EVELYN VALENCIA
Sentada en el borde de la cama, escuché como la puerta de la entrada se abrió. Podía contar los pasos que Leonel estaba dando hacia mí, hasta que por fin llegó a la habitación. Se quitó el reloj y la corbata en completo silencio mientras yo me puse de pie, luciendo ese conjunto de lencería rojo que tanto le gustaba a él y me incomodaba a mí. Tuve que luchar con la necesidad de cubrir mi cuerpo con las manos, me devoraba la vergüenza.
En cuanto giró hacia mí, agaché la mirada, pues me intimidaba verlo a los ojos. Se acercó hasta que pude percibir el calor que su cuerpo irradiaba. Después de olfatear de mi cuello el miedo mezclado con perfume, me arrojó sobre la cama y, como cada noche, sus besos toscos e insistentes cubrieron mi piel mientras que sus manos forcejeaban con la lencería, desgarrándola y haciéndola a un lado. No le importaba aplastarme con su peso, no le importaba si sus mordidas me herían y mucho menos le importaba si lo disfrutaba. Él solo se puso entre mis piernas y me tomó, saciando sus deseos, sin importarle los míos.
Contuve mi miedo y el dolor que me provocaba cada uno de sus movimientos, pero no podía permitir que lastimara al bebé: —Leonel, ten cuidado de no dañar a nuestro hijo… —pedí con suavidad, notando que mi esposo se detenía por un momento, como si estuviera en verdad valorando mi petición, pero a los pocos segundos, siguió con el acto, dejando en claro que, si no le importaba lastimarme a mí, tampoco le importaba lo que le ocurriera al bebé.
Cuando por fin acabó, dejó mi cuerpo tembloroso en la cama y se levantó, dispuesto a salir como siempre. Recuperé mi lencería y evalué los daños mientras él parecía prepararse para salir. ¿No pasaría la noche en casa?
—Hoy cumplimos un mes de casados —dije en un susurro—. ¿Puedes quedarte?
Aún vivía alimentándome de la esperanza, pensando que con el tiempo tal vez cambiaría, se daría cuenta de que no soy una mala mujer, de que, si tan solo me diera la oportunidad y me conociera, vería en mí a una chica agradable, una buena compañera, una esposa devota y cariñosa. Incluso tenía la esperanza de que, al nacer el bebé, el suavizaría su carácter.
Leonel volteó con desprecio, haciendo que me arrepintiera de haber abierto la boca: —¿Crees que te mereces que me quede? —preguntó con burla—. No olvides que si nos casamos fue porque mi abuelo quiere que me haga responsable de ese niño que llevas en tu vientre. Un niño que yo no planeaba tener.
—Lo sé… pero… —Su mirada se volvió aún más gélida, cortando el aire, arrancándome el aliento y las ganas de hablar. Se deslizó por mi piel examinando de nuevo la lencería que había regresado a mi cuerpo, ese era el único sentimiento que parecía despertar en él, lujuria, no amor.
Después de un suspiro y una mirada lasciva, continuó: —Bueno, si quieres que me quede, lo puedo hacer… pero tienes que convencerme. Encuentra una manera. —Con media sonrisa, su mirada bajó sutilmente, indicándome el camino hacia sus pantalones.
Me acerqué tímida y contrariada, deseaba que se quedara, pero… mientras me hincaba ante él y desabrochaba su pantalón, consideré que tal vez no era del todo lo que quería, no así. No quise levantar la mirada y ver su rostro cargado de lujuria y deseo, y mis manos temblorosas parecían más torpes que de costumbre.
En cuanto la bragueta cedió y mi rostro no podía estar más rojo, el timbre sonó con insistencia.
Sabía quien era, la ex de Leonel, la única mujer que él amaba.
