—¡¿Pero qué es esto?! —resuena un agudo grito por toda la mansión Rivera, algo que no resulta ser extraño, pero al igual que cada vez logra el efecto de alarmar a todos.
—Señorita Elizabeth, ¿Qué sucede? ¿Por qué grita de esa manera? —interroga la ama de llaves con nerviosismo, no hallando una razón para justificar ese nuevo berrinche.—¡¿Cómo que qué sucede?! ¡¿Qué es esto que me has dado para comer?! ¿Acaso estás intentando envenenarme? —cuestiona la niña de dos trenzas negras como el ébano y penetrantes ojos grises.—Es una sopa de pollo, señorita. Es muy rica y nutritiva, siempre se lo hago a mi hijo —responde la mujer mordiéndose la lengua con rabia al ver que le desprecia su comida sin siquiera haberla probado.—¡No me interesa que le cocinas a tu hijo, o si a los pobres les gusta esta cosa! ¡Quiero comida de verdad! —protesta Elizabeth con vivo desprecio en la mirada y en la voz.—¿Qué está sucediendo? ¿Qué son esos gritos? —pregunta con voz calma un hombre de cabello gris y elegante traje negro entrando en el amplio comedor.—¡Oh, papá, mira lo que están tratando de darme de comer! —señala la niña con su mejor rostro de sufrida que suele reservar cuando quiere conseguir algo de su progenitor.—¿Un caldo de pollo? ¿Y qué tiene de malo? —interroga el señor Rivera con mirada cansada, no pudiendo creer que haya interrumpido su videoconferencia con los investigadores por un plato de caldo.—¡Una especie de agua sucia con verduras y pollo desarmado! ¡Este no es el tipo de comida que le sirven a mis amigas, si una de ella estuviera aquí y nos hubiesen servido esto sería el hazmerreir de todo el colegio! —plantea Elizabeth quebrando la voz para mostrar cuan desconsolada se siente ante esa sola posibilidad.—¿Podrías prepararle otra cosa, Ana? Por favor…—solicita el hombre con una sonrisa amable, ya que si bien le parece una gran exageración por parte de su hija, desde la muerte de su esposa ha tratado de compensar esa pérdida dándole todo lo que su pequeño y caprichoso corazón quiere.—Sí, señor. Como usted desee… —responde la mujer esbozando con mucho esfuerzo una sonrisa servicial.—Y hazme el favor de guardarme esa sopa para mí, saldré muy hambriento de mi estudio cuando termine con la videoconferencia —señala el señor Rivera que no quiere que su empleada se sienta mal.—Por supuesto, señor —indica Ana con una sonrisa un poco más sincera esta vez.—¡Y asegúrate de hacer una comida digna de esta mansión, el hecho de que vivas aquí no quiere decir que debas cocinar como si siguieras viviendo en esas villas de allá afuera! —espeta la niña con malicia al ver que su padre ya no se encuentra cerca para oírla, aunque lo cierto es que aunque la oyera solo le daría un aburrido sermón sobre el respeto.La mucama aprieta los puños a los lados de su cuerpo al sentir el fuerte impulso de darle a esa niña el escarmiento que se merece, pero luego de respirar profundo toma el plato de comida que no ha sido tocado y vuelve a la cocina. Sabe bien que no puede arriesgarse a perder ese empleo por esa niña malcriada, lleva más de doce años trabajando allí, y no piensa echar eso a la borda por esa engreída chiquilla.La economía está cada vez peor, y para una mujer de su edad no le sería nada fácil conseguir empleo. Si solo fuese ella no tendría que preocuparse demasiado, pero tiene un hijo que criar, al que darle la oportunidad de poder ser alguien el día de mañana. Y si bien probablemente al hijo de una mucama y un chofer no le podrían llegar a ver un gran futuro, ella espera que él pueda superarlos con creces, que logre ser alguien, y que no tenga que dedicarse a servir a otros para poder sobrevivir.—¿Por qué fue el berrinche ahora? —pregunta un niño de cabello castaño haciendo la tarea encima de la mesada de mármol negro.—Según parece ha sido un pecado capital considerar que mi caldo de pollo era un plato digno de la princesita —murmura la mujer con un tono burlón, queriendo tomarse eso como una especie de broma.