𝟸𝟶 𝚍𝚎 𝚘𝚌𝚝𝚞𝚋𝚛𝚎 𝚍𝚎 𝟷𝟿𝟼𝟽
𝙰𝚗𝚜𝚎𝚕
«—Deja de mentirte —me confrontó. Con unos ojos que me llevaron al mismo otoño que la conocí a ella—. Detente de una vez, antes que le causes daño a alguien más».
El recuerdo de esa noche con él ha estado volando por mi cabeza todo el día. Aun no comprendo el porqué.
—Glenn, ¿me estas escuchando?
Charles parecía molesto con mi distanciamiento, el que notó a pesar de que no se atrevía a mirarme. Solo se concentró en su vaso de cerveza que rebosaba de espuma y a su vez, descendía delicadamente hasta tocar la mesa de madera y resultaba en ese singular semicírculo. Aparentemente ensimismado, como yo, en su propia cabeza y problemas.
El tono que empleaba era autoritario como siempre, pero a la vez, difuso. Es difícil describirlo, tal vez por el alcohol que hemos estado bebiendo hace unas horas.
Recuerdo que lo vi sentado, leyendo, bebiendo en la barra en el instante que crucé la puerta. Muy tarde para dar marcha atrás porque en cuanto me miró a través de sus lentes sin marco, no hizo más que una seña y apartó su maleta sobre el asiento a su lado.
—No deberías volver ahí. Deja que otro se encargue.
Volver. Parece un sueño, ni siquiera recuerdo cuando lo deseé en primer lugar. Tal vez, porque todo en un principio ni siquiera me lo creí no me costó deshacerme de esa sensación.
Eso explicaría porqué estoy aquí en primer lugar cuando hay tantos bares en la capital, pero solo uno viviendo en mi mente. El primer bar que compartí con las personas que se preocupaban por mí, que se encargaban de sacarme a horcajadas por la puerta cuando estaba demasiado mareado para pensar. ¿Será que las mismas personas serán capaces de hacer eso otra vez? Volver se ha vuelto muy complicado.
Vestía su ropa ancha a pesar del calor, con tela de algodón azul y una chaqueta de cuero marrón sobre el espaldar de madera. Sus cejas dejaron de ser anchas cuando las canas empezaron a inundar su cuerpo y ahora, su cabello tiene un tono platinado. Sin embargo, algo que nunca cambió a medida que los años pasaron, era la inexpresividad en su rostro.
Dicen que, cuando ya no le temes a la muerte entonces dejas de vivir porque el miedo es la única señal de que estas vivo. Él mismo había visto más tragedias que cualquiera: llantos desgarradores de madres que pierden a sus hijos, por ejemplo. Pero antes de ablandar su corazón, Charles permaneció impasible hasta que todos los lloriqueos sonaron igual y, probablemente, también los propios.
Me detuve a mirar el anillo en su mano derecha.
«Fuimos a su boda», pensé.
Era una iglesia grande, con detalles que ahora son imprecisos. Lo único que recuerdo con claridad antes de embriagarme era a Stephan de unos diez u once años con la almohadilla de los anillos, y la sonrisa amable de su esposa al verlo entrar.
Entre los dedos de Charles, demacrados por los años, la espuma descendía.
—¿No le parece que todos vamos a terminar cometiendo el mismo error? —Pregunté, tomándome la copa de un solo trago y guardando las manos en los bolsillos—Las palabras no cambian los pensamientos más profundos, Señor. Únicamente los corroboran.
Recordé que frecuentaba los bares cuando se me asignaba un caso y estaba estancado porque el licor me da valor. Cosa que, ni Karen y Stephan, llegaron a entender
«—Si no es sano, te ruego que lo abandones —él empezó a relajar la tensión de su frente. Desviando sus ojos castaños hacia la pared donde permanecía colgada una pintura preciosa de Karen, quien sonreía tímidamente con uno de sus vestidos favoritos color esmeralda y su cabello rubio recogido en una coleta baja. Era mi favorita—. No por mí, sino por ella.
