EVELYN VALENCIA
Abrí los ojos, alterada, con el corazón a mil por hora. La cama en la que estaba parecía de piedra y noté que había monjas a mi alrededor, un doctor y un par de enfermeras que parecían incómodos entre tantas mujeres de fe.
—¡Hermana Gianna! —exclamó una de las monjas. Era una señora entrada en años, de mirada bondadosa—. Alabado sea el señor, aún no era tu hora y te dejó aquí con nosotras más tiempo.
—¿Eh? —pregunté confundida mientras me quería recorrer en la cama para poder apoyarme contra la cabecera—. ¿Qué pasó aquí?
¿Hermana Gianna? ¿Quién era esa? Eché un vistazo, notando que estaba en una habitación muy pequeña, con una ventana igual de reducida y casi sin muebles. ¿Dónde carajos estaba?
—Hermana Gianna, soy el doctor Bennet… Hace ya un tiempo tuvo una contusión muy fuerte en la cabeza. Permaneció por una semana completamente inconsciente. Las hermanas aquí presentes prefirieron cuidar de usted en el convento… Es una suerte que despertara justo en la hora de mi visita.
—¡¿Qué?! —exclamé con la cabeza vuelta un caos—. ¿De qué está hablando? ¿Está loco?
Quise reírme, quise llorar. Busqué alrededor un rostro conocido, pero no lo encontré, en cambio todos me veían desconcertados y asustados.
—Hermana, tranquila… lo que ocurrió fue muy raro, pero… ahora todo estará bien —insistió otra de las monjas mientras mi rostro se volvía una mueca de rechazo y terror.
—No… ah… yo… no… —De pronto sentí que me faltaba el aire.
—¿Perdió la memoria? —preguntó el doctor sentándose en la orilla de la cama, alumbrando mis ojos con esa molesta lamparita—. ¿Sabe en qué año estamos?
—2024… —respondí esquivando la luz.
—¿Cuál es su nombre completo?
—¿Mi nombre completo? Es… Evelyn Valencia… —Todos parecieron sorprendidos y se vieron entre ellos.
—Tranquila… No pasa nada —dijo la monja más vieja y acarició mi frente con cariño—. Fue un fuerte golpe el que te diste. El doctor nos avisó que esto podía pasar, pero aquí estarás bien, te cuidaremos mucho y con favor de Dios, volverás a ser la de siempre.
No pude evitar sentirme… inmensamente triste. La última vez que alguien me había tratado con tanta dulzura fue mi madre, pero ella había muerto cuando yo era muy joven. Con sumo cuidado, la monja limpió mis lágrimas y cuando volteé a ver a las demás, me dedicaron una mirada igual o más dulce que la de ella.
¿Qué había pasado? ¿Estaba soñando? Pensar en lo que había ocurrido antes de que despertara me hizo sentir profundamente infeliz. La desesperación y la tristeza parecían aún seguir en mis venas.
—¿Alguien tiene un celular que me pueda prestar? —pregunté paseando la mirada en cada una. Como buenas monjas, ninguna tenía uno de esos aparatos, pero el doctor no dudó en ofrecerme el suyo—. Gracias.
Busqué noticias de mi familia, principalmente de mi hermano. Entonces encontré la página de un periódico serio. Mi hermano había sido condenado a diez años de cárcel, parecía poco para alguien que mató a una persona, pero para mí era suficiente. Recordé que mi teléfono había sonado antes de que me precipitara contra el piso. ¿Se habría tratado de Leonel? ¿Dafne había aceptado hablar con su padre? ¿Gracias a ellos mi hermano se había salvado de la muerte?
Si así había sido, era lo mínimo que me debían, pues me arrebataron lo último que tenía, mi propia vida. Apreté los dientes y traté de contener mi tristeza. Los odiaba, pues me habían arrancado todo, me orillaron a esto. Me quitaron hasta la última gota de esperanza.
—¿Todo bien? —preguntó el doctor tomando el celular de mis manos.
—Sí, solo… quería buscar una noticia local —contesté apenada, limpiándome las lágrimas de la cara.
—¿Noticia local? —preguntó levantando una ceja y vio por segunda vez la pantalla de su celular—. Ah… ¿Dónde cree que estamos, hermana?
—¿España? —pregunté nerviosa, temiendo equivocarme.
El doctor resopló preocupado. —Estamos en Italia, hermana… —contestó con media sonrisa, pero sus ojos demostraban que sentía lástima por mí—. Volterra… ¿Le suena?
—¿Italia? —susurré confundida, la cabeza de nuevo me daba vueltas.
