LEONEL ARZÚA
Los días pasaron y las botellas se iban acabando. Si nunca había querido a Evelyn, si la traté tan mal en este tiempo, ¿por qué me estaba afectando su partida? ¿En verdad la extrañaba?
Cada día se volvía un suplicio donde me daba cuenta de que Evelyn había sido una buena mujer y la había perdido para siempre, sin darme la oportunidad de redimirme. La única manera en la que podía evitar sentirme miserable era bebiendo en cuanto el corazón comenzaba a doler o la cabeza empezaba a recordar.
Me enredé con Evelyn sin conocerla bien, por mero despecho después de mi ruptura con Dafne, sin pensar en las consecuencias. Creí que ella sería igual, que me dejaría una vez obtuviera lo que quería, así que me esmeré en arrancarle ese comportamiento rebelde y altivo, pues no siempre fue la mujer obediente.
Luché con mi temor de perderla y con el paso del tiempo se volvió dócil y hacía todo lo que yo le pedía sin chistar. Tenía a Evelyn a mis pies y ese control sobre ella me daba la certeza de que no me dejaría, pese a todo.
Me enfoqué tanto en convertirme en su centro de atención, que perdí de vista la bondad que ella me ofrecía, en ese entonces no me importaba, no lo quería, solo deseaba tener poder sobre ella y obligarla a quedarse a mi lado, y así hubiera seguido, si Dafne no hubiera tocado a mi puerta esa noche…
—¡No puedes correrme de la casa! ¡Mi papá ya sabe que nos vamos a casar! —exclamó Dafne sorprendida mientras los sirvientes sacaban sus maletas al jardín.
—¿Casarnos? —pregunté sorprendido por su atrevimiento.
—¡¿Qué esperabas?! Después de tantos años siendo novios y ahora viviendo juntos, pensé que…
—Pensaste mal.
—¿Por qué haces esto? ¿Te estás vengando de mí por… «esa mujer»?
De pronto la manera tan despectiva en la que aludió a Evelyn me molestó.
—¿Es porque murió? ¿Por ella me tratas así? ¿Qué pasa? ¿Me dirás que te enamoraste?
—¡Cállate! —exclamé tomándola del brazo y arrastrándola fuera de la casa.
—¿Es eso? ¿En verdad sentiste algo por ella? —insistió sorprendida.
—¡No! —contesté furioso mientras la arrojaba al jardín con el resto de sus cosas. La verdad era que… no lo sabía.
No solo me convencí de que jamás sentiría nada por otra mujer, sino que cada día al lado de Evelyn me obligué a no ceder. ¡No podía sentir nada por ella!, pero… entonces… ¿por qué me sentía tan destruido con el pasar de los días? ¿Por qué su ausencia me pesaba tanto en el corazón? Me esforcé tanto en «domesticarla» para que jamás me dejara que, tal vez no me di cuenta de que, yo también caí, y ahora no sabía cómo lidiar con esto. Su ausencia me carcomía el alma.
Azoté la puerta antes de que Dafne insistiera. No quería seguir escuchándola. Como ya era costumbre, me acerqué al minibar buscando una botella que no estuviera vacía. Vi por un momento el líquido ambarino, y por primera vez en todo este tiempo desde que Evelyn se fue, me lamenté de verdad por haberla perdido. ¡No podía seguir aferrándome a que no tocó mi corazón, cuando era obvio que de alguna forma que yo desconocía, se había clavado en él!
Me empiné la botella y bebí por lo menos la mitad, aferrándome a mi fuerza, a mi dignidad. Luchando con su recuerdo y perdiendo de igual forma.
—¡Te maldigo Evelyn! ¡¿Con qué puto derecho te fuiste así?! ¡¿Quién te dio permiso para abandonarme de esa forma?! ¡Tu obligación era estar al lado de tu esposo! ¡Carajo! —Pateé el sofá antes de regresar a mi habitación lleno de rabia—. Te fuiste con mi hijo y jamás te lo perdonaré.
