Ese fin de semana pasó volando. Samantha y Georgina no se separaron ni un instante. A pesar de todos los bellos lugares que habían visitado en sus viajes y excursiones jamás habían visitado los Estados Unidos. Quizás había sido un acuerdo tácito entre ellas. Gin nunca le había pedido a su mejor amiga ir al lugar donde esta había sufrido tanto. El mundo era un lugar demasiado grande para concentrarse en un solo país. Por lo que Sam la llevó a recorrer su ciudad natal. Igual que Gin había hecho hace tantos años atrás en el primer fin de semana que el internado les había dado. Sam la llevó a sus lugares preferidos. A todos los lugares que había visitado con sus hermanos mayores cuando eran niños. Un día era más que insuficiente para recorrer las calles y callejuelas de la ciudad de las colinas, pero ya habría tiempo, pues su hermana del alma había llegado para quedarse. El sábado en la noche se pusieron sus mejores galas y se dirigieron a una discoteca que estaba sonando bastante. Sam
Cuando el lunes amaneció, la luz que se colaba por los resquicios de las ventanas daba a entender que haría un día brillante. Aunque en San Francisco no se sabía pues a pesar de estar en la estación seca, la ciudad de El puente dorado contaba con sus propios microclimas. Samantha estaba entrando en la empresa cuando le sonó el móvil. Los tacones resonaban en el suelo de mármol blanco del vestíbulo mientras se dirigía hacia el ascensor.—Llevas minutos de retraso, Gin. Si te levantaste ahora puedes estar segura que voy a darte un buen pellizco cuando te vea.—Llevo levantada hace una hora. Pero estoy perdida. Me parece que cogí por una calle que no era. Sam alzó sus cejas ante la sonrisa que le dedicó unos de los económicos de la tercera planta. Comprobó que la llamada no estuviera en altavoz y le dio nuevamente la dirección a su amiga. En los tres días que Gina llevaba en los Estados Unidos habían pasado innumerables veces frente a la corporación. La orientación sin duda alguna no er
— ¿Cómo lo ves, Gin? Dime que tiene solución. Que encontraremos al culpable. —dijo Samantha después de que le hubieran mostrado todos los archivos y programas. Ellas y Marcos llevaban una hora en el despacho. Le habían explicado a Georgina todos los procedimientos en los balances económicos y todos los pasos a seguir que hacía la compañía. Había preguntado poco y escrito en un papel varias cosas.—Te tengo dos noticias, Ron. ¿Cuál quieres primero, la buena o la mala?—La buena. —respondió Sam rápidamente. Ya era hora de que surgieran buenas noticias. Y en medio de todo ese caos, algo mejor sería definitivamente un soplo de aire fresco.—Lo voy a desenmascarar. —advirtió Gin muy segura. Marcos y Sam se miraron a los ojos y sonrieron. Era el momento de desvelar al tramposo.—Pero no hoy —continuó sin prisa pero sin pausa. Gina vio en el momento que la sonrisa de su mejor amiga había empezado a decaer pero no quería mentirle ni darle falsas esperanzas— .Y esa es la mala noticia. Soy una
Sam terminó el análisis que había hecho media hora antes del consejo de accionistas. Era extraordinario como un simple número podía cambiar todo un sistema. A pesar de haber realizado ese informe tres veces antes y de que Gin había dejado lo que estaba haciendo y la ayudara, no habían podido terminarlo cuando habían querido. Pero ya lo tenía. Solo esperaba que los compañeros que llevaban tantos años trabajando con su padre tuvieran una visión de futuro y no le pusieran trabas. Y aunque sabía que al final las decisiones importantes caían en las manos de los Montenegro, contar con el apoyo valía la pena. — ¿Estás lista, Ron? —le dijo Gin a Samantha poco antes de entrar en el amplio salón.—Nerviosa. En mi vida laboral solo he necesitado contar con dos personas. Mi antiguo jefe confiaba en mí con los ojos cerrados y tú no te metías en esos asuntos. Es decir que jamás tuve las manos atadas. Hoy es diferente. — ¿Ya Marcos lo vio? —No, él querido enseñárselo. Nuestra relación ha avanzado