Si este era un sueño, era el más extraño que había tenido. ¿Qué había pasado? ¿Me había vuelto loca? ¿Había renacido? Levanté mi mirada hacia la cruz que estaba colgada de la pared y… con algo de desconfianza me pregunté si esta era una segunda oportunidad. Tal vez… Dios, la vida o… quien quiera que manejara los hilos, decidió que había sufrido ya suficiente y me merecía una segunda oportunidad para ser feliz.
LEONEL ARZÚADesde que regresó Dafne mis días se convirtieron en un idilio, visitábamos la cama con recurrencia. Me sentía feliz y me gustaba pasar varios minutos viéndola dormir semidesnuda a mi lado, pero había algo que no me soltaba, tenía una espina clavada en el pecho y cada vez que respiraba esta se encajaba profundo en mi corazón. ¿Qué había pasado con Evelyn? ¿Habría logrado resolver el problema de su hermano sin mi ayuda? Simplemente había desaparecido sin avisar, orgullosa y tonta. Una parte de mí esperaba verla regresando de rodillas, pidiendo que la aceptara. Tal vez podría darle el lugar de sirvienta para que pudiera pagar la fianza de su hermano. Además, llevaba a mi hijo en su vientre y aunque a ella no la quisiera, me interesaba por ese bebé, por no decir que lo necesitaba. Tomé mi teléfono y comencé a buscar alguna llamada perdida o mensajes, pero en vez de eso me di cuenta de que su número aparecía bloqueado. ¿Cuánto tiempo había estado así? Cuando lo desbloqueé lle
LEONEL ARZÚADespués de confirmar que era ella y ver esa otra mitad de su rostro destrozado por el impacto, llegué a casa en completo silencio, solo con mis pensamientos. Poco a poco los recuerdos de Evelyn empezaban a opacarse con la imagen de su cadáver, frío y rígido sobre esa plancha de acero. Tomé una de las botellas de la vitrina y me quedé pegado a la ventana, absorto en el jardín, bebiendo mientras evocaba su recuerdo. Odiaba tanto que fuera tan débil como para seguir sirviendo a ese par, ni su hermano ni su padre eran buenas personas… tampoco yo… y, aun así, no dejaba de ser bondadosa y esperar lo mejor de nosotros. Entre la penumbra de la casa, vi una silueta femenina acercándose. Usaba uno de los camisones de seda que solía portar Evelyn. —¿Qué fue lo que hiciste? —pregunté con los dientes apretados y sin apartar mi mirada de ella.—¿A qué te refieres? ¿Estás bien? —inquirió Dafne acercándose aún más. Cuando intentó posar su mano en mi mejilla, retrocedí. —¿Quién te dio
GIANNA RICCINo fue fácil verme al espejo y encontrarme con un rostro que claramente no era el mío. Tenía los cabellos negros y los ojos de un azul que casi se tornaba violeta. Era una chica muy atractiva, más de lo que yo fui en mi otra vida. Incluso consideré que era un desperdicio permanecer como monja. ¿Qué la habría hecho llegar aquí?Después de un tiempo de ver mi nuevo reflejo, encontré ciertas similitudes con mi antiguo rostro, o tal vez eso es lo que quería creer para asimilar mi nueva condición. El uso de los hábitos y los horarios en el convento eran algo nuevo, pero no difícil de dominar. Era lindo convivir con todas las monjas. Ir a misa todas las mañanas se volvía un buen momento para agradecer por esta nueva oportunidad. Leer la biblia era una tarea tediosa que le fui agarrando gusto. Lo que más amaba de esta nueva vida era lo simple que se volvía ser feliz. Jamás creí que tendría partes favoritas de mi rutina, por lo menos en mi anterior vida no las había. Era genial
LEONEL ARZÚALos días pasaron y las botellas se iban acabando. Si nunca había querido a Evelyn, si la traté tan mal en este tiempo, ¿por qué me estaba afectando su partida? ¿En verdad la extrañaba? Cada día se volvía un suplicio donde me daba cuenta de que Evelyn había sido una buena mujer y la había perdido para siempre, sin darme la oportunidad de redimirme. La única manera en la que podía evitar sentirme miserable era bebiendo en cuanto el corazón comenzaba a doler o la cabeza empezaba a recordar.Me enredé con Evelyn sin conocerla bien, por mero despecho después de mi ruptura con Dafne, sin pensar en las consecuencias. Creí que ella sería igual, que me dejaría una vez obtuviera lo que quería, así que me esmeré en arrancarle ese comportamiento rebelde y altivo, pues no siempre fue la mujer obediente.Luché con mi temor de perderla y con el paso del tiempo se volvió dócil y hacía todo lo que yo le pedía sin chistar. Tenía a Evelyn a mis pies y ese control sobre ella me daba la certe
