Epílogo

(𝚃𝚛𝚎𝚜 𝚊ñ𝚘𝚜 𝚍𝚎𝚜𝚙𝚞é𝚜 𝚍𝚎𝚕 𝚊𝚌𝚌𝚒𝚍𝚎𝚗𝚝𝚎)

—¡Aquí esta!

Me acerqué a la lápida. Efectivamente tiene escrito su nombre en la piedra. Es una roca gris, simple y austera.

Alrededor están sepultadas otras personas que son visitadas con regularidad, lo digo por la frescura de las flores. Yo calculo que su última visita fue ayer y hace dos días, respectivamente.

Me incliné frente a su tumba.

El pasto crece con regularidad y da la ilusión de que no hay nada enterrado debajo. Como una extensión de la tierra y nada más.

—Te traje algo.

Dejé los tulipanes ahí.

Empecé a rebuscar en los bolsillos del abrigo y encontré, entre los recibos del tren, esa inconfundible textura delgada del oro blanco.

—Y esto también.

Me arrodillé. Agarré el collar con ambas manos, asegurándome de que el dije esté perfectamente alineado y lo deposité sobre la lápida. En

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