Al oír el sonido de la alarma de su teléfono, Elizabeth la apaga y se gira en su nueva cama para seguir durmiendo. Sin embargo, al cabo de cinco minutos su celular comienza a sonar anunciando una llamada, al mirar con los ojos entreabiertos el emoji de demonio con el que ha agendado ese numero suelta un gruñido de molestia.
—Se supone que deberías estar en la cocina haciendo el desayuno, por ahora solo te pediré un par de tostadas y un café, pues no creo que sepas hacer ninguna otra cosa —ordena Víctor cortando la llamada en cuanto termina con su pedido.Soltando un chillido de enojo, la muchacha se sienta en la cama arrojando su teléfono contra la almohada. Mordiéndose el labio con impotencia mira a su alrededor la simple habitación en la que se encuentra, una que le resulta tan pequeña como una caja de zapatos, aunque la verdad es que no puede decir que podría haber hallado algo mejor. Sobre todo porque todos sus antiguos amigos parecen haberse esfumado desde la muerte de su padre, o mejor dicho desde que se enteraron que lo único que había heredado eran deudas.—¿Qué has hecho qué? —exclama una sorprendida voz femenina a través de la línea telefónica.—Creo que es hora de que sepa lo que es la vida real, le voy hacer vivir en carne propia todo aquello por lo que te hizo pasar a ti —declara Víctor a su madre, decidido a cobrarse todos esos años de humillaciones y desprecio.—No necesitas rebajarte a su nivel, hijo. Tú estás por encima de todo eso, y no es la forma en que te eduqué —protesta Ana intentando hacer entrar en razón a su hijo.—Tienes razón, no lo necesito, pero quiero hacerlo. Va a aprender que la vida real es muy diferente a esa burbuja en la que vivió toda su vida —asegura el empresario con una gran sed de venganza, de hacer justicia a todo el daño que les hizo.—Eres terco como una mula, solo… no te sobrepases, puede que aprender un poco de lo que es el trabajo duro le resulte incluso provechoso. Pero tenle piedad aunque sea por respeto al señor Rivera, recuerda que él te ayudó mucho —pide la madre sin poder esconder su preocupación ante la ocurrencia de su hijo.—Buen día —saluda secamente Elizabeth al entrar en la cocina y ver a su jefe sentado en un taburete con el diario sobre la mesada.—¿Acaso estás saludando a la cocina, a los platos, o a qué? —cuestiona Víctor con un tono de voz cargado de reclamo.—Buen día, señor Torres —se corrige la muchacha esbozando una sonrisa forzada para no recibir otro reclamo, ya que bastante malo le resulta que la hayan hecho levantarse a las 6:30 de la mañana.—El respeto es lo primordial en toda relación, sobre todo cuando tratas con la persona que te paga —indica Víctor siguiendo con la mirada a la mujer que parece tensionarse ante sus palabras.—Siento haberlo ofendido, creí que los hombres de negocio eran menos sensibles —replica Elizabeth con un tono acido colocando el pan en la tostadora mientras sirve una taza de café de la cafetera.—Hay cosas que uno puede dejar pasar, pero la falta de respeto no es una de ella. De lo contrario esa persona se hará la errónea idea de que está por encima de los demás, algo que no es correcto, sobre todo ante los inesperados giros que la vida puede llegar a dar —plantea el empresario esbozando una media sonrisa cargada de malicia al ver que la aludida comprende que se refiere a ella.—Lo estás disfrutando, ¿verdad? —cuestiona la mujer colocando con las manos temblorosas la bandeja de desayuno frente a su jefe.—¿Crees que lo hago, o qué debería hacerlo? —pregunta Víctor clavando su mirada en su empleada que parece tener una mezcla de enojo e impotencia.—Sé que no me ofreciste este trabajo por caridad, ni mucho menos por lástima. ¡Creo que lo que estás buscando es humillarme y denigrarme, tratarme como yo los trataba a ustedes! —expone Elizabeth parada con la cabeza gacha frente a su jefe para que no vea la impotencia que refleja su expresión.