EVELYN VALENCIA
Eran las tres de la mañana y lo único que llevaba en el bolsillo del pantalón era mi celular. No sabía a dónde ir o qué dirección tomar, mientras que mi mente se concentraba en pensar en todo lo que deberían de estar haciendo Leonel y su novia sobre nuestra cama. ¿Esta era la manera en la que quería vivir? ¿Era justo que, pese a ser su esposa, me hiciera a un lado de esa manera? ¿A quién engañaba?, él jamás me había amado, ni lo haría, pues solo tenía ojos para ella, yo fui un entretenimiento pasajero.
Las horas siguieron su curso hasta que por fin llegué a los tribunales, ahí debía de estar el juez Galeana.
Me planté ante las grandes puertas, con el corazón latiendo en mi garganta. Alcé la mirada viendo la inmensidad del edificio, era enorme. Con el celular pegado al pecho, inspiré profundamente cuando un grupo de personas salieron de ahí, rodeando a quien parecía ser Dafne. ¿Qué hacia aquí? ¿No se suponía que debía de estar con Leonel arreglando su relación? ¿Cómo era posible que me la volviera a encontrar? ¿A caso tenía la habilidad de teletransportarse o solo se trataba de mi mala suerte y las ganas de joderme la vida?
—Nos volvemos a encontrar… —dijo Dafne viéndome con una sonrisa maliciosa—. ¿Qué haces aquí? ¿Querías información para divorciarte de Leonel? No te preocupes, ya comenzamos el proceso.
De nuevo sus palabras me hirieron, pero intenté mantenerme con la frente en alto.
—Vengo a buscar al juez Galeana… —contesté con la poca fuerza que le quedaba a mi voz.
—¡Claro! Supongo que quieres convencerlo de que no meta a tu hermano a la cárcel de alta seguridad o le de una pena de muerte por haber atropellado y matado a un inocente, estando completamente drogado —agregó con sorna haciendo que todos alrededor empezaran a susurrar entre ellos.
Mi padre no me había dado detalles y yo no los había pedido. Hubiera preferido seguir sin saberlo.
—Solo quítate de mi camino… —quise pasar, pero me bloqueó plantándose frente a mí.
—Él jamás aceptará negociar contigo. No es un juez que se venda, no hay nada que puedas hacer. Sabes que mi padre es reconocido por su mano de hierro y no duda en castigar a quien se lo merece y tu hermano se lo merece.
—Eso no lo sabes…él… —No sabía como defenderlo, pues mi hermano ya llevaba bastante tiempo cometiendo errores.
—Aunque… hay otra opción… —intervino pensativa mientras yo me sumía en la miseria—. Yo puedo hablar con él. No hay nada que me niegue. Lo puedo convencer para que la condena de tu hermano sea mínima. ¿Qué te parece? Creo que ya es ganancia que no muera con una inyección letal o termine años en prisión con gente más mala que él.
—¿Por qué harías eso por mí? ¿Qué es lo que quieres a cambio, que me aleje de Leonel?
—¡Cariño! Leonel es mío. Aunque tu no quieras —agregó riendo junto con toda esa gente que parecía conocerla y tolerar su comportamiento—. Arrodíllate y suplica por la vida de tu hermano. ¿Qué esperas?
Indignada, sintiendo que ya nada valía la pena, que mi vida de pronto había perdido valor y sentido, me hinqué, me doblegué para que me humillara solo un poco más.
—Por favor, Dafne, salva a mi hermano.
—Puedes hacerlo mejor… —respondió curiosa de saber hasta dónde podía pisotear mi orgullo.
—Dafne, no sé que mas quieres que te diga, pero haré lo que sea por mi hermano, por favor —supliqué levantando mi mirada llorosa hacia ella.
—¿Lo que sea? —preguntó reflexionando antes de soltarse a reír—. ¡Bien! Entonces si quieres salvarlo, quiero tu vida a cambio de la tuya.
—¿Cómo? —Me levanté desconcertada y retrocedí.
—Cuando sepa que tu estás muerta… entonces hablaré con mi papá, así de sencillo —contestó entornando los ojos.
—¿Muerta? —pregunté indignada, herida y, sobre todo, desesperada.
—Sí, tu simple existencia me repugna. Así que… ya sabes. El tiempo corre y el juicio se acerca.
¡Ya estaba harta! Quería mandar todo a la m****a. Jamás pensé que llegaría el día en que querría que todo se acabara y por fin estar en paz.
—¡Bien! ¡¿Eso quieres?! ¡Eso tendrás! —grité furiosa, asqueada de tener que lidiar con alguien así y depender de ella para poder salvar a, prácticamente, la única persona que en verdad me interesaba.
Entré furiosa al edificio, escuchando las risas detrás de mí, sabía que no me creían capaz. Evadiendo a la gente de seguridad, subí hasta el techo. Cuando me asomé la altura me intimidó, aun así, me sentía cansada de pelear, cansada de mantenerme con un hombre que no me ama, con un padre que no me aprecia y con esa m*****a bruja jodiéndome la vida.
