—¡¿Acaso es demasiado pedir que el café que me sirvan esté caliente?! —protesta una bella mujer dejando con enojo la taza de porcelana sobre la mesa preparada con un suculento desayuno de masas y frutas.
—Lo siento, señorita Elizabeth. En seguida se lo caliento —se disculpa una joven ama de llaves apresurándose a llevarse la taza hacia la cocina.—¿Puedes creerlo, papá? Luego lloran por la calle que se mueren de hambre, y cuando tienen un trabajo ni siquiera se preocupan de hacer las cosas como deben —se queja la joven heredera con una mueca de exasperación checando la hora en su teléfono.—Acabo de servirme café, y a mi parecer está caliente —murmura el señor Rivera sin quitar su mirada preocupada del periódico que está leyendo.—Eso es porque te has acostumbrado a tomarlo frío, siempre consientes a la servidumbre, aceptas todo a medias en vez de hacerte respetar. Siempre lo haces con Ana —plantea Elizabeth que no está dispuesta a aceptar que solo lo ha hecho para molestar a la sirvienta.—Hace casi quince años que Ana no trabaja aquí, desde que su hijo le regaló esa tienda de ropa que ella siempre quiso tener —señala el hombre esbozando una media sonrisa al pensar en que el sueño de esa mujer se haya cumplido.—¿En serio? Para mí el servicio domestico es todo igual, no podría distinguirlos. ¿Una tienda de ropa? No es una gran cosa, aunque bueno… supongo que su hijo no podía aspirar a brindarle algo mejor —murmura la mujer haciendo una mueca de disgusto al recordar a ese soberbio criado que ni siquiera le dirigía la palabra.—Víctor ha tenido mucho éxito, es prácticamente un genio en su campo, algo que me hubiese gustado poder decir de ti… —plantea el señor Rivera dejando el periódico sobre la mesa para mirar a su hija a los ojos.—¿En serio, papá? ¿Uno de tus sermones desde tan temprano? —protesta Elizabeth rodando los ojos con molestia.—Deberías comenzar a tomarte las cosas con el peso que tienen, cariño. Tienes veinticinco años, ya no eres una niña —expone el anciano con voz cansada, sintiendo el efecto de las noches que lleva sin dormir.—Soy una Rivera, así que puedo tomarme todo el tiempo que necesite para poder encontrar mi lugar en el mundo —asegura la muchacha con confianza dejando a un lado la taza de café humeante que le han traído, para tomar un vaso de jugo de naranja.—Me temo que nuestro apellido ya no tiene el mismo peso que hace tiempo atrás, y me recrimino no haber sido capaz de prepararte mejor para la vida real —suspira el señor Rivera mirando con tristeza a su pequeña, todo este tiempo creyó que la estaba protegiendo, pero puede que solo la haya malcriado.—¿La vida real? ¿Acaso has tomado alguno de tus medicamentos experimentales, papá? Porque no le encuentro sentido a nada de lo que estás diciendo —recrimina Elizabeth arqueando interrogante una fina ceja.El padre baja la cabeza con pesar ante la situación en la que se encuentra, o mejor dicho al verse obligado a hacer que su hija enfrente la realidad de una manera tan abrupta. Pero ya no puede seguir retrasándolo esperando poder ser capaz de recuperarse, ya lo ha hecho por mucho tiempo, y por mucho que lo ha intentado, no lo ha logrado.—¡Disculpe, señor Rivera. Aquí el caballero dice ser del Banco America, y ha insistido en verlo, a pesad de que le dejé en claro que debería haber solicitado una cita! —anuncia la ama de llaves con la cabeza gacha sintiendo la presencia del hombre de elegante traje negro detrás de ella.—Me temo que deberá atenderme, señor Rivera. El Banco ya ha sido demasiado paciente con sus promesas, pero el tiempo se le ha acabado —anuncia el hombre de brillante pelo negro tomando asiento junto al dueño de la casa.—Los dejaré para que puedan hablar tranquilos, de todas maneras pensaba renovar mi guardarropas, ya casi es cambio de temporada —comenta Elizabeth poniéndose de pie ante la oportunidad de poder escapar del discurso de su padre.—No, es mejor que te quedes, es algo que necesitas saber —indica el señor Rivera señalándole la silla para que vuelva a sentarse.