GIANNA RICCI
No fue fácil verme al espejo y encontrarme con un rostro que claramente no era el mío. Tenía los cabellos negros y los ojos de un azul que casi se tornaba violeta. Era una chica muy atractiva, más de lo que yo fui en mi otra vida. Incluso consideré que era un desperdicio permanecer como monja. ¿Qué la habría hecho llegar aquí?
Después de un tiempo de ver mi nuevo reflejo, encontré ciertas similitudes con mi antiguo rostro, o tal vez eso es lo que quería creer para asimilar mi nueva condición.
El uso de los hábitos y los horarios en el convento eran algo nuevo, pero no difícil de dominar. Era lindo convivir con todas las monjas. Ir a misa todas las mañanas se volvía un buen momento para agradecer por esta nueva oportunidad. Leer la biblia era una tarea tediosa que le fui agarrando gusto. Lo que más amaba de esta nueva vida era lo simple que se volvía ser feliz.
Jamás creí que tendría partes favoritas de mi rutina, por lo menos en mi anterior vida no las había. Era genial ir al huerto y cosechar, sembrar y regar verduras y frutas. Producir nuestra propia comida se volvía fascinante y satisfactorio. Jamás creí que una sandía sembrada por mí misma sabría tan deliciosa.
—¡Hermana Gianna, no recordaba que tuviera tan buena mano para las plantas! ¡Mire qué grandes crecieron estas fresas! —exclamó una de las monjas con alegría y todas alrededor se asombraron y me felicitaron.
—¡Hoy haremos fresas con crema para festejar! —dijo otra aplaudiendo con emoción.
Era tan extraño recibir el reconocimiento por mi labor. De igual forma cada lesión o pequeña herida que me había hecho durante el trabajo, era atendida con paciencia y dulzura por alguna de mis nuevas hermanas.
La convivencia era fantástica, hacíamos todo en equipo, desde cocinar, barrer o lavar, así como ir a orfanatos a llevarles un poco de alegría a los niños menos afortunados, o visitar los asilos y orar por aquellos viejitos tan agradables. Había algo especial en poder ayudar a los demás. Ver sus sonrisas de agradecimiento y la manera tan respetuosa y afectuosa con la que se referían a mí, era sumamente encantador. Llamarme madre o hermana me hacía sentir como si todos fueran de mi familia.
—¿Eso es una grulla? —preguntó una de las monjas más jóvenes mientras terminaba de enseñarle a los niños del orfanato algo de papiroflexia.
—Sí, Si le jalas de aquí parece que vuela —contesté haciendo que el pequeño animal de papel se moviera como por arte de magia.
—¡También nos enseñó a hacer ranitas! —exclamó uno de los niños—. ¡Y brincan de verdad! —En ese momento un grupo de niños comenzaron a jugar con ellas sobre el suelo, haciendo carreras entre ellos para ver cual rana era la mejor.
—Asombroso… ¿Dónde aprendió todo eso? —preguntó la joven monja sin ocultar su emoción.
Por un breve momento la sonrisa se me borró, los recuerdos de mi anterior vida aún dolían. Mi madre me había enseñado antes de morir, a ella le encantaban las manualidades. Cuando ya no estuvo, mi padre se olvidó de mí. No fui una niña con muchos juguetes o amigos, así que me aferraba a lo poco que me había quedado de mi mamá. Me llenaba el corazón saber que ahora podía compartirlo con los demás. Ver a todos esos niños riendo y jugando, creyendo que ese papel doblado era magia, fue… mágico.
—Supongo que… regresé con algunos trucos bajo la manga —contesté con media sonrisa.
—Lo importante es que regresaste, hermana. Nos hiciste mucha falta —agregó abrazándome con dulzura—. Vamos, es hora de regresar al convento.
En ese momento todos los niños exclamaron al unísono un: «¡Nooo!», bastante desanimados, algunos incluso se aferraron a las faldas de mis hábitos y me dedicaron una mirada triste.
—Volveremos pronto, lo prometo —contesté acariciando sus caritas y besando sus frentes, recibiendo a cambio abrazos fuertes llenos de amor y agradecimiento.
La cereza sobre el pastel era lo más lógico de ser una monja. No había hombres. Eso era un gran consuelo sabiendo que los últimos en mi antigua vida, hablando de mi padre, mi hermano y mi esposo, fueron el motivo por el cual la abandoné. Ahora podía respirar tranquilamente y sentirme libre.
