LEONEL ARZÚA
Después de confirmar que era ella y ver esa otra mitad de su rostro destrozado por el impacto, llegué a casa en completo silencio, solo con mis pensamientos. Poco a poco los recuerdos de Evelyn empezaban a opacarse con la imagen de su cadáver, frío y rígido sobre esa plancha de acero.
Tomé una de las botellas de la vitrina y me quedé pegado a la ventana, absorto en el jardín, bebiendo mientras evocaba su recuerdo. Odiaba tanto que fuera tan débil como para seguir sirviendo a ese par, ni su hermano ni su padre eran buenas personas… tampoco yo… y, aun así, no dejaba de ser bondadosa y esperar lo mejor de nosotros.
Entre la penumbra de la casa, vi una silueta femenina acercándose. Usaba uno de los camisones de seda que solía portar Evelyn.
—¿Qué fue lo que hiciste? —pregunté con los dientes apretados y sin apartar mi mirada de ella.
—¿A qué te refieres? ¿Estás bien? —inquirió Dafne acercándose aún más. Cuando intentó posar su mano en mi mejilla, retrocedí.
—¿Quién te dio permiso para usar mi teléfono?
—¿De qué hablas? —agregó sonriente—. ¿Cuál es el problema?
—La bloqueaste…
—¿Por qué pareces molesto? ¿No es lo que queríamos? —Su sonrisa se hizo más grande—. Tú mismo dijiste que ya no querías saber nada de ella. No veo cual es el problema.
—Evelyn murió —contesté entornando los ojos, queriendo ver una pizca de remordimiento, algo que me dejara en claro que tenía sentimientos, por lo menos culpabilidad, pero solo torció la boca y levantó los hombros. Furioso, la tomé con fuerza por el cuello y la azoté contra la pared. Sin soltarla, me acerqué e insistí: —Está muerta, Dafne… ¡Muerta! No solo se alejó de nosotros, ¡se suicidó! ¡Se lanzó de los juzgados!
—¿Qué? ¡Yo no sabía! —preguntó sorprendida y por fin vi terror en su rostro—. ¡Un momento! ¡No me trates como si yo fuera quien la aventó! —exclamó empujándome—. Fue su decisión, no la mía. Además, no creí que lo fuera a hacer, solo… estaba bromeando. Me conoces, Leo, no haría algo así.
—Le aconsejaste a una mujer deprimida que se suicidara… ¿Crees que eso te exime de culpa?
—Pues… yo no fui la responsable de su depresión —contestó viéndome fijamente, acusándome con la mirada—. Tal vez si no hubiera estado tan destruida, no hubiera tomado en serio mis bromas.
De esa manera me dejó en claro que lo ocurrido no era cosa de un solo culpable y no tenía la cara para negarlo.
—Leo… No tiene sentido que peleemos por esto. No hay culpables aquí. Esta fue su elección, no nuestra —agregó intentando acercarse, con ojos llorosos, suplicando, pero yo no pude seguir con este juego.
La tomé con firmeza del brazo y la acerqué a mí de un tirón. —Hablarás con tu padre, no sé qué tengas que hacer, pero lo vas a convencer de ayudar al hermano de Evelyn.
—¿Bromeas? Ese drogadicto merece morir en la cárcel por lo que hizo —agregó mientras se retorcía por liberarse—. ¡Me lastimas, Leonel!
—Sabes muy bien lo que soy capaz de hacer y cómo es que he llegado tan lejos en la vida, así que, si tu padre valora su libertad y su prestigio, entonces ayudará a Christian Valencia, ¿entendido? —Contrario a lo que ella esperaba, le hablé con paciencia, incluso ternura, pero sabía que mi tono llevaba implícito veneno y precaución. Clavé mi mirada en su rostro y la tomé con fuerza por el mentón antes de aventarla al piso, como si fuera una muñeca vieja.
Lentamente, desconcertada, se levantó y caminó hacia mí, buscando algo de piedad. Sus ojos llorosos me revolvieron el estómago.
—Leonel, mi amor… por favor, yo no hice nada malo, debes de creerme. Solo estaba bromeando. No es mi culpa, sabes cuanto te amo. Sí regresé no fue para causarte problemas… Leo, mi cielo, por favor, no me trates así… Haré lo que me pidas, pero…
Torcí los ojos, asqueado, y la hice a un lado, empujándola al ir al mueble por otra botella, ya que, la que tenía en la mano, estaba vacía. —¡Fuera de mi vista! Deja de perder el puto tiempo y ve con tu padre de una buena vez.