EVELYN VALENCIABajé presurosa a la primera planta y entonces los vi, Leonel y su ex besándose apasionadamente. Ella era Dafne, la hija del juez más admirado del país, reconocida no solo por sus actos de beneficencia que organizaba con el dinero de su padre, sino también por su belleza.—Leonel, arreglemos las cosas… No puedo estar más tiempo así, no sabes cuanto sufrí cuando me enteré de que el hombre al que más he amado en la vida se había casado con otra mujer —dijo Dafne tomando el rostro de Leonel entre sus manos, para después dedicarme una mirada cargada de arrogancia—, pero no me sentiré cómoda si en esta casa hay extraños que puedan escucharnos.¿Extraños? ¿Yo era una extraña?—¿Perdón? —pregunté indignada.—¿No escuchaste? A parte de robarme a mi novio, te haces la sorda —agregó Dafne cruzada de brazos, altanera y soberbia, como la niña rica que era—. ¡Largo de esta casa! ¡No te quiero ver aquí! Leonel ya no necesita nada de ti, porque ahora ya me tiene a mí!Entre más hablaba
EVELYN VALENCIAEran las tres de la mañana y lo único que llevaba en el bolsillo del pantalón era mi celular. No sabía a dónde ir o qué dirección tomar, mientras que mi mente se concentraba en pensar en todo lo que deberían de estar haciendo Leonel y su novia sobre nuestra cama. ¿Esta era la manera en la que quería vivir? ¿Era justo que, pese a ser su esposa, me hiciera a un lado de esa manera? ¿A quién engañaba?, él jamás me había amado, ni lo haría, pues solo tenía ojos para ella, yo fui un entretenimiento pasajero.Las horas siguieron su curso hasta que por fin llegué a los tribunales, ahí debía de estar el juez Galeana.Me planté ante las grandes puertas, con el corazón latiendo en mi garganta. Alcé la mirada viendo la inmensidad del edificio, era enorme. Con el celular pegado al pecho, inspiré profundamente cuando un grupo de personas salieron de ahí, rodeando a quien parecía ser Dafne. ¿Qué hacia aquí? ¿No se suponía que debía de estar con Leonel arreglando su relación? ¿Cómo era
EVELYN VALENCIAAbrí los ojos, alterada, con el corazón a mil por hora. La cama en la que estaba parecía de piedra y noté que había monjas a mi alrededor, un doctor y un par de enfermeras que parecían incómodos entre tantas mujeres de fe.—¡Hermana Gianna! —exclamó una de las monjas. Era una señora entrada en años, de mirada bondadosa—. Alabado sea el señor, aún no era tu hora y te dejó aquí con nosotras más tiempo.—¿Eh? —pregunté confundida mientras me quería recorrer en la cama para poder apoyarme contra la cabecera—. ¿Qué pasó aquí?¿Hermana Gianna? ¿Quién era esa? Eché un vistazo, notando que estaba en una habitación muy pequeña, con una ventana igual de reducida y casi sin muebles. ¿Dónde carajos estaba?—Hermana Gianna, soy el doctor Bennet… Hace ya un tiempo tuvo una contusión muy fuerte en la cabeza. Permaneció por una semana completamente inconsciente. Las hermanas aquí presentes prefirieron cuidar de usted en el convento… Es una suerte que despertara justo en la hora de mi
LEONEL ARZÚADesde que regresó Dafne mis días se convirtieron en un idilio, visitábamos la cama con recurrencia. Me sentía feliz y me gustaba pasar varios minutos viéndola dormir semidesnuda a mi lado, pero había algo que no me soltaba, tenía una espina clavada en el pecho y cada vez que respiraba esta se encajaba profundo en mi corazón. ¿Qué había pasado con Evelyn? ¿Habría logrado resolver el problema de su hermano sin mi ayuda? Simplemente había desaparecido sin avisar, orgullosa y tonta. Una parte de mí esperaba verla regresando de rodillas, pidiendo que la aceptara. Tal vez podría darle el lugar de sirvienta para que pudiera pagar la fianza de su hermano. Además, llevaba a mi hijo en su vientre y aunque a ella no la quisiera, me interesaba por ese bebé, por no decir que lo necesitaba. Tomé mi teléfono y comencé a buscar alguna llamada perdida o mensajes, pero en vez de eso me di cuenta de que su número aparecía bloqueado. ¿Cuánto tiempo había estado así? Cuando lo desbloqueé lle