Ese día, me concentré únicamente en las gotas que se deslizaban por el vidrio de la ventana. Nada más era capaz de atender esa liviana sensación en el pecho que me causaba la lluvia.
Suspiré.
—Parece que ya viste el desastre.
Recosté la mano en mi mejilla, cerca de mi oído. Acercándome al calor que desprendía la chimenea y el fuego que parecía quemar sus ojos.
No paraba de pensar... ¿Quién se creía que era? ¿Cuánto tiempo pasó desde la última vez que me tuvo respeto? Solté una risa amarga antes de mirarlo y añadir:
—¿No se te ocurrió que eso ya lo sabía, Stephan?
Lo único que hacía era divertirme con su expresión de preocupación. Ya estaba bastante jodido como para creer que alguien me iba a salvar de mi propia cárcel».
Como castigo, la memoria de mi hijo se repite en mi cabeza desde el día del accidente.
—Entiendes que esto no está en manos de nadie más allá de ellos, ¿no?
Parece más serio que antes. Eso sí, con el mismo tacto de sinceridad que nunca puede perder. Convenciéndome que se preocupa por mí.
—Ya sabes a qué me refiero, ¿no? —Insistió— Sabes que no te debes involucrar. Los fiscales lo han dicho y ahí sigues tú. ¿Qué esperas que suceda? ¿Convertirte en el héroe de la historia? —Soltó una risa amarga—. Ansel, no eres más que un cobarde —bebió otra vez. Arrancando ese desagradable sonido de su garganta y entrelazando sus dedos—. Déjalo todo como está y vete. Ni siquiera puedes cuidarte por tu cuenta.
El calor y las escasas ventanas nos hacía sudar a todos y, en consecuencia, los hombres no paraban de gritar: "¡Cerveza! ¡Más cerveza!", mientras los empleados corrían de un lado a otro. La radio estaba encendida. Unos locutores recordaban el incidente con Apolo 1: cumplía nueve meses, y daban condolencias a sus familiares... O eso creía. Los hombres en los bares ajetreados no se caracterizan por ser especialmente silenciosos.
Conozco esa seguridad cuando se está ebrio, crees que eres inmortal. Lo que nadie sabe es cómo regresar de la muerte cuando estas vivo en la desesperanza. Yo lo entendía. El frío te quiebra más fuerte en las noches y solo quieres dejar de pensar por un momento. De beber hasta que ya no quepa más alcohol en tu garganta y morir. Entero.
A veces me pregunto si Charis, madame du Maurier, es capaz de sentir lo mismo. O si sus pensamientos más profundos solo incluyen la parte de mí muriendo.
—... No entiendo cómo se te pasó por la cabeza arreglar los problemas de los demás cuando te ahogas en los tuyos ¿Qué no lo ves?
De nuevo, sentí una ola de nostalgia que inunda mi cabeza.
«—Es verdad que no entiendo cómo funciona tu mente. Nadie lo hace en realidad.
No parecía molesto, su expresión era todo menos eso.
En cambio, lucía como si estuviera perdido, con sus ojos en el fuego. Derritiéndose como el mismo helado de vainilla que compartíamos en el verano cuando sus dientes apenas comenzaban a asomarse y su cabello era igual de brillante como el de Karen en nuestra primera cita.
—Pero quiero que tomes en consideración tu futuro. Al menos, por ti mismo. Como mamá lo hubiera deseado».
«Tu madre hubiera deseado que vivieras», pensé.
Observé la mano que tenía apoyada sobre La caída de la casa Usher. Yo nunca lo terminé de leer, por asuntos triviales, pero Karen sí. Guardaba mi copia en su mesita de noche, para recordar leerla antes de dormir.
Disfrutaba verla en la noche, sin máscaras de pestañas ni labiales, bajo la luz artificial de la lámpara y detrás de sus lentes anchos. Se veía hermosa.
—Si no conoces la compasión, no está en tus manos poder sentirla —sonreí, pasando el dedo sobre los bordes del vaso, distraído—. Eso mismo me dijo Karen, antes.
