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Capítulo 6: Veneno y remordimiento

LEONEL ARZÚA

Después de confirmar que era ella y ver esa otra mitad de su rostro destrozado por el impacto, llegué a casa en completo silencio, solo con mis pensamientos. Poco a poco los recuerdos de Evelyn empezaban a opacarse con la imagen de su cadáver, frío y rígido sobre esa plancha de acero. 

Tomé una de las botellas de la vitrina y me quedé pegado a la ventana, absorto en el jardín, bebiendo mientras evocaba su recuerdo. Odiaba tanto que fuera tan débil como para seguir sirviendo a ese par, ni su hermano ni su padre eran buenas personas… tampoco yo… y, aun así, no dejaba de ser bondadosa y esperar lo mejor de nosotros. 

Entre la penumbra de la casa, vi una silueta femenina acercándose. Usaba uno de los camisones de seda que solía portar Evelyn. 

—¿Qué fue lo que hiciste? —pregunté con los dientes apretados y sin apartar mi mirada de ella.

—¿A qué te refieres? ¿Estás bien? —inquirió Dafne acercándose aún más. Cuando intentó posar su mano en mi mejilla, retrocedí. 

—¿Quién te dio permiso para usar mi teléfono? 

—¿De qué hablas? —agregó sonriente—. ¿Cuál es el problema?

—La bloqueaste…

—¿Por qué pareces molesto? ¿No es lo que queríamos? —Su sonrisa se hizo más grande—. Tú mismo dijiste que ya no querías saber nada de ella. No veo cual es el problema. 

—Evelyn murió —contesté entornando los ojos, queriendo ver una pizca de remordimiento, algo que me dejara en claro que tenía sentimientos, por lo menos culpabilidad, pero solo torció la boca y levantó los hombros. Furioso, la tomé con fuerza por el cuello y la azoté contra la pared. Sin soltarla, me acerqué e insistí: —Está muerta, Dafne… ¡Muerta! No solo se alejó de nosotros, ¡se suicidó! ¡Se lanzó de los juzgados!

—¿Qué? ¡Yo no sabía! —preguntó sorprendida y por fin vi terror en su rostro—. ¡Un momento! ¡No me trates como si yo fuera quien la aventó! —exclamó empujándome—. Fue su decisión, no la mía. Además, no creí que lo fuera a hacer, solo… estaba bromeando. Me conoces, Leo, no haría algo así. 

—Le aconsejaste a una mujer deprimida que se suicidara… ¿Crees que eso te exime de culpa?

—Pues… yo no fui la responsable de su depresión —contestó viéndome fijamente, acusándome con la mirada—. Tal vez si no hubiera estado tan destruida, no hubiera tomado en serio mis bromas. 

De esa manera me dejó en claro que lo ocurrido no era cosa de un solo culpable y no tenía la cara para negarlo. 

—Leo… No tiene sentido que peleemos por esto. No hay culpables aquí. Esta fue su elección, no nuestra —agregó intentando acercarse, con ojos llorosos, suplicando, pero yo no pude seguir con este juego. 

La tomé con firmeza del brazo y la acerqué a mí de un tirón. —Hablarás con tu padre, no sé qué tengas que hacer, pero lo vas a convencer de ayudar al hermano de Evelyn.

—¿Bromeas? Ese drogadicto merece morir en la cárcel por lo que hizo —agregó mientras se retorcía por liberarse—. ¡Me lastimas, Leonel!

—Sabes muy bien lo que soy capaz de hacer y cómo es que he llegado tan lejos en la vida, así que, si tu padre valora su libertad y su prestigio, entonces ayudará a Christian Valencia, ¿entendido? —Contrario a lo que ella esperaba, le hablé con paciencia, incluso ternura, pero sabía que mi tono llevaba implícito veneno y precaución. Clavé mi mirada en su rostro y la tomé con fuerza por el mentón antes de aventarla al piso, como si fuera una muñeca vieja.

Lentamente, desconcertada, se levantó y caminó hacia mí, buscando algo de piedad. Sus ojos llorosos me revolvieron el estómago.

—Leonel, mi amor… por favor, yo no hice nada malo, debes de creerme. Solo estaba bromeando. No es mi culpa, sabes cuanto te amo. Sí regresé no fue para causarte problemas… Leo, mi cielo, por favor, no me trates así… Haré lo que me pidas, pero… 

Torcí los ojos, asqueado, y la hice a un lado, empujándola al ir al mueble por otra botella, ya que, la que tenía en la mano, estaba vacía. —¡Fuera de mi vista! Deja de perder el puto tiempo y ve con tu padre de una buena vez.

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