—Y eso es lo que crees que quiero, ¿Por qué te has quedado? —plantea el empresario con seriedad, tomando un sorbo del café que se le ha servido.—¿P-por qué? Porque no tengo más opción, no tengo otro lugar al que ir, ni mucho menos de qué vivir. Lo único que puedo hacer es soportar la humillación de vivir de esta manera —solloza la mujer cerrando los puños a los lados de su cuerpo, sintiendo la rabia de haber quedado en esa situación, odiando incluso a su padre que la ha dejado desamparada.—¡No eres una esclava aquí, puedes salir por esa puerta y enfrentarte al mundo como lo hacen millones de personas a diario, hay muchas personas que podrían ocupar tu lugar! —reclama Víctor apretando los dientes ante el hecho de que ella considere que ese puesto de trabajo es humillante.—N-no… no puedo, este es mi hogar, no quiero dejarlo, incluso aunque ahora mi lugar sea como el servicio domestico y no como la dueña —reconoce Elizabeth que ante la pérdida de su padre ha quedado completamente sola en el mundo, por lo que no puede hacer más que aferrarse a ese lugar.Al verla tan frágil, Víctor siente el impulso de contenerla, o incluso de ofrecerle quedarse allí como una invitada. Pero ante el recuerdo de los sufrimientos de su niñez, se obliga a endurecer su corazón, a no olvidar que ella siempre fue el monstruo, la razón de muchas de su lagrimas, y quien le hacia la vida imposible a sus padres. Por lo que no puede permitirse doblegarse ante unas pocas lágrimas, ella debe pagar todo lo que les hizo.—En ese caso espero que muestres que mereces conservar ese puesto, durante una semana te mantendré a prueba. Tienes ese tiempo para convencerme que esta mansión te necesita, de lo contrario puedes ir planificando tu vida fuera de estas paredes —anuncia el empresario poniéndose de pie para marcharse a las oficinas de su recién adquirida farmacéutica.—¿Y qué es lo que quieres que suceda? —pregunta la mujer con mirada interrogante, sin estar segura si quiera de la razón que la ha llevado a querer saber eso.—A mí me da lo mismo, lo único que me interesa es el cuidado de la mansión —responde Víctor deteniéndose en el umbral de la puerta, sintiendo que está muy lejos de ser sincero.—Si te daba lo mismo podrías haber permitido que me echaran a la calle, puede que quieras disfrutar de que nuestros papeles se hayan invertido, o incluso que... quizás... realmente te preocupe lo que suceda conmigo —señala Elizabeth comenzando a plantearse que pueda existir ciertos sentimientos no tan negativos por parte de él.
—Eso es muy típico de ti, creyendo que el mundo gira a tu alrededor. Una semana es todo lo que te doy, luego de ese plazo no tendré ningún peso de conciencia si debo acompañarte en persona hasta la salida —recuerda el empresario comenzando a caminar hacia la puerta para poder ocuparse de sus asuntos.Al abrir la puerta de la entrada, gira el rostro hacia atrás, esperando ver a su empleada antes de marcharse, pero ella se mantiene fuera de su campo de visión. Meneando la cabeza en señal de negación intenta desestimar esa tonta idea de que haya sentimientos de estima hacia esa mujer, lo único que puede permitirse sentir hacia ella es rechazo. Incluso cuando su corazón no parece estar tan seguro sobre lo que comienza a sentir.—¡Demonios! —chilla Elizabeth al cortarse el dedo en su intento por picar unas verduras para hacer una salsa que ha mirado por internet.Poniendo el dedo bajo el agua del grifo siente unas lagrimas de frustración asomándose en sus ojos, si bien tomó la decisión de quedarse, lo cual ha significado tragarse su orgullo, aún no puede creer que se encuentre en esa situación. Puede que debiese sentirse afortunada de tener un lugar en el que quedarse y comer, pero el hecho de tener que ser la mucama del hijo de los sirvientes le revuelve el estomago.