Estaba lista para olvidarme de Evelyn Valencia y aceptar por completo a Gianna Ricci. Esto era lo que necesitaba y estaba segura de pasar el resto de mis días en este convento, el cual se había convertido en todo un paraíso para mí después de la horrible vida que tuve antes.
No podía estar más agradecida con esta nueva oportunidad.
LEONEL ARZÚALos días pasaron y las botellas se iban acabando. Si nunca había querido a Evelyn, si la traté tan mal en este tiempo, ¿por qué me estaba afectando su partida? ¿En verdad la extrañaba? Cada día se volvía un suplicio donde me daba cuenta de que Evelyn había sido una buena mujer y la había perdido para siempre, sin darme la oportunidad de redimirme. La única manera en la que podía evitar sentirme miserable era bebiendo en cuanto el corazón comenzaba a doler o la cabeza empezaba a recordar.Me enredé con Evelyn sin conocerla bien, por mero despecho después de mi ruptura con Dafne, sin pensar en las consecuencias. Creí que ella sería igual, que me dejaría una vez obtuviera lo que quería, así que me esmeré en arrancarle ese comportamiento rebelde y altivo, pues no siempre fue la mujer obediente.Luché con mi temor de perderla y con el paso del tiempo se volvió dócil y hacía todo lo que yo le pedía sin chistar. Tenía a Evelyn a mis pies y ese control sobre ella me daba la certe
GIANNA RICCIEra curioso como el tiempo pasaba más rápido cuando la vida era tan buena y agradable, cada vez me sentía más fuerte en cuerpo y alma. Por fin me sentía viva y feliz. No había nada que pudiera cambiar mi buen humor, o eso creí hasta que una de mis compañeras me abordó:—¿Hermana Gianna? —preguntó. —¿Sí? ¿En qué puedo ayudarte, hermana? —respondí con una enorme sonrisa. —Solo quería recordarte que el día de mañana vendrá… ya sabes… ese hombre —contestó ansiosa y no comprendí.—¿Qué hombre? —El señor Sartori —agregó—. Por si no lo recuerdas, viene cada cierto tiempo para hablar contigo. Es un hombre muy importante para la congregación y para este convento. Nos ayuda a patrocinar muchas obras de caridad, además de que siempre que hay algún desperfecto en nuestro hogar, él manda a alguien que lo arregle. Si no fuera por él, este convento ya estaría cayendo a pedazos.—Suena a que es una buena persona —contesté con una sonrisa.—Sí… le agrada mucho platicar contigo, le ayuda
GIANNA RICCIApretó mi trasero mientras buscaba el borde de mis bragas, y su boca torturaba mis pechos, mordiéndolos suavemente por encima de la ropa. Me sentí sucia, extraña, habitaba el cuerpo de una monja que tenía que tolerar las perversiones de este hombre. Antes de que se me calentara la cabeza y su mano se deslizara por debajo de mis pantaletas, directo a mi feminidad, apreté los muslos y tomé su rostro entre mis manos.—No puedo hacerlo —supliqué y de inmediato su cuerpo se puso rígido.—¿Perdón? —Era notorio su malestar. Mi rechazo lo estaba enojando. —Yo… es que… me llegó el periodo. —Era eso o fingir que tenía dolor de cabeza. Tenía que apostar a su posible aversión a la sangre, pero sus ojos se entornaron y sonrió, augurando lo peor. —Bueno… un caballero de verdad nunca teme ensuciar su espada con algo de sangre —insistió escondiendo su rostro contra mi cuello. —¡¿Qué?! ¡Pero…! —Comencé a revolverme entre sus brazos, intentando poner distancia entre los dos—. Por favor,
GIANNA RICCICon eso último, empujó al hombre desagradable hacia la habitación abierta. Pude ver como este entraba con actitud conformista, mientras el rostro de mi hermana se volvía de completo desagrado y miedo. Por un momento nos vimos a los ojos, compartiendo en completo silencio lástima y frustración. Tomó las ropas de Sartori y se las ofreció con educación antes de regresar a su labor, pues aquel hombre ya estaba ansioso por tomarla. Abrí la boca, pero antes de poder decir algo, la puerta se cerró y Sartori me tomó del brazo, alejándome de ahí. —¿Qué haces deambulando de noche? ¿No recuerdas que está prohibido? —dijo Sartori llevándome con gentileza de regreso a mi habitación—. ¿Te lastimó? Pellizcó mi mentón, obligándome a levantar mi atención hacia él. Sus ojos escudriñaron mi rostro y una sonrisa pícara adornó sus labios. —Te ves hermosa bajo la luz de la luna —agregó antes de besarme, mientras ambos entrábamos a la habitación. Con las manos sobre su pecho aún desnudo, in
