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Capítulo 4: Renacida, Una segunda oportunidad

EVELYN VALENCIA

Abrí los ojos, alterada, con el corazón a mil por hora. La cama en la que estaba parecía de piedra y noté que había monjas a mi alrededor, un doctor y un par de enfermeras que parecían incómodos entre tantas mujeres de fe.

—¡Hermana Gianna! —exclamó una de las monjas. Era una señora entrada en años, de mirada bondadosa—. Alabado sea el señor, aún no era tu hora y te dejó aquí con nosotras más tiempo.

—¿Eh? —pregunté confundida mientras me quería recorrer en la cama para poder apoyarme contra la cabecera—. ¿Qué pasó aquí?

¿Hermana Gianna? ¿Quién era esa? Eché un vistazo, notando que estaba en una habitación muy pequeña, con una ventana igual de reducida y casi sin muebles. ¿Dónde carajos estaba?

—Hermana Gianna, soy el doctor Bennet… Hace ya un tiempo tuvo una contusión muy fuerte en la cabeza. Permaneció por una semana completamente inconsciente. Las hermanas aquí presentes prefirieron cuidar de usted en el convento… Es una suerte que despertara justo en la hora de mi visita.

—¡¿Qué?! —exclamé con la cabeza vuelta un caos—. ¿De qué está hablando? ¿Está loco?

Quise reírme, quise llorar. Busqué alrededor un rostro conocido, pero no lo encontré, en cambio todos me veían desconcertados y asustados.

—Hermana, tranquila… lo que ocurrió fue muy raro, pero… ahora todo estará bien —insistió otra de las monjas mientras mi rostro se volvía una mueca de rechazo y terror.

—No… ah… yo… no… —De pronto sentí que me faltaba el aire.

—¿Perdió la memoria? —preguntó el doctor sentándose en la orilla de la cama, alumbrando mis ojos con esa molesta lamparita—. ¿Sabe en qué año estamos?

—2024… —respondí esquivando la luz.

—¿Cuál es su nombre completo?

—¿Mi nombre completo? Es… Evelyn Valencia… —Todos parecieron sorprendidos y se vieron entre ellos.

—Tranquila… No pasa nada —dijo la monja más vieja y acarició mi frente con cariño—. Fue un fuerte golpe el que te diste. El doctor nos avisó que esto podía pasar, pero aquí estarás bien, te cuidaremos mucho y con favor de Dios, volverás a ser la de siempre.

No pude evitar sentirme… inmensamente triste. La última vez que alguien me había tratado con tanta dulzura fue mi madre, pero ella había muerto cuando yo era muy joven. Con sumo cuidado, la monja limpió mis lágrimas y cuando volteé a ver a las demás, me dedicaron una mirada igual o más dulce que la de ella.

¿Qué había pasado? ¿Estaba soñando? Pensar en lo que había ocurrido antes de que despertara me hizo sentir profundamente infeliz. La desesperación y la tristeza parecían aún seguir en mis venas.

—¿Alguien tiene un celular que me pueda prestar? —pregunté paseando la mirada en cada una. Como buenas monjas, ninguna tenía uno de esos aparatos, pero el doctor no dudó en ofrecerme el suyo—. Gracias.

Busqué noticias de mi familia, principalmente de mi hermano. Entonces encontré la página de un periódico serio. Mi hermano había sido condenado a diez años de cárcel, parecía poco para alguien que mató a una persona, pero para mí era suficiente. Recordé que mi teléfono había sonado antes de que me precipitara contra el piso. ¿Se habría tratado de Leonel? ¿Dafne había aceptado hablar con su padre? ¿Gracias a ellos mi hermano se había salvado de la muerte?

Si así había sido, era lo mínimo que me debían, pues me arrebataron lo último que tenía, mi propia vida. Apreté los dientes y traté de contener mi tristeza. Los odiaba, pues me habían arrancado todo, me orillaron a esto. Me quitaron hasta la última gota de esperanza.

—¿Todo bien? ­—preguntó el doctor tomando el celular de mis manos.

—Sí, solo… quería buscar una noticia local —contesté apenada, limpiándome las lágrimas de la cara.

—¿Noticia local? —preguntó levantando una ceja y vio por segunda vez la pantalla de su celular—. Ah… ¿Dónde cree que estamos, hermana?

—¿España? —pregunté nerviosa, temiendo equivocarme.

El doctor resopló preocupado. —Estamos en Italia, hermana… —contestó con media sonrisa, pero sus ojos demostraban que sentía lástima por mí—. Volterra… ¿Le suena?

—¿Italia? —susurré confundida, la cabeza de nuevo me daba vueltas.

Si este era un sueño, era el más extraño que había tenido. ¿Qué había pasado? ¿Me había vuelto loca? ¿Había renacido? Levanté mi mirada hacia la cruz que estaba colgada de la pared y… con algo de desconfianza me pregunté si esta era una segunda oportunidad. Tal vez… Dios, la vida o… quien quiera que manejara los hilos, decidió que había sufrido ya suficiente y me merecía una segunda oportunidad para ser feliz.

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