—Un jefe tan cercano no parece mi jefe, más bien parece un amigo —sonreí mientras miraba a Dylan y le pregunté con dulzura a Sergio—: Parece que se llevaron muy bien. Es la primera vez que veo a alguien almorzando con el jefe después de una entrevista.Lo dije porque Miguel había investigado que el apellido del socio de Dylan era Araya.Mis sospechas volvían.—Dylan me invitó a almorzar para conocerme mejor, después de todo... —Sergio hizo una ligera pausa— trescientos mil dólares anuales no es poco dinero.Me quedé atónita. ¿Tanto salario?No imaginaba que Sergio en realidad valiera tanto.—¿Qué? ¿Crees que no lo valgo? —preguntó directamente.Sonreí avergonzada.—No es eso.Y añadí:—¿Cuánto ganabas en tu empresa anterior?—Tres mil al mes —la respuesta de Sergio me hizo hacer una ligera mueca. Dylan le estaba ofreciendo diez veces más.—Dylan tiene... agallas —fue lo único que pude decir ante la mirada de Sergio que parecía decir "no crees que lo valgo".—Yo propuse el salario. No e
¡Caray! Se me había olvidado por completo ese incidente.No tenía nada que ocultar, así que lo negué directamente:—No hubo ningún acoso, fue una calumnia.—¿Mmm…? —Sergio me miró fijamente, su mirada exigiendo más detalles.Le conté sobre el incidente cuando de manera accidental tropecé con Alberto y cómo él me acusó falsamente. Añadí:—Ese tonto mocoso era puro narcisismo, ni siquiera me fijaría en alguien así.—¿Y qué tipo de hombre te gusta entonces? ¿Maduros? ¿Serios y estables? —preguntó Sergio directamente, pareciendo saber bastante del tema.Viendo su expresión seria, me dieron ganas en ese instante de bromear. Me acerqué un poco:—Me gustan como tú... rudos y firmes.Vi cómo su nuez de Adán se movió.Lo había provocado otra vez.Me aparté a propósito, pero Sergio preguntó en voz baja:—¿Y cómo sabes que soy firme?Segundos después, mi cara se puso roja como un tomate.Había pensado que Sergio era más inocente, pero ese comentario reveló al instante su lado más... masculino.—¿
Me reí al ver su cara sonrojada y las gotas de sudor en la punta de su nariz.Sergio giró de repente la cara y yo dejé de provocarlo, conduciendo obedientemente.Un simple comentario sobre "fuerza" nos había dejado en completo silencio por varios minutos.Recordando que mencionó pasar tiempo juntos, rompí el silencio:—¿A dónde quieres ir?—¿Tienes tiempo libre esta tarde? —preguntó Sergio.—¡Sí! —respondí tan rápido que sonó como si estuviera demasiado ansiosa.La cara tensa de Sergio mostró al instante una traviesa sonrisa.—Quiero llevarte a un lugar.Esta vez me contuve y no respondí.—Activaré el GPS, tú solo sigue las indicaciones —asumió que estaba de acuerdo.Siguiendo sus instrucciones, llegamos a una zona suburbana bastante alejada y desolada, llena solo de maleza. Lo único que me llamó la atención fue un hermoso río.Era muy cristalino y brillaba con los reflejos del sol.—¿Qué hacemos aquí, Sergio? ¿Piensas que nos dediquemos a la agricultura? —bromeé por un momento.Sergio
Nunca supe que podía reír como una niña, que a mis veintitantos años podría experimentar la innegable sensación infantil de que me levantaran y me hicieran girar.Aunque después de los giros alegres, me mareé tanto que no podía mantenerme en pie y tuve que quedarme por un instante quieta en los brazos de Sergio.En ese momento, me di cuenta de que tal vez era otra de sus estrategias.—De pequeña te encantaba que te hiciera girar así —susurró con delicadeza en mi oído.Yo conocí a Sergio cuando era muy pequeña, tanto que no recuerdo nada.Así que aproveché ese momento para preguntar:—¿Qué más me gustaba de pequeña?—Te gustaba que te levantara alto, y que te llevara sobre mis hombros jugando al caballito —sus palabras me hicieron sonrojar un poco.Fingí no creerle:—No me acuerdo de nada, así que puedes decir lo que quieras.Sergio no se molestó y continuó narrando:—También te encantaba jugar en el agua, saltar y salpicar, acababas empapada.—¿Qué más? —su relato había despertado mi c