—¡Esa malcriada no sabe nada, todo lo que haces es rico, sobre todo ese caldo! —protesta el pequeño frunciendo la nariz con enojo.—No debes llamarla así, Víctor. Sé que puede ser difícil de llevar, pero ha sufrido mucho por la muerte de su madre, una pérdida así puede llegar a endurecer un corazón —plantea Ana no queriendo que su hijo le guarde rencor a la heredera Rivera.—¡Eso no es excusa para que trate a los demás como si fuéramos escoria, para ser alguien de tan “buena clase”, no sabe nada de modales! —replica Víctor con las orejas enrojecidas por el enojo, ya que suele sentirse totalmente impotente de ver como esa engreída maltrata a sus padres.—Bueno, pues en ese caso, debes tomarte muy en serio tus estudios. Así el día de mañana serás alguien importante que tratará a sus empleados con la dignidad que se merecen —afirma la mujer dándole un beso en la frente y volteándose para comenzar a buscar los ingredientes que utilizará para la comida que debe preparar.El niño mira a su madre y se promete que no solo llegará a ser alguien importante, sino que será tan rico como el señor Rivera. Así ella ya no tendrá que andar sirviendo a mocosas engreídas y malcriadas. Aunque para hacerlo debería aprender a pensar como el señor Rivera, por lo que ha escuchando de sus padres él ha hecho su fortuna creando medicamentos, siendo dueño de una de las empresas farmacéuticas más importantes del país.Cerrando su cuaderno se baja del taburete en el que estaba sentado y se dirige hacia su hogar para guardar sus útiles, una casa que se encuentra detrás de la mansión. Un lugar preparado para que la servidumbre viva, aunque para él es su casa, ya que al nacer sus padres ya vivían allí desde hacía unos años. —¿Acaso te has perdido? Esta no es la casa de loa sirvientes —protesta Elizabeth al toparse con el niño al pie de la escalera.—Tengo suficientes neuronas en funcionamiento como para saber en donde me encuentro, algo que creo que no muchos pueden decir —responde Víctor recriminándose haber decidido ir por allí y no por el patio.—No sé cuanta verdad podría haber en eso, he oído hablar del condicionamiento, quiere decir que en donde y con quienes uno vive determina cómo serás. Así que considerando que eres hijo de sirvientes y vives en una casa de sirvientes, eso significa que serás sirviente, así que no creo que esas neuronas lleguen a funcionar demasiado —espeta la niña con una sonrisa burlona en sus finos labios mirándose el vestido rosa que lleva puesto.—Mis padre son gente trabajadora, de los que estoy muy orgulloso. ¡Lo único que lamento de ellos es que tengan que soportar a una niñita malcriada como tú! —replica el niño sintiendo como el enojo vuelve a expandirse dentro suyo como si fuera fuego.—¿Yo una malcriada? ¡Si tus padres supieran al menos hacer su trabajo bien no tendría que estar estresándome y teniendo que acudir a mi padre! Pero supongo que no se puede esperar demasiado de gente así —plantea Elizabeth con una sonrisa maliciosa en los labios, dispuesta a enseñarle a ese chiquillo cuál es su lugar en esa casa.—¿Gente así? —Víctor se muerde el labio con rabia hasta sentir el sabor de la sangre, sintiendo ganas de decirle tantas cosas horribles a esa consentida, pero al comprender que eso podría llegar a perjudicar el trabajo de sus padres, quienes siempre insisten en respetar a los señores de la casa, se da media vuelta para seguir su camino y hacer de cuenta que eso no sucedió.—¡Te lo dije, condicionamiento, estás programado como si fueses una computadora a obedecer, a servir! —declara la niña con una expresión de triunfo al ver a ese engreído huyendo cabizbajo hacía su choza.Víctor aprietas los puños con furia, sintiendo las lagrimas de rabia rodando por sus mejillas y la impotencia formándole una pelota en el estomago. Su posición en esa casa le ha impedido defender la dignidad de sus padres, pero se promete que cumplirá su promesa de ser alguien importante, que se volverá tan rico como el señor Rivera, y que cuando lo logre le enseñará a esa malcriada lo equivocada que estaba, le dará una lección.