Capítulo 18
Todos los objetos afilados de la habitación: tijeras, cuchillos, tenedores... fueron retirados por Marina.

Catalina, como una muñeca de trapo, comía, tomaba medicinas y recibía suero mecánicamente cada día. Las enfermeras revisaban su cuerpo. Sus ojos no tenían brillo alguno.

Pensó durante tres días, sin entender cómo sus ojos pudieron fijarse en Mateo en primer lugar.

Aún no le habían devuelto su teléfono. Mirando por la ventana, vio más de veinte guardias bloqueando todas las salidas de los Jiménez. Había cámaras por todos los rincones, incluso en su dormitorio.

Mateo era realmente un enfermo, vigilando su vida las 24 horas sin punto ciego.

No lloró ni gritó, sabiendo que sería inútil. Las cosas ya no podían revertirse.

Los primeros dos días y medio, la comida que le traían parecía deliciosa, pero su estómago estaba revuelto y no podía comer.

Marina no pudo evitar decir:

—Señorita Jiménez, por favor coma algo. Si come y mejora, el señor Herrera la dejará salir.

Aunque Marina no sabí
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