5.

No supe cómo reaccionar en ese momento, aparté la cálida mano de la mujer que me sostenía con fuerza. Era hermosa, de cabello plateado. ¿mi madre?

— ¿Qué está pasando? — pregunté, no reconocí mi propia voz, es como si fuese otra persona.

— Mi niña — comentó la mujer con voz cálida, sus ojos se llenaron de lágrimas — es muy difícil, han pasado muchas cosas, pero te prometo que te contaremos todo en el momento indicado, pero necesito que nos digas, ¿qué sucedió con los cazadores? Los encontramos congelados cerca de dónde te encontramos, pero, literalmente congelados. 

Yo parpadeé un par de veces sin saber muy bien qué decir. Ciertamente no recordaba qué era lo que había pasado. ¿En realidad había ido a buscar venganza por la muerte de Helen? ¿Había ido a matarlos? ¿Había ido a morir prácticamente? Porque en el fondo yo sabía que tal vez eso era lo que iba a pasar cuando los enfrentara. Eran un grupo de hombres cazadores. ¿Cómo podría yo haber sido tan ingenuo de pensar que podría con ellos? Pero pudo mi deseo de venganza, un instinto que no sabía que tenía, me empujó a hacerlo.

Pero ¿qué era lo que había pasado exactamente? No recordaba. Los hombres me habían atacado, yo había intentado defenderme. Me habían atacado, habían intentado empujarme, quitarme mi ropa, y yo sentí una fuerte presión en el pecho, algo que salía de mí. Lo recordaba, pero no más. No sabía si podía confiárselo a aquella mujer.

—Cuando desperté, estaban congelados. Estaban completamente congelados. Yo sabía que estaban muertos, podía verlo en su expresión. Eran trozos de hielo sin vida.

—¿Quién eres? —le pregunté a la mujer, dando un salto en la cama y alejándome de ella, a pesar de que tenía rostro amable. Tuve miedo.

—Ya te lo dije. Mi nombre es Artemisa. Soy tu madre. Tu verdadera madre.

Yo levanté la cobija que cubría mi cuerpo y me puse de pie. La habitación era hermosa, hecha en maderas con tonos azulados y brillantes. Una enorme ventana cuadrada al exterior mostraba una intensa tormenta de nieve al otro lado. Tenía un extraño vestido de seda blanco que me cubría todo el cuerpo.

—Es imposible. Dices que estamos en la manada de los lobos blancos.

—Así es como la conocen ustedes —dijo la mujer, poniéndose de pie. Tenía una hermosa corona sobre la cabeza que contrastaba con su cabello plateado y oscuro como el petróleo—. Nosotros nos llamamos el Pueblo del Hielo, los Lobos de Hielo. Y tú eres una de nosotros. Eres mi hija.

—No. Yo nací en la manada azul. La manada de Luna Azul.

—Eso es lo que te hicieron creer —dijo la mujer. Me dio la espalda, caminando hacia la ventana—. No es una hermosa historia que me guste contar. Pero antes, nuestras manadas no eran enemigas. Fue un conflicto que inició el día de tu nacimiento. La Luna de la manada de Luna Azul y yo éramos amigas, Alicia. Éramos buenas amigas, y nos embarazamos juntas, y dimos a luz el mismo día.

Yo estaba ahí de pie, mirándome a mí misma, aunque no hacía frío en la habitación, me entró un extraño escalofrío.

—Pero la pequeña hija de Elena falleció en el parto. Un acontecimiento extraño, verás. Tanto el Alfa como la Luna de la manada azul eran lobos. Su hija era una loba de raza superior, así como su segunda hija. Pero la primogénita falleció en el parto. Era imposible, extraño. Nunca se había llegado a ver algo como eso. Parecía cosa de magia.

Cuando volteó a mirarme nuevamente, sus ojos azules brillaban.

—Ellos nos culparon a nosotros. Lo hicieron. La única manada que ha utilizado magia. Ellos creyeron que nosotros habíamos matado a su primogénita y vinieron por ti. Te querían matar también. Ambas nacieron el mismo día.

Mis rodillas comenzaron a temblar. Esa historia era imposible.

—Entonces, ¿por qué no me mataron?

—No lo sé —dijo Artemisa—. Lo único que sé es que entraron a mi cuarto después de invadir la ciudad. Cuando desperté, ya no estabas. No te mataron. Te tomaron como prisionera. Pero cuál fue nuestra sorpresa cuando, en vez de ver que eras una prisionera, resultó que te hicieron pasar como su hija.

Cerca de un pequeño mueble había una pequeña banquita. La tomé con las manos temblorosas y me senté en ella.

—¿Por qué? —le pregunté, aunque sabía que ya no tenía la respuesta. Me lo había acabado de decir. —Ellos me odian. Siempre me han odiado. ¿Por qué fingirían que yo era su hija si me odiaban de todas formas?

La mujer se quedó en silencio mientras caminaba y se sentaba en el borde de la cama para estar cerca de mí. Su toque humano en mi mano era cálido y tranquilo, pero todo mi impulso era apartarme y salir corriendo.

—No importa. Lo averiguaremos después. Por el momento, lo único que importa es que me digas qué fue lo que sucedió con el hielo esa noche.

—¿Esa noche? —le pregunté—. ¿Acaso no fue anoche?

Ella negó con la cabeza.

—Llevas más de una semana aquí. Una semana en la que no habías despertado, y tenía miedo de que no lo hicieras. Pero qué bueno que lo hiciste. ¿Recuerdas lo que sucedió?

—Yo... los enfrenté. Ellos me atacaron. Querían dañarme. No sé qué pasó. Cuando desperté, ya estaban así. Y no tiene nada que ver conmigo. Tal vez algo exterior los atacó.

—Tienes el poder del hielo. Lo sé. Nuestra manada lleva siglos esperando un lobo que venga con este poder, que fue prometido por la misma diosa Luna. Y eres tú.

Esta vez me puse de pie y negué con rabia.

—¡No! Yo ni siquiera soy una loba. Soy humana, común y corriente.

La mujer abrió los ojos sorprendida.

—Eso es imposible. Tú eres una loba. Tu padre es un lobo. Eres la heredera al mando de esta manada. Eres la portadora del poder del hielo.

Estaba a punto de negar, de decirle que estaba completamente equivocada, cuando la puerta se abrió. Un hombre también de cabello blanco apareció por la puerta. Tenía toda la pinta de ser una especie de guardia.

—Luna —dijo—, tenemos noticias de la manada de Luna Azul. Acaba de pasar algo increíble.

—Dime —pidió la mujer.

Él volteó a mirarme como si considerara no decir esa información frente a mí, pero Artemisa lo presionó.

—Un espía desconocido asesinó al Alfa de la manada azul. Ahora su yerno, el tal Mael, es el nuevo Alfa de la manada.

Un escalofrío que me recorrió el cuerpo. Mi padre estaba muerto. Mael se había logrado casarse con mi hermana, y ahora era el Alfa de mi manada. Todo empeoraba.

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