—Bien, como le indicaba, señor. Hace ya una semana que se le venció el plazo para cubrir el dinero adeudado al Banco, se le brindaron muchas oportunidades dado que llegó a ser uno de nuestros mejores clientes, y porque prometió contar con un descubrimiento que revolucionaría la industria farmacéutica, pero no ha sido capaz de cumplir con su palabra —expone el banquero poniendo un maletín sobre la mesa del que comienza a sacar varios papeles que detallan la abundante deuda del señor Rivera.—¿T-tenemos problemas económicos, p-papá? —pregunta la muchacha con una expresión de horror en el rostro ante la posibilidad de tal cosa.—Esa es una manera muy sutil de decirlo, cariño. En el ultimo tiempo no he logrado tomar las mejores… decisiones financieras, y he invertido casi todo en un medicamento que podría haber salvado incluso a tu madre —confiesa el padre con profundo pesar al haber fallado tan drásticamente en su noble búsqueda. —¡Pero… tenemos campos, casas en casi cada provincia, la Farmacéutica! ¡No puedes decirme que estamos sin dinero con todo lo que los Rivera poseemos! —reclama la heredera sintiendo una presión en el pecho que le dificulta la respiración.—Todo lo he estado vendiendo para cubrir los gastos de la investigación, y… para mantener tu estilo de vida, hace mucho tiempo que tendríamos que haber pasado a vivir sin excesos. Pero me sentí incapaz de quitarte tus lujos, esperaba poder solucionar todo —responde el señor Rivera que actuó de esa manera creyendo que era lo mejor para su pequeña.—¡Al banco no le queda más remedio que embargar sus posesiones, no solo la Farmacéutica Rivera, sino también esta propiedad! Lamentamos perder tan buen cliente, pero hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance para mantenerla —declara el banquero extendiendo la orden de embargo ante el anciano que la lee con profunda agonía al ver que perderá todo cuanto ha construido durante su vida.—¿Qué? ¡No puede estar hablando en serio! ¡Somos la familia Rivera, una familia ilustre de la Argentina, amigos íntimos de Senadores y Presidentes! ¡No puede hacernos esto! —recrimina Elizabeth con la voz empañada levantándose de su silla y golpeando la mesa con su puño cerrado.—Me temo que ya esta hecho, señorita. Esas amistades le serán muy útiles de ahora en más, seguramente —murmura el hombre con cierto desprecio en la voz ante esa especie de amenaza por parte de esa consentida.—Elizabeth, por favor… no hagas una escena… no es el momento, y esta vez no te servirá de nada… —ruega el señor Rivera torciendo los labios al sentir un fuerte dolor en el pecho que se le parece extender hacia el brazo izquierdo.—¡Es que esto no puede ser, papá! ¿Quién se ha creído este hombre y ese Banco para tratarnos como si fuéramos unos muertos de hambre que no pagan sus deudas? ¡Probablemente no ha sido más que la envidia de gente que solo puede soñar con ser como nosotros lo que los ha llevado a querer humillarnos de esta manera! —prosigue la muchacha tiñendo su voz con un matiz de rabia y desprecio.—¡Elizabeth… ya bas… ay… ugg… —el padre incapaz de seguir soportando el dolor se recuesta en la silla incapaz no solo de defender su legado, sino de mantener la conciencia.—¿Papá? ¡Papá, ayuda, que alguien lo ayude! ¿Acaso ya se encuentra contento? ¡Mire lo que ha provocado! —acusa Elizabeth mirando con profundo odio al hombre de traje que ni siquiera se inmuta ante el paro cardiaco que su ex cliente sufre delante suyo.—Todo esto lo ha provocado él, y en gran parte tú también por no ser nada más que una consentida, si al menos el señor Rivera hubiese tenido la suerte de contar con una hija que fuese algo más que una gastadora, las cosas habrían sido diferentes —plantea el banquero desviando la mirada hacia la ama de llaves que está pidiendo una ambulancia por el teléfono.—¡Salga de mi casa, váyase ahora mismo, no quiero volver a verlo! —grita Elizabeth señalando la puerta con la respiración agitada.—¿Aún no lo entiendes, malcriada? ¡Quien debe irse de aquí eres tú, esta ya no es tu casa, ahora pertenece al Banco! —anuncia el hombre con una sonrisa divertida al ver el rostro de consternación de la muchacha.