GIANNA RICCI
Era curioso como el tiempo pasaba más rápido cuando la vida era tan buena y agradable, cada vez me sentía más fuerte en cuerpo y alma. Por fin me sentía viva y feliz. No había nada que pudiera cambiar mi buen humor, o eso creí hasta que una de mis compañeras me abordó:
—¿Hermana Gianna? —preguntó.
—¿Sí? ¿En qué puedo ayudarte, hermana? —respondí con una enorme sonrisa.
—Solo quería recordarte que el día de mañana vendrá… ya sabes… ese hombre —contestó ansiosa y no comprendí.
—¿Qué hombre?
—El señor Sartori —agregó—. Por si no lo recuerdas, viene cada cierto tiempo para hablar contigo. Es un hombre muy importante para la congregación y para este convento. Nos ayuda a patrocinar muchas obras de caridad, además de que siempre que hay algún desperfecto en nuestro hogar, él manda a alguien que lo arregle. Si no fuera por él, este convento ya estaría cayendo a pedazos.
—Suena a que es una buena persona —contesté con una sonrisa.
—Sí… le agrada mucho platicar contigo, le ayuda a liberar su mente. Dice que… cada vez que viene se siente más cerca de Dios.
Era desconcertante, pero… después de tanto tiempo viviendo aquí, no había motivo para ser desconfiada. A veces se me olvidaba que ya no debía de estar a la defensiva.
۞
Me quedé de pie bajo el marco de mi puerta, sabiendo que había llegado la hora de conocer al señor Sartori.
Para mi sorpresa, se trataba de un hombre alto y gallardo, joven, de ojos avellana y cabello castaño. Su rostro tenía una simetría impresionante y su sonrisa aparentemente bondadosa escondía cierta patanería. Aunque ante las monjas se comportaba como todo un ángel, algo me decía que fuera del convento no lo era y no pude evitar recordar a Leonel. Mi corazón se retorció de tristeza, pues incluso en la siguiente vida lo extrañaba al ingrato.
—Gianna… me alegra verte despierta —dijo el hombre delante de mí, pero no levanté la mirada, ni siquiera reconocí ese nombre como propio, aún me costaba adaptarme. No fui consciente de su cercanía hasta que su mano se posó en mi hombro, logrando que levantara el rostro hacia él—. ¿Cómo te encuentras?
—Señor Sartori —contesté apenada y mis mejillas se ruborizaron.
—No me llames así, después de todo este tiempo de conocernos… —contestó divertido—. ¿Te has olvidado de mi nombre?
—Ah…
—¿Renzo? ¿Te suena? —preguntó divertido con una mirada benevolente.
—¡Renzo! ¡Sí! ¡Claro! —respondí queriendo ocultar mi «pérdida de memoria».
—Bueno, los dejo solos —contestó la madre superiora con una sonrisa dulce y dio media vuelta en el mismo momento que Renzo entró a mi habitación.
¿No se suponía que las monjas no podíamos recibir hombres en nuestras alcobas?
—Pensé que… tal vez… podríamos… no sé, ¿hablar en el jardín? —pregunté confundida, señalando la puerta, invitándolo de manera disimulada a salir, pero él solo se sonrió.
—¿Por qué estás tan nerviosa? —inquirió divertido antes de acercarse con paso lento.
—¿Nerviosa? No, para nada… pero… pensé que… —Vi cómo, sin apartar su mirada de mí, cerró la puerta.
Sus ojos perdieron la ternura, su sonrisa parecía más la mueca de un lobo a punto de comer y mientras yo tragaba saliva de manera sonora, él se desanudaba la corbata. Me tomó de la mano y de un tirón me acercó a su cuerpo, envolviendo mi cintura mientras me olfateaba por encima de los hábitos.
—No sabes cuanto te extrañé… —susurró en mi oído, erizándome la piel—. Me preocupé cuando dijeron que habías caído en coma, mi bello ángel.
¡¿Qué carajos estaba pasando?! ¡¿No se suponía que Gianna era una monja?! Dudé aún más de sus votos cuando las manos de Renzo comenzaron a subirme los hábitos, buscando acariciar mis piernas.
—Espera… ¿Qué estás haciendo? —pregunté ansiosa, intentando detenerlo.
—¿Qué ocurre, mi pequeña y linda angelita? ¿Hoy no tienes ganas de jugar con el diablo? —susurró en mi oído antes de quitarme el velo sobre la cabeza, liberando mi melena negra.
