𝟸𝟷 𝚍𝚎 𝚘𝚌𝚝𝚞𝚋𝚛𝚎 𝚍𝚎 𝟷𝟿𝟼𝟽
𝙰𝚗𝚜𝚎𝚕
(𝙿𝚛𝚎𝚜𝚎𝚗𝚝𝚎)
Apenas alcancé el umbral de la puerta cuando un zumbido chillón me puso los pelos de punta.
—¡No está respirando! —Un hombre vociferó. Llamando la atención de la enfermera que caminaba afuera— ¡Traedme eso!
Con prisa, la mujer entró súbitamente en la habitación golpeando mi hombro para conducir una caja extraña llena de cables al lado del hombre con bata. No fui capaz de ver lo siguiente luego de que la puerta se cerró en mi cara.
Qué alivio que pude volver a agarrar equilibrio en poco tiempo. Aunque ni una disculpa recibí.
Los segundos siguientes se convirtieron en interminables minutos hasta que el tiempo se confundía en años desde que Alethia había sufrido una falla respiratoria. Retorcía el lapicero entre mis dedos tratando de escurrir entre mi mente. Todo se podía resumir a este momento y yo no tenía otra distracción para matar el tiempo más que sumar al azar los números de las placas de las habitaciones contiguas.
Eso sí, a pesar de que llegaron algunas ideas de la forma perversa y fría de su comportamiento, eran cuestionadas solo por recordar su rostro. Tan débil y pálido bajo a la luz: como la cáscara de un huevo.
A pesar de todo, continuo con mis dudas sobre lo que ella cree o creía correcto. Más, después de mi corto contacto con ese hombre, Abel, unas horas antes.
¡Impresiona cuánta pena produce!, imaginar la cantidad de personas logró engañar solo con su carita angelical... Me repugna. En especial, siendo parte de esa familia llena de megalómanos.
No tenía nada en contra de ellos antes, aunque ahora es comprensible mi desconfianza.
Pero, a pesar de todo, mi deber es mantenerme imparcial y no dejarme llevar por mis emociones, como antes. Pues aquí necesito permanecer atento al momento en que ella despierte y escuchar lo primero que tenga por decir, lo que podría ser cualquier cosa: como un lamento, una risa o una confesión. Una cuestión tan impredecible como su vida entera, la que ahora pende de un hilo.
Entonces, la perilla comenzó a estremecerse y detrás de la puerta salió un doctor de aspecto confiable, seguido de la enfermera casi pegada a su espalda, que se dirigió a mí con una apenada y torpe reverencia. Ambos se confundieron entre todo el personal, después.
Su silencio no me dice nada, pero tampoco escucho a nadie llorar. Si alguien murió, esa es la única reacción lógica, ¿no?
Hasta que salió el chico de la habitación con cara de alivio, no pude asegurar nada.
—Detective.
Me saludó, como rutina.
—Evander.
Sabía que alguien estuvo cerca de ella durante todo el proceso. Pero me divertía adivinar quién había sido el suertudo que le tocó vivirlo.
Sin embargo, eso no disminuyó la inquietud de que fue, precisamente, él.
Aclaré mi garganta mientras maldecida a todos los dioses que se me ocurrieron. Odio verlo a los ojos, me cuesta y me atormenta el dolor el cuello después. Por otra parte, el muchacho que debía medir más de un metro con ochenta centímetros, parece tenso. Quiere una explicación.
—Vieron a tu hermana abriendo los ojos esta mañana y vine lo más rápido posible —le aclaré, y aproveché para mirar a la habitación—. Espero que no sea una molestia que me quede aquí un rato. Al menos hasta que Alethia vuelva a despertar, se encuentre lúcida y pueda darme una declaración sólida sobre lo que sucedió el doce de octubre.
Él soltó una risa amarga, como si no lo pudiera creer y se cruzó de brazos, enderezándose, exponiendo la gran diferencia de estatura, girando la mitad de su cuerpo para revisar la cama como si temiera que ella volviera a sufrir otro ataque en cualquier minuto.
¿Su plan es intimidarme?
