Nunca supe que podía reír como una niña, que a mis veintitantos años podría experimentar la innegable sensación infantil de que me levantaran y me hicieran girar.Aunque después de los giros alegres, me mareé tanto que no podía mantenerme en pie y tuve que quedarme por un instante quieta en los brazos de Sergio.En ese momento, me di cuenta de que tal vez era otra de sus estrategias.—De pequeña te encantaba que te hiciera girar así —susurró con delicadeza en mi oído.Yo conocí a Sergio cuando era muy pequeña, tanto que no recuerdo nada.Así que aproveché ese momento para preguntar:—¿Qué más me gustaba de pequeña?—Te gustaba que te levantara alto, y que te llevara sobre mis hombros jugando al caballito —sus palabras me hicieron sonrojar un poco.Fingí no creerle:—No me acuerdo de nada, así que puedes decir lo que quieras.Sergio no se molestó y continuó narrando:—También te encantaba jugar en el agua, saltar y salpicar, acababas empapada.—¿Qué más? —su relato había despertado mi c
Me dejó moverle la cara mientras continuaba:—¿Sabes qué dijiste entonces?—No, seguro que te lo estás inventando todo esto —me negué a admitir que hubiera hecho tantas cosas vergonzosas.—Dijiste que era como poner un sello. Que me habías besado en ese momento para marcarme, que era tuyo, y que cuando crecieras te casarías conmigo. Que no podía casarme con nadie más —Sergio bajó la cabeza de repente.—Sasa, obedecí tu orden. He vivido hasta los treinta y tantos sin salir con nadie, sin que me gustara ninguna otra chica, ni siquiera he tomado la mano de otra mujer. Te esperé pacientemente, así que debes hacerte responsable de todo esto —Sergio hablaba con un tono lastimero, como si decirle que no fuera a ser la peor injusticia del mundo.Siempre pensé que Carlos era mi amor de infancia, pero ahora me daba cuenta de mi gran error.Sergio y yo éramos los verdaderos amigos de infancia, de esos que, aunque el tiempo juntos fue breve, marcan toda definitivamente una vida.Pero yo era demasi
Me quedé petrificada. Nunca imaginé que en serio Sergio fuese tan directo. Y una vez más comprobé que además de determinado, era brutalmente honesto.Mi corazón se aceleró y, antes de que pudiera procesar lo que pasaba, mi boca se adelantó a hablar:—¿Por qué no te marchas ya mejor?Vi cómo trago saliva.—Es porque no quiero alejarme de ti.Su respuesta era comprensible.Así somos los enamorados, pegajosos hasta rayar en lo ridículo, queriendo estar juntos todo el día.—En realidad temo que te estas equivocando y no soy lo que piensas, no soy alguien que se va con cualquiera —las palabras salieron solas de mi boca.Sergio se tensó y se le noto inquieto al instante. Era curioso cómo ese rasgo tímido suyo contrastaba con su forma directa de hablar.Pero así era él.—Tampoco me refería a eso —explicó Sergio—. Solo quiero... quiero quedarme a acompañarte.Me mordí los labios y al verlo así me dieron ganas de provocarlo:—¿Entonces tu idea es quedarte solo para acompañarme, dormir juntos,
—Sé sincero, ¿te acostaste con Sara?La voz grave se coló por la rendija de la puerta, frenándome en seco justo cuando iba a entrar.Por la abertura, vi a Carlos recostado en su sillón, con los labios apretados.—Ella se me insinuó, pero no me interesa.—Vamos, Carlos, no seas tan quisquilloso. Sara es toda una belleza, muchos andan tras ella —dijo Miguel Soto, el mejor amigo de Carlos y testigo de nuestra historia de una década.—Es que la conozco demasiado, y no hay ninguna chispa entre nosotros, ¿me entiendes? —repuso Carlos con el ceño fruncido.A los catorce años me habían enviado a vivir con los Jiménez. Ahí fue que conocí a Carlos, y todos comenzaron a decir que algún día nos casaríamos.Desde entonces hemos vivido juntos, y así, entre ir y venir, se nos fueron diez años.—Claro, si trabajan en el mismo lugar, se ven las caras todo el santo día, y encima viven juntos. Seguro hasta saben cuándo el otro va al baño.Miguel soltó una risita y chasqueó la lengua.—Ya no estamos para
