LEONEL ARZÚAEl juicio de Christian Vega había terminado, el juez le había evitado la pena de muerte, pero dejó caer diez años de prisión. Como no estaba seguro de que los guardias cuidarían de Christian, decidí poner manos a la obra y le pagué a los presos más grandes y feroces para que lo hicieran. Con el tiempo tuve oportunidad de sobornar a algunos policías para que también le tuvieran consideración. —¿Qué hace aquí el asesino de mi hermana? —preguntó Christian durante la visita que le hice. Su pregunta me pesó en el pecho. —Yo no la maté…—Ya vi las noticias. Todos dicen que se suicidó, pero yo sé que el único culpable aquí, eres tú.—¡¿Yo?! ¿No has pensado que tal vez si no hubieras matado a esa persona, ella seguiría viva? ¡por intentar salvarte, ella pereció! —contesté frustrado.—Puedes decir lo que quieras… —dijo con una gran sonrisa—, pero noto que la culpabilidad te carcome. Tal vez no tenías una pistola en mano, tal vez no fuiste tú quien la arrojó del techo de ese edifi
GIANNA RICCIPermanecí encerrada en mi habitación, pero no orando, más bien… pensando. Esta no era una segunda oportunidad para ser feliz, pero tal vez era una segunda oportunidad para hacer las cosas bien, para… encontrar una mejor salida que la que tomé en mi anterior vida. —¿Hermana Gia? —preguntó una de las monjas, asomándose por mi puerta—. Dijo la madre superiora que… ya que no quiere atender al señor Sartori, entonces… tendrá que atender a otro hombre. —¡¿Perdón?! —exclamé horrorizada y retrocedí. —Si no atiendes a este hombre y no deja un buen diezmo, entonces el viejo de anoche será quien aproveche que Sartori te dejó desamparada por hoy —susurró preocupada—. Por lo menos el visitante de hoy es guapo.—Pero… es que… —No terminé de suplicar cuando la monja desapareció detrás de la puerta. Como conejo asustado retrocedí hasta que mi espalda estaba contra la pared. Envolví la cruz que colgaba de mi cuello con una mano y esperé paciente, escuchando los latidos de mi corazón en
GIANNA RICCIEl día de la fiesta se acercaba y yo me sentía cada vez más ansiosa. Revisé todas las puertas del convento, pensando que podría escapar por cualquiera, pero… había algo más que me obligaba a quedarme y esperar mi hora como cerdo en el matadero.—No es tan malo… —dijo Teresa, leyéndome el pensamiento—. No todas las noches son… «así», y gracias a esos hombres es que podemos seguir aquí, protegidas, incluso de nuestras propias familias. Si nos quitan el apoyo, no sé qué será de nosotras, de los niños a los que ayudamos, de esa gente de los albergues o de los ancianitos tan dulces.—¿Sabes lo que quiere el señor Sartori de mí? —pregunté.—Sí, te quiere sacar del convento —contestó con una sonrisa—. Te llevará a su mansión donde tendrás todo y dejarás de usar estos hábitos. Serás libre. Con suerte tal vez te pida que se casen y puedas formar una linda familia. Teresa era la representación de quien fui como Evelyn, con falsas esperanzas, creyendo que ese hombre malo cambiaría y
GIANNA RICCILa mansión era impresionante, más grande que la de Leonel. Con un jardín conformado por hectáreas y hectáreas de verdes pastos, arbustos y árboles adornados con faroles. —¿Impresionada? —preguntó Renzo con una sonrisa amplia.—Bueno, es más grande que el convento, no lo voy a negar —contesté angustiada. —Si te portas bien, si eres dócil y me haces caso… puedo compartir todo esto contigo —dijo en cuanto estacionó el auto frente al enorme pórtico.Cuando volteé hacia él, sentí su mano en mi muslo, por debajo del vestido, deslizándose por en medio de mis piernas, mientras su boca se ensañaba con mi cuello. —No sabes cuanto te extrañé… —susurró en mi oído antes de que su lengua comenzara a jugar con mi arete—. Ya no aguanto más, Gia. —Por favor, aquí no, en el auto no… —supliqué, tomándolo por la muñeca, evitando que llegara hasta mis pantaletas. De pronto me tomó por los cabellos, obligándome a verlo directo a la cara. —Ya no estás en el convento, ahora estás en mi casa
LEONEL ARZÚASin decir ni una sola palabra, tomé a la monja del brazo y la puse detrás de mí.—¿Estás bien? —le pregunté en un susurro y sus enormes ojos me respondieron con pánico y miedo. La imagen de Evelyn se encimaba con la de Gianna y me rompía el corazón.—¿Señor Arzúa? —preguntó desconcertada, parecía un conejito asustado. —¡Oye, amigo! Te voy a dar un consejo… No te metas donde nadie te llama —dijo aquel hombre con aires de superioridad. —Conozco a esta chica, es una monja… y no parece tener ganas de estar contigo. —Bueno, el amor todo lo vence, incluso un voto de celibato —contestó haciendo su sonrisa aún más grande—. Gianna, ven para acá.De pronto las tibias manos de la monja se posaron en mi brazo, de nuevo haciendo un llamado a mi benevolencia. —Ayúdeme, por favor… —¡Gianna! ¡¿Ven aquí de una vez?! —exclamó el hombre furioso—. Ya te dije lo que va a pasar si no lo haces. No tientes mi paciencia, que tengo poca. La monja tembló y con miedo comenzó a avanzar hacia él.