GIANNA RICCIEra curioso como el tiempo pasaba más rápido cuando la vida era tan buena y agradable, cada vez me sentía más fuerte en cuerpo y alma. Por fin me sentía viva y feliz. No había nada que pudiera cambiar mi buen humor, o eso creí hasta que una de mis compañeras me abordó:—¿Hermana Gianna? —preguntó. —¿Sí? ¿En qué puedo ayudarte, hermana? —respondí con una enorme sonrisa. —Solo quería recordarte que el día de mañana vendrá… ya sabes… ese hombre —contestó ansiosa y no comprendí.—¿Qué hombre? —El señor Sartori —agregó—. Por si no lo recuerdas, viene cada cierto tiempo para hablar contigo. Es un hombre muy importante para la congregación y para este convento. Nos ayuda a patrocinar muchas obras de caridad, además de que siempre que hay algún desperfecto en nuestro hogar, él manda a alguien que lo arregle. Si no fuera por él, este convento ya estaría cayendo a pedazos.—Suena a que es una buena persona —contesté con una sonrisa.—Sí… le agrada mucho platicar contigo, le ayuda
GIANNA RICCIApretó mi trasero mientras buscaba el borde de mis bragas, y su boca torturaba mis pechos, mordiéndolos suavemente por encima de la ropa. Me sentí sucia, extraña, habitaba el cuerpo de una monja que tenía que tolerar las perversiones de este hombre. Antes de que se me calentara la cabeza y su mano se deslizara por debajo de mis pantaletas, directo a mi feminidad, apreté los muslos y tomé su rostro entre mis manos.—No puedo hacerlo —supliqué y de inmediato su cuerpo se puso rígido.—¿Perdón? —Era notorio su malestar. Mi rechazo lo estaba enojando. —Yo… es que… me llegó el periodo. —Era eso o fingir que tenía dolor de cabeza. Tenía que apostar a su posible aversión a la sangre, pero sus ojos se entornaron y sonrió, augurando lo peor. —Bueno… un caballero de verdad nunca teme ensuciar su espada con algo de sangre —insistió escondiendo su rostro contra mi cuello. —¡¿Qué?! ¡Pero…! —Comencé a revolverme entre sus brazos, intentando poner distancia entre los dos—. Por favor,
GIANNA RICCICon eso último, empujó al hombre desagradable hacia la habitación abierta. Pude ver como este entraba con actitud conformista, mientras el rostro de mi hermana se volvía de completo desagrado y miedo. Por un momento nos vimos a los ojos, compartiendo en completo silencio lástima y frustración. Tomó las ropas de Sartori y se las ofreció con educación antes de regresar a su labor, pues aquel hombre ya estaba ansioso por tomarla. Abrí la boca, pero antes de poder decir algo, la puerta se cerró y Sartori me tomó del brazo, alejándome de ahí. —¿Qué haces deambulando de noche? ¿No recuerdas que está prohibido? —dijo Sartori llevándome con gentileza de regreso a mi habitación—. ¿Te lastimó? Pellizcó mi mentón, obligándome a levantar mi atención hacia él. Sus ojos escudriñaron mi rostro y una sonrisa pícara adornó sus labios. —Te ves hermosa bajo la luz de la luna —agregó antes de besarme, mientras ambos entrábamos a la habitación. Con las manos sobre su pecho aún desnudo, in
GIANNA RICCISartori me tomó de la mano y me llevó hacia la puerta para mostrarme el lugar como si fuera la primera vez que lo veía. —Este sitio es su refugio. ¿No lo ves, Gia? Yo he cuidado de ti, hice que ningún hombre, más que yo, te ponga las manos encima. ¿No me merezco el mérito y tu confianza? Es más sencillo de lo que crees… ven conmigo y seguiré dando aportaciones sustanciosas a este lugar, permitiré que sus visitantes nocturnos sigan donando grandes cantidades de dinero y todos estaremos felices, pero si no me haces caso, entonces… todo se acabará para ellas y para ti. »Porque en ese punto… una monja que se prostituye, es mil veces peor que una prostituta. Ni siquiera la iglesia querrá meter las manos al fuego por ustedes. Así que… piénsalo, mientras termina tu «periodo» —agregó divertido antes de plantarse delante de mí—. No traiciones de esta forma a tus hermanas… y sé agradecida con el único hombre que te ha dado todo lo que ni siquiera tu Dios te da. Si no fuera por mí,