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Capítulo 7: Su nueva y mejor vida como monja

GIANNA RICCI

No fue fácil verme al espejo y encontrarme con un rostro que claramente no era el mío. Tenía los cabellos negros y los ojos de un azul que casi se tornaba violeta. Era una chica muy atractiva, más de lo que yo fui en mi otra vida. Incluso consideré que era un desperdicio permanecer como monja. ¿Qué la habría hecho llegar aquí?

Después de un tiempo de ver mi nuevo reflejo, encontré ciertas similitudes con mi antiguo rostro, o tal vez eso es lo que quería creer para asimilar mi nueva condición. 

El uso de los hábitos y los horarios en el convento eran algo nuevo, pero no difícil de dominar. Era lindo convivir con todas las monjas. Ir a misa todas las mañanas se volvía un buen momento para agradecer por esta nueva oportunidad. Leer la biblia era una tarea tediosa que le fui agarrando gusto. Lo que más amaba de esta nueva vida era lo simple que se volvía ser feliz. 

Jamás creí que tendría partes favoritas de mi rutina, por lo menos en mi anterior vida no las había. Era genial ir al huerto y cosechar, sembrar y regar verduras y frutas. Producir nuestra propia comida se volvía fascinante y satisfactorio. Jamás creí que una sandía sembrada por mí misma sabría tan deliciosa. 

—¡Hermana Gianna, no recordaba que tuviera tan buena mano para las plantas! ¡Mire qué grandes crecieron estas fresas! —exclamó una de las monjas con alegría y todas alrededor se asombraron y me felicitaron. 

—¡Hoy haremos fresas con crema para festejar! —dijo otra aplaudiendo con emoción. 

Era tan extraño recibir el reconocimiento por mi labor. De igual forma cada lesión o pequeña herida que me había hecho durante el trabajo, era atendida con paciencia y dulzura por alguna de mis nuevas hermanas. 

La convivencia era fantástica, hacíamos todo en equipo, desde cocinar, barrer o lavar, así como ir a orfanatos a llevarles un poco de alegría a los niños menos afortunados, o visitar los asilos y orar por aquellos viejitos tan agradables. Había algo especial en poder ayudar a los demás. Ver sus sonrisas de agradecimiento y la manera tan respetuosa y afectuosa con la que se referían a mí, era sumamente encantador. Llamarme madre o hermana me hacía sentir como si todos fueran de mi familia. 

—¿Eso es una grulla? —preguntó una de las monjas más jóvenes mientras terminaba de enseñarle a los niños del orfanato algo de papiroflexia. 

—Sí, Si le jalas de aquí parece que vuela —contesté haciendo que el pequeño animal de papel se moviera como por arte de magia. 

—¡También nos enseñó a hacer ranitas! —exclamó uno de los niños—. ¡Y brincan de verdad! —En ese momento un grupo de niños comenzaron a jugar con ellas sobre el suelo, haciendo carreras entre ellos para ver cual rana era la mejor.

—Asombroso… ¿Dónde aprendió todo eso? —preguntó la joven monja sin ocultar su emoción.

Por un breve momento la sonrisa se me borró, los recuerdos de mi anterior vida aún dolían. Mi madre me había enseñado antes de morir, a ella le encantaban las manualidades. Cuando ya no estuvo, mi padre se olvidó de mí. No fui una niña con muchos juguetes o amigos, así que me aferraba a lo poco que me había quedado de mi mamá. Me llenaba el corazón saber que ahora podía compartirlo con los demás. Ver a todos esos niños riendo y jugando, creyendo que ese papel doblado era magia, fue… mágico. 

—Supongo que… regresé con algunos trucos bajo la manga —contesté con media sonrisa. 

—Lo importante es que regresaste, hermana. Nos hiciste mucha falta —agregó abrazándome con dulzura—. Vamos, es hora de regresar al convento. 

En ese momento todos los niños exclamaron al unísono un: «¡Nooo!», bastante desanimados, algunos incluso se aferraron a las faldas de mis hábitos y me dedicaron una mirada triste. 

—Volveremos pronto, lo prometo —contesté acariciando sus caritas y besando sus frentes, recibiendo a cambio abrazos fuertes llenos de amor y agradecimiento. 

La cereza sobre el pastel era lo más lógico de ser una monja. No había hombres. Eso era un gran consuelo sabiendo que los últimos en mi antigua vida, hablando de mi padre, mi hermano y mi esposo, fueron el motivo por el cual la abandoné. Ahora podía respirar tranquilamente y sentirme libre. 

Estaba lista para olvidarme de Evelyn Valencia y aceptar por completo a Gianna Ricci. Esto era lo que necesitaba y estaba segura de pasar el resto de mis días en este convento, el cual se había convertido en todo un paraíso para mí después de la horrible vida que tuve antes. 

No podía estar más agradecida con esta nueva oportunidad.

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