Saqué mi teléfono una última vez y envíe un mensaje para Leonel:
«Sé que Dafne ya te contó todo sobre mi hermano, o eso es lo que supongo por la estrecha relación que tienen. También espero que, de la misma forma te haya dicho que pidió mi vida a cambio de su libertad. Aunque sé que seguirá esmerando en mostrarme como una mujer imbécil y de una familia miserable, solo espero que cumpla con su parte y libere a mi hermano. Quiero creer que no solo es una bruja abusiva, sino que también tiene palabra».
Posé mis manos en mi vientre, sabiendo que era una egoísta de m****a por decidir atentar con mi vida sabiendo que tenía otra creciendo dentro de mí, quedando como una paria, una madre sin corazón. Una cosa era perder a tu bebé por un accidente y otra muy diferente atentar contra su vida intencionalmente por el capricho de alguien mal, otra prueba de que mi estabilidad mental parecía estarse yendo a la m****a.
«En verdad lo siento mucho, bebé, por hundirte conmigo en esta miseria cuando tu no tenías la culpa de nada. Siento pena por ti y por el asco de madre que te tocó».
De esa manera y desesperada por acabar con esto, me lancé al abismo, sin pensarlo, sin arrepentimientos, dejando que mi cuerpo se estrellara frente a ellos.
EVELYN VALENCIAAbrí los ojos, alterada, con el corazón a mil por hora. La cama en la que estaba parecía de piedra y noté que había monjas a mi alrededor, un doctor y un par de enfermeras que parecían incómodos entre tantas mujeres de fe.—¡Hermana Gianna! —exclamó una de las monjas. Era una señora entrada en años, de mirada bondadosa—. Alabado sea el señor, aún no era tu hora y te dejó aquí con nosotras más tiempo.—¿Eh? —pregunté confundida mientras me quería recorrer en la cama para poder apoyarme contra la cabecera—. ¿Qué pasó aquí?¿Hermana Gianna? ¿Quién era esa? Eché un vistazo, notando que estaba en una habitación muy pequeña, con una ventana igual de reducida y casi sin muebles. ¿Dónde carajos estaba?—Hermana Gianna, soy el doctor Bennet… Hace ya un tiempo tuvo una contusión muy fuerte en la cabeza. Permaneció por una semana completamente inconsciente. Las hermanas aquí presentes prefirieron cuidar de usted en el convento… Es una suerte que despertara justo en la hora de mi
LEONEL ARZÚADesde que regresó Dafne mis días se convirtieron en un idilio, visitábamos la cama con recurrencia. Me sentía feliz y me gustaba pasar varios minutos viéndola dormir semidesnuda a mi lado, pero había algo que no me soltaba, tenía una espina clavada en el pecho y cada vez que respiraba esta se encajaba profundo en mi corazón. ¿Qué había pasado con Evelyn? ¿Habría logrado resolver el problema de su hermano sin mi ayuda? Simplemente había desaparecido sin avisar, orgullosa y tonta. Una parte de mí esperaba verla regresando de rodillas, pidiendo que la aceptara. Tal vez podría darle el lugar de sirvienta para que pudiera pagar la fianza de su hermano. Además, llevaba a mi hijo en su vientre y aunque a ella no la quisiera, me interesaba por ese bebé, por no decir que lo necesitaba. Tomé mi teléfono y comencé a buscar alguna llamada perdida o mensajes, pero en vez de eso me di cuenta de que su número aparecía bloqueado. ¿Cuánto tiempo había estado así? Cuando lo desbloqueé lle
LEONEL ARZÚADespués de confirmar que era ella y ver esa otra mitad de su rostro destrozado por el impacto, llegué a casa en completo silencio, solo con mis pensamientos. Poco a poco los recuerdos de Evelyn empezaban a opacarse con la imagen de su cadáver, frío y rígido sobre esa plancha de acero. Tomé una de las botellas de la vitrina y me quedé pegado a la ventana, absorto en el jardín, bebiendo mientras evocaba su recuerdo. Odiaba tanto que fuera tan débil como para seguir sirviendo a ese par, ni su hermano ni su padre eran buenas personas… tampoco yo… y, aun así, no dejaba de ser bondadosa y esperar lo mejor de nosotros. Entre la penumbra de la casa, vi una silueta femenina acercándose. Usaba uno de los camisones de seda que solía portar Evelyn. —¿Qué fue lo que hiciste? —pregunté con los dientes apretados y sin apartar mi mirada de ella.—¿A qué te refieres? ¿Estás bien? —inquirió Dafne acercándose aún más. Cuando intentó posar su mano en mi mejilla, retrocedí. —¿Quién te dio