Parecía estresado, más de lo que estaba hace dos días: los hombros tiesos, su flequillo rubio que llevaba tiempo sin cortar, bolsas debajo de sus ojos, labios pálidos, con la clásica camisa blanca de botones arrugada y un lado más alto que el otro. Pero, a pesar de eso, se esforzó por verse amenazante en señal de desconfianza. Admirable, casi para aplaudir.
—Vino justo después de que el otro chico muriera. Curioso, ¿no?
Cuando lo dijo, no me miró, sino que se apoyó sobre el marco de la puerta. Insensible. Sin embargo, pude notar que tenía demasiadas cosas en la cabeza como para concentrarse en lo que escupe su boca.
Se pasó una mano por la frente suspirando, como si le doliera.
—Mire, detective. Sé que piensa aprovecharse del estado de Alethia cuando despierte porque todo va a ser confuso para ella. Pero probablemente ni siquiera recuerde algo. Es una posibilidad que propuso el doctor —volteó a mirarme para darle peso a sus palabras—. Incluso, tendremos que explicarle algo que podría provocarle un estado de shock.
Por respeto a lo que acabó de suceder, (y porque yo también estuve envuelto en la misma situación hace unos años) fue que le permití terminar de hablar antes de cuestionarlo.
—Así que fuiste a ver al chico que estuvo con ella en el accidente... De nuevo.
Eso bastó para que las mejillas de Evander se encendieran y la barrera que nos separaba se hundiera unos cuantos centímetros. Suficiente, para transportarnos a un pasado que no era tan distante.
«... Habitación 102. Lo seguía repasando en mi mente.
No es ni un número impar ni un numero primo. Es un numero compuesto, que si lo sumas da tres. 102. Ni 101 ni 103.
Evander caminaba a mi lado. Daba pasos cortos y lentos, como si temiera tropezar. Noté que estaba inquieto.
Luego de que me retiré esa misma tarde él se acercó preguntándome, en un susurro, si iba a ver al joven que iba con ellos en el auto, y yo no pude negarme. En ese momento no me preocupó entender porqué sabía que planeaba visitar la habitación de él. Me dejé llevar por ver como se desenvolverán las cosas y aquí estamos.
Supuse que ningún doctor le permitió verlo por su cuenta al no ser un familiar ni tener permisos, como yo. Y la curiosidad lo comía por dentro.
O al menos,
eso quería aparentar.—Ahí está.
El enfermero señaló cuando llegamos.
Se veía como un cuarto común de hospital, con flores (algunas marchitas y otras frescas), globos parcialmente desinflados flotando en el techo para desear pronta recuperación y un ventanal donde entraba toda la luz del sol al alcanzar el ocaso.
Lo compartía con otros dos pacientes y sus respectivas familias. Todos, separados por una delgada cortina larga y azul. Claro que no fue difícil encontrar el único hombre aislado en la habitación. Yo tuve el impulso de entrar, pero entonces el enfermero puso su mano en mi pecho, a modo de barrera, y me obligó a retroceder.
—Estamos haciendo todo lo que está a nuestro alcance, se lo aseguro. Pero en este caso no les puedo permitir que pasen a través de aquí. Lo lamento.
Solo podía ver sus pies, escondidos en esa sabana que se veía tan delgada. ¿Acaso tiene frio? Todos los días ¿De verdad hacen todo lo que pueden? No, si lo estuvieran haciendo, él ya estaría despierto.
Contra todo pronóstico, Evander fue el primero en hablar.
—Por favor, manténganlo vivo —murmuró—. No se preocupen por el dinero, nosotros cubriremos todo. Tan solo... Sálvenlo.
Tanto el enfermero como yo nos quedamos observándolo por un instante. Ahora, cada uno, con una diferente perspectiva de ese joven rubio y arrogante en comparación a cuando entramos.
Sus ojos estaban apagados cuando antes se encontraban audaces, y el ceño de su rostro demostraba lo ensimismado que estaba en su cabeza. Parecía genuinamente afligido, como si pensara en Alethia cuando sus ojos encuentran al muchacho. Como si de verdad sintiera ese dolor que dibuja su cara.
¿Qué hace un niño bonito, hijo de mamá, envuelto en esto?
—Por supuesto, señor. Nosotros lo intentaremos.