—Deberías tener más cuidado con los cuchillos —murmura Víctor abriendo la heladera para sacar una manzana a la que le da un mordisco sentándose en el taburete de la mesada para ojear unos papeles.—Estoy bien, solo ha sido un pequeño corte, no hay que preocuparse —responde la mujer fríamente, negándose a aceptar su condescendencia luego de la manera en que la trató esa tarde.—Lo que me preocupa es que la comida quede llena de sangre, eso sería
—¡¿Quién demonios se ha creído ese tipo?! ¡Solo porque ahora tiene un poco de dinero piensa que puede ser mi dueño, pero no, nadie es dueño de Elizabeth Rivera! —grita Elizabeth dando un largo trago a una botella de whisky mientras conduce como desquiciada en la ruta.Luego de la encendida discusión con su jefe, no pudo más que sentir que ya no podía soportarlo más, ella no estaba hecha para esa vida de sirvienta, y mucho menos para que alguien la menospreciara de esa forma. Por lo que entrando a la oficina que solía ser de su padre tomó la bebida más cara, y yendo al garaje salió conduciendo el Mercedes negro que debió costarle una fortuna a su empleador. Lo cierto es que no tiene un rumbo fijo, y llevando bebida media botella ni siquiera está segura de en donde se encuentra. Lo único que le importa es alejarse cuanto pueda de ese hombre y de la casa que alguna vez fue su hogar, pero que ahora le resulta una especie de cárcel.—¡Cree que no soy capaz de… de cuidarme por mí misma, p-
Elizabeth se mira en el espejo del pasillo una vez más, llevando las toallas recién lavadas en las manos. Aun le cuesta trabajo aceptar que esa es su nueva imagen, aunque ahora ya no le queda más remedio que resignarse, ya que no solo no tiene a donde ir, sino que le debe una fortuna a su jefe por haberle estrellado el vehículo.—Pero no pienso usar el tonto uniforme de mucama, incluso aunque me vería muy sexy —murmura la mujer considerando que el jean ajustado y la blusa celeste son un buen conjunto para hacer su trabajo.Al entrar en la habitación de su jefe, Elizabeth escucha la ducha prendida viendo la puerta del baño entreabierta. Sintiendo un cosquilleo en el estomago comienza a acercarse lentamente hacia la puerta para mirar a través del espacio, algo que si bien su sentido común le indica que no debe hacerlo, el resto de su cuerpo no parece estar de acuerdo. Lentamente extiende su mano hacia la puerta para empujarla un poco más, y que no le impida ver lo que desea.Sin embargo
—¿Qué estas diciendo? ¿Acaso te has vuelto loca, mujer? —cuestiona Víctor sintiendo un nudo en la garganta, sentándose en el borde del sillón con ansiedad por comprender lo que su madre acaba de decirle.—No es algo de lo que pueda sentirme orgullosa, de hecho me gustaría habérmelo llevado a la tumba. Pero me he visto obligada a revelarlo antes de que ustedes… que cometan un error, es algo que me ha estado quitando el sueño desde que supe que Elizabeth estaba aquí —asegura Ana con la voz empañada, bajando la cabeza con vergüenza al tener que revelar un secreto de esa magnitud.—Por favor, mamá, explícame lo que me has dicho, porque juro que no te entiendo —exige el empresario entrelazando sus dedos en un intento de mantener la calma ante lo que ha oído.—En una ocasión tu padre y yo nos habíamos dado un tiempo, las cosas no iban bien entre nosotros. Y en ese tiempo el matrimonio Rivera estaba pasando por algo similar, yo me sentía sola, vulnerable, una cosa llevo a la otra… y entre el
