LEONEL ARZÚA
Desde que regresó Dafne mis días se convirtieron en un idilio, visitábamos la cama con recurrencia. Me sentía feliz y me gustaba pasar varios minutos viéndola dormir semidesnuda a mi lado, pero había algo que no me soltaba, tenía una espina clavada en el pecho y cada vez que respiraba esta se encajaba profundo en mi corazón. ¿Qué había pasado con Evelyn? ¿Habría logrado resolver el problema de su hermano sin mi ayuda?
Simplemente había desaparecido sin avisar, orgullosa y tonta. Una parte de mí esperaba verla regresando de rodillas, pidiendo que la aceptara. Tal vez podría darle el lugar de sirvienta para que pudiera pagar la fianza de su hermano. Además, llevaba a mi hijo en su vientre y aunque a ella no la quisiera, me interesaba por ese bebé, por no decir que lo necesitaba.
Tomé mi teléfono y comencé a buscar alguna llamada perdida o mensajes, pero en vez de eso me di cuenta de que su número aparecía bloqueado. ¿Cuánto tiempo había estado así? Cuando lo desbloqueé llegó un mensaje que me dejó congelado.
No sé cuántos segundos permanecí viendo la pantalla de mi celular. ¡¿Qué carajos había pasado?!
—¿Leo? ¿Qué ocurre? —preguntó Dafne aún adormilada.
Apenas volteé hacia ella cuando mi teléfono comenzó a sonar. Era el número de Evelyn y mi corazón dio un vuelco. —¡Eve…! —exclamé, pero el silencio en la línea me intimidó.
—¿Con quién hablo? ¿Es familiar de Evelyn Valencia? —preguntó un hombre del otro lado de la línea—. Soy paramédico del Hospital Regional.
¿Hospital Regional? ¿Qué hacía Evelyn ahí?
—Habla Leonel Arzúa, soy su esposo. —Pude sentir la mirada molesta de Dafne sobre mí.
—¿Puede venir cuánto antes? Se trata de su esposa…
Ni siquiera perdí el tiempo contestando. Tomé mi ropa del suelo y me vestí de inmediato.
—¿A dónde vas? —exigió saber Dafne, indignada.
—Mejor cállate —susurré conteniendo mi coraje—. Tú y yo tenemos una plática pendiente.
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Llegué al hospital lo más rápido que pude y me dirigí hacia la recepcionista con actitud apática.
—Me llamaron… Mi esposa…
—¿Cuál es el nombre de la paciente? —preguntó sin alzar la mirada hacia mí, mientras tecleaba en su ordenador.
—Evelyn Valencia —contesté intentando contener la ansiedad. Odiaba a esa mujer, pero no significaba que quisiera verla herida o, peor aún, muerta.
Sus manos se detuvieron y levantó la mirada hacia mí. Su apatía se había convertido en rencor y reproche. Era como si le hubiera hecho un desaire en el pasado. Se levantó de su asiento con un resoplido y con un movimiento de cabeza me pidió que la acompañara.
—¿Qué fue lo que ocurrió? —le pregunté ansioso mientras avanzaba detrás de ella.
—Su esposa saltó desde la azotea de los juzgados de lo familiar. Fue una caída de diez pisos.
Me quedé petrificado, los pies se clavaron al piso y ya no pude seguir avanzando.
—¿Ella está…?
—Muerta —contestó sin una pizca de tacto—. ¿Continuamos? Tengo cosas que hacer.
—¿Alguien sabe por qué…?
—¿Por qué lo hizo? No. ¿Quién mejor que usted para saberlo?
—¿El bebé también… murió?
—¿Usted qué cree? —contestó con molestia y torciendo los ojos—. Siga por ese pasillo, hasta el final, toque la puerta a mano derecha, ahí le pedirán una identificación oficial…
Cuando puse atención, no vi habitaciones ni mucho personal médico.
—¿A dónde llega ese pasillo? ¿Qué hay en esa puerta?
—La sala de autopsias —respondió congelándome por completo—. Necesitan que un familiar identifique el cuerpo.
En cada paso que di hacia la morgue, perdí fuerzas. Recordar a Evelyn viva y con esa mirada ansiosa por recibir algo más de mí que no fuera violencia y repudio, me partió el alma. Cuando me abrieron la puerta, pude verla por encima del hombro del médico forense. Creí que la caída habría dejado un cuerpo destrozado, pero, por el contrario, parecía simplemente dormida. Su palidez cadavérica; sus labios azules y sus venas pintándose como ríos en su pálida tez, eran lo único que me confirmaba que ya no estaba en este mundo.