La marcha de Samantha dejó a las personas dentro de ese salón con diferentes expresiones. Ninguna buena, ninguna bonita. La vergüenza y el bochorno eran las que más abundaban.—Me dejan a solas con mi hija por favor. —pidió Eduardo. Marcos y Benjamín salieron a la par pensando que las revoluciones que se armaban dentro de la familia Montenegro eran dignas de hacer un guión de teatro. Eduardo esperó que Marcos cerrara la puerta para mirar de forma condenatoria a su hija. Esa mirada la utilizaba pocas veces, con sus princesas, aún menos. Solo recordaba tres ocasiones en que la había empleado. Cuando sus tres hijos eran pequeños y se habían metido en un lodazal acabados de vestir de blanco, cuando Sam y Ale le dijeron que habían besado por primera vez a un hombre y cuando de forma entrecortada le contaron que habían perdido la virginidad. En ese momento tuvo el mismo efecto. Alejandra no era capaz de alzar la cabeza.—Estoy esperando una explicación, cielo. Vamos a continuar lo que
Los días fueron pasando entre avasalladores besos y calientes caricias. Cada vez era más complicado no ceder al deseo que regía sus cuerpos. Un mes exacto fue lo que habían acordado. El máximo tiempo que tendrían antes de ceder a la locura de la lujuria. Pero bendita locura. Hubo una ocasión que habían llegado un poco más allá. Las caricias se había extralimitado y Sam había terminado con los labios hinchados, la vista turbia y la falda subida hasta la cintura. La mirada que Marcos le había dado, al darse cuenta que las medias eran hasta medio muslo y no hasta arriba era algo con lo que Sam soñaba a diario. Siempre y cuando las pesadillas no visitaran el pasillo de su mente. Habían pasado diez días y la relación entre Alejandra y Samantha seguía igual. Totalmente estancada. Sam no había regresado por la casa que la había visto crecer. Al siguiente día de la discusión, Nana se había aparecido con todo tipo de calderos, vasijas y cacharros. Una cantidad inagotable de comida que todav
— ¿Por qué me mandaste a llamar, guapetón? —le dijo Sam a Marcos una vez en la oficina.—Le cediste el proyecto a tu hermana —comentó de mala forma. Ni siquiera le hizo caso a los brazos que Sam había puesto alrededor de su cuello. Al tenerla tan cerca solo se fijó en sus pupilas que estaban tan dilatadas que el color dorado casi estaba desaparecido. Incluso su piel parecía más fina. Características que provocaban la cocaína o la metanfetamina y otras drogas similares.—Wow los chismes vuelan ¿Quién te lo dijo?— ¿Por qué lo hiciste? —Evitó su pregunta y siguió su propio cuestionario— ¿Por qué, gatica? —Porque en estos momentos no puedo con todas las cosas que conlleva. Tengo demasiadas cosas en la cabeza.— ¿No tienes nada que contarme, Samantha? ¿No me estás ocultando nada?— ¿Pero a dónde quieres llegar, rayos? No sé de lo que estás hablando.—Sabes, es mejor así —le dijo quitando las manos de su cuello y los dedos que le estaban acariciando suavemente la nuca—, esta empresa no t
Sam llegó a su apartamento completamente agotada. Física y mentalmente. Se fue quitando la ropa que pesaba 15 kilos cada pieza a medida que avanzaba dentro del apartamento. Cuando se detuvo frente al espejo y vio su cuerpo hizo una mueca, esa había sido la peor crisis que había vivido. Incluso cuando se despertó de una inconsciencia de dos semanas y le habían dicho que su hermano mayor estaba muerto y enterrado había vivido algo parecido. Llevaba quince minutos bajo el chorro de agua caliente cuando al mirar hacia el suelo vio el agua saliendo roja. La regla había hecho su anuncio y de paso le hizo trabajar que no había ningún bebé. Se sintió decepcionada como nunca antes. No entendió como se podía extrañar algo que nunca se había tenido. Pero después de que se había hecho la idea de que una criatura podía estar creciendo en su vientre, había querido que se hiciera realidad. Aunque en esos momentos era mejor que el bebé demorara, sobre todo después de tener en cuenta, la relación q