—¡¿Acaso es demasiado pedir que el café que me sirvan esté caliente?! —protesta una bella mujer dejando con enojo la taza de porcelana sobre la mesa preparada con un suculento desayuno de masas y frutas.—Lo siento, señorita Elizabeth. En seguida se lo caliento —se disculpa una joven ama de llaves apresurándose a llevarse la taza hacia la cocina.—¿Puedes creerlo, papá? Luego lloran por la calle que se mueren de hambre, y cuando tienen un trabajo ni siquiera se preocupan de hacer las cosas como deben —se queja la joven heredera con una mueca de exasperación checando la hora en su teléfono.—Acabo de servirme café, y a mi parecer está caliente —murmura el señor Rivera sin quitar su mirada preocupada del periódico que está leyendo.—Eso es porque te has acostumbrado a tomarlo frío, siempre consientes a la servidumbre, aceptas todo a medias en vez de hacerte respetar. Siempre lo haces con Ana —plantea Elizabeth que no está dispuesta a aceptar que solo lo ha hecho para molestar a la sirvi
—Es una gran lástima lo que sucedió con el señor Rivera, siempre fue una inspiración para mí, un modelo a seguir —murmura un apuesto hombre de cabello castaño y elegante traje gris recorriendo la sala de estar de la mansión del difunto. —Todos sentimos esa pérdida, el señor Rivera siempre ha sido un pilar de la comunidad, un hombre que hizo mucho bien —coincide el banquero queriendo congraciarse con ese potencial comprador que ha hecho una generosa oferta por la mansión y la Farmacéutica.—Sí, era un buen hombre… sin duda no era él quien se merecía dejar esta vida —murmura el hombre observando con cierto disgusto un cuadro en el que han sido retratados padre e hija sentados en la sala de estar junto a la chimenea.—Es algo sobre lo que uno no puede tener control, ¿Acaso planea seguir con su legado? —pregunta el banquero sintiendo curiosidad por las intenciones de ese magnate de hacerse con esas posesiones.—Para nada, esa debería ser la labor de su descendencia, aunque a la luz de l
Al oír el sonido de la alarma de su teléfono, Elizabeth la apaga y se gira en su nueva cama para seguir durmiendo. Sin embargo, al cabo de cinco minutos su celular comienza a sonar anunciando una llamada, al mirar con los ojos entreabiertos el emoji de demonio con el que ha agendado ese numero suelta un gruñido de molestia.—Se supone que deberías estar en la cocina haciendo el desayuno, por ahora solo te pediré un par de tostadas y un café, pues no creo que sepas hacer ninguna otra cosa —ordena Víctor cortando la llamada en cuanto termina con su pedido.Soltando un chillido de enojo, la muchacha se sienta en la cama arrojando su teléfono contra la almohada. Mordiéndose el labio con impotencia mira a su alrededor la simple habitación en la que se encuentra, una que le resulta tan pequeña como una caja de zapatos, aunque la verdad es que no puede decir que podría haber hallado algo mejor. Sobre todo porque todos sus antiguos amigos parecen haberse esfumado desde la muerte de su padre,
—¡Demonios! —chilla Elizabeth al cortarse el dedo en su intento por picar unas verduras para hacer una salsa que ha mirado por internet.Poniendo el dedo bajo el agua del grifo siente unas lagrimas de frustración asomándose en sus ojos, si bien tomó la decisión de quedarse, lo cual ha significado tragarse su orgullo, aún no puede creer que se encuentre en esa situación. Puede que debiese sentirse afortunada de tener un lugar en el que quedarse y comer, pero el hecho de tener que ser la mucama del hijo de los sirvientes le revuelve el estomago.—Deberías tener más cuidado con los cuchillos —murmura Víctor abriendo la heladera para sacar una manzana a la que le da un mordisco sentándose en el taburete de la mesada para ojear unos papeles.—Estoy bien, solo ha sido un pequeño corte, no hay que preocuparse —responde la mujer fríamente, negándose a aceptar su condescendencia luego de la manera en que la trató esa tarde.—Lo que me preocupa es que la comida quede llena de sangre, eso sería
