—¡Demonios! —chilla Elizabeth al cortarse el dedo en su intento por picar unas verduras para hacer una salsa que ha mirado por internet.
Poniendo el dedo bajo el agua del grifo siente unas lagrimas de frustración asomándose en sus ojos, si bien tomó la decisión de quedarse, lo cual ha significado tragarse su orgullo, aún no puede creer que se encuentre en esa situación. Puede que debiese sentirse afortunada de tener un lugar en el que quedarse y comer, pero el hecho de tener que ser la mucama del hijo de los sirvientes le revuelve el estomago.—Deberías tener más cuidado con los cuchillos —murmura Víctor abriendo la heladera para sacar una manzana a la que le da un mordisco sentándose en el taburete de la mesada para ojear unos papeles.—Estoy bien, solo ha sido un pequeño corte, no hay que preocuparse —responde la mujer fríamente, negándose a aceptar su condescendencia luego de la manera en que la trató esa tarde.—Lo que me preocupa es que la comida quede llena de sangre, eso sería poco higiénico —aclara el empresario sin siquiera molestarse en mirarla a los ojos.—No soy tan descuidada, no tendrá ningún problema con su comida —masculla Elizabeth apretando los labios con rabia mientras se envuelve el dedo en una servilleta de papel.—Dudo que hayas hecho en tu vida una comida, así que en realidad sé que habrá muchos problemas, pero hay un límite de lo que puedo tolerar —señala Víctor con cierta advertencia en la mirada.—Pues… no he cocinado nunca, pero podré hacerlo. Y si no está tan conforme con lo que puedo ofrecerle, puede contratar a una cocinera —replica la mujer sintiendo que quiere hacerla quedar como una inútil—¿Estás insinuando que no eres capaz de cumplir con el trabajo para el que te contraté? —cuestiona el empresario sabiendo que quizás está siendo demasiado duro, pero sin poder evitarlo, en cierta medida lo está disfrutando.—No… solo digo que si no está conforme con lo que puedo ofrecer, siempre tiene la opción de buscar a alguien… más calificado —responde Elizabeth procurando mantener a raya su mal humor que está a punto de estallar.—No tengo interés en contratar a nadie más, deberás hacer tu trabajo, y hacerlo bien, es lo que uno hace cuando necesita el sueldo para vivir —señala Víctor sin quitarle los ojos de encima, deseando ver en su mirada que ha comprendido que ya no es una niñita caprichosa que puede hacer lo que quiere.—Es lo que hago, me esfuerzo en hacer lo que necesita —murmura la mujer soltando un suspiro cargado de frustración e impotencia.—¡Señor Víctor! —exclama el empresario haciendo unas anotaciones en los papeles.—¿Qué? —pregunta la mucama frunciendo la frente al ser incapaz de entender lo que está tratando de decirle.—Es como debes dirigirte a mí de ahora en más, “señor Víctor”. No soy tu conocido para que me tutees, ni alguien por debajo de ti para que me trates de manera despectiva, así que esa es la manera correcta en la que debes llamarme —indica el hombre levantando la mirada para dejarle en claro que debe acatar esa orden.Elizabeth cierra las manos en puños al ver la mirada de superioridad que en ese hombre le dedica, ese tipo realmente disfruta despreciarla, sobre todo al saber que en la situación en la que ella se encuentra no le queda más remedio que permitir que le pase por arriba. La rabia que eso le hace sentir, le provoca incluso llegar a odiar a su padre, ya que después de todo es por culpa de él que se encuentra en esa situación, en vez de dejarle una enorme herencia la dejó llena de deudas y sin siquiera un lugar donde caer muerta.—S-sí, s-señor Víctor —murmura la mucama sintiendo que esas palabras son casi como un insulto para ella al pronunciarlas.