41.

Cuando llegué al palacio esa noche, el rumor se había esparcido como pólvora caliente. Era la gran desventaja de la telepatía de los lobos: los rumores se expandían en solo un segundo. A veces se necesitaba solo un corto minuto para que toda la manada supiera que algo estaba pasando. Y aunque era una excelente ventaja para cualquier otra cosa, tal como seres vivos y conscientes, el chisme siempre lo superaba todo.

Al abrir las puertas del palacio, lo primero que me encontré fue con la cara enojada de Lilith, que me apuntó con el dedo.

— ¿Qué diablos es lo que vas a hacer? — le preguntó con rabia.

— Sinceramente, estoy harto de pelear. Ya lo sabes: guiaré una pequeña expedición a la aldea de la Gente del Bosque. Necesito información.

— ¿Qué clase de información?

— Ya lo sabes. Hay algo que no cuadra en todo esto.

— ¿Odias a tu hermana? Pero no puede ser tan ingenua y tapar el sol con un dedo. Los lobos que tenemos abajo encerrados no trabajan con la manada de hielo ni con El
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