Sin esperar invitación intenté entrar, pero el médico puso una mano sobre mi pecho, deteniéndome. —¿Quién es? ¿Qué quiere? —preguntó con desconfianza.
—Soy Leonel Arzúa y esa mujer que tiene ahí, es mi esposa. —Cuanto tiempo la negué ante amigos y conocidos, pero hoy, frente a su cuerpo inerte, si pude decir que era mi mujer.
LEONEL ARZÚADespués de confirmar que era ella y ver esa otra mitad de su rostro destrozado por el impacto, llegué a casa en completo silencio, solo con mis pensamientos. Poco a poco los recuerdos de Evelyn empezaban a opacarse con la imagen de su cadáver, frío y rígido sobre esa plancha de acero. Tomé una de las botellas de la vitrina y me quedé pegado a la ventana, absorto en el jardín, bebiendo mientras evocaba su recuerdo. Odiaba tanto que fuera tan débil como para seguir sirviendo a ese par, ni su hermano ni su padre eran buenas personas… tampoco yo… y, aun así, no dejaba de ser bondadosa y esperar lo mejor de nosotros. Entre la penumbra de la casa, vi una silueta femenina acercándose. Usaba uno de los camisones de seda que solía portar Evelyn. —¿Qué fue lo que hiciste? —pregunté con los dientes apretados y sin apartar mi mirada de ella.—¿A qué te refieres? ¿Estás bien? —inquirió Dafne acercándose aún más. Cuando intentó posar su mano en mi mejilla, retrocedí. —¿Quién te dio
GIANNA RICCINo fue fácil verme al espejo y encontrarme con un rostro que claramente no era el mío. Tenía los cabellos negros y los ojos de un azul que casi se tornaba violeta. Era una chica muy atractiva, más de lo que yo fui en mi otra vida. Incluso consideré que era un desperdicio permanecer como monja. ¿Qué la habría hecho llegar aquí?Después de un tiempo de ver mi nuevo reflejo, encontré ciertas similitudes con mi antiguo rostro, o tal vez eso es lo que quería creer para asimilar mi nueva condición. El uso de los hábitos y los horarios en el convento eran algo nuevo, pero no difícil de dominar. Era lindo convivir con todas las monjas. Ir a misa todas las mañanas se volvía un buen momento para agradecer por esta nueva oportunidad. Leer la biblia era una tarea tediosa que le fui agarrando gusto. Lo que más amaba de esta nueva vida era lo simple que se volvía ser feliz. Jamás creí que tendría partes favoritas de mi rutina, por lo menos en mi anterior vida no las había. Era genial
LEONEL ARZÚALos días pasaron y las botellas se iban acabando. Si nunca había querido a Evelyn, si la traté tan mal en este tiempo, ¿por qué me estaba afectando su partida? ¿En verdad la extrañaba? Cada día se volvía un suplicio donde me daba cuenta de que Evelyn había sido una buena mujer y la había perdido para siempre, sin darme la oportunidad de redimirme. La única manera en la que podía evitar sentirme miserable era bebiendo en cuanto el corazón comenzaba a doler o la cabeza empezaba a recordar.Me enredé con Evelyn sin conocerla bien, por mero despecho después de mi ruptura con Dafne, sin pensar en las consecuencias. Creí que ella sería igual, que me dejaría una vez obtuviera lo que quería, así que me esmeré en arrancarle ese comportamiento rebelde y altivo, pues no siempre fue la mujer obediente.Luché con mi temor de perderla y con el paso del tiempo se volvió dócil y hacía todo lo que yo le pedía sin chistar. Tenía a Evelyn a mis pies y ese control sobre ella me daba la certe
GIANNA RICCIEra curioso como el tiempo pasaba más rápido cuando la vida era tan buena y agradable, cada vez me sentía más fuerte en cuerpo y alma. Por fin me sentía viva y feliz. No había nada que pudiera cambiar mi buen humor, o eso creí hasta que una de mis compañeras me abordó:—¿Hermana Gianna? —preguntó. —¿Sí? ¿En qué puedo ayudarte, hermana? —respondí con una enorme sonrisa. —Solo quería recordarte que el día de mañana vendrá… ya sabes… ese hombre —contestó ansiosa y no comprendí.—¿Qué hombre? —El señor Sartori —agregó—. Por si no lo recuerdas, viene cada cierto tiempo para hablar contigo. Es un hombre muy importante para la congregación y para este convento. Nos ayuda a patrocinar muchas obras de caridad, además de que siempre que hay algún desperfecto en nuestro hogar, él manda a alguien que lo arregle. Si no fuera por él, este convento ya estaría cayendo a pedazos.—Suena a que es una buena persona —contesté con una sonrisa.—Sí… le agrada mucho platicar contigo, le ayuda