—Buenos días, señor Víctor —saluda Elizabeth con frialdad al entrar en la cocina y verlo tomando una taza de café mientras ojea el periódico.—Buenos días, Elizabeth. Solo tomaré este café antes de irme, así que no te molestes en preparar otra cosa —indica el empresario sin quitar la mirada de su lectura, tratando de ocultar las ojeras que le han dejado una noche en la que apenas pudo pegar ojo al dar vueltas a lo que su madre le reveló.—Esta bien, es bueno saberlo, así podré ir a ocuparme de otras áreas de la mansión —declara la mujer deseando poder evitarlo todo cuanto le sea posible, sobre todo al ver que prosigue en hacer desaparecer la calidez que había surgido entre ellos.—Estoy considerando que quizás sea buena idea contratar más personal domestico para que te ayude con tus tareas, esta es una gran mansión y puede que sea mucho para una persona sola —comenta Víctor que ha considerado que con más personas en la casa podrá evitar más fácilmente quedarse a solas con ella, y por
Teniendo en el horno unas presas de cordero rebozadas con varias especias, siguiendo al pie de la letra una receta de internet, Elizabeth dobla la ropa que su jefe ha dejado encima de un sillón al volver a la mansión. Por unos segundos inhala el aroma marino de su colonia sintiendo un hormigueo recorriéndole el cuerpo, permitiéndose incluso por un momento cerrar los ojos y sumergirse en el recuerdo de cuando sus cuerpos estuvieron tan cerca.A pesar de lo mucho que ha intentado borrar eso de su mente, de obligar a su cuerpo dejar de ser influenciado por lo que sintió en ese momento, le ha resultado imposible. Cada vez que lo tiene cerca, cuando siente el olor de su colonia, todo su cuerpo se revoluciona, es como si simplemente ya no fuese dueña de sus impulsos, y mucho menos de sus sentimientos.—Pero desde que eso pasó él procura evitarme a toda costa, y no puedo determinar si se trata de porque se avergüenza de casi involucrarse con su empleada, o si tiene que ver con la visita de s
Haciendo las compras en el supermercado, Elizabeth se encuentra poniendo un par de manzanas en una bolsa, si mal no recuerda a su jefe solía gustarle una tarta de manzana que su madre le hacia de niño. Y ha pensado que quizás si logra replicarla, eso podría ayudar a mejorar un poco su convivencia, o al menos que deje de verla como si fuese una especie de monstruo acechante.—¿Buscando los ingredientes para otra deliciosa comida? —pregunta Luis con una gran sonrisa deteniéndose con su chango de compras junto a la mujer.—Oh, hola, solo para un intento de postre. No se me hubiese ocurrido que fuese un hombre que hace sus compras —murmura Elizabeth algo sorprendida de encontrárselo allí, sobre todo al ver cierta ansiedad en su mirada.—Bueno, los hombres solteros también tenemos que comer —responde el hombre con un tono bromista cumpliendo con su objetivo de robarle una sonrisa.—Claro, como todo el mundo. Es solo que me sorprendió, supuse que al igual que su socio tendría alguien que se
Víctor camina nerviosamente de un lado a otro de su estudio, ve la hora pasar en el reloj demasiado de prisa, acercándose al horario en el que su socio acordó ir a cenar con Elizabeth. Algo que está muy lejos de querer que suceda, aunque lo cierto es que no tiene muchas opciones para evitarlo, o al menos no sin quedar en evidencia. Pasándose la mano por el rostro intenta pensar en algo, en alguna cosa que impida al menos por ese día evitar que se encuentren, que algo pueda surgir entre ellos.—Es algo egoísta, lo reconozco, pero simplemente no puedo dejar que él la enamore. Aún no estoy dispuesto a renunciar a ella, no al menos hasta que sepa si es verdad que no puede tener nada con ella por ser hermanos —murmura el empresario sintiendo que se está comportando de una manera muy inmadura.Una maliciosa sonrisa se dibuja en sus labios al ocurrírsele una idea, puede que no pueda evitar que Elizabeth vaya, pero puede hacer que Luis no tenga tiempo para cumplir con esa cita. Y está seguro