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DULCE VENGANZA: Renaciendo como una Monja
DULCE VENGANZA: Renaciendo como una Monja
Por: Sathara
Capítulo 1: Lencería rota y un marido ingrato

EVELYN VALENCIA

Sentada en el borde de la cama, escuché como la puerta de la entrada se abrió. Podía contar los pasos que Leonel estaba dando hacia mí, hasta que por fin llegó a la habitación. Se quitó el reloj y la corbata en completo silencio mientras yo me puse de pie, luciendo ese conjunto de lencería rojo que tanto le gustaba a él y me incomodaba a mí. Tuve que luchar con la necesidad de cubrir mi cuerpo con las manos, me devoraba la vergüenza.

En cuanto giró hacia mí, agaché la mirada, pues me intimidaba verlo a los ojos. Se acercó hasta que pude percibir el calor que su cuerpo irradiaba. Después de olfatear de mi cuello el miedo mezclado con perfume, me arrojó sobre la cama y, como cada noche, sus besos toscos e insistentes cubrieron mi piel mientras que sus manos forcejeaban con la lencería, desgarrándola y haciéndola a un lado. No le importaba aplastarme con su peso, no le importaba si sus mordidas me herían y mucho menos le importaba si lo disfrutaba. Él solo se puso entre mis piernas y me tomó, saciando sus deseos, sin importarle los míos.

Contuve mi miedo y el dolor que me provocaba cada uno de sus movimientos, pero no podía permitir que lastimara al bebé: —Leonel, ten cuidado de no dañar a nuestro hijo… —pedí con suavidad, notando que mi esposo se detenía por un momento, como si estuviera en verdad valorando mi petición, pero a los pocos segundos, siguió con el acto, dejando en claro que, si no le importaba lastimarme a mí, tampoco le importaba lo que le ocurriera al bebé.

Cuando por fin acabó, dejó mi cuerpo tembloroso en la cama y se levantó, dispuesto a salir como siempre. Recuperé mi lencería y evalué los daños mientras él parecía prepararse para salir. ¿No pasaría la noche en casa?

—Hoy cumplimos un mes de casados —dije en un susurro­—. ¿Puedes quedarte?

Aún vivía alimentándome de la esperanza, pensando que con el tiempo tal vez cambiaría, se daría cuenta de que no soy una mala mujer, de que, si tan solo me diera la oportunidad y me conociera, vería en mí a una chica agradable, una buena compañera, una esposa devota y cariñosa. Incluso tenía la esperanza de que, al nacer el bebé, el suavizaría su carácter.

Leonel volteó con desprecio, haciendo que me arrepintiera de haber abierto la boca: —¿Crees que te mereces que me quede? —preguntó con burla—. No olvides que si nos casamos fue porque mi abuelo quiere que me haga responsable de ese niño que llevas en tu vientre. Un niño que yo no planeaba tener.

—Lo sé… pero… —Su mirada se volvió aún más gélida, cortando el aire, arrancándome el aliento y las ganas de hablar. Se deslizó por mi piel examinando de nuevo la lencería que había regresado a mi cuerpo, ese era el único sentimiento que parecía despertar en él, lujuria, no amor.

Después de un suspiro y una mirada lasciva, continuó: —Bueno, si quieres que me quede, lo puedo hacer… pero tienes que convencerme. Encuentra una manera. —Con media sonrisa, su mirada bajó sutilmente, indicándome el camino hacia sus pantalones.

Me acerqué tímida y contrariada, deseaba que se quedara, pero… mientras me hincaba ante él y desabrochaba su pantalón, consideré que tal vez no era del todo lo que quería, no así. No quise levantar la mirada y ver su rostro cargado de lujuria y deseo, y mis manos temblorosas parecían más torpes que de costumbre.

En cuanto la bragueta cedió y mi rostro no podía estar más rojo, el timbre sonó con insistencia.

Sabía quien era, la ex de Leonel, la única mujer que él amaba.

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