LEONEL ARZÚADespués de confirmar que era ella y ver esa otra mitad de su rostro destrozado por el impacto, llegué a casa en completo silencio, solo con mis pensamientos. Poco a poco los recuerdos de Evelyn empezaban a opacarse con la imagen de su cadáver, frío y rígido sobre esa plancha de acero. Tomé una de las botellas de la vitrina y me quedé pegado a la ventana, absorto en el jardín, bebiendo mientras evocaba su recuerdo. Odiaba tanto que fuera tan débil como para seguir sirviendo a ese par, ni su hermano ni su padre eran buenas personas… tampoco yo… y, aun así, no dejaba de ser bondadosa y esperar lo mejor de nosotros. Entre la penumbra de la casa, vi una silueta femenina acercándose. Usaba uno de los camisones de seda que solía portar Evelyn. —¿Qué fue lo que hiciste? —pregunté con los dientes apretados y sin apartar mi mirada de ella.—¿A qué te refieres? ¿Estás bien? —inquirió Dafne acercándose aún más. Cuando intentó posar su mano en mi mejilla, retrocedí. —¿Quién te dio
GIANNA RICCINo fue fácil verme al espejo y encontrarme con un rostro que claramente no era el mío. Tenía los cabellos negros y los ojos de un azul que casi se tornaba violeta. Era una chica muy atractiva, más de lo que yo fui en mi otra vida. Incluso consideré que era un desperdicio permanecer como monja. ¿Qué la habría hecho llegar aquí?Después de un tiempo de ver mi nuevo reflejo, encontré ciertas similitudes con mi antiguo rostro, o tal vez eso es lo que quería creer para asimilar mi nueva condición. El uso de los hábitos y los horarios en el convento eran algo nuevo, pero no difícil de dominar. Era lindo convivir con todas las monjas. Ir a misa todas las mañanas se volvía un buen momento para agradecer por esta nueva oportunidad. Leer la biblia era una tarea tediosa que le fui agarrando gusto. Lo que más amaba de esta nueva vida era lo simple que se volvía ser feliz. Jamás creí que tendría partes favoritas de mi rutina, por lo menos en mi anterior vida no las había. Era genial
LEONEL ARZÚALos días pasaron y las botellas se iban acabando. Si nunca había querido a Evelyn, si la traté tan mal en este tiempo, ¿por qué me estaba afectando su partida? ¿En verdad la extrañaba? Cada día se volvía un suplicio donde me daba cuenta de que Evelyn había sido una buena mujer y la había perdido para siempre, sin darme la oportunidad de redimirme. La única manera en la que podía evitar sentirme miserable era bebiendo en cuanto el corazón comenzaba a doler o la cabeza empezaba a recordar.Me enredé con Evelyn sin conocerla bien, por mero despecho después de mi ruptura con Dafne, sin pensar en las consecuencias. Creí que ella sería igual, que me dejaría una vez obtuviera lo que quería, así que me esmeré en arrancarle ese comportamiento rebelde y altivo, pues no siempre fue la mujer obediente.Luché con mi temor de perderla y con el paso del tiempo se volvió dócil y hacía todo lo que yo le pedía sin chistar. Tenía a Evelyn a mis pies y ese control sobre ella me daba la certe
GIANNA RICCIEra curioso como el tiempo pasaba más rápido cuando la vida era tan buena y agradable, cada vez me sentía más fuerte en cuerpo y alma. Por fin me sentía viva y feliz. No había nada que pudiera cambiar mi buen humor, o eso creí hasta que una de mis compañeras me abordó:—¿Hermana Gianna? —preguntó. —¿Sí? ¿En qué puedo ayudarte, hermana? —respondí con una enorme sonrisa. —Solo quería recordarte que el día de mañana vendrá… ya sabes… ese hombre —contestó ansiosa y no comprendí.—¿Qué hombre? —El señor Sartori —agregó—. Por si no lo recuerdas, viene cada cierto tiempo para hablar contigo. Es un hombre muy importante para la congregación y para este convento. Nos ayuda a patrocinar muchas obras de caridad, además de que siempre que hay algún desperfecto en nuestro hogar, él manda a alguien que lo arregle. Si no fuera por él, este convento ya estaría cayendo a pedazos.—Suena a que es una buena persona —contesté con una sonrisa.—Sí… le agrada mucho platicar contigo, le ayuda