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0𝟼 𝚍𝚎 𝚖𝚊𝚛𝚣𝚘 𝚍𝚎 𝟷𝟿𝟼𝟾

𝙰𝚗𝚜𝚎𝚕

—Yo lo maté —repasé esas palabras una y otra vez intentando encontrar el tono correcto para imitarlo. ¿Era grave o agudo? No, más bien certero y afilado. Tal vez hasta sofisticado, si es que es posible—. Yo lo maté. Yo... Lo maté.

Después de confesarlo, no pude mover ni un solo musculo. Incluso cuando él cerró la puerta detrás de sí con lentitud, murmurando un «hasta luego, detective». Guardando un fajo de billetes en el bolsillo de mi camisón.

Aun lo tengo y ni siquiera lo he contado. Permanece en el bolsillo de la prenda colgada en un perchero del armario. A veces, me quedo minutos enteros a observarlo y adivinar su cantidad. Nunca encontré las ganas de comprobarlo, en realidad.

He escuchado muchas confesiones a lo largo de mi carrera, de hom

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