GIANNA RICCINo fue fácil verme al espejo y encontrarme con un rostro que claramente no era el mío. Tenía los cabellos negros y los ojos de un azul que casi se tornaba violeta. Era una chica muy atractiva, más de lo que yo fui en mi otra vida. Incluso consideré que era un desperdicio permanecer como monja. ¿Qué la habría hecho llegar aquí?Después de un tiempo de ver mi nuevo reflejo, encontré ciertas similitudes con mi antiguo rostro, o tal vez eso es lo que quería creer para asimilar mi nueva condición. El uso de los hábitos y los horarios en el convento eran algo nuevo, pero no difícil de dominar. Era lindo convivir con todas las monjas. Ir a misa todas las mañanas se volvía un buen momento para agradecer por esta nueva oportunidad. Leer la biblia era una tarea tediosa que le fui agarrando gusto. Lo que más amaba de esta nueva vida era lo simple que se volvía ser feliz. Jamás creí que tendría partes favoritas de mi rutina, por lo menos en mi anterior vida no las había. Era genial
LEONEL ARZÚALos días pasaron y las botellas se iban acabando. Si nunca había querido a Evelyn, si la traté tan mal en este tiempo, ¿por qué me estaba afectando su partida? ¿En verdad la extrañaba? Cada día se volvía un suplicio donde me daba cuenta de que Evelyn había sido una buena mujer y la había perdido para siempre, sin darme la oportunidad de redimirme. La única manera en la que podía evitar sentirme miserable era bebiendo en cuanto el corazón comenzaba a doler o la cabeza empezaba a recordar.Me enredé con Evelyn sin conocerla bien, por mero despecho después de mi ruptura con Dafne, sin pensar en las consecuencias. Creí que ella sería igual, que me dejaría una vez obtuviera lo que quería, así que me esmeré en arrancarle ese comportamiento rebelde y altivo, pues no siempre fue la mujer obediente.Luché con mi temor de perderla y con el paso del tiempo se volvió dócil y hacía todo lo que yo le pedía sin chistar. Tenía a Evelyn a mis pies y ese control sobre ella me daba la certe
GIANNA RICCIEra curioso como el tiempo pasaba más rápido cuando la vida era tan buena y agradable, cada vez me sentía más fuerte en cuerpo y alma. Por fin me sentía viva y feliz. No había nada que pudiera cambiar mi buen humor, o eso creí hasta que una de mis compañeras me abordó:—¿Hermana Gianna? —preguntó. —¿Sí? ¿En qué puedo ayudarte, hermana? —respondí con una enorme sonrisa. —Solo quería recordarte que el día de mañana vendrá… ya sabes… ese hombre —contestó ansiosa y no comprendí.—¿Qué hombre? —El señor Sartori —agregó—. Por si no lo recuerdas, viene cada cierto tiempo para hablar contigo. Es un hombre muy importante para la congregación y para este convento. Nos ayuda a patrocinar muchas obras de caridad, además de que siempre que hay algún desperfecto en nuestro hogar, él manda a alguien que lo arregle. Si no fuera por él, este convento ya estaría cayendo a pedazos.—Suena a que es una buena persona —contesté con una sonrisa.—Sí… le agrada mucho platicar contigo, le ayuda
GIANNA RICCIApretó mi trasero mientras buscaba el borde de mis bragas, y su boca torturaba mis pechos, mordiéndolos suavemente por encima de la ropa. Me sentí sucia, extraña, habitaba el cuerpo de una monja que tenía que tolerar las perversiones de este hombre. Antes de que se me calentara la cabeza y su mano se deslizara por debajo de mis pantaletas, directo a mi feminidad, apreté los muslos y tomé su rostro entre mis manos.—No puedo hacerlo —supliqué y de inmediato su cuerpo se puso rígido.—¿Perdón? —Era notorio su malestar. Mi rechazo lo estaba enojando. —Yo… es que… me llegó el periodo. —Era eso o fingir que tenía dolor de cabeza. Tenía que apostar a su posible aversión a la sangre, pero sus ojos se entornaron y sonrió, augurando lo peor. —Bueno… un caballero de verdad nunca teme ensuciar su espada con algo de sangre —insistió escondiendo su rostro contra mi cuello. —¡¿Qué?! ¡Pero…! —Comencé a revolverme entre sus brazos, intentando poner distancia entre los dos—. Por favor,
GIANNA RICCICon eso último, empujó al hombre desagradable hacia la habitación abierta. Pude ver como este entraba con actitud conformista, mientras el rostro de mi hermana se volvía de completo desagrado y miedo. Por un momento nos vimos a los ojos, compartiendo en completo silencio lástima y frustración. Tomó las ropas de Sartori y se las ofreció con educación antes de regresar a su labor, pues aquel hombre ya estaba ansioso por tomarla. Abrí la boca, pero antes de poder decir algo, la puerta se cerró y Sartori me tomó del brazo, alejándome de ahí. —¿Qué haces deambulando de noche? ¿No recuerdas que está prohibido? —dijo Sartori llevándome con gentileza de regreso a mi habitación—. ¿Te lastimó? Pellizcó mi mentón, obligándome a levantar mi atención hacia él. Sus ojos escudriñaron mi rostro y una sonrisa pícara adornó sus labios. —Te ves hermosa bajo la luz de la luna —agregó antes de besarme, mientras ambos entrábamos a la habitación. Con las manos sobre su pecho aún desnudo, in