GIANNA RICCIApretó mi trasero mientras buscaba el borde de mis bragas, y su boca torturaba mis pechos, mordiéndolos suavemente por encima de la ropa. Me sentí sucia, extraña, habitaba el cuerpo de una monja que tenía que tolerar las perversiones de este hombre. Antes de que se me calentara la cabeza y su mano se deslizara por debajo de mis pantaletas, directo a mi feminidad, apreté los muslos y tomé su rostro entre mis manos.—No puedo hacerlo —supliqué y de inmediato su cuerpo se puso rígido.—¿Perdón? —Era notorio su malestar. Mi rechazo lo estaba enojando. —Yo… es que… me llegó el periodo. —Era eso o fingir que tenía dolor de cabeza. Tenía que apostar a su posible aversión a la sangre, pero sus ojos se entornaron y sonrió, augurando lo peor. —Bueno… un caballero de verdad nunca teme ensuciar su espada con algo de sangre —insistió escondiendo su rostro contra mi cuello. —¡¿Qué?! ¡Pero…! —Comencé a revolverme entre sus brazos, intentando poner distancia entre los dos—. Por favor,
GIANNA RICCICon eso último, empujó al hombre desagradable hacia la habitación abierta. Pude ver como este entraba con actitud conformista, mientras el rostro de mi hermana se volvía de completo desagrado y miedo. Por un momento nos vimos a los ojos, compartiendo en completo silencio lástima y frustración. Tomó las ropas de Sartori y se las ofreció con educación antes de regresar a su labor, pues aquel hombre ya estaba ansioso por tomarla. Abrí la boca, pero antes de poder decir algo, la puerta se cerró y Sartori me tomó del brazo, alejándome de ahí. —¿Qué haces deambulando de noche? ¿No recuerdas que está prohibido? —dijo Sartori llevándome con gentileza de regreso a mi habitación—. ¿Te lastimó? Pellizcó mi mentón, obligándome a levantar mi atención hacia él. Sus ojos escudriñaron mi rostro y una sonrisa pícara adornó sus labios. —Te ves hermosa bajo la luz de la luna —agregó antes de besarme, mientras ambos entrábamos a la habitación. Con las manos sobre su pecho aún desnudo, in
GIANNA RICCISartori me tomó de la mano y me llevó hacia la puerta para mostrarme el lugar como si fuera la primera vez que lo veía. —Este sitio es su refugio. ¿No lo ves, Gia? Yo he cuidado de ti, hice que ningún hombre, más que yo, te ponga las manos encima. ¿No me merezco el mérito y tu confianza? Es más sencillo de lo que crees… ven conmigo y seguiré dando aportaciones sustanciosas a este lugar, permitiré que sus visitantes nocturnos sigan donando grandes cantidades de dinero y todos estaremos felices, pero si no me haces caso, entonces… todo se acabará para ellas y para ti. »Porque en ese punto… una monja que se prostituye, es mil veces peor que una prostituta. Ni siquiera la iglesia querrá meter las manos al fuego por ustedes. Así que… piénsalo, mientras termina tu «periodo» —agregó divertido antes de plantarse delante de mí—. No traiciones de esta forma a tus hermanas… y sé agradecida con el único hombre que te ha dado todo lo que ni siquiera tu Dios te da. Si no fuera por mí,
LEONEL ARZÚAEl juicio de Christian Vega había terminado, el juez le había evitado la pena de muerte, pero dejó caer diez años de prisión. Como no estaba seguro de que los guardias cuidarían de Christian, decidí poner manos a la obra y le pagué a los presos más grandes y feroces para que lo hicieran. Con el tiempo tuve oportunidad de sobornar a algunos policías para que también le tuvieran consideración. —¿Qué hace aquí el asesino de mi hermana? —preguntó Christian durante la visita que le hice. Su pregunta me pesó en el pecho. —Yo no la maté…—Ya vi las noticias. Todos dicen que se suicidó, pero yo sé que el único culpable aquí, eres tú.—¡¿Yo?! ¿No has pensado que tal vez si no hubieras matado a esa persona, ella seguiría viva? ¡por intentar salvarte, ella pereció! —contesté frustrado.—Puedes decir lo que quieras… —dijo con una gran sonrisa—, pero noto que la culpabilidad te carcome. Tal vez no tenías una pistola en mano, tal vez no fuiste tú quien la arrojó del techo de ese edifi