—¡¿Quién demonios se ha creído ese tipo?! ¡Solo porque ahora tiene un poco de dinero piensa que puede ser mi dueño, pero no, nadie es dueño de Elizabeth Rivera! —grita Elizabeth dando un largo trago a una botella de whisky mientras conduce como desquiciada en la ruta.Luego de la encendida discusión con su jefe, no pudo más que sentir que ya no podía soportarlo más, ella no estaba hecha para esa vida de sirvienta, y mucho menos para que alguien la menospreciara de esa forma. Por lo que entrando a la oficina que solía ser de su padre tomó la bebida más cara, y yendo al garaje salió conduciendo el Mercedes negro que debió costarle una fortuna a su empleador. Lo cierto es que no tiene un rumbo fijo, y llevando bebida media botella ni siquiera está segura de en donde se encuentra. Lo único que le importa es alejarse cuanto pueda de ese hombre y de la casa que alguna vez fue su hogar, pero que ahora le resulta una especie de cárcel.—¡Cree que no soy capaz de… de cuidarme por mí misma, p-
Elizabeth se mira en el espejo del pasillo una vez más, llevando las toallas recién lavadas en las manos. Aun le cuesta trabajo aceptar que esa es su nueva imagen, aunque ahora ya no le queda más remedio que resignarse, ya que no solo no tiene a donde ir, sino que le debe una fortuna a su jefe por haberle estrellado el vehículo.—Pero no pienso usar el tonto uniforme de mucama, incluso aunque me vería muy sexy —murmura la mujer considerando que el jean ajustado y la blusa celeste son un buen conjunto para hacer su trabajo.Al entrar en la habitación de su jefe, Elizabeth escucha la ducha prendida viendo la puerta del baño entreabierta. Sintiendo un cosquilleo en el estomago comienza a acercarse lentamente hacia la puerta para mirar a través del espacio, algo que si bien su sentido común le indica que no debe hacerlo, el resto de su cuerpo no parece estar de acuerdo. Lentamente extiende su mano hacia la puerta para empujarla un poco más, y que no le impida ver lo que desea.Sin embargo
—¿Qué estas diciendo? ¿Acaso te has vuelto loca, mujer? —cuestiona Víctor sintiendo un nudo en la garganta, sentándose en el borde del sillón con ansiedad por comprender lo que su madre acaba de decirle.—No es algo de lo que pueda sentirme orgullosa, de hecho me gustaría habérmelo llevado a la tumba. Pero me he visto obligada a revelarlo antes de que ustedes… que cometan un error, es algo que me ha estado quitando el sueño desde que supe que Elizabeth estaba aquí —asegura Ana con la voz empañada, bajando la cabeza con vergüenza al tener que revelar un secreto de esa magnitud.—Por favor, mamá, explícame lo que me has dicho, porque juro que no te entiendo —exige el empresario entrelazando sus dedos en un intento de mantener la calma ante lo que ha oído.—En una ocasión tu padre y yo nos habíamos dado un tiempo, las cosas no iban bien entre nosotros. Y en ese tiempo el matrimonio Rivera estaba pasando por algo similar, yo me sentía sola, vulnerable, una cosa llevo a la otra… y entre el
—Buenos días, señor Víctor —saluda Elizabeth con frialdad al entrar en la cocina y verlo tomando una taza de café mientras ojea el periódico.—Buenos días, Elizabeth. Solo tomaré este café antes de irme, así que no te molestes en preparar otra cosa —indica el empresario sin quitar la mirada de su lectura, tratando de ocultar las ojeras que le han dejado una noche en la que apenas pudo pegar ojo al dar vueltas a lo que su madre le reveló.—Esta bien, es bueno saberlo, así podré ir a ocuparme de otras áreas de la mansión —declara la mujer deseando poder evitarlo todo cuanto le sea posible, sobre todo al ver que prosigue en hacer desaparecer la calidez que había surgido entre ellos.—Estoy considerando que quizás sea buena idea contratar más personal domestico para que te ayude con tus tareas, esta es una gran mansión y puede que sea mucho para una persona sola —comenta Víctor que ha considerado que con más personas en la casa podrá evitar más fácilmente quedarse a solas con ella, y por