—No soy celoso, gatica. —Pues bájale una línea a la posesividad. No soy tuya, Marcos. En cada palabra dicha se habían ido acercando poco a poco hasta casi estar a un metro de distancia. Marcos extendió el brazo y cogió a Sam de la cintura. La haló hacia él hasta que sus alientos se entremezclaron.—Pero lo serás. Serás mía. Solo tienes que metértelo en la cabeza.Sam había negado con la cabeza ante cada frase. Pero esa faceta de sinvergüenza empedernido le gustaba mucho. Marcos movía cosas en ella que nadie había logrado mover. La traía de cabeza pero era un mareo divertido. —Te voy a besar. —le advirtió Marcos minutos después.—Las otras veces no pediste permiso. —Estoy intentando ser un caballero y dejarte decidir si lo quieres o no.—La caballerosidad sobra. Pensé que habíamos dejado claro que no te pega esa fase. Al terminar de hablar Sam se vio arrastrada a un beso arrollador. No se habían besado nunca así. Como si quisieran dejar al otro impregnado en su sabor. Las ocasion
— ¿Qué tal el vuelo Gin? —preguntó Sam en cuanto la sesión de abrazos concluyó.—Lo estás preguntando con segundas cierto. Si no fueras porque no puedes vivir sin mí, me quedaría quietecita al otro lado del Océano Atlántico.Sam soltó una carcajada que hizo que varios pasajeros se voltearan a mirarlas con curiosidad. Ambas formaban una estampa digna de contemplar. Una rubia, otra pelirroja. Una con los ojos del color de la miel, otra con dos gemas verdes como el más profundo de los bosques. Ambas esbeltas y sobre unos tacones de quince centímetros. Las dos bien bellas pero también diferentes. —Evitaste responderme. —cuestionó Samantha.—Por qué quieres que te responda una pregunta cuya respuesta conoces de sobra. Detesto volar. Incluso aunque sea en primera clase y rodeada de comodidades. Me tuve que tomar dos antiácidos antes de montarme en el avión. Y casi no comí porque lo menos que quería era marearme. Así que mueve el trasero que me muero de hambre. Sam asintió mientras cogía u
Ese fin de semana pasó volando. Samantha y Georgina no se separaron ni un instante. A pesar de todos los bellos lugares que habían visitado en sus viajes y excursiones jamás habían visitado los Estados Unidos. Quizás había sido un acuerdo tácito entre ellas. Gin nunca le había pedido a su mejor amiga ir al lugar donde esta había sufrido tanto. El mundo era un lugar demasiado grande para concentrarse en un solo país. Por lo que Sam la llevó a recorrer su ciudad natal. Igual que Gin había hecho hace tantos años atrás en el primer fin de semana que el internado les había dado. Sam la llevó a sus lugares preferidos. A todos los lugares que había visitado con sus hermanos mayores cuando eran niños. Un día era más que insuficiente para recorrer las calles y callejuelas de la ciudad de las colinas, pero ya habría tiempo, pues su hermana del alma había llegado para quedarse. El sábado en la noche se pusieron sus mejores galas y se dirigieron a una discoteca que estaba sonando bastante. Sam
Cuando el lunes amaneció, la luz que se colaba por los resquicios de las ventanas daba a entender que haría un día brillante. Aunque en San Francisco no se sabía pues a pesar de estar en la estación seca, la ciudad de El puente dorado contaba con sus propios microclimas. Samantha estaba entrando en la empresa cuando le sonó el móvil. Los tacones resonaban en el suelo de mármol blanco del vestíbulo mientras se dirigía hacia el ascensor.—Llevas minutos de retraso, Gin. Si te levantaste ahora puedes estar segura que voy a darte un buen pellizco cuando te vea.—Llevo levantada hace una hora. Pero estoy perdida. Me parece que cogí por una calle que no era. Sam alzó sus cejas ante la sonrisa que le dedicó unos de los económicos de la tercera planta. Comprobó que la llamada no estuviera en altavoz y le dio nuevamente la dirección a su amiga. En los tres días que Gina llevaba en los Estados Unidos habían pasado innumerables veces frente a la corporación. La orientación sin duda alguna no er
