. Pero Jeremith no era un turroncito de azúcar al que ellos pudieran hacerle oposición, el tipo solo contaba con 29 años de edad, pero era una roca contra la que muchos se habían estrellado; y los que habían intentado oponerse en su camino habían salido mu
Por algunos días Jeremith prefirió no conocer a su supuesta esposa, sin embargo no podía evitar sentir curiosidad y ganas de saber cómo era ella. Días después de su regreso mando a buscarla. Rous se encontraba en la granja de su familia a varias horas de distancia. Habían transcurrido tres meses desde la muerte de Jeremith. Ella ya no estaba tan afligida, pero lo extrañaba mucho y lo tenía en sus pensamientos a toda hora y en todo momento; incluso dormida soñaba con él. Una tarde muy asoleada se animó de ir al arroyo. Le avisó a la tía Loren. —Iré al arroyo tía. —¿Pero vas sola? ¿No es mejor que esperes que tus primos estén aquí y te acompañen? —No te preocupes tía, me vendrá bien estar a solas un rato. —Te pondrás triste. —Siempre lo estoy, pero estar a solas con mis pensamientos me ayuda a reconfortante. Me iré en el cabello de Carl. Se puso un vestido fresco, unas sandalias y amarró su cabello de manera descuidada. S
Arribaron al territorio de la manada Hochfisnter. Un auto los esperaba en el helipuerto, George de inmediato la llevó a la mansión. Hans el mayordomo salió a recibirlos. —Hans por favor lleva a la señora a la habitación para descanse mientras el señor Jeremith regresa. —En seguida. ¿La llevo a la habitación del señor Jeremith? —George miró a la joven por unos segundos, después al mayordomo. —Mejor asígnale otra mientras él da sus instrucciones. Hans mandó a preparar una habitación, como ella no había almorzado el mayordomo ordenó que le sirvieran. Mientras comió sola en el gran comedor, Rous se preguntó por qué Jeremith no había estado para recibirla, el esposo que recordaba lo habría hecho, incluso él mismo habría ido a buscarla a la granja, ese era el patrón de comportamiento que conocía de él. Jeremith no era de esos tipos que acostumbraba a enviar a otros a hacer sus cosas, menos aún si se trataba de la mujer que tanto amaba. <
Más tarde Gabriel se retiró a su habitación y Alan se marchó a su apartamento de soltero; Jeremith se quedó a solas en la biblioteca pensando en cómo abordar su primer encuentro con Rous; no lo lograba comprender, pero estaba muy turbado por la situación. Envió al mayordomo por ella. Hans llamó a la puerta de la habitación en donde se encontraba Rous. —Señora Remington, su esposo desea verla en el despacho. Rous se puso de pie casi brincado de la emoción que tenía, sus ojos parecían un par de chispas a punto de volar de la alegría junto con una alegre sonrisa que se dibujó en su cara. Hans la condujo hasta abajo y la dejó frente a la puerta de madera del estudio. Tocó un par de veces. —Señor aquí está su esposa. —Él gritó desde adentro. —Déjala pasar y retírate Hans. Que nadie me interrumpa. —Como usted mande señor. —Hans abrió la puerta. —Siga adelante señora Remington. —Ella ingresó al estudio, el cual no