GIANNA RICCIEra curioso como el tiempo pasaba más rápido cuando la vida era tan buena y agradable, cada vez me sentía más fuerte en cuerpo y alma. Por fin me sentía viva y feliz. No había nada que pudiera cambiar mi buen humor, o eso creí hasta que una de mis compañeras me abordó:—¿Hermana Gianna? —preguntó. —¿Sí? ¿En qué puedo ayudarte, hermana? —respondí con una enorme sonrisa. —Solo quería recordarte que el día de mañana vendrá… ya sabes… ese hombre —contestó ansiosa y no comprendí.—¿Qué hombre? —El señor Sartori —agregó—. Por si no lo recuerdas, viene cada cierto tiempo para hablar contigo. Es un hombre muy importante para la congregación y para este convento. Nos ayuda a patrocinar muchas obras de caridad, además de que siempre que hay algún desperfecto en nuestro hogar, él manda a alguien que lo arregle. Si no fuera por él, este convento ya estaría cayendo a pedazos.—Suena a que es una buena persona —contesté con una sonrisa.—Sí… le agrada mucho platicar contigo, le ayuda
GIANNA RICCIApretó mi trasero mientras buscaba el borde de mis bragas, y su boca torturaba mis pechos, mordiéndolos suavemente por encima de la ropa. Me sentí sucia, extraña, habitaba el cuerpo de una monja que tenía que tolerar las perversiones de este hombre. Antes de que se me calentara la cabeza y su mano se deslizara por debajo de mis pantaletas, directo a mi feminidad, apreté los muslos y tomé su rostro entre mis manos.—No puedo hacerlo —supliqué y de inmediato su cuerpo se puso rígido.—¿Perdón? —Era notorio su malestar. Mi rechazo lo estaba enojando. —Yo… es que… me llegó el periodo. —Era eso o fingir que tenía dolor de cabeza. Tenía que apostar a su posible aversión a la sangre, pero sus ojos se entornaron y sonrió, augurando lo peor. —Bueno… un caballero de verdad nunca teme ensuciar su espada con algo de sangre —insistió escondiendo su rostro contra mi cuello. —¡¿Qué?! ¡Pero…! —Comencé a revolverme entre sus brazos, intentando poner distancia entre los dos—. Por favor,
GIANNA RICCICon eso último, empujó al hombre desagradable hacia la habitación abierta. Pude ver como este entraba con actitud conformista, mientras el rostro de mi hermana se volvía de completo desagrado y miedo. Por un momento nos vimos a los ojos, compartiendo en completo silencio lástima y frustración. Tomó las ropas de Sartori y se las ofreció con educación antes de regresar a su labor, pues aquel hombre ya estaba ansioso por tomarla. Abrí la boca, pero antes de poder decir algo, la puerta se cerró y Sartori me tomó del brazo, alejándome de ahí. —¿Qué haces deambulando de noche? ¿No recuerdas que está prohibido? —dijo Sartori llevándome con gentileza de regreso a mi habitación—. ¿Te lastimó? Pellizcó mi mentón, obligándome a levantar mi atención hacia él. Sus ojos escudriñaron mi rostro y una sonrisa pícara adornó sus labios. —Te ves hermosa bajo la luz de la luna —agregó antes de besarme, mientras ambos entrábamos a la habitación. Con las manos sobre su pecho aún desnudo, in
GIANNA RICCISartori me tomó de la mano y me llevó hacia la puerta para mostrarme el lugar como si fuera la primera vez que lo veía. —Este sitio es su refugio. ¿No lo ves, Gia? Yo he cuidado de ti, hice que ningún hombre, más que yo, te ponga las manos encima. ¿No me merezco el mérito y tu confianza? Es más sencillo de lo que crees… ven conmigo y seguiré dando aportaciones sustanciosas a este lugar, permitiré que sus visitantes nocturnos sigan donando grandes cantidades de dinero y todos estaremos felices, pero si no me haces caso, entonces… todo se acabará para ellas y para ti. »Porque en ese punto… una monja que se prostituye, es mil veces peor que una prostituta. Ni siquiera la iglesia querrá meter las manos al fuego por ustedes. Así que… piénsalo, mientras termina tu «periodo» —agregó divertido antes de plantarse delante de mí—. No traiciones de esta forma a tus hermanas… y sé agradecida con el único hombre que te ha dado todo lo que ni siquiera tu Dios te da. Si no fuera por mí,
