Ay, ay. ¿A que es un amor, Marquitos? A cuantas tiene boba-enamorada-perdida.
El cantar de los pajarillos hizo que Sam abriera los ojos y viera la luz del sol que se estaba colando por las múltiples rendijas de esa casa. Y aunque por fuera lucía espantosa por dentro no estaba tan mal. Era cierto que no contaba con las cosas básicas pero para una escapada romántica se podía utilizar. Un vistazo a su lado le mostró un Marcos totalmente dormido y con varios mechones de su cabello oscuro cayendo sobre su rostro. Una imagen super cautivadora. Sam se sonrojó al pensar en la noche anterior. Como una vez acabada la primera tanda caliente se bañaron desnudos en el lago. El agua había acariciado su piel ardiente pero le había refrescado el cuerpo. Habían sido unos cortos minutos de paz. Hasta que Marcos la había agarrado por la cintura y habían hecho que se zambulleran. Jugaron y se tiraron agua como si fuera simples críos y no un hombre y una mujer. Pasaron un rato divertido, hasta que la diversión se convirtió en pasión y se habían unido de forma desenfrenada una v
Sam tuvo que agarrar fuertemente a Thomas cuando llegaron a la entrada del zoológico. La emoción le podía, daba aplausos y no dejaba de señalar. Marcos iba un paso por detrás dándole una mirada fulminante a todo aquel incauto que se quedara mirando un minuto de más, las piernas de su chica. Pero es que Samantha con esa minifalda negra y esas botas no se lo estaba poniendo nada sencillo.— ¡Rayos nena! —dijo después de asesinar con sus ojos al décimo hombre que miraba en su dirección— .No había algo que te cubriera menos. —concluyó irónico.—Me gustan las faldas, Marcos. Hay demasiado calor para ponerme pantalones. Cuando el invierno llegue, puedo asegurarte que me verás forrada. No obstante, para que estás tú, un hombre fuerte y grandote sino es para espantar moscones.—Puedo asegurarte —dijo mientras ponía su brazo izquierdo sobre sus hombros. Ya era hora que los demás comprendieran que esa preciosa rubia tenía dueño—, que tengo otras funciones. Soy multifacético. Si no recuerdo mal,
La mandíbula de Sam casi tocó el suelo cuando Marcos acabó de hablar. "No podía hablar en serio, eso era una broma de muy mal gusto" pensó mientras sus ojos buscaban en Marcos cualquier indicio de falsedad o engaño. No podía haberse acostado tantas veces con un hombre y no saber semejante secreto. Porque eso, era un secreto en toda regla.—Vamos a ver, Marcos. Qué me parece que no nos estamos moviendo en el mismo terreno. ¿Tienes una niña?—Sí gatica. Una preciosa pelirroja que me tiene loco. Tiene unos cinco años.— ¿Y quieres que la conozca?—Sí. Creo que hemos dado un gran paso en nuestra relación y llegó el momento. No puedo ocultártela por más tiempo. Sam asintió aunque no tenía idea de lo que estaba confirmando. Estaba más perdida que un elefante en un museo. No entendía nada. Como podía ser tan mujeriego y dar ejemplo de esa forma. Los niños limitaban el comportamiento de los padres, al parecer para Marcos era todo lo contrario. Esa niña dentro de unos años sería una copia fid
—Tenemos un serio problema Ron. Uno bien gordo. —dijo Georgina cuando Sam contestó al teléfono.—Gin puedes decirle a Marcos, estoy en el centro de un tráfico infernal. Voy a llegar tarde a una reunión que tengo dentro de media hora con un proveedor para los tapizados de los coches deportivos y no estoy segura que pueda llegar a la que mi padre va a realizar a las once.—Ok, yo le digo a tu novio.—Gina —advirtió Sam. Conocía a Georgina Lucrecia Dankworth de arriba a abajo. No estaba tramando nada bueno— .Deja de buscarle las cosquillas a Marcos. Pareces sopita, no te ha hecho nada y tú vas a caerle encima como piratas a un barco.— ¡Al abordaje! —dijo riendo— Seré buena, Ron. Te doy mi palabra.—Ya claro. Tu palabra vale un pimiento cuando quieres salirte con la tuya. ¿Olvida el tema quieres? Gina no negó las sílabas de Sam. No podía. Nadie le hacía daño a una de las personas que más quería y se iba con viento fresco. Se las estaba guardando al papacito una por una. No era rencorosa