Carlos levantó la mirada al escucharme entrar y sus ojos se posaron inmediatamente en mi rostro. Sin necesidad de mirarme demasiado, sabía cómo me sentía.—¿Te sientes mal? —preguntó curioso, frunciendo el ceño ligeramente.En silencio, me acerqué a su escritorio. Tragando la amargura que sentía, y, con severidad, le dije:—Si no quieres casarte conmigo, puedo decírselo a Alicia, tu madre.El ceño de Carlos se arrugó aún más, comprendiendo de inmediato que había escuchado su conversación con Miguel.—Nunca pensé que en realidad me convertiría en algo tan prescindible para ti, Carlos... —añadí con un fuerte nudo en la garganta.—Para todos, ya somos prácticamente marido y mujer —me interrumpió Carlos.¿Y eso qué? ¿Se casaría conmigo solo por las apariencias? Lo que yo realmente deseaba, era que me pidiera matrimonio por amor, porque quisiera pasar su vida conmigo.Con un ligero chirrido, Carlos cerró su bolígrafo y miró los papeles del Registro Civil en mis manos.—El próximo miércoles
Estuve dándole vueltas a aquel asunto durante todo el día, sin llegar a ninguna conclusión. Cuando Carlos vino a buscarme por la tarde, aún no tenía respuesta, pero igual lo seguí.Después de diez largos años, me había acostumbrado a él y a volver a casa de los Jiménez después del trabajo. ¡La costumbre es algo bastante terrible!—¿Por qué tan callada? —preguntó Carlos en el camino, notando mi estado de ánimo al instante.—Carlos, tal vez deberíamos... —comencé a decir, tras unos segundos de silencio.No pude terminar la frase, ya que su teléfono sonó, interrumpiéndome y mostrando un número sin nombre en la pantalla del auto, tras lo cual noté cómo la mano de Carlos se tensó un poco en el volante.Estaba nervioso, y eso era algo poco común en él. Instintivamente, miré su rostro mientras él con agilidad desconectaba el altavoz del auto y se ponía el auricular. —Hola... Sí, voy para allá.La llamada fue breve. Al colgar, me miró y dijo:—Sara, tengo un asunto urgente que atender. No pod
Nunca imaginé que terminaría en la comisaría acusada de acoso. El jovencito con el que choqué apenas tenía diecisiete años, era un menor de edad, y juraba que yo había intentado propasarme con él. Aunque lo negué con insistencia, insistía en que realmente lo había tocado.—¿Dónde te tocó? —preguntó el policía con detalle.El joven, que se llamaba Alberto Hernández, me miró y señaló su pecho y luego más abajo. —Aquí y aquí... Me tocó en todas partes.«¡Mentiroso de mierda!», pensé y casi lo grito furiosa. Ni siquiera había tocado de esa manera a Carlos, que es guapísimo, ¿y ese simple mocoso creía que lo iba a manosear a él?—No lo toqué, solo choqué con él por accidente —aclaré, cuando el policía me miró.—¿Ha tomado algo de alcohol? —preguntó el oficial con una mirada un tanto insinuante.En esta sociedad, un hombre borracho es normal, pero una mujer que bebe es muy mal vista.—Sí —acepté.—¿Cuánto bebió? —insistió el policía, sin que yo entendiera muy bien qué relación tenía con lo
La mano me dolía por la fuerza con la que me sujetaba Carlos. Era evidente que estaba muy enojado.No me pude evitar preguntar si acaso estaba celoso, en el mismo momento en el que Carlos me soltó y me miró con frialdad. —Sara, ¿así es como me pagas por lo que dije? ¿Con venganza?Al escuchar esto, me quedé atónita. Realmente, no esperaba esa acusación.—No es así, yo... —intenté explicar, pero me interrumpió.—¿Dónde lo tocaste? ¿De verdad le tocaste ahí? —preguntó Carlos, con la mandíbula tensa y los ojos llenos de furia.Rara vez, lo había visto de esa manera. Definitivamente, estaba celoso. Por un momento, mi malestar se disipó un poco, al pensar que parecía que aún le importaba. Si solo me viera como una hermana o amiga, no le molestaría que tocara a otros hombres.—No lo hice —negué de nuevo.En ese momento, Alberto salió y me silbó. —Pervertida, ¿ahora estás coqueteando con mi cuñado?«Maldito mocoso», pensé. ¿Qué karma estaba pagando con él?Al ver acercarse a los hermanos, e