— ¿Cómo lo ves, Gin? Dime que tiene solución. Que encontraremos al culpable. —dijo Samantha después de que le hubieran mostrado todos los archivos y programas. Ellas y Marcos llevaban una hora en el despacho. Le habían explicado a Georgina todos los procedimientos en los balances económicos y todos los pasos a seguir que hacía la compañía. Había preguntado poco y escrito en un papel varias cosas.—Te tengo dos noticias, Ron. ¿Cuál quieres primero, la buena o la mala?—La buena. —respondió Sam rápidamente. Ya era hora de que surgieran buenas noticias. Y en medio de todo ese caos, algo mejor sería definitivamente un soplo de aire fresco.—Lo voy a desenmascarar. —advirtió Gin muy segura. Marcos y Sam se miraron a los ojos y sonrieron. Era el momento de desvelar al tramposo.—Pero no hoy —continuó sin prisa pero sin pausa. Gina vio en el momento que la sonrisa de su mejor amiga había empezado a decaer pero no quería mentirle ni darle falsas esperanzas— .Y esa es la mala noticia. Soy una
Sam terminó el análisis que había hecho media hora antes del consejo de accionistas. Era extraordinario como un simple número podía cambiar todo un sistema. A pesar de haber realizado ese informe tres veces antes y de que Gin había dejado lo que estaba haciendo y la ayudara, no habían podido terminarlo cuando habían querido. Pero ya lo tenía. Solo esperaba que los compañeros que llevaban tantos años trabajando con su padre tuvieran una visión de futuro y no le pusieran trabas. Y aunque sabía que al final las decisiones importantes caían en las manos de los Montenegro, contar con el apoyo valía la pena. — ¿Estás lista, Ron? —le dijo Gin a Samantha poco antes de entrar en el amplio salón.—Nerviosa. En mi vida laboral solo he necesitado contar con dos personas. Mi antiguo jefe confiaba en mí con los ojos cerrados y tú no te metías en esos asuntos. Es decir que jamás tuve las manos atadas. Hoy es diferente. — ¿Ya Marcos lo vio? —No, él querido enseñárselo. Nuestra relación ha avanzado
La marcha de Samantha dejó a las personas dentro de ese salón con diferentes expresiones. Ninguna buena, ninguna bonita. La vergüenza y el bochorno eran las que más abundaban.—Me dejan a solas con mi hija por favor. —pidió Eduardo. Marcos y Benjamín salieron a la par pensando que las revoluciones que se armaban dentro de la familia Montenegro eran dignas de hacer un guión de teatro. Eduardo esperó que Marcos cerrara la puerta para mirar de forma condenatoria a su hija. Esa mirada la utilizaba pocas veces, con sus princesas, aún menos. Solo recordaba tres ocasiones en que la había empleado. Cuando sus tres hijos eran pequeños y se habían metido en un lodazal acabados de vestir de blanco, cuando Sam y Ale le dijeron que habían besado por primera vez a un hombre y cuando de forma entrecortada le contaron que habían perdido la virginidad. En ese momento tuvo el mismo efecto. Alejandra no era capaz de alzar la cabeza.—Estoy esperando una explicación, cielo. Vamos a continuar lo que
Los días fueron pasando entre avasalladores besos y calientes caricias. Cada vez era más complicado no ceder al deseo que regía sus cuerpos. Un mes exacto fue lo que habían acordado. El máximo tiempo que tendrían antes de ceder a la locura de la lujuria. Pero bendita locura. Hubo una ocasión que habían llegado un poco más allá. Las caricias se había extralimitado y Sam había terminado con los labios hinchados, la vista turbia y la falda subida hasta la cintura. La mirada que Marcos le había dado, al darse cuenta que las medias eran hasta medio muslo y no hasta arriba era algo con lo que Sam soñaba a diario. Siempre y cuando las pesadillas no visitaran el pasillo de su mente. Habían pasado diez días y la relación entre Alejandra y Samantha seguía igual. Totalmente estancada. Sam no había regresado por la casa que la había visto crecer. Al siguiente día de la discusión, Nana se había aparecido con todo tipo de calderos, vasijas y cacharros. Una cantidad inagotable de comida que todav