Sonrió. No recordé la última vez que había sonreído.
—La compasión es difícil de sentir —agregó con tristeza, acariciando la piel que no le escondía su ropa, como si con eso tratara de averiguar si todavía era capaz de percibir—. Especialmente luego de que las manos han palpado la textura de la sangre.
Después de pedir otra cerveza a un joven que pasó por su lado, guardó el libro en su maleta y la cerró, luego la envolvió en la chaqueta que tenía en su espaldar.
Parecía distraído a veces, como si estuviera solo. Siempre me dirigió la palabra como si le hablara a un fantasma. Tal vez porque le daba miedo sentir empatía por mí si lo hacía.
—Supongo que creías conocerla, ¿no? Era tu deber, después de tantos años. No hay hombre más desdichado, Ansel. Si es que a eso le llamas compasión, entonces no siento más que vergüenza por ti.
Me quería provocar. No quiero darle el gusto.
—A Karen la comprendí incluso antes de que ella se entendiera a sí misma, cuando no tenía más que trece años —añadí y esperé a que el joven le tendiera la cerveza y bebiera—. El destino o nosotros mismos, como sea, se encargó de seguir reuniéndonos después de que los años pasaron. Cuando ya nos hicimos mayores.
—Si el destino —suspiró—, no los hubiera juntado. No me cabe duda que ella viviría en un lugar como Ámsterdam, cantando lo que le gusta. Siendo enteramente feliz.
«Yo también pienso lo mismo».
Aunque el dolor y las pesadillas no me dejan descansar, aún tengo la suerte de recordar el sonido de la risa de Karen y sus ojos. Incluso, hay días que, al mirar el interior de la habitación de Alethia, confundo la nariz de Karen con la suya.
Esa niña podría ser tan hermosa como ella cuando tenía su edad, pero no tenía la misma sonrisa tímida de ella. Mientras que Alethia tenía un cabello negro azabache, Karen lo tenía rubio como el sol.
Se parecían y a la vez, era muy distintas. Pero desde luego, ninguna de las dos moriría por el motivo de la otra, eso era seguro.
De todos modos, esa niña es la más apropiada para ser la asesina.
A veces me convencía que Alethia me causaba compasión. Al fin y al cabo, las dos tenían la misma aura de melancolía esa la última vez que las vi.
—También podría apostar que te sometes a toda esta locura por ella. Porque Dios fue egoísta contigo y te dio con una mano como te quitó con la otra. Te dio el privilegio de conocerlos a los dos, y despedirlos. Tú mismo, más que nadie. Aunque suene cruel.
Me invadió la sensación de cansancio. La cabeza me duele y ya quiero irme de ahí.
—Guiado por motivos nobles o no, he decidido no renunciar al caso —le interrumpí. Miré las arrugas extras que se le formaban en su ceño—. No me iré, y me importa una m****a el fiscal. A penas estoy empezando a encontrar pistas importantes.
Charles tiene ojos oscuros. Me recordaron al mismo color de la ropa que tenía Abel cuando me visitó esa misma mañana. Por supuesto, los ojos de ese hombre eran más astutos y almendrados, como los de un gato, y su piel era más apiñonada.
—Glenn, no me digas que de verdad estás haciendo esto por él...
—Cuando pasó el tiempo —le interrumpí, sacando el collar de mi bolsillo y depositándolo en la mesa—... Fue cuando me di cuenta lo que en realidad quería decir Karen. Verás, Charles, no lo hubiera dicho si no me hubiera comportado tan indolente. Y así, como siempre, ella terminó teniendo razón. No había saboreado la compasión porque nunca la tuve en la boca, y cuando ahí estuvo, me supo a amargo.
Se podría decir que ella me humanizó, de cierta forma. Porque ahora comprendo el sabor agridulce que tiene la humanidad, el que ella siempre sintió y lo recuerdo con tristeza.
No tienes que preocuparte por mí, nunca más.
