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Capítulo 8: Largos días de agonía

LEONEL ARZÚA

Los días pasaron y las botellas se iban acabando. Si nunca había querido a Evelyn, si la traté tan mal en este tiempo, ¿por qué me estaba afectando su partida? ¿En verdad la extrañaba? 

Cada día se volvía un suplicio donde me daba cuenta de que Evelyn había sido una buena mujer y la había perdido para siempre, sin darme la oportunidad de redimirme. La única manera en la que podía evitar sentirme miserable era bebiendo en cuanto el corazón comenzaba a doler o la cabeza empezaba a recordar.

Me enredé con Evelyn sin conocerla bien, por mero despecho después de mi ruptura con Dafne, sin pensar en las consecuencias. Creí que ella sería igual, que me dejaría una vez obtuviera lo que quería, así que me esmeré en arrancarle ese comportamiento rebelde y altivo, pues no siempre fue la mujer obediente.

Luché con mi temor de perderla y con el paso del tiempo se volvió dócil y hacía todo lo que yo le pedía sin chistar. Tenía a Evelyn a mis pies y ese control sobre ella me daba la certeza de que no me dejaría, pese a todo.

Me enfoqué tanto en convertirme en su centro de atención, que perdí de vista la bondad que ella me ofrecía, en ese entonces no me importaba, no lo quería, solo deseaba tener poder sobre ella y obligarla a quedarse a mi lado, y así hubiera seguido, si Dafne no hubiera tocado a mi puerta esa noche…

—¡No puedes correrme de la casa! ¡Mi papá ya sabe que nos vamos a casar! —exclamó Dafne sorprendida mientras los sirvientes sacaban sus maletas al jardín. 

—¿Casarnos? —pregunté sorprendido por su atrevimiento.

—¡¿Qué esperabas?! Después de tantos años siendo novios y ahora viviendo juntos, pensé que…

—Pensaste mal.

—¿Por qué haces esto? ¿Te estás vengando de mí por… «esa mujer»?

De pronto la manera tan despectiva en la que aludió a Evelyn me molestó. 

—¿Es porque murió? ¿Por ella me tratas así? ¿Qué pasa? ¿Me dirás que te enamoraste?

—¡Cállate! —exclamé tomándola del brazo y arrastrándola fuera de la casa.

—¿Es eso? ¿En verdad sentiste algo por ella? —insistió sorprendida.

—¡No! —contesté furioso mientras la arrojaba al jardín con el resto de sus cosas. La verdad era que… no lo sabía. 

No solo me convencí de que jamás sentiría nada por otra mujer, sino que cada día al lado de Evelyn me obligué a no ceder. ¡No podía sentir nada por ella!, pero… entonces… ¿por qué me sentía tan destruido con el pasar de los días? ¿Por qué su ausencia me pesaba tanto en el corazón? Me esforcé tanto en «domesticarla» para que jamás me dejara que, tal vez no me di cuenta de que, yo también caí, y ahora no sabía cómo lidiar con esto. Su ausencia me carcomía el alma. 

Azoté la puerta antes de que Dafne insistiera. No quería seguir escuchándola. Como ya era costumbre, me acerqué al minibar buscando una botella que no estuviera vacía. Vi por un momento el líquido ambarino, y por primera vez en todo este tiempo desde que Evelyn se fue, me lamenté de verdad por haberla perdido. ¡No podía seguir aferrándome a que no tocó mi corazón, cuando era obvio que de alguna forma que yo desconocía, se había clavado en él!

Me empiné la botella y bebí por lo menos la mitad, aferrándome a mi fuerza, a mi dignidad. Luchando con su recuerdo y perdiendo de igual forma.

—¡Te maldigo Evelyn! ¡¿Con qué puto derecho te fuiste así?! ¡¿Quién te dio permiso para abandonarme de esa forma?! ¡Tu obligación era estar al lado de tu esposo! ¡Carajo! —Pateé el sofá antes de regresar a mi habitación lleno de rabia—. Te fuiste con mi hijo y jamás te lo perdonaré.

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