El enfermero nos enseñó la salida con amabilidad.
Lo imaginé estremeciéndose por el frío y la soledad, una y otra vez y eso, al parecer, nos rompió el corazón a los dos».
Bueno, supongo que una reacción tan humana e ingenua si se puede esperar de un chico como Evander, a diferencia de su hermana, Daphne, que actúa con como si todo esto fuera un chiste que armaron para fastidiarle la semana.
Él, por otro lado, parece demasiado asustado como para funcionar con malicia. Es un cachorro abandonado en plena calle de una capital.
Por obvias razones, no quise volver a tocar el tema anterior. Mucho menos la parte donde su hermana estuvo a punto de morir. Debo ganarme su confianza.
—Supongo que estabas con Alethia en la mañana —él asintió— ¿Le avisaste a tu madre que ella despertó unos segundos?
Evander formó un recorrido por su nuca. Repitiendo ese gesto de abajo hacia arriba, un par de veces. Cerrando los ojos como si estuviera lo suficientemente cansado para quedarse dormido ahí, parado frente a mí.
—No lo recuerdo bien. Digamos que ya lo hice.
Suspiré.
—¿Qué dijo tu madre? ¿Va a venir?
Bajo la máscara de su mudez, observó la ventana de la habitación donde el sol se encontraba casi en la misma posición que en la tarde de ese día cuando iluminaba, también, la habitación de él.
—La mente de mi madre está agotada, necesita tiempo para recuperarse. Además, fue mi hermana quien me contestó la llamada —aclaró—. Los dos acordamos que no le contaríamos nada de esto a mamá mientras ella se encuentre así —hizo una pausa por unos minutos. Abriendo sus ojos y agravando su ceño—... Espere. ¿Cómo supo que mi hermana había despertado?
Demoró bastante en preguntar.
—El hospital me informó —contesté, con seriedad. A decir verdad, más de lo que me hubiera gustado y enseguida me incomodó el silencio que se formó entre nosotros. Inevitable. Así como el impulso de seguir interrogándolo—... De verdad, ¿no le parece sospechoso?
Él arrugó su nariz, clavando las uñas en la piel de sus brazos, como si en el interior de su mente dudara de ella y le molestara hacerlo.
¿Acaso hiere tu orgullo sospechar de ella después de estar a punto de ver su muerte?
—Usted y yo sabemos que en el auto había tres personas. Una era su hermana, otra era su padrastro y la última, un miserable muchacho que murió, sin identidad —enumeré—. Pero ahora hay cosas más importantes por aclarar, como el mismo hecho que solo Alethia sobreviviera. ¿Eso no lo hace dudar? ¿Ni siquiera un momento...? No piensa, en todo el día, ¿qué esconde su hermana?
—Ninguna de esas muertes fueron su responsabilidad. Ella no estaba tras el volante —defendió. Sin atreverse a mirarme a los ojos—Ni siquiera es su culpa que siga viva...
—Son los doctores quienes la mantienen viva —le interrumpí, dándole la razón—. Los mismos médicos que no le dieron la atención que merecía el muchacho. Por eso murió. ¿Lo sabía? Lo atendieron con apenas esfuerzo y no dispusieron de todo lo que estaba a su alcance, solo hicieron lo que les convenía hacer, y usted, más que nadie, se siente culpable por eso. ¿Por qué?
Otro silencio. Parecía que nos habíamos trasladado a un lugar lóbrego donde solo había espacio para una sola persona y él, ya se estaba derrumbando. ¿Por qué lo sabía? La reacción de su cuerpo es suficiente para deducirlo. Se estremece, como un papel en una ventisca.
—Es imposible que sea un asesinato, fue un terrible accidente camino al hospital. No trate de darle más vueltas al asunto.
Bingo.
Callé lo que tenía por decir. Tal vez en respeto o por mera burla, mientras sonreía cabizbajo.
Probablemente, si es cierto lo que su madre decía y me aprovecho de las personas en un estado tan delicado. Pero, ¿qué más me ha enseñado el tiempo, para conseguir lo que quiero, aparte de eso?—Así que usted sabía que el auto pensaba dirigirse a un hospital —repasé—... ¿Por qué no me lo había dicho antes?