—Sé sincero, ¿te acostaste con Sara?La voz grave se coló por la rendija de la puerta, frenándome en seco justo cuando iba a entrar.Por la abertura, vi a Carlos recostado en su sillón, con los labios apretados.—Ella se me insinuó, pero no me interesa.—Vamos, Carlos, no seas tan quisquilloso. Sara es toda una belleza, muchos andan tras ella —dijo Miguel Soto, el mejor amigo de Carlos y testigo de nuestra historia de una década.—Es que la conozco demasiado, y no hay ninguna chispa entre nosotros, ¿me entiendes? —repuso Carlos con el ceño fruncido.A los catorce años me habían enviado a vivir con los Jiménez. Ahí fue que conocí a Carlos, y todos comenzaron a decir que algún día nos casaríamos.Desde entonces hemos vivido juntos, y así, entre ir y venir, se nos fueron diez años.—Claro, si trabajan en el mismo lugar, se ven las caras todo el santo día, y encima viven juntos. Seguro hasta saben cuándo el otro va al baño.Miguel soltó una risita y chasqueó la lengua.—Ya no estamos para
Carlos levantó la mirada al escucharme entrar y sus ojos se posaron inmediatamente en mi rostro. Sin necesidad de mirarme demasiado, sabía cómo me sentía.—¿Te sientes mal? —preguntó curioso, frunciendo el ceño ligeramente.En silencio, me acerqué a su escritorio. Tragando la amargura que sentía, y, con severidad, le dije:—Si no quieres casarte conmigo, puedo decírselo a Alicia, tu madre.El ceño de Carlos se arrugó aún más, comprendiendo de inmediato que había escuchado su conversación con Miguel.—Nunca pensé que en realidad me convertiría en algo tan prescindible para ti, Carlos... —añadí con un fuerte nudo en la garganta.—Para todos, ya somos prácticamente marido y mujer —me interrumpió Carlos.¿Y eso qué? ¿Se casaría conmigo solo por las apariencias? Lo que yo realmente deseaba, era que me pidiera matrimonio por amor, porque quisiera pasar su vida conmigo.Con un ligero chirrido, Carlos cerró su bolígrafo y miró los papeles del Registro Civil en mis manos.—El próximo miércoles
Estuve dándole vueltas a aquel asunto durante todo el día, sin llegar a ninguna conclusión. Cuando Carlos vino a buscarme por la tarde, aún no tenía respuesta, pero igual lo seguí.Después de diez largos años, me había acostumbrado a él y a volver a casa de los Jiménez después del trabajo. ¡La costumbre es algo bastante terrible!—¿Por qué tan callada? —preguntó Carlos en el camino, notando mi estado de ánimo al instante.—Carlos, tal vez deberíamos... —comencé a decir, tras unos segundos de silencio.No pude terminar la frase, ya que su teléfono sonó, interrumpiéndome y mostrando un número sin nombre en la pantalla del auto, tras lo cual noté cómo la mano de Carlos se tensó un poco en el volante.Estaba nervioso, y eso era algo poco común en él. Instintivamente, miré su rostro mientras él con agilidad desconectaba el altavoz del auto y se ponía el auricular. —Hola... Sí, voy para allá.La llamada fue breve. Al colgar, me miró y dijo:—Sara, tengo un asunto urgente que atender. No pod
Nunca imaginé que terminaría en la comisaría acusada de acoso. El jovencito con el que choqué apenas tenía diecisiete años, era un menor de edad, y juraba que yo había intentado propasarme con él. Aunque lo negué con insistencia, insistía en que realmente lo había tocado.—¿Dónde te tocó? —preguntó el policía con detalle.El joven, que se llamaba Alberto Hernández, me miró y señaló su pecho y luego más abajo. —Aquí y aquí... Me tocó en todas partes.«¡Mentiroso de mierda!», pensé y casi lo grito furiosa. Ni siquiera había tocado de esa manera a Carlos, que es guapísimo, ¿y ese simple mocoso creía que lo iba a manosear a él?—No lo toqué, solo choqué con él por accidente —aclaré, cuando el policía me miró.—¿Ha tomado algo de alcohol? —preguntó el oficial con una mirada un tanto insinuante.En esta sociedad, un hombre borracho es normal, pero una mujer que bebe es muy mal vista.—Sí —acepté.—¿Cuánto bebió? —insistió el policía, sin que yo entendiera muy bien qué relación tenía con lo