De una sola intención me arrojó sobre la cama y metió sus manos por debajo del hábito, recorriendo mis piernas, amasando mis muslos, mientras que su cuerpo se frotaba contra el mío. ¿En verdad estaba ocurriendo esto? ¿Él daba grandes cantidades de dinero al convento por acostarse con Gianna?... ¿por acostarse conmigo? ¡No era una monja! ¡Era una prostituta!
GIANNA RICCIApretó mi trasero mientras buscaba el borde de mis bragas, y su boca torturaba mis pechos, mordiéndolos suavemente por encima de la ropa. Me sentí sucia, extraña, habitaba el cuerpo de una monja que tenía que tolerar las perversiones de este hombre. Antes de que se me calentara la cabeza y su mano se deslizara por debajo de mis pantaletas, directo a mi feminidad, apreté los muslos y tomé su rostro entre mis manos.—No puedo hacerlo —supliqué y de inmediato su cuerpo se puso rígido.—¿Perdón? —Era notorio su malestar. Mi rechazo lo estaba enojando. —Yo… es que… me llegó el periodo. —Era eso o fingir que tenía dolor de cabeza. Tenía que apostar a su posible aversión a la sangre, pero sus ojos se entornaron y sonrió, augurando lo peor. —Bueno… un caballero de verdad nunca teme ensuciar su espada con algo de sangre —insistió escondiendo su rostro contra mi cuello. —¡¿Qué?! ¡Pero…! —Comencé a revolverme entre sus brazos, intentando poner distancia entre los dos—. Por favor,
GIANNA RICCICon eso último, empujó al hombre desagradable hacia la habitación abierta. Pude ver como este entraba con actitud conformista, mientras el rostro de mi hermana se volvía de completo desagrado y miedo. Por un momento nos vimos a los ojos, compartiendo en completo silencio lástima y frustración. Tomó las ropas de Sartori y se las ofreció con educación antes de regresar a su labor, pues aquel hombre ya estaba ansioso por tomarla. Abrí la boca, pero antes de poder decir algo, la puerta se cerró y Sartori me tomó del brazo, alejándome de ahí. —¿Qué haces deambulando de noche? ¿No recuerdas que está prohibido? —dijo Sartori llevándome con gentileza de regreso a mi habitación—. ¿Te lastimó? Pellizcó mi mentón, obligándome a levantar mi atención hacia él. Sus ojos escudriñaron mi rostro y una sonrisa pícara adornó sus labios. —Te ves hermosa bajo la luz de la luna —agregó antes de besarme, mientras ambos entrábamos a la habitación. Con las manos sobre su pecho aún desnudo, in
GIANNA RICCISartori me tomó de la mano y me llevó hacia la puerta para mostrarme el lugar como si fuera la primera vez que lo veía. —Este sitio es su refugio. ¿No lo ves, Gia? Yo he cuidado de ti, hice que ningún hombre, más que yo, te ponga las manos encima. ¿No me merezco el mérito y tu confianza? Es más sencillo de lo que crees… ven conmigo y seguiré dando aportaciones sustanciosas a este lugar, permitiré que sus visitantes nocturnos sigan donando grandes cantidades de dinero y todos estaremos felices, pero si no me haces caso, entonces… todo se acabará para ellas y para ti. »Porque en ese punto… una monja que se prostituye, es mil veces peor que una prostituta. Ni siquiera la iglesia querrá meter las manos al fuego por ustedes. Así que… piénsalo, mientras termina tu «periodo» —agregó divertido antes de plantarse delante de mí—. No traiciones de esta forma a tus hermanas… y sé agradecida con el único hombre que te ha dado todo lo que ni siquiera tu Dios te da. Si no fuera por mí,
LEONEL ARZÚAEl juicio de Christian Vega había terminado, el juez le había evitado la pena de muerte, pero dejó caer diez años de prisión. Como no estaba seguro de que los guardias cuidarían de Christian, decidí poner manos a la obra y le pagué a los presos más grandes y feroces para que lo hicieran. Con el tiempo tuve oportunidad de sobornar a algunos policías para que también le tuvieran consideración. —¿Qué hace aquí el asesino de mi hermana? —preguntó Christian durante la visita que le hice. Su pregunta me pesó en el pecho. —Yo no la maté…—Ya vi las noticias. Todos dicen que se suicidó, pero yo sé que el único culpable aquí, eres tú.—¡¿Yo?! ¿No has pensado que tal vez si no hubieras matado a esa persona, ella seguiría viva? ¡por intentar salvarte, ella pereció! —contesté frustrado.—Puedes decir lo que quieras… —dijo con una gran sonrisa—, pero noto que la culpabilidad te carcome. Tal vez no tenías una pistola en mano, tal vez no fuiste tú quien la arrojó del techo de ese edifi