—Bien, es mejor así. Que quede claro el lugar de cada uno, eso ayudara a tenerlo presente todos los días —declara Víctor volviendo su atención a los papeles de su nueva adquisición.—¿Puedo hacerle una pregunta, señor Víctor? —consulta Elizabeth volviendo a su tarea de picar los vegetales.—Supongo —responde el hombre con cierta curiosidad por lo que va a oír.—¿En qué momento se volvió un idiota arrogante? —cuestiona Elizabeth dándole la espalda con una sonrisa en los labios.—¿Es lo que crees que soy? ¿No crees que el arrogante sería más bien quien no sabiendo hacer nada se siente ofendido solo porque alguien le dice cómo hacerlo? —interroga Víctor con tranquilidad, aunque con el asomo de una sonrisa en las comisuras de los labios ante la determinada muchacha.—¡Quizás el problema no sea que le digan cómo hacerlo, sino la manera tan despectiva de hacerlo, con tanta falta de respeto! —reclama la mucama no pudiendo evitar teñir sus palabras con cierta molestia.—¿Respeto? ¿Tú me estás pidiendo respeto? ¿Qué derecho crees que tienes para exigirlo cuando tú jamás lo diste? —señala el hombre clavando la mirada en esa mujer que jamás tuvo siquiera la consideración de saludarlo.—Yo… yo… —sorprendida por la respuesta, Elizabeth intenta encontrar las palabras para retrucarle, pero por más que lo intenta su mente parece haber quedado en blanco.—¡No conoces lo que es el respeto! ¡Siempre despreciaste a todos a tu alrededor, e incluso estoy seguro que incluso ahora siquiera guardas respeto por tu difunto padre! ¡No tienes derecho a exigirlo, no puedes pedir algo que jamás brindaste a los demás! —plantea Víctor sintiendo la indignación creciendo en su pecho como si fuese el fuego de un incendio.—¿De eso se trata todo esto? ¿De vengarte de mí porque no te trataba bien? —recrimina la mujer volteándose con los ojos enrojecidos para enfrentar a su Jefe a la cara.—Tan arrogante como siempre, creyendo que todo gira a tu alrededor. No me interesa vengarme, ni lo que sientes o te ocurre, si hay una razón por la que permití que te quedaras es porque le guardo respeto a tu padre. Por cierto, voy a comer afuera —anuncia el hombre con cruel frialdad tomando sus papeles y dirigiéndose hacia la salida de la cocina sintiendo que ya no puede compartir ni un por un minuto más el mismo espacio físico que ella.—¡Maldición! —grita Elizabeth tirando el cuchillo y la tabla con los vegetales cortados en la bacha, sintiendo la impotencia de ser tratada de esa manera, pero también una punzada de culpa que nunca antes había sentido. Llegando a la puerta de la mansión, Víctor se detiene soltando un largo suspiro cargado de tanta ira que siente que podría explotar. Caminando de un lado a otro de la entrada se pasa la mano por el rostro, tratando de decidir si ha sido una buena idea permitir que Elizabeth se quedara allí. Puede que ella tenga razón, que le haya permitido ser su mucama solo para vengarse por los maltratos que le brindó de niño, pero lo que ella es capaz de provocar en él le hace pensar que es algo peligroso. Que quizás lo mejor sea conseguirle algún empleo en algún otro lugar, y que nuevamente cada uno siga su camino, aunque lo cierto es que una parte de él se niega rotundamente a eso, por alguna razón quiere seguir teniéndola cerca, algo que realmente lo desconcierta, lo cual solo le hace cuestionar el resultado de todo eso.—¡¿Quién demonios se ha creído ese tipo?! ¡Solo porque ahora tiene un poco de dinero piensa que puede ser mi dueño, pero no, nadie es dueño de Elizabeth Rivera! —grita Elizabeth dando un largo trago a una botella de whisky mientras conduce como desquiciada en la ruta.Luego de la encendida discusión con su jefe, no pudo más que sentir que ya no podía soportarlo más, ella no estaba hecha para esa vida de sirvienta, y mucho menos para que alguien la menospreciara de esa forma. Por lo que entrando a la oficina que solía ser de su padre tomó la bebida más cara, y yendo al garaje salió conduciendo el Mercedes negro que debió costarle una fortuna a su empleador. Lo cierto es que no tiene un rumbo fijo, y llevando bebida media botella ni siquiera está segura de en donde se encuentra. Lo único que le importa es alejarse cuanto pueda de ese hombre y de la casa que alguna vez fue su hogar, pero que ahora le resulta una especie de cárcel.—¡Cree que no soy capaz de… de cuidarme por mí misma, p-
