—Es una gran lástima lo que sucedió con el señor Rivera, siempre fue una inspiración para mí, un modelo a seguir —murmura un apuesto hombre de cabello castaño y elegante traje gris recorriendo la sala de estar de la mansión del difunto.
—Todos sentimos esa pérdida, el señor Rivera siempre ha sido un pilar de la comunidad, un hombre que hizo mucho bien —coincide el banquero queriendo congraciarse con ese potencial comprador que ha hecho una generosa oferta por la mansión y la Farmacéutica.—Sí, era un buen hombre… sin duda no era él quien se merecía dejar esta vida —murmura el hombre observando con cierto disgusto un cuadro en el que han sido retratados padre e hija sentados en la sala de estar junto a la chimenea.—Es algo sobre lo que uno no puede tener control, ¿Acaso planea seguir con su legado? —pregunta el banquero sintiendo curiosidad por las intenciones de ese magnate de hacerse con esas posesiones.—Para nada, esa debería ser la labor de su descendencia, aunque a la luz de las pruebas parece que ese apellido morirá en el olvido dentro de muy poco tiempo —declara el joven con una media sonrisa en los labios al disfrutar de lo que conlleva esa posibilidad.—¡Obviamente no tiene ni idea de lo que habla, es más factible que el cielo se caiga a que el mundo olvide a los Rivera! —protesta Elizabeth bajando de la escalera arrastrando una pesada valija tras de sí, mirando con reproche a los hombres que siquiera se molestan en ofrecerse para ayudarla.—¿Aún sigue aquí? Creí que ya había terminado de sacar sus pertenencias… —comenta el banquero entre dientes teniendo que su cliente pueda llegar a ser espantado por esa desagradable presencia.—¡Es increíble lo que le están haciendo a mi familia! El cuerpo de mi padre apenas ha sido enterrado y ya están como buitres rondando lo que poseía —espeta la mujer llegando al pie de la escalera dedicándole una mirada de desprecio a ambos hombres.—El Banco solo está saldando las deudas dejadas por su padre, señorita Rivera. Tenemos todo el amparo de la ley para hacer esto, aunque eso no le guste —declara el hombre queriendo dejar en claro delante del comprador que todo se está haciendo de forma legal.—¿Señorita Rivera? —pregunta el empresario paseándola una mirada fría desde el cuadro de la pared hacia ella, como queriendo confirmar que es la mimas persona.—¡Sí, Elizabeth Rivera, una victima de estos… buitres, y según veo también de usted que se pasea por mi casa como si ya fuese su dueño! —señala la heredera sin ocultar su desagrado hacia ese desconocido.—¡No ofenda a este buen señor! ¡Al menos debería tener la decencia de respetar a los demás, sobre todo cuando ha pasado a ser prácticamente una indigente que no tiene donde caerse muerta! —explota el banquero habiéndose agotado su paciencia ante la incapacidad de esa muchacha para poner los pies sobre la tierra.Esas palabras impactan en el pecho de Elizabeth como si fuesen puñetazos, logrando quizás por primera vez en su vida, callarla. Sintiendo un nudo en la garganta baja la cabeza con impotencia para ocultar sus ojos llorosos, aprieta los puños a los lados de su cuerpo tratando de no perder la compostura, procurando no perder su dignidad, ya que después de todo eso es lo único que le queda.—Podría quedarse… —murmura el empresario haciendo que la muchacha levante la mirada con cierta timidez, dispuesta a abrazar a ese extraño que se ha apiadado de ella.—¿Qué? No hay ninguna necesidad de que tenga que cargar con esa responsabilidad, el Banco ha embargado las propiedades bajo el amparo de la ley… —comienza a explicar el banquero teniendo que haya habido un malentendido.—Puede quedarse como la ama de llaves, esta mansión necesitará de limpieza y que se lleven a cabo las tareas domesticas, y yo no tiempo para ocuparme de eso —declara el hombre castaño mirando con frialdad a la muchacha cuyo rostro comienza a enrojecer por la indignación.—¡¿Me ha tomado por una sirvienta?! ¡¿Acaso no tiene idea de con quién está hablando?! ¡Soy Elizabeth Rivera, heredera de una de las familias más prestigiosas del país! —protesta Elizabeth con tanta furia que siente que podría hasta golpear a ese cínico hombre.—¡Usted es una muchacha sin dinero, sin un techo, y estoy seguro que sin ninguna habilidad para conseguir un trabajo digno! Si al menos tienes algo de cerebro, deberías tragarte tu orgullo y aceptar esta muy generosa propuesta —indica el banquero mirándola con severidad, aunque él mismo no le confiaría a esa muchacha siquiera hacer las compras en el supermercado.Elizabeth se muerde el labio inferior con rabia hasta sentir el sabor de su propia sangre, no puede creer que ese par quieran denigrarla de esa manera. Ella, la heredera Rivera, una mujer de su clase teniendo que aceptar convertirse en una sirvienta para poder sobrevivir, dentro suyo su orgullo exige a gritos que no se atreva a rebajarse de esa manera, pero por otro lado es consciente de que no tiene más opción que agachar la cabeza.