Este es mi trabajo de todos modos. En especial, si voy tras la pista de un culpable que piensa que toda su artimaña sigue siendo un secreto.
𝟸𝟸 𝚍𝚎 𝚘𝚌𝚝𝚞𝚋𝚛𝚎 𝚍𝚎 𝟷𝟿𝟼𝟽𝙲𝚑𝚊𝚛𝚒𝚜"No quiere más la sílaba tardía, lo que trae y retrae el arrecife de mis recuerdos, la irritada espuma, no quiere más sino escribir tu nombre. Y aunque lo calle mi sombrío amor más tarde lo dirá la primavera".—Pablo Neruda. Soneto XCVIII.¡Déjame ir! ¡Suéltame! ¡No me toques!Me levanté de un salto, con el cuerpo desnudo bañado en sudor. Recordando poco a poco los fragmentos de esa terrible pesadilla que tuve que vivir en ese abismo, mirando a cada extremo y verificando que ninguno es mejor que el otro.«Todo comienza y termina con las personas deseando el poder y sin él, prefieren morir antes de vivir en otra realidad». No olvido sus palabras. Las escucho mientras dormía y al despertar, ator
𝙰𝚕𝚎𝚝𝚑𝚒𝚊—Alethia. Despierta, pequeña.Esa voz suena tan cálida, tan dulce, ¡qué provoca que mi corazón salte en mi pecho de la emoción! Mi primer instinto fue ir tras ella, buscarla. Pero en cuanto abrí los ojos lo que menos me preocupó fue el murmullo.Estoy en un bosque.Hay árboles tan altos que besan al cielo, un río que luce como una delgada serpiente dormida y salvaje, hongos que brotan sobre las rocas mojadas allá, entre el musgo y el agua que interrumpe su ritmo, y las azucenas blancas florecen en ese hábitat frondoso a su lado. También, las aves baten sus alas y cantan todo tipo de melodías que arrullan, volando rumbo al sol que está en su mejor momento, brillando, sin fastidiar los ojos.Estoy descalza, pero las plantas de mis pies no sienten dolor cuando piso las ramas o alguna que
𝟸𝟺 𝚍𝚎 𝚘𝚌𝚝𝚞𝚋𝚛𝚎 𝚍𝚎 𝟷𝟿𝟼𝟽𝙰𝚗𝚜𝚎𝚕Alethia despertó cuatro días después de mi última visita. Pero seguro se arrepintió en el mismo instante que abrió sus ojos.—¡Es increíble que este periódico publique artículos tan amarillistas! —Evander vociferó, poseído por el coraje. Su mandíbula está pronunciada y sus brazos se extienden y mueven a conciencia propia, amenazando con lastimar a alguien con sus movimientos bruscos y torpes—. Y eso no es lo peor, ¿quién se atreve a escribir una columna pretendiendo que eres culpable del choque?Casi de inmediato, lanzó el periódico sobre la mesa.Nadie me miró. ¡Qué alivio! Pero es mejor alejarse, para prevenir.—Me gustaría saber —continuó su madre—, ¿
𝟸𝟻 𝚍𝚎 𝚘𝚌𝚝𝚞𝚋𝚛𝚎 𝚍𝚎 𝟷𝟿𝟼𝟽𝙰𝚋𝚎𝚕Es tan fácil engañar a alguien cuando está desesperado por una respuesta, ¡que da pena!—¡Pero si es nuestro detective favorito! —intervine rumbo a la mesa más alejada del local, donde el señor Glenn disfruta de una taza de café. Luego, nos dimos un fuerte apretón a pesar del disgusto que no se molestó en ocultar—. ¿Dónde dejaste a Watson?Reí para aliviar el ambiente. Aproveché para observar los movimientos de Ansel en busca de un punto flaco, pero no me dio nada. Solo asintió con lentitud y me enseñó la silla de enfrente, con los modales propios de un caballero.Parece que ya se acostumbró a mi humor. Que hombre tan aburrido.—Por favor, siéntese, Abel.Tomé una postura tranquila, imitan
𝟸𝟷 𝚍𝚎 𝚖𝚊𝚛𝚣