Elizabeth se mira en el espejo del pasillo una vez más, llevando las toallas recién lavadas en las manos. Aun le cuesta trabajo aceptar que esa es su nueva imagen, aunque ahora ya no le queda más remedio que resignarse, ya que no solo no tiene a donde ir, sino que le debe una fortuna a su jefe por haberle estrellado el vehículo.—Pero no pienso usar el tonto uniforme de mucama, incluso aunque me vería muy sexy —murmura la mujer considerando que el jean ajustado y la blusa celeste son un buen conjunto para hacer su trabajo.Al entrar en la habitación de su jefe, Elizabeth escucha la ducha prendida viendo la puerta del baño entreabierta. Sintiendo un cosquilleo en el estomago comienza a acercarse lentamente hacia la puerta para mirar a través del espacio, algo que si bien su sentido común le indica que no debe hacerlo, el resto de su cuerpo no parece estar de acuerdo. Lentamente extiende su mano hacia la puerta para empujarla un poco más, y que no le impida ver lo que desea.Sin embargo
—¿Qué estas diciendo? ¿Acaso te has vuelto loca, mujer? —cuestiona Víctor sintiendo un nudo en la garganta, sentándose en el borde del sillón con ansiedad por comprender lo que su madre acaba de decirle.—No es algo de lo que pueda sentirme orgullosa, de hecho me gustaría habérmelo llevado a la tumba. Pero me he visto obligada a revelarlo antes de que ustedes… que cometan un error, es algo que me ha estado quitando el sueño desde que supe que Elizabeth estaba aquí —asegura Ana con la voz empañada, bajando la cabeza con vergüenza al tener que revelar un secreto de esa magnitud.—Por favor, mamá, explícame lo que me has dicho, porque juro que no te entiendo —exige el empresario entrelazando sus dedos en un intento de mantener la calma ante lo que ha oído.—En una ocasión tu padre y yo nos habíamos dado un tiempo, las cosas no iban bien entre nosotros. Y en ese tiempo el matrimonio Rivera estaba pasando por algo similar, yo me sentía sola, vulnerable, una cosa llevo a la otra… y entre el
—Buenos días, señor Víctor —saluda Elizabeth con frialdad al entrar en la cocina y verlo tomando una taza de café mientras ojea el periódico.—Buenos días, Elizabeth. Solo tomaré este café antes de irme, así que no te molestes en preparar otra cosa —indica el empresario sin quitar la mirada de su lectura, tratando de ocultar las ojeras que le han dejado una noche en la que apenas pudo pegar ojo al dar vueltas a lo que su madre le reveló.—Esta bien, es bueno saberlo, así podré ir a ocuparme de otras áreas de la mansión —declara la mujer deseando poder evitarlo todo cuanto le sea posible, sobre todo al ver que prosigue en hacer desaparecer la calidez que había surgido entre ellos.—Estoy considerando que quizás sea buena idea contratar más personal domestico para que te ayude con tus tareas, esta es una gran mansión y puede que sea mucho para una persona sola —comenta Víctor que ha considerado que con más personas en la casa podrá evitar más fácilmente quedarse a solas con ella, y por