Porque yo fallecí junto a ella ese día.𝟶𝟿 𝚍𝚎 𝚊𝚋𝚛𝚒𝚕 𝚍𝚎 𝟷𝟿𝟻𝟸𝙰𝚕𝚎𝚝𝚑𝚒𝚊(𝙿𝚊𝚜𝚊𝚍𝚘)El tren viaja a gran velocidad y nos aleja de la ciudad principal, para llevarnos al campo. Lo sabía, porque con cada minuto que pasaba, los edificios se podían contar con los dedos, las personas con autos elegantes también desaparecían y todo era reemplazado por un paisaje lleno de árboles grandes que acompañaban las parcelas donde se cultiva.Nos transporta a un lugar que parece más calmado y sé que no tardaré en apreciarlo. Mi mente no para de imaginar todas las aventuras que tendré recorriendo campos llenos de dientes de león, pero algo me aprieta el pecho. Desde que tomamos este tren en la mañana con tanta urgencia, en el momento que me avisaron con un día de anticipación que arreglara mis vestidos para ir de visita a otra mansión, sin saber
𝟸𝟷 𝚍𝚎 𝚘𝚌𝚝𝚞𝚋𝚛𝚎 𝚍𝚎 𝟷𝟿𝟼𝟽𝙰𝚗𝚜𝚎𝚕(𝙿𝚛𝚎𝚜𝚎𝚗𝚝𝚎)Apenas alcancé el umbral de la puerta cuando un zumbido chillón me puso los pelos de punta.—¡No está respirando! —Un hombre vociferó. Llamando la atención de la enfermera que caminaba afuera— ¡Traedme eso!Con prisa, la mujer entró súbitamente en la habitación golpeando mi hombro para conducir una caja extraña llena de cables al lado del hombre con bata. No fui capaz de ver lo siguiente luego de que la puerta se cerró en mi cara.Qué alivio que pude volver a agarrar equilibrio en poco tiempo. Aunque ni una disculpa recibí.Los segundos siguientes se convirtieron en interminables minutos hasta que el tiempo se confundía en años desde que Alethia había sufrido una falla respirator
𝟸𝟸 𝚍𝚎 𝚘𝚌𝚝𝚞𝚋𝚛𝚎 𝚍𝚎 𝟷𝟿𝟼𝟽𝙲𝚑𝚊𝚛𝚒𝚜"No quiere más la sílaba tardía, lo que trae y retrae el arrecife de mis recuerdos, la irritada espuma, no quiere más sino escribir tu nombre. Y aunque lo calle mi sombrío amor más tarde lo dirá la primavera".—Pablo Neruda. Soneto XCVIII.¡Déjame ir! ¡Suéltame! ¡No me toques!Me levanté de un salto, con el cuerpo desnudo bañado en sudor. Recordando poco a poco los fragmentos de esa terrible pesadilla que tuve que vivir en ese abismo, mirando a cada extremo y verificando que ninguno es mejor que el otro.«Todo comienza y termina con las personas deseando el poder y sin él, prefieren morir antes de vivir en otra realidad». No olvido sus palabras. Las escucho mientras dormía y al despertar, ator
𝙰𝚕𝚎𝚝𝚑𝚒𝚊—Alethia. Despierta, pequeña.Esa voz suena tan cálida, tan dulce, ¡qué provoca que mi corazón salte en mi pecho de la emoción! Mi primer instinto fue ir tras ella, buscarla. Pero en cuanto abrí los ojos lo que menos me preocupó fue el murmullo.Estoy en un bosque.Hay árboles tan altos que besan al cielo, un río que luce como una delgada serpiente dormida y salvaje, hongos que brotan sobre las rocas mojadas allá, entre el musgo y el agua que interrumpe su ritmo, y las azucenas blancas florecen en ese hábitat frondoso a su lado. También, las aves baten sus alas y cantan todo tipo de melodías que arrullan, volando rumbo al sol que está en su mejor momento, brillando, sin fastidiar los ojos.Estoy descalza, pero las plantas de mis pies no sienten dolor cuando piso las ramas o alguna que