LEONEL ARZÚAEl juicio de Christian Vega había terminado, el juez le había evitado la pena de muerte, pero dejó caer diez años de prisión. Como no estaba seguro de que los guardias cuidarían de Christian, decidí poner manos a la obra y le pagué a los presos más grandes y feroces para que lo hicieran. Con el tiempo tuve oportunidad de sobornar a algunos policías para que también le tuvieran consideración. —¿Qué hace aquí el asesino de mi hermana? —preguntó Christian durante la visita que le hice. Su pregunta me pesó en el pecho. —Yo no la maté…—Ya vi las noticias. Todos dicen que se suicidó, pero yo sé que el único culpable aquí, eres tú.—¡¿Yo?! ¿No has pensado que tal vez si no hubieras matado a esa persona, ella seguiría viva? ¡por intentar salvarte, ella pereció! —contesté frustrado.—Puedes decir lo que quieras… —dijo con una gran sonrisa—, pero noto que la culpabilidad te carcome. Tal vez no tenías una pistola en mano, tal vez no fuiste tú quien la arrojó del techo de ese edifi
GIANNA RICCIPermanecí encerrada en mi habitación, pero no orando, más bien… pensando. Esta no era una segunda oportunidad para ser feliz, pero tal vez era una segunda oportunidad para hacer las cosas bien, para… encontrar una mejor salida que la que tomé en mi anterior vida. —¿Hermana Gia? —preguntó una de las monjas, asomándose por mi puerta—. Dijo la madre superiora que… ya que no quiere atender al señor Sartori, entonces… tendrá que atender a otro hombre. —¡¿Perdón?! —exclamé horrorizada y retrocedí. —Si no atiendes a este hombre y no deja un buen diezmo, entonces el viejo de anoche será quien aproveche que Sartori te dejó desamparada por hoy —susurró preocupada—. Por lo menos el visitante de hoy es guapo.—Pero… es que… —No terminé de suplicar cuando la monja desapareció detrás de la puerta. Como conejo asustado retrocedí hasta que mi espalda estaba contra la pared. Envolví la cruz que colgaba de mi cuello con una mano y esperé paciente, escuchando los latidos de mi corazón en
GIANNA RICCIEl día de la fiesta se acercaba y yo me sentía cada vez más ansiosa. Revisé todas las puertas del convento, pensando que podría escapar por cualquiera, pero… había algo más que me obligaba a quedarme y esperar mi hora como cerdo en el matadero.—No es tan malo… —dijo Teresa, leyéndome el pensamiento—. No todas las noches son… «así», y gracias a esos hombres es que podemos seguir aquí, protegidas, incluso de nuestras propias familias. Si nos quitan el apoyo, no sé qué será de nosotras, de los niños a los que ayudamos, de esa gente de los albergues o de los ancianitos tan dulces.—¿Sabes lo que quiere el señor Sartori de mí? —pregunté.—Sí, te quiere sacar del convento —contestó con una sonrisa—. Te llevará a su mansión donde tendrás todo y dejarás de usar estos hábitos. Serás libre. Con suerte tal vez te pida que se casen y puedas formar una linda familia. Teresa era la representación de quien fui como Evelyn, con falsas esperanzas, creyendo que ese hombre malo cambiaría y
GIANNA RICCILa mansión era impresionante, más grande que la de Leonel. Con un jardín conformado por hectáreas y hectáreas de verdes pastos, arbustos y árboles adornados con faroles. —¿Impresionada? —preguntó Renzo con una sonrisa amplia.—Bueno, es más grande que el convento, no lo voy a negar —contesté angustiada. —Si te portas bien, si eres dócil y me haces caso… puedo compartir todo esto contigo —dijo en cuanto estacionó el auto frente al enorme pórtico.Cuando volteé hacia él, sentí su mano en mi muslo, por debajo del vestido, deslizándose por en medio de mis piernas, mientras su boca se ensañaba con mi cuello. —No sabes cuanto te extrañé… —susurró en mi oído antes de que su lengua comenzara a jugar con mi arete—. Ya no aguanto más, Gia. —Por favor, aquí no, en el auto no… —supliqué, tomándolo por la muñeca, evitando que llegara hasta mis pantaletas. De pronto me tomó por los cabellos, obligándome a verlo directo a la cara. —Ya no estás en el convento, ahora estás en mi casa