—Es-está bien… acepto… —murmura la joven entre dientes, sintiendo que está viviendo la mayor humillación de su vida—. Volveré a llevar mis cosas a mi habitación, y luego me dirá lo que espera que haga.—Tengo entendido que hay una casa para la servidumbre, es allí a donde debería llevar sus cosas, de ahora en más esta Mansión es su lugar de trabajo, no su casa —señala el empresario con cierto brillo de diversión en su mirada al ser él quien marque eso ahora.—S-sí… señor… —susurra Elizabeth sintiendo las lagrimas de impotencia inundándole la mirada, sabiendo que no hay nada más que pueda hacer—. ¿Cómo debería llamarlo?—Víctor Torres —responde el nuevo dueño de la mansión girándose para seguir con su recorrido por nueva propiedad.—Víctor… Torres… ya he escuchado ese nombre antes —murmura la mujer tratando de recordar de dónde se le hace conocido, arrugando la frente se esfuerza por recordar, hasta que sus ojos se abren con sorpresa al descubrirlo, ese… ese era el hijo de la ama de llaves.Al oír el sonido de la alarma de su teléfono, Elizabeth la apaga y se gira en su nueva cama para seguir durmiendo. Sin embargo, al cabo de cinco minutos su celular comienza a sonar anunciando una llamada, al mirar con los ojos entreabiertos el emoji de demonio con el que ha agendado ese numero suelta un gruñido de molestia.—Se supone que deberías estar en la cocina haciendo el desayuno, por ahora solo te pediré un par de tostadas y un café, pues no creo que sepas hacer ninguna otra cosa —ordena Víctor cortando la llamada en cuanto termina con su pedido.Soltando un chillido de enojo, la muchacha se sienta en la cama arrojando su teléfono contra la almohada. Mordiéndose el labio con impotencia mira a su alrededor la simple habitación en la que se encuentra, una que le resulta tan pequeña como una caja de zapatos, aunque la verdad es que no puede decir que podría haber hallado algo mejor. Sobre todo porque todos sus antiguos amigos parecen haberse esfumado desde la muerte de su padre,
—¡Demonios! —chilla Elizabeth al cortarse el dedo en su intento por picar unas verduras para hacer una salsa que ha mirado por internet.Poniendo el dedo bajo el agua del grifo siente unas lagrimas de frustración asomándose en sus ojos, si bien tomó la decisión de quedarse, lo cual ha significado tragarse su orgullo, aún no puede creer que se encuentre en esa situación. Puede que debiese sentirse afortunada de tener un lugar en el que quedarse y comer, pero el hecho de tener que ser la mucama del hijo de los sirvientes le revuelve el estomago.—Deberías tener más cuidado con los cuchillos —murmura Víctor abriendo la heladera para sacar una manzana a la que le da un mordisco sentándose en el taburete de la mesada para ojear unos papeles.—Estoy bien, solo ha sido un pequeño corte, no hay que preocuparse —responde la mujer fríamente, negándose a aceptar su condescendencia luego de la manera en que la trató esa tarde.—Lo que me preocupa es que la comida quede llena de sangre, eso sería
—¡¿Quién demonios se ha creído ese tipo?! ¡Solo porque ahora tiene un poco de dinero piensa que puede ser mi dueño, pero no, nadie es dueño de Elizabeth Rivera! —grita Elizabeth dando un largo trago a una botella de whisky mientras conduce como desquiciada en la ruta.Luego de la encendida discusión con su jefe, no pudo más que sentir que ya no podía soportarlo más, ella no estaba hecha para esa vida de sirvienta, y mucho menos para que alguien la menospreciara de esa forma. Por lo que entrando a la oficina que solía ser de su padre tomó la bebida más cara, y yendo al garaje salió conduciendo el Mercedes negro que debió costarle una fortuna a su empleador. Lo cierto es que no tiene un rumbo fijo, y llevando bebida media botella ni siquiera está segura de en donde se encuentra. Lo único que le importa es alejarse cuanto pueda de ese hombre y de la casa que alguna vez fue su hogar, pero que ahora le resulta una especie de cárcel.—¡Cree que no soy capaz de… de cuidarme por mí misma, p-