Teniendo en el horno unas presas de cordero rebozadas con varias especias, siguiendo al pie de la letra una receta de internet, Elizabeth dobla la ropa que su jefe ha dejado encima de un sillón al volver a la mansión. Por unos segundos inhala el aroma marino de su colonia sintiendo un hormigueo recorriéndole el cuerpo, permitiéndose incluso por un momento cerrar los ojos y sumergirse en el recuerdo de cuando sus cuerpos estuvieron tan cerca.A pesar de lo mucho que ha intentado borrar eso de su mente, de obligar a su cuerpo dejar de ser influenciado por lo que sintió en ese momento, le ha resultado imposible. Cada vez que lo tiene cerca, cuando siente el olor de su colonia, todo su cuerpo se revoluciona, es como si simplemente ya no fuese dueña de sus impulsos, y mucho menos de sus sentimientos.—Pero desde que eso pasó él procura evitarme a toda costa, y no puedo determinar si se trata de porque se avergüenza de casi involucrarse con su empleada, o si tiene que ver con la visita de s
Haciendo las compras en el supermercado, Elizabeth se encuentra poniendo un par de manzanas en una bolsa, si mal no recuerda a su jefe solía gustarle una tarta de manzana que su madre le hacia de niño. Y ha pensado que quizás si logra replicarla, eso podría ayudar a mejorar un poco su convivencia, o al menos que deje de verla como si fuese una especie de monstruo acechante.—¿Buscando los ingredientes para otra deliciosa comida? —pregunta Luis con una gran sonrisa deteniéndose con su chango de compras junto a la mujer.—Oh, hola, solo para un intento de postre. No se me hubiese ocurrido que fuese un hombre que hace sus compras —murmura Elizabeth algo sorprendida de encontrárselo allí, sobre todo al ver cierta ansiedad en su mirada.—Bueno, los hombres solteros también tenemos que comer —responde el hombre con un tono bromista cumpliendo con su objetivo de robarle una sonrisa.—Claro, como todo el mundo. Es solo que me sorprendió, supuse que al igual que su socio tendría alguien que se
Víctor camina nerviosamente de un lado a otro de su estudio, ve la hora pasar en el reloj demasiado de prisa, acercándose al horario en el que su socio acordó ir a cenar con Elizabeth. Algo que está muy lejos de querer que suceda, aunque lo cierto es que no tiene muchas opciones para evitarlo, o al menos no sin quedar en evidencia. Pasándose la mano por el rostro intenta pensar en algo, en alguna cosa que impida al menos por ese día evitar que se encuentren, que algo pueda surgir entre ellos.—Es algo egoísta, lo reconozco, pero simplemente no puedo dejar que él la enamore. Aún no estoy dispuesto a renunciar a ella, no al menos hasta que sepa si es verdad que no puede tener nada con ella por ser hermanos —murmura el empresario sintiendo que se está comportando de una manera muy inmadura.Una maliciosa sonrisa se dibuja en sus labios al ocurrírsele una idea, puede que no pueda evitar que Elizabeth vaya, pero puede hacer que Luis no tenga tiempo para cumplir con esa cita. Y está seguro
Elizabeth se sienta en la cama refregándose los ojos con la mano, despertándose al sentir que hay alguien en su habitación, o al menos al tener esa extraña sensación de estar siendo observada, lo cual resulta muy perturbador. A medida que su vista se va acostumbrando a la oscuridad logra reconocer su antigua habitación, ya que finalmente su jefe decidió que era mejor que se mantuviera durmiendo en la mansión y no en la casa de la servidumbre, de esa manera estaría a su disposición al necesitarla.—Despertaste, no estaba seguro de que fueras a hacerlo —murmura la voz masculina de un hombre de traje sentado en la punta cama observándola con una mirada cargada de melancolía.—¿P-papá? ¿C-cómo es posible? —murmura la mujer sintiendo un escalofrío recorriéndole el cuerpo, pensado que aún debe de estar soñando.—¿Que cómo es posible? Solo deseaba poder hablar una vez más contigo, y bueno… aquí estoy —responde el anciano encogiéndose de hombros como si la respuesta no fuese muy importante.—