GIANNA RICCISartori me tomó de la mano y me llevó hacia la puerta para mostrarme el lugar como si fuera la primera vez que lo veía. —Este sitio es su refugio. ¿No lo ves, Gia? Yo he cuidado de ti, hice que ningún hombre, más que yo, te ponga las manos encima. ¿No me merezco el mérito y tu confianza? Es más sencillo de lo que crees… ven conmigo y seguiré dando aportaciones sustanciosas a este lugar, permitiré que sus visitantes nocturnos sigan donando grandes cantidades de dinero y todos estaremos felices, pero si no me haces caso, entonces… todo se acabará para ellas y para ti. »Porque en ese punto… una monja que se prostituye, es mil veces peor que una prostituta. Ni siquiera la iglesia querrá meter las manos al fuego por ustedes. Así que… piénsalo, mientras termina tu «periodo» —agregó divertido antes de plantarse delante de mí—. No traiciones de esta forma a tus hermanas… y sé agradecida con el único hombre que te ha dado todo lo que ni siquiera tu Dios te da. Si no fuera por mí,
LEONEL ARZÚAEl juicio de Christian Vega había terminado, el juez le había evitado la pena de muerte, pero dejó caer diez años de prisión. Como no estaba seguro de que los guardias cuidarían de Christian, decidí poner manos a la obra y le pagué a los presos más grandes y feroces para que lo hicieran. Con el tiempo tuve oportunidad de sobornar a algunos policías para que también le tuvieran consideración. —¿Qué hace aquí el asesino de mi hermana? —preguntó Christian durante la visita que le hice. Su pregunta me pesó en el pecho. —Yo no la maté…—Ya vi las noticias. Todos dicen que se suicidó, pero yo sé que el único culpable aquí, eres tú.—¡¿Yo?! ¿No has pensado que tal vez si no hubieras matado a esa persona, ella seguiría viva? ¡por intentar salvarte, ella pereció! —contesté frustrado.—Puedes decir lo que quieras… —dijo con una gran sonrisa—, pero noto que la culpabilidad te carcome. Tal vez no tenías una pistola en mano, tal vez no fuiste tú quien la arrojó del techo de ese edifi
GIANNA RICCIPermanecí encerrada en mi habitación, pero no orando, más bien… pensando. Esta no era una segunda oportunidad para ser feliz, pero tal vez era una segunda oportunidad para hacer las cosas bien, para… encontrar una mejor salida que la que tomé en mi anterior vida. —¿Hermana Gia? —preguntó una de las monjas, asomándose por mi puerta—. Dijo la madre superiora que… ya que no quiere atender al señor Sartori, entonces… tendrá que atender a otro hombre. —¡¿Perdón?! —exclamé horrorizada y retrocedí. —Si no atiendes a este hombre y no deja un buen diezmo, entonces el viejo de anoche será quien aproveche que Sartori te dejó desamparada por hoy —susurró preocupada—. Por lo menos el visitante de hoy es guapo.—Pero… es que… —No terminé de suplicar cuando la monja desapareció detrás de la puerta. Como conejo asustado retrocedí hasta que mi espalda estaba contra la pared. Envolví la cruz que colgaba de mi cuello con una mano y esperé paciente, escuchando los latidos de mi corazón en
GIANNA RICCIEl día de la fiesta se acercaba y yo me sentía cada vez más ansiosa. Revisé todas las puertas del convento, pensando que podría escapar por cualquiera, pero… había algo más que me obligaba a quedarme y esperar mi hora como cerdo en el matadero.—No es tan malo… —dijo Teresa, leyéndome el pensamiento—. No todas las noches son… «así», y gracias a esos hombres es que podemos seguir aquí, protegidas, incluso de nuestras propias familias. Si nos quitan el apoyo, no sé qué será de nosotras, de los niños a los que ayudamos, de esa gente de los albergues o de los ancianitos tan dulces.—¿Sabes lo que quiere el señor Sartori de mí? —pregunté.—Sí, te quiere sacar del convento —contestó con una sonrisa—. Te llevará a su mansión donde tendrás todo y dejarás de usar estos hábitos. Serás libre. Con suerte tal vez te pida que se casen y puedas formar una linda familia. Teresa era la representación de quien fui como Evelyn, con falsas esperanzas, creyendo que ese hombre malo cambiaría y