—Disculpa, ¿nos conocemos? —preguntó Eduardo a modo de saludo. No le había gustado un pelo como ese hombre había mirado a Georgina y a Alejandra y mucho menos la pregunta que había hecho. —A usted no tengo el placer, señor. Pero de las damas soy un viejo amigo. Muy querido. —expresó haciendo énfasis en la última palabra.—Soy Eduardo Montenegro. El dueño de todo este lugar y el padre de Alejandra, de Samantha y el casi padre de Georgina. Él es Marcos —dijo señalando hacia su derecha—, el vicepresidente de esta compañía y el otro es Benjamín. —Eduardo continuó con las presentaciones y vio de reojo como Marcos le daba una mirada fulminante al desconocido mientras estrechaba su mano. La reunión duró cerca de una hora. George Wells llevaba dos años desarrollando un prototipo de un tipo especial de cuarzo que le venía muy bien a la parte delantera de los autobuses. Y como ese tipo de transporte era una demanda alta y que se realizaba en grandes pedidos, lo mejor era que además de cómodos
Samantha iba casi corriendo de lo fuerte que la estaba halando Marcos. Después del puñetazo y de dejar a George tirado todo lo largo que era en el suelo del salón de reuniones, no le había dado tiempo ni saludar. La furia de Marcos salía en oleadas, lo podía sentir. — ¿Quieres calmarte? —fueron las primeras palabras de Sam nada más entrar en la oficina del vicepresidente y que Marcos trancara la puerta.—No. Le respondiste el beso, joder. Al tipo que te engañó. Viene te roba un beso y tú lo recibes con los brazos abiertos. Es que es el colmo, Samantha. —gritó enojado.—Fue la sorpresa del momento. Nunca imaginé que George hiciera negocios con nosotros cuando le va otro tipo de trabajos. Hace cinco años que no lo veía. Es normal que reaccionara así, pero lo alejé. O estabas tan ofuscado que no te diste cuenta de eso. Sam estaba empleando su tono suave para calmar a la bestia. Ella tenía un pequeño porciento de culpa. Sabía como actuaría de suceder al contrario. De que fuera a Marcos a
Marcos actúo con celeridad pero Andrew fue más rápido. Y logró alcanzar el cuerpo de su mujer antes de que chocara contra el piso. Sin demora la cargó en brazos y se dirigió al sofá con un Marcos muy preocupado siguiendo sus pasos.—Alcánzame un pañuelo, Marcos. —expresó Andrew después de coger su maletín y comprobar que la mujer que estaba inconsciente en el sofá no tenía nada más que la emoción del momento. — ¿Dime qué está bien? La veo muy pálida —le dijo Marcos en el mismo momento que le entregaba el pañuelo que tenía en el bolsillo trasero de su pantalón— .Joder, jamás me imaginé que reaccionaría así. —Se pondrá bien, Marcos. Solo ha sido la impresión. Quien te ha visto y quién te ve. El hombre que me dijo que nunca entregaría su corazón, de rodillas ante una mujer, literalmente. —Ella me importa, Drew. Hacía años que no me sentía tan vivo como en estos momentos. Hace años que pensé que vivir no valía la pena, pero esa mujer que ves ahí, me ha devuelto el alma.— ¿Y tu vengan
El sofocante verano fue cediendo el paso a la frescura del otoño. Los árboles cambiaron sus trajes verdes por los dorados, marrones y delicados naranjas y las noches pasaron a ser más largas. La relación de Marcos y Samantha se fue consolidando y ya no escondían su romance. Trataban de ser discretos en la empresa pues no querían dar pasos a rumores mayores. Sin embargo, nada más poner un pie afuera de la corporación, sus manos se unían como si fueran un todo indisoluble.—Te tengo una buena noticia y una mala ¿Cuál quieres primero? —le dijo Gina a Sam cuando estaban a punto de salir a almorzar.—La buena. Si me dices que atrapaste al ladrón te subo el salario.—Pues no, no lo he atrapado. Es demasiado sigiloso y con respecto a mi sueldo, sabes que tengo dinero de sobra. Y ese conocimiento lo tienes, porque posees casi el mismo porcentaje que yo y porque manejas mis cuentas. Sam le guiñó un ojo a Gina descaradamente. Desde los dieciocho ella manejaba las cuentas de ambas. Consultaba