—¿Es verdad lo que he oído? ¿Lo atrapaste finalmente? —pregunta con expectación el Comisario Suárez recostado en una canilla de la clínica.—Sí, con mucha ayuda de Sofía, literalmente me salvó la vida —reconoce el Detective con una sonrisa vergonzosa.—Pues si no te casas con esa mujer el próximo que intentará matarte seré yo —bromea el anciano soltando una risa divertida.—Vamos despacio, aunque puedo garantizar que no dejaré ir a Sofía por nada del mundo, lo que sufrí creyendo que iba a perderla es prueba suficiente para estar seguro de eso —afirma Eric sin poder evitar sonrojarse un poco.—Por fin los dolores de cabeza han terminado, ese maldito hizo un estrago en la ciudad, llevará tiempo terminar de borrar sus sucias huellas —suspira el comisario pensando en que incluso él fue una de sus victimas, una afortunada gracias a Dios. —Bueno, tú podrás mofarte de haber sobrevivido al ataque del Justiciero, si es que sales de aquí al menos —bromea Eric sentándose en el sillón situado al
—¡¿Pero qué es esto?! —resuena un agudo grito por toda la mansión Rivera, algo que no resulta ser extraño, pero al igual que cada vez logra el efecto de alarmar a todos.—Señorita Elizabeth, ¿Qué sucede? ¿Por qué grita de esa manera? —interroga la ama de llaves con nerviosismo, no hallando una razón para justificar ese nuevo berrinche.—¡¿Cómo que qué sucede?! ¡¿Qué es esto que me has dado para comer?! ¿Acaso estás intentando envenenarme? —cuestiona la niña de dos trenzas negras como el ébano y penetrantes ojos grises.—Es una sopa de pollo, señorita. Es muy rica y nutritiva, siempre se lo hago a mi hijo —responde la mujer mordiéndose la lengua con rabia al ver que le desprecia su comida sin siquiera haberla probado.—¡No me interesa que le cocinas a tu hijo, o si a los pobres les gusta esta cosa! ¡Quiero comida de verdad! —protesta Elizabeth con vivo desprecio en la mirada y en la voz.—¿Qué está sucediendo? ¿Qué son esos gritos? —pregunta con voz calma un hombre de cabello gris y el
—¡¿Acaso es demasiado pedir que el café que me sirvan esté caliente?! —protesta una bella mujer dejando con enojo la taza de porcelana sobre la mesa preparada con un suculento desayuno de masas y frutas.—Lo siento, señorita Elizabeth. En seguida se lo caliento —se disculpa una joven ama de llaves apresurándose a llevarse la taza hacia la cocina.—¿Puedes creerlo, papá? Luego lloran por la calle que se mueren de hambre, y cuando tienen un trabajo ni siquiera se preocupan de hacer las cosas como deben —se queja la joven heredera con una mueca de exasperación checando la hora en su teléfono.—Acabo de servirme café, y a mi parecer está caliente —murmura el señor Rivera sin quitar su mirada preocupada del periódico que está leyendo.—Eso es porque te has acostumbrado a tomarlo frío, siempre consientes a la servidumbre, aceptas todo a medias en vez de hacerte respetar. Siempre lo haces con Ana —plantea Elizabeth que no está dispuesta a aceptar que solo lo ha hecho para molestar a la sirvi
—Es una gran lástima lo que sucedió con el señor Rivera, siempre fue una inspiración para mí, un modelo a seguir —murmura un apuesto hombre de cabello castaño y elegante traje gris recorriendo la sala de estar de la mansión del difunto. —Todos sentimos esa pérdida, el señor Rivera siempre ha sido un pilar de la comunidad, un hombre que hizo mucho bien —coincide el banquero queriendo congraciarse con ese potencial comprador que ha hecho una generosa oferta por la mansión y la Farmacéutica.—Sí, era un buen hombre… sin duda no era él quien se merecía dejar esta vida —murmura el hombre observando con cierto disgusto un cuadro en el que han sido retratados padre e hija sentados en la sala de estar junto a la chimenea.—Es algo sobre lo que uno no puede tener control, ¿Acaso planea seguir con su legado? —pregunta el banquero sintiendo curiosidad por las intenciones de ese magnate de hacerse con esas posesiones.—Para nada, esa debería ser la labor de su descendencia, aunque a la luz de l