GIANNA RICCISin perder la elegancia, Talah se plantó a mi lado, tomó mi rostro por la barbilla, me vio con atención y sin que me lo esperara, me dio una bofetada que me cimbró apoyándome sobre el tocador con ambas manos. La mejilla me hormigueaba mientras que ella veía su mano como midiendo los daños. —Seré clara… Renzo no solo necesita una puta que lo satisfaga. No es difícil para un hombre como él conseguir una mujer en su cama cada noche, pero para mantener la empresa en sus manos, necesita una esposa y un hijo, necesita de una mujer que pueda agradar a nuestros padres y para lograr eso, tenía que buscarse una santa, pues son muy exigentes. »¿Qué mejor que una monja para cumplir con sus expectativas sobre la pureza y la docilidad? No tardará Renzo en pedirte matrimonio y exigir un hijo. Así que… ten…Puso frente a mí una caja de pastillas anticonceptivas y no entendí, ¿ella no quería que le diera un hijo a su hermano?—No puedes embarazarte antes que yo… Te juro que si te veo pan
LEONEL ARZÚATorcí los ojos y resoplé. Yo no era un héroe, yo no veía por el beneficio de nadie más que el mío, y aquí estaba, intentando salvar a esa mujer como si de alguna forma con eso pudiera ganarme el perdón de Evelyn. Me quité el saco y lo puse sobre sus hombros. Noté como mi cercanía la puso nerviosa y luchó con la necesidad de alejarse de mí. —Vamos, te llevaré al convento —dije ofreciéndole mi mano. Sus hermosos ojos azules me vieron con desconfianza. Acercó su mano a la mía, la cual se sentía fría y temblorosa. Salimos a hurtadillas de la mansión, pasando entre la gente con disimulo y evitando a los hermanos Sartori. Al llegar al estacionamiento, abrí la puerta de mi auto, esperando que Gianna entrara rápidamente mientras yo vigilaba que nadie nos viera, pero se detuvo en seco.—Yo no soy como Renzo —dije intentando convencerla de confiar en mí, pero, con el ceño fruncido, me echó una mirada cargada de decepción.—Lo sé, puede que incluso seas peor… —De momento, soy tu
LEONEL ARZÚAPor más que lo intenté, no pude dormir. No importó que el sofá fuera tan cómodo como la cama. Me sentía extraño con esa monja durmiendo en la misma habitación.La curiosidad pudo más que mi fuerza de voluntad. Abrí lentamente las puertas que nos separaban y la vi dormida, con el cabello revuelto, abrazando la almohada, tenía las sábanas enredadas en sus tobillos, mostrando su cuerpo adornado por la lencería. Contuve el aliento cuando la luz de la luna me hizo tener una alucinación, pues a quien veía no era a esa monja, sino a Evelyn. Se me rompió el alma, los ojos me escocieron y tuve que apretar los dientes para contener mi miseria. Me acerqué lentamente, sin intenciones de despertarla, me senté en el borde de la cama y acomodé sus cabellos, queriendo descubrir su rostro y convencerme a mí mismo de que tenía que dejar ir a Evelyn, dejar de verla en cada mujer que se me acercaba, necesitaba liberarme del arrepentimiento que me consumía, era el sentimiento más jodido que a