GIANNA RICCIPermanecí encerrada en mi habitación, pero no orando, más bien… pensando. Esta no era una segunda oportunidad para ser feliz, pero tal vez era una segunda oportunidad para hacer las cosas bien, para… encontrar una mejor salida que la que tomé en mi anterior vida. —¿Hermana Gia? —preguntó una de las monjas, asomándose por mi puerta—. Dijo la madre superiora que… ya que no quiere atender al señor Sartori, entonces… tendrá que atender a otro hombre. —¡¿Perdón?! —exclamé horrorizada y retrocedí. —Si no atiendes a este hombre y no deja un buen diezmo, entonces el viejo de anoche será quien aproveche que Sartori te dejó desamparada por hoy —susurró preocupada—. Por lo menos el visitante de hoy es guapo.—Pero… es que… —No terminé de suplicar cuando la monja desapareció detrás de la puerta. Como conejo asustado retrocedí hasta que mi espalda estaba contra la pared. Envolví la cruz que colgaba de mi cuello con una mano y esperé paciente, escuchando los latidos de mi corazón en
GIANNA RICCIEl día de la fiesta se acercaba y yo me sentía cada vez más ansiosa. Revisé todas las puertas del convento, pensando que podría escapar por cualquiera, pero… había algo más que me obligaba a quedarme y esperar mi hora como cerdo en el matadero.—No es tan malo… —dijo Teresa, leyéndome el pensamiento—. No todas las noches son… «así», y gracias a esos hombres es que podemos seguir aquí, protegidas, incluso de nuestras propias familias. Si nos quitan el apoyo, no sé qué será de nosotras, de los niños a los que ayudamos, de esa gente de los albergues o de los ancianitos tan dulces.—¿Sabes lo que quiere el señor Sartori de mí? —pregunté.—Sí, te quiere sacar del convento —contestó con una sonrisa—. Te llevará a su mansión donde tendrás todo y dejarás de usar estos hábitos. Serás libre. Con suerte tal vez te pida que se casen y puedas formar una linda familia. Teresa era la representación de quien fui como Evelyn, con falsas esperanzas, creyendo que ese hombre malo cambiaría y
GIANNA RICCILa mansión era impresionante, más grande que la de Leonel. Con un jardín conformado por hectáreas y hectáreas de verdes pastos, arbustos y árboles adornados con faroles. —¿Impresionada? —preguntó Renzo con una sonrisa amplia.—Bueno, es más grande que el convento, no lo voy a negar —contesté angustiada. —Si te portas bien, si eres dócil y me haces caso… puedo compartir todo esto contigo —dijo en cuanto estacionó el auto frente al enorme pórtico.Cuando volteé hacia él, sentí su mano en mi muslo, por debajo del vestido, deslizándose por en medio de mis piernas, mientras su boca se ensañaba con mi cuello. —No sabes cuanto te extrañé… —susurró en mi oído antes de que su lengua comenzara a jugar con mi arete—. Ya no aguanto más, Gia. —Por favor, aquí no, en el auto no… —supliqué, tomándolo por la muñeca, evitando que llegara hasta mis pantaletas. De pronto me tomó por los cabellos, obligándome a verlo directo a la cara. —Ya no estás en el convento, ahora estás en mi casa
LEONEL ARZÚASin decir ni una sola palabra, tomé a la monja del brazo y la puse detrás de mí.—¿Estás bien? —le pregunté en un susurro y sus enormes ojos me respondieron con pánico y miedo. La imagen de Evelyn se encimaba con la de Gianna y me rompía el corazón.—¿Señor Arzúa? —preguntó desconcertada, parecía un conejito asustado. —¡Oye, amigo! Te voy a dar un consejo… No te metas donde nadie te llama —dijo aquel hombre con aires de superioridad. —Conozco a esta chica, es una monja… y no parece tener ganas de estar contigo. —Bueno, el amor todo lo vence, incluso un voto de celibato —contestó haciendo su sonrisa aún más grande—. Gianna, ven para acá.De pronto las tibias manos de la monja se posaron en mi brazo, de nuevo haciendo un llamado a mi benevolencia. —Ayúdeme, por favor… —¡Gianna! ¡¿Ven aquí de una vez?! —exclamó el hombre furioso—. Ya te dije lo que va a pasar si no lo haces. No tientes mi paciencia, que tengo poca. La monja tembló y con miedo comenzó a avanzar hacia él.