Elizabeth se mira en el espejo del pasillo una vez más, llevando las toallas recién lavadas en las manos. Aun le cuesta trabajo aceptar que esa es su nueva imagen, aunque ahora ya no le queda más remedio que resignarse, ya que no solo no tiene a donde ir, sino que le debe una fortuna a su jefe por haberle estrellado el vehículo.—Pero no pienso usar el tonto uniforme de mucama, incluso aunque me vería muy sexy —murmura la mujer considerando que el jean ajustado y la blusa celeste son un buen conjunto para hacer su trabajo.Al entrar en la habitación de su jefe, Elizabeth escucha la ducha prendida viendo la puerta del baño entreabierta. Sintiendo un cosquilleo en el estomago comienza a acercarse lentamente hacia la puerta para mirar a través del espacio, algo que si bien su sentido común le indica que no debe hacerlo, el resto de su cuerpo no parece estar de acuerdo. Lentamente extiende su mano hacia la puerta para empujarla un poco más, y que no le impida ver lo que desea.Sin embargo
—¿Qué estas diciendo? ¿Acaso te has vuelto loca, mujer? —cuestiona Víctor sintiendo un nudo en la garganta, sentándose en el borde del sillón con ansiedad por comprender lo que su madre acaba de decirle.—No es algo de lo que pueda sentirme orgullosa, de hecho me gustaría habérmelo llevado a la tumba. Pero me he visto obligada a revelarlo antes de que ustedes… que cometan un error, es algo que me ha estado quitando el sueño desde que supe que Elizabeth estaba aquí —asegura Ana con la voz empañada, bajando la cabeza con vergüenza al tener que revelar un secreto de esa magnitud.—Por favor, mamá, explícame lo que me has dicho, porque juro que no te entiendo —exige el empresario entrelazando sus dedos en un intento de mantener la calma ante lo que ha oído.—En una ocasión tu padre y yo nos habíamos dado un tiempo, las cosas no iban bien entre nosotros. Y en ese tiempo el matrimonio Rivera estaba pasando por algo similar, yo me sentía sola, vulnerable, una cosa llevo a la otra… y entre el
—Buenos días, señor Víctor —saluda Elizabeth con frialdad al entrar en la cocina y verlo tomando una taza de café mientras ojea el periódico.—Buenos días, Elizabeth. Solo tomaré este café antes de irme, así que no te molestes en preparar otra cosa —indica el empresario sin quitar la mirada de su lectura, tratando de ocultar las ojeras que le han dejado una noche en la que apenas pudo pegar ojo al dar vueltas a lo que su madre le reveló.—Esta bien, es bueno saberlo, así podré ir a ocuparme de otras áreas de la mansión —declara la mujer deseando poder evitarlo todo cuanto le sea posible, sobre todo al ver que prosigue en hacer desaparecer la calidez que había surgido entre ellos.—Estoy considerando que quizás sea buena idea contratar más personal domestico para que te ayude con tus tareas, esta es una gran mansión y puede que sea mucho para una persona sola —comenta Víctor que ha considerado que con más personas en la casa podrá evitar más fácilmente quedarse a solas con ella, y por
Teniendo en el horno unas presas de cordero rebozadas con varias especias, siguiendo al pie de la letra una receta de internet, Elizabeth dobla la ropa que su jefe ha dejado encima de un sillón al volver a la mansión. Por unos segundos inhala el aroma marino de su colonia sintiendo un hormigueo recorriéndole el cuerpo, permitiéndose incluso por un momento cerrar los ojos y sumergirse en el recuerdo de cuando sus cuerpos estuvieron tan cerca.A pesar de lo mucho que ha intentado borrar eso de su mente, de obligar a su cuerpo dejar de ser influenciado por lo que sintió en ese momento, le ha resultado imposible. Cada vez que lo tiene cerca, cuando siente el olor de su colonia, todo su cuerpo se revoluciona, es como si simplemente ya no fuese dueña de sus impulsos, y mucho menos de sus sentimientos.—Pero desde que eso pasó él procura evitarme a toda costa, y no puedo determinar si se trata de porque se avergüenza de casi involucrarse con su empleada, o si tiene que ver con la visita de s
Haciendo las compras en el supermercado, Elizabeth se encuentra poniendo un par de manzanas en una bolsa, si mal no recuerda a su jefe solía gustarle una tarta de manzana que su madre le hacia de niño. Y ha pensado que quizás si logra replicarla, eso podría ayudar a mejorar un poco su convivencia, o al menos que deje de verla como si fuese una especie de monstruo acechante.—¿Buscando los ingredientes para otra deliciosa comida? —pregunta Luis con una gran sonrisa deteniéndose con su chango de compras junto a la mujer.—Oh, hola, solo para un intento de postre. No se me hubiese ocurrido que fuese un hombre que hace sus compras —murmura Elizabeth algo sorprendida de encontrárselo allí, sobre todo al ver cierta ansiedad en su mirada.—Bueno, los hombres solteros también tenemos que comer —responde el hombre con un tono bromista cumpliendo con su objetivo de robarle una sonrisa.—Claro, como todo el mundo. Es solo que me sorprendió, supuse que al igual que su socio tendría alguien que se