Al oír el sonido de la alarma de su teléfono, Elizabeth la apaga y se gira en su nueva cama para seguir durmiendo. Sin embargo, al cabo de cinco minutos su celular comienza a sonar anunciando una llamada, al mirar con los ojos entreabiertos el emoji de demonio con el que ha agendado ese numero suelta un gruñido de molestia.—Se supone que deberías estar en la cocina haciendo el desayuno, por ahora solo te pediré un par de tostadas y un café, pues no creo que sepas hacer ninguna otra cosa —ordena Víctor cortando la llamada en cuanto termina con su pedido.Soltando un chillido de enojo, la muchacha se sienta en la cama arrojando su teléfono contra la almohada. Mordiéndose el labio con impotencia mira a su alrededor la simple habitación en la que se encuentra, una que le resulta tan pequeña como una caja de zapatos, aunque la verdad es que no puede decir que podría haber hallado algo mejor. Sobre todo porque todos sus antiguos amigos parecen haberse esfumado desde la muerte de su padre,
—¡Demonios! —chilla Elizabeth al cortarse el dedo en su intento por picar unas verduras para hacer una salsa que ha mirado por internet.Poniendo el dedo bajo el agua del grifo siente unas lagrimas de frustración asomándose en sus ojos, si bien tomó la decisión de quedarse, lo cual ha significado tragarse su orgullo, aún no puede creer que se encuentre en esa situación. Puede que debiese sentirse afortunada de tener un lugar en el que quedarse y comer, pero el hecho de tener que ser la mucama del hijo de los sirvientes le revuelve el estomago.—Deberías tener más cuidado con los cuchillos —murmura Víctor abriendo la heladera para sacar una manzana a la que le da un mordisco sentándose en el taburete de la mesada para ojear unos papeles.—Estoy bien, solo ha sido un pequeño corte, no hay que preocuparse —responde la mujer fríamente, negándose a aceptar su condescendencia luego de la manera en que la trató esa tarde.—Lo que me preocupa es que la comida quede llena de sangre, eso sería
—¡¿Quién demonios se ha creído ese tipo?! ¡Solo porque ahora tiene un poco de dinero piensa que puede ser mi dueño, pero no, nadie es dueño de Elizabeth Rivera! —grita Elizabeth dando un largo trago a una botella de whisky mientras conduce como desquiciada en la ruta.Luego de la encendida discusión con su jefe, no pudo más que sentir que ya no podía soportarlo más, ella no estaba hecha para esa vida de sirvienta, y mucho menos para que alguien la menospreciara de esa forma. Por lo que entrando a la oficina que solía ser de su padre tomó la bebida más cara, y yendo al garaje salió conduciendo el Mercedes negro que debió costarle una fortuna a su empleador. Lo cierto es que no tiene un rumbo fijo, y llevando bebida media botella ni siquiera está segura de en donde se encuentra. Lo único que le importa es alejarse cuanto pueda de ese hombre y de la casa que alguna vez fue su hogar, pero que ahora le resulta una especie de cárcel.—¡Cree que no soy capaz de… de cuidarme por mí misma, p-
Elizabeth se mira en el espejo del pasillo una vez más, llevando las toallas recién lavadas en las manos. Aun le cuesta trabajo aceptar que esa es su nueva imagen, aunque ahora ya no le queda más remedio que resignarse, ya que no solo no tiene a donde ir, sino que le debe una fortuna a su jefe por haberle estrellado el vehículo.—Pero no pienso usar el tonto uniforme de mucama, incluso aunque me vería muy sexy —murmura la mujer considerando que el jean ajustado y la blusa celeste son un buen conjunto para hacer su trabajo.Al entrar en la habitación de su jefe, Elizabeth escucha la ducha prendida viendo la puerta del baño entreabierta. Sintiendo un cosquilleo en el estomago comienza a acercarse lentamente hacia la puerta para mirar a través del espacio, algo que si bien su sentido común le indica que no debe hacerlo, el resto de su cuerpo no parece estar de acuerdo. Lentamente extiende su mano hacia la puerta para empujarla un poco más, y que no le impida ver lo que desea.Sin embargo