𝟸𝟺 𝚍𝚎 𝚘𝚌𝚝𝚞𝚋𝚛𝚎 𝚍𝚎 𝟷𝟿𝟼𝟽𝙰𝚗𝚜𝚎𝚕Alethia despertó cuatro días después de mi última visita. Pero seguro se arrepintió en el mismo instante que abrió sus ojos.—¡Es increíble que este periódico publique artículos tan amarillistas! —Evander vociferó, poseído por el coraje. Su mandíbula está pronunciada y sus brazos se extienden y mueven a conciencia propia, amenazando con lastimar a alguien con sus movimientos bruscos y torpes—. Y eso no es lo peor, ¿quién se atreve a escribir una columna pretendiendo que eres culpable del choque?Casi de inmediato, lanzó el periódico sobre la mesa.Nadie me miró. ¡Qué alivio! Pero es mejor alejarse, para prevenir.—Me gustaría saber —continuó su madre—, ¿
𝟸𝟻 𝚍𝚎 𝚘𝚌𝚝𝚞𝚋𝚛𝚎 𝚍𝚎 𝟷𝟿𝟼𝟽𝙰𝚋𝚎𝚕Es tan fácil engañar a alguien cuando está desesperado por una respuesta, ¡que da pena!—¡Pero si es nuestro detective favorito! —intervine rumbo a la mesa más alejada del local, donde el señor Glenn disfruta de una taza de café. Luego, nos dimos un fuerte apretón a pesar del disgusto que no se molestó en ocultar—. ¿Dónde dejaste a Watson?Reí para aliviar el ambiente. Aproveché para observar los movimientos de Ansel en busca de un punto flaco, pero no me dio nada. Solo asintió con lentitud y me enseñó la silla de enfrente, con los modales propios de un caballero.Parece que ya se acostumbró a mi humor. Que hombre tan aburrido.—Por favor, siéntese, Abel.Tomé una postura tranquila, imitan
𝟸𝟷 𝚍𝚎 𝚖𝚊𝚛𝚣𝚘 𝚍𝚎 𝟷𝟿𝟻𝟾𝙲𝚑𝚊𝚛𝚒𝚜(𝙿𝚊𝚜𝚊𝚍𝚘)La música suave me hipnotiza.Reflexioné, con la copia de Guerra y Paz de Tolstoi en el estante, en todos los errores que tuve y que, inevitablemente, cometeré en el futuro.Paz.La paz llega cuando el sol se esconde en el horizonte y no hay más que cuerpos celestes flotando, en el sacramento de la noche. En el instante que el reloj marca las nueve y el día ha llegado a su final. El momento en que la nación entera llega a su cumbre y se sumen en el sueño.Entregaría toda mi fortuna por preservar para siempre las noches que Daphne y yo leemos los cuentos de Dickens antes de ir a dormir. Acariciando la tersa piel de su frente, arreglando su cabello oscuro y admirando sus pequeños ojos redondos que luchan con el agotamiento para no dormir, como esta noche. Con la ún
𝟹0 𝚍𝚎 𝚗𝚘𝚟𝚒𝚎𝚖𝚋𝚛𝚎 𝚍𝚎 𝟷𝟿𝟼𝟽𝙰𝚗𝚜𝚎𝚕Si quería terminar con la vida de él, ¿por qué arriesgó la suya?Bajo la luz del fuego observo la mesa en la que reposa el collar que guardo con recelo en estas noches tan frías. Brillando, prueba de la joya tan exquisita que es y lo mucho que podría costar. Pero, venderlo nunca estuvo en mis planes.Llega el invierno y con eso, la melancolía de la primavera. Afuera, por ser una residencia tan familiar, algunos vecinos salen con sus hijos a construir muñecos de nieve. Todos ellos eran amigos de mi esposa hace cuatro años, pero, como era de esperarse, la olvidaron y lo que fue de sí en cuanto su altar fue retirado de en frente mi casa. Ahora está desierta la verdadera tumba de mi esposa.Desde donde sea que estés, ¿te estás burlando de mi amargura?Supon