—Es una gran lástima lo que sucedió con el señor Rivera, siempre fue una inspiración para mí, un modelo a seguir —murmura un apuesto hombre de cabello castaño y elegante traje gris recorriendo la sala de estar de la mansión del difunto. —Todos sentimos esa pérdida, el señor Rivera siempre ha sido un pilar de la comunidad, un hombre que hizo mucho bien —coincide el banquero queriendo congraciarse con ese potencial comprador que ha hecho una generosa oferta por la mansión y la Farmacéutica.—Sí, era un buen hombre… sin duda no era él quien se merecía dejar esta vida —murmura el hombre observando con cierto disgusto un cuadro en el que han sido retratados padre e hija sentados en la sala de estar junto a la chimenea.—Es algo sobre lo que uno no puede tener control, ¿Acaso planea seguir con su legado? —pregunta el banquero sintiendo curiosidad por las intenciones de ese magnate de hacerse con esas posesiones.—Para nada, esa debería ser la labor de su descendencia, aunque a la luz de l
Al oír el sonido de la alarma de su teléfono, Elizabeth la apaga y se gira en su nueva cama para seguir durmiendo. Sin embargo, al cabo de cinco minutos su celular comienza a sonar anunciando una llamada, al mirar con los ojos entreabiertos el emoji de demonio con el que ha agendado ese numero suelta un gruñido de molestia.—Se supone que deberías estar en la cocina haciendo el desayuno, por ahora solo te pediré un par de tostadas y un café, pues no creo que sepas hacer ninguna otra cosa —ordena Víctor cortando la llamada en cuanto termina con su pedido.Soltando un chillido de enojo, la muchacha se sienta en la cama arrojando su teléfono contra la almohada. Mordiéndose el labio con impotencia mira a su alrededor la simple habitación en la que se encuentra, una que le resulta tan pequeña como una caja de zapatos, aunque la verdad es que no puede decir que podría haber hallado algo mejor. Sobre todo porque todos sus antiguos amigos parecen haberse esfumado desde la muerte de su padre,
—¡Demonios! —chilla Elizabeth al cortarse el dedo en su intento por picar unas verduras para hacer una salsa que ha mirado por internet.Poniendo el dedo bajo el agua del grifo siente unas lagrimas de frustración asomándose en sus ojos, si bien tomó la decisión de quedarse, lo cual ha significado tragarse su orgullo, aún no puede creer que se encuentre en esa situación. Puede que debiese sentirse afortunada de tener un lugar en el que quedarse y comer, pero el hecho de tener que ser la mucama del hijo de los sirvientes le revuelve el estomago.—Deberías tener más cuidado con los cuchillos —murmura Víctor abriendo la heladera para sacar una manzana a la que le da un mordisco sentándose en el taburete de la mesada para ojear unos papeles.—Estoy bien, solo ha sido un pequeño corte, no hay que preocuparse —responde la mujer fríamente, negándose a aceptar su condescendencia luego de la manera en que la trató esa tarde.—Lo que me preocupa es que la comida quede llena de sangre, eso sería
—¡¿Quién demonios se ha creído ese tipo?! ¡Solo porque ahora tiene un poco de dinero piensa que puede ser mi dueño, pero no, nadie es dueño de Elizabeth Rivera! —grita Elizabeth dando un largo trago a una botella de whisky mientras conduce como desquiciada en la ruta.Luego de la encendida discusión con su jefe, no pudo más que sentir que ya no podía soportarlo más, ella no estaba hecha para esa vida de sirvienta, y mucho menos para que alguien la menospreciara de esa forma. Por lo que entrando a la oficina que solía ser de su padre tomó la bebida más cara, y yendo al garaje salió conduciendo el Mercedes negro que debió costarle una fortuna a su empleador. Lo cierto es que no tiene un rumbo fijo, y llevando bebida media botella ni siquiera está segura de en donde se encuentra. Lo único que le importa es alejarse cuanto pueda de ese hombre y de la casa que alguna vez fue su hogar, pero que ahora le resulta una especie de cárcel.—¡Cree que no soy capaz de… de cuidarme por mí misma, p-
Elizabeth se mira en el espejo del pasillo una vez más, llevando las toallas recién lavadas en las manos. Aun le cuesta trabajo aceptar que esa es su nueva imagen, aunque ahora ya no le queda más remedio que resignarse, ya que no solo no tiene a donde ir, sino que le debe una fortuna a su jefe por haberle estrellado el vehículo.—Pero no pienso usar el tonto uniforme de mucama, incluso aunque me vería muy sexy —murmura la mujer considerando que el jean ajustado y la blusa celeste son un buen conjunto para hacer su trabajo.Al entrar en la habitación de su jefe, Elizabeth escucha la ducha prendida viendo la puerta del baño entreabierta. Sintiendo un cosquilleo en el estomago comienza a acercarse lentamente hacia la puerta para mirar a través del espacio, algo que si bien su sentido común le indica que no debe hacerlo, el resto de su cuerpo no parece estar de acuerdo. Lentamente extiende su mano hacia la puerta para empujarla un poco más, y que no le impida ver lo que desea.Sin embargo
—¿Qué estas diciendo? ¿Acaso te has vuelto loca, mujer? —cuestiona Víctor sintiendo un nudo en la garganta, sentándose en el borde del sillón con ansiedad por comprender lo que su madre acaba de decirle.—No es algo de lo que pueda sentirme orgullosa, de hecho me gustaría habérmelo llevado a la tumba. Pero me he visto obligada a revelarlo antes de que ustedes… que cometan un error, es algo que me ha estado quitando el sueño desde que supe que Elizabeth estaba aquí —asegura Ana con la voz empañada, bajando la cabeza con vergüenza al tener que revelar un secreto de esa magnitud.—Por favor, mamá, explícame lo que me has dicho, porque juro que no te entiendo —exige el empresario entrelazando sus dedos en un intento de mantener la calma ante lo que ha oído.—En una ocasión tu padre y yo nos habíamos dado un tiempo, las cosas no iban bien entre nosotros. Y en ese tiempo el matrimonio Rivera estaba pasando por algo similar, yo me sentía sola, vulnerable, una cosa llevo a la otra… y entre el
—Buenos días, señor Víctor —saluda Elizabeth con frialdad al entrar en la cocina y verlo tomando una taza de café mientras ojea el periódico.—Buenos días, Elizabeth. Solo tomaré este café antes de irme, así que no te molestes en preparar otra cosa —indica el empresario sin quitar la mirada de su lectura, tratando de ocultar las ojeras que le han dejado una noche en la que apenas pudo pegar ojo al dar vueltas a lo que su madre le reveló.—Esta bien, es bueno saberlo, así podré ir a ocuparme de otras áreas de la mansión —declara la mujer deseando poder evitarlo todo cuanto le sea posible, sobre todo al ver que prosigue en hacer desaparecer la calidez que había surgido entre ellos.—Estoy considerando que quizás sea buena idea contratar más personal domestico para que te ayude con tus tareas, esta es una gran mansión y puede que sea mucho para una persona sola —comenta Víctor que ha considerado que con más personas en la casa podrá evitar más fácilmente quedarse a solas con ella, y por
Teniendo en el horno unas presas de cordero rebozadas con varias especias, siguiendo al pie de la letra una receta de internet, Elizabeth dobla la ropa que su jefe ha dejado encima de un sillón al volver a la mansión. Por unos segundos inhala el aroma marino de su colonia sintiendo un hormigueo recorriéndole el cuerpo, permitiéndose incluso por un momento cerrar los ojos y sumergirse en el recuerdo de cuando sus cuerpos estuvieron tan cerca.A pesar de lo mucho que ha intentado borrar eso de su mente, de obligar a su cuerpo dejar de ser influenciado por lo que sintió en ese momento, le ha resultado imposible. Cada vez que lo tiene cerca, cuando siente el olor de su colonia, todo su cuerpo se revoluciona, es como si simplemente ya no fuese dueña de sus impulsos, y mucho menos de sus sentimientos.—Pero desde que eso pasó él procura evitarme a toda costa, y no puedo determinar si se trata de porque se avergüenza de casi involucrarse con su empleada, o si tiene que ver con la visita de s