3.

3.

El hielo nos recibió con fuerza, saqué la cabeza del agua mientras trataba de respirar pero el frío se sintió como mil agujas sobre mi piel. 

Tomé a Helen, pero la muchacha no podía nadar bien por la pierna herida, pude ver el pánico en sus ojos.

La tomé por los hombros y comencé a nadar hacia la orilla, escuché más disparos de los cazadores que golpeaban contra el agua pero no lograron alcanzarnos.

Nadé con todas mis fuerzas, podía ver como la sangre salía de la pierna de Helen y eso me asustó, a pesar de que llevábamos pocas semanas siendo amigas, ya comenzaba a quererla mucho, y no quería perderla. 

Así que la tomé por el cuello y comencé a avanzar por ella a través del río. Me aferré a un trozo de hielo mientras trataba de llegar a la orilla, y cuando al fin lo hice, tuve que utilizar todas mis fuerzas para poder sacarnos a ambas del agua helada. La nieve nos recibió. Una tormenta arreciaba. El pequeño bosque… y eso ayudó a que los cazadores no nos encontraran. La tormenta de nieve azotaba con fuerza, con vientos fuertes, y yo me sorprendí al no quedar paralizada del frío. Era extraño, como si mi cuerpo se hubiese llenado de una extraña energía.  

Así que tomé el cuerpo de Helen sobre mi hombro y corrí con ella por el frío bosque. Logré reconocer el área en la que estábamos, así que utilicé todas las fuerzas que me quedaban para arrastrar el cuerpo de Helen por la nieve. Ella quería decirme algo, pero su voz no podía salir de su garganta. Supe que me tocó la espalda, pero no podía detenerme; si no, el frío nos mataría.  

Mientras avanzaba, anhelé la chimenea caliente que estaba en nuestro hogar, en el lugar que habíamos compartido por esas semanas. Y después de lo que pareció la caminata de unas diez horas, al fin pude patear la puerta de la cabaña y entrar cargando a Helen en mi espalda.  

—Puedes sentir la calidez de la chimenea —dije—, aunque casi está apagada.  

Dejé a la muchacha cerca del fuego mientras corrí a lanzar más madera dentro de la chimenea y avivé un poco el fuego. Cuando este al fin estuvo completamente encendido, me volví hacia ella. Estaba tan pálida que me asusté; había perdido muchísima sangre. Tenía que sacar la bala y cubrir la herida. Así que eso hice.  

Los lobos sanaban rápido: una herida que un humano normal le tomaría una semana en sanar, un lobo podía sanarla en una hora. Pero había visto este procedimiento; había visto cómo una de las doctoras en la manada retiraba una bala de un cuerpo y sellaba la herida para que esta sanara en un rato. Así que eso hice. Calenté un cuchillo al fuego y me incliné sobre la pierna herida de Helen.  

—Presioné con el cuchillo la herida —y ella gritó, aunque de su boca no salió ningún sonido—. Discúlpame —le dije—, pero tengo que hacerlo. Tengo que hacerlo por tu bien.  

Y entonces, después de mucha tortura, la bala al fin salió de su cuerpo. Tomé hilo y aguja y cosí la herida para frenar la hemorragia, y esto funcionó.  

—Todo está bien —le dije.  

Me acerqué con ella hacia la hoguera y sentí cómo el calor del fuego comenzó a funcionar. Pronto dejó de temblar.  

—Los cazadores vendrán —me dijo ella con las señas de sus manos. Ya le entendía mejor.  

—Ellos no vendrán —le dije—. La cabaña está muy lejos y bien escondida.  

Y estaba tan agotada que en solo un rato me quedé dormida, tan profundamente dormida… Y cuando desperté, el cuerpo de Helen tiritaba. Le apoyé la mano en la frente para ver si tal vez tenía mucho frío, pero era todo lo contrario: estaba ardiendo en fiebre.  

—No puede ser —dije.  

Me puse de pie. La muchacha temblaba tan fuertemente que sus dientes castañaban.  

—Medicina —le dije—. Sé dónde encontrar medicina. Hace muchos años me enfermé de fiebre; la curandera de la manada encontró una hierba que me salvó. Sé dónde encontrarla. Pero tienes que estar aquí sola.  

—Resiste —le dije, y ella asintió.  

Entonces salí corriendo. Cuando abrí la puerta de la cabaña, el viento me invadió. El frío se clavó en mí nuevamente como mil puñaladas, pero corrí tan rápido como pude entre la nieve. La tormenta había aumentado demasiado, pero yo sabía dónde podía encontrar aquella hierba que podría salvarle la vida a mi amiga, que podría quitarle la fiebre.  

Entonces corrí, presa del miedo. No podía perderla; era lo único que me quedaba en la vida. Llegué al enorme árbol en donde crecía el musgo, donde florecían aquellas hermosas flores de pétalos amarillos. Era increíble que lograran sobrevivir a las bajas temperaturas, pero no me importó. Tomé los pétalos que necesitaba para hacer la infusión y corrí de regreso a casa.  

Y todo aquello me tomó al menos dos horas. La verdad, esperé estar a tiempo. De verdad esperé que la fiebre no acabara con la vida de Helen antes de tiempo. Ella se me había alimentado, había sido la luz en mi vida en esos días, y yo tenía que devolverle el favor devolviéndole la vida.  

Pero entonces algo extraño emergió del bosque: una niebla espesa que se distinguía de la niebla real. Era humo, y parecía que venía de la cabaña, pero no era el humo de la chimenea.  

Y entonces, cuando logré llegar al pequeño sendero que conducía a la cabaña, pude ver cómo la nieve se había derretido por el calor y la tierra negra estaba expuesta. La cabaña estaba incendiada; el fuego abrazaba con fuerza los árboles alrededor.  

—¡Helen! —grité.  

Pero ella no podía contestarme. Salí corriendo hacia la madera que se consumía por el fuego y veía cómo, con ella, se consumía mi hogar, las esperanzas de mi futuro. Y pude ver un rastro de sangre que salía por la puerta y terminaba en la orilla del bosque, donde había un cuerpo.  

Cuando llegué con Helen entre mis brazos, estaba fuertemente golpeada. Sangraba la cara; todo el cuerpo estaba lleno de moretones y estaba tan blanca como la nieve.  

—¿Qué pasó? —le pregunté.  

Abrió sus pequeños ojos y describió con un gesto de su mano:  

—Los cazadores —dijo—. No me llevaron por enferma.  

Aunque yo no entendía muy bien sus palabras, con sus manos lograba comprender.  

—Te buscan —dijo—. Alguien te busca para matarte.  

—Te quiero —fue lo último que pudo expresar con sus manos antes de que la fuerza escapara de ella, antes de que su alma escapara de ella.  

Dejé el cuerpo de mi amiga entre la nieve y me puse de pie. Encontraría esos cazadores y los haría pagar con lágrimas de sangre lo que le habían hecho a Helen.

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