GIANNA RICCINo fue fácil verme al espejo y encontrarme con un rostro que claramente no era el mío. Tenía los cabellos negros y los ojos de un azul que casi se tornaba violeta. Era una chica muy atractiva, más de lo que yo fui en mi otra vida. Incluso consideré que era un desperdicio permanecer como monja. ¿Qué la habría hecho llegar aquí?Después de un tiempo de ver mi nuevo reflejo, encontré ciertas similitudes con mi antiguo rostro, o tal vez eso es lo que quería creer para asimilar mi nueva condición. El uso de los hábitos y los horarios en el convento eran algo nuevo, pero no difícil de dominar. Era lindo convivir con todas las monjas. Ir a misa todas las mañanas se volvía un buen momento para agradecer por esta nueva oportunidad. Leer la biblia era una tarea tediosa que le fui agarrando gusto. Lo que más amaba de esta nueva vida era lo simple que se volvía ser feliz. Jamás creí que tendría partes favoritas de mi rutina, por lo menos en mi anterior vida no las había. Era genial
LEONEL ARZÚALos días pasaron y las botellas se iban acabando. Si nunca había querido a Evelyn, si la traté tan mal en este tiempo, ¿por qué me estaba afectando su partida? ¿En verdad la extrañaba? Cada día se volvía un suplicio donde me daba cuenta de que Evelyn había sido una buena mujer y la había perdido para siempre, sin darme la oportunidad de redimirme. La única manera en la que podía evitar sentirme miserable era bebiendo en cuanto el corazón comenzaba a doler o la cabeza empezaba a recordar.Me enredé con Evelyn sin conocerla bien, por mero despecho después de mi ruptura con Dafne, sin pensar en las consecuencias. Creí que ella sería igual, que me dejaría una vez obtuviera lo que quería, así que me esmeré en arrancarle ese comportamiento rebelde y altivo, pues no siempre fue la mujer obediente.Luché con mi temor de perderla y con el paso del tiempo se volvió dócil y hacía todo lo que yo le pedía sin chistar. Tenía a Evelyn a mis pies y ese control sobre ella me daba la certe
GIANNA RICCIEra curioso como el tiempo pasaba más rápido cuando la vida era tan buena y agradable, cada vez me sentía más fuerte en cuerpo y alma. Por fin me sentía viva y feliz. No había nada que pudiera cambiar mi buen humor, o eso creí hasta que una de mis compañeras me abordó:—¿Hermana Gianna? —preguntó. —¿Sí? ¿En qué puedo ayudarte, hermana? —respondí con una enorme sonrisa. —Solo quería recordarte que el día de mañana vendrá… ya sabes… ese hombre —contestó ansiosa y no comprendí.—¿Qué hombre? —El señor Sartori —agregó—. Por si no lo recuerdas, viene cada cierto tiempo para hablar contigo. Es un hombre muy importante para la congregación y para este convento. Nos ayuda a patrocinar muchas obras de caridad, además de que siempre que hay algún desperfecto en nuestro hogar, él manda a alguien que lo arregle. Si no fuera por él, este convento ya estaría cayendo a pedazos.—Suena a que es una buena persona —contesté con una sonrisa.—Sí… le agrada mucho platicar contigo, le ayuda
GIANNA RICCIApretó mi trasero mientras buscaba el borde de mis bragas, y su boca torturaba mis pechos, mordiéndolos suavemente por encima de la ropa. Me sentí sucia, extraña, habitaba el cuerpo de una monja que tenía que tolerar las perversiones de este hombre. Antes de que se me calentara la cabeza y su mano se deslizara por debajo de mis pantaletas, directo a mi feminidad, apreté los muslos y tomé su rostro entre mis manos.—No puedo hacerlo —supliqué y de inmediato su cuerpo se puso rígido.—¿Perdón? —Era notorio su malestar. Mi rechazo lo estaba enojando. —Yo… es que… me llegó el periodo. —Era eso o fingir que tenía dolor de cabeza. Tenía que apostar a su posible aversión a la sangre, pero sus ojos se entornaron y sonrió, augurando lo peor. —Bueno… un caballero de verdad nunca teme ensuciar su espada con algo de sangre —insistió escondiendo su rostro contra mi cuello. —¡¿Qué?! ¡Pero…! —Comencé a revolverme entre sus brazos, intentando poner distancia entre los dos—. Por favor,
GIANNA RICCICon eso último, empujó al hombre desagradable hacia la habitación abierta. Pude ver como este entraba con actitud conformista, mientras el rostro de mi hermana se volvía de completo desagrado y miedo. Por un momento nos vimos a los ojos, compartiendo en completo silencio lástima y frustración. Tomó las ropas de Sartori y se las ofreció con educación antes de regresar a su labor, pues aquel hombre ya estaba ansioso por tomarla. Abrí la boca, pero antes de poder decir algo, la puerta se cerró y Sartori me tomó del brazo, alejándome de ahí. —¿Qué haces deambulando de noche? ¿No recuerdas que está prohibido? —dijo Sartori llevándome con gentileza de regreso a mi habitación—. ¿Te lastimó? Pellizcó mi mentón, obligándome a levantar mi atención hacia él. Sus ojos escudriñaron mi rostro y una sonrisa pícara adornó sus labios. —Te ves hermosa bajo la luz de la luna —agregó antes de besarme, mientras ambos entrábamos a la habitación. Con las manos sobre su pecho aún desnudo, in
GIANNA RICCISartori me tomó de la mano y me llevó hacia la puerta para mostrarme el lugar como si fuera la primera vez que lo veía. —Este sitio es su refugio. ¿No lo ves, Gia? Yo he cuidado de ti, hice que ningún hombre, más que yo, te ponga las manos encima. ¿No me merezco el mérito y tu confianza? Es más sencillo de lo que crees… ven conmigo y seguiré dando aportaciones sustanciosas a este lugar, permitiré que sus visitantes nocturnos sigan donando grandes cantidades de dinero y todos estaremos felices, pero si no me haces caso, entonces… todo se acabará para ellas y para ti. »Porque en ese punto… una monja que se prostituye, es mil veces peor que una prostituta. Ni siquiera la iglesia querrá meter las manos al fuego por ustedes. Así que… piénsalo, mientras termina tu «periodo» —agregó divertido antes de plantarse delante de mí—. No traiciones de esta forma a tus hermanas… y sé agradecida con el único hombre que te ha dado todo lo que ni siquiera tu Dios te da. Si no fuera por mí,
LEONEL ARZÚAEl juicio de Christian Vega había terminado, el juez le había evitado la pena de muerte, pero dejó caer diez años de prisión. Como no estaba seguro de que los guardias cuidarían de Christian, decidí poner manos a la obra y le pagué a los presos más grandes y feroces para que lo hicieran. Con el tiempo tuve oportunidad de sobornar a algunos policías para que también le tuvieran consideración. —¿Qué hace aquí el asesino de mi hermana? —preguntó Christian durante la visita que le hice. Su pregunta me pesó en el pecho. —Yo no la maté…—Ya vi las noticias. Todos dicen que se suicidó, pero yo sé que el único culpable aquí, eres tú.—¡¿Yo?! ¿No has pensado que tal vez si no hubieras matado a esa persona, ella seguiría viva? ¡por intentar salvarte, ella pereció! —contesté frustrado.—Puedes decir lo que quieras… —dijo con una gran sonrisa—, pero noto que la culpabilidad te carcome. Tal vez no tenías una pistola en mano, tal vez no fuiste tú quien la arrojó del techo de ese edifi
GIANNA RICCIPermanecí encerrada en mi habitación, pero no orando, más bien… pensando. Esta no era una segunda oportunidad para ser feliz, pero tal vez era una segunda oportunidad para hacer las cosas bien, para… encontrar una mejor salida que la que tomé en mi anterior vida. —¿Hermana Gia? —preguntó una de las monjas, asomándose por mi puerta—. Dijo la madre superiora que… ya que no quiere atender al señor Sartori, entonces… tendrá que atender a otro hombre. —¡¿Perdón?! —exclamé horrorizada y retrocedí. —Si no atiendes a este hombre y no deja un buen diezmo, entonces el viejo de anoche será quien aproveche que Sartori te dejó desamparada por hoy —susurró preocupada—. Por lo menos el visitante de hoy es guapo.—Pero… es que… —No terminé de suplicar cuando la monja desapareció detrás de la puerta. Como conejo asustado retrocedí hasta que mi espalda estaba contra la pared. Envolví la cruz que colgaba de mi cuello con una mano y esperé paciente, escuchando los latidos de mi corazón en