27.

Apreté con fuerza los puños mientras caminaba por los estrechos pasillos de las celdas. Estaban diseñados específicamente para eso: para que cualquier lobo que quisiera entrar o salir del lugar debía hacerlo en su forma humana, en su forma más vulnerable. Mi pecho y mi espalda rozaban con las paredes, pero al fin, cuando logré liberarme del estrecho pasillo y se abrieron las catacumbas del fondo, sentí que la claustrofobia se espantaba un poco.

Apreté con fuerza los ojos después de que Ángel apareciera con la antorcha. El lugar se iluminó; permanecía en una perpetua oscuridad para fracturar a los prisioneros en la oscuridad y el silencio. Caminamos hacia la celda donde estaban los lobos, y allí estaban, transformados, acurrucados uno sobre otro. Tres lobos blancos, tan pálidos que reflejaban la luz de las antorchas.

Ángel encendió un par de antorchas más al lado de la celda y nos paramos a observarlos. Ellos nos observaron a nosotros con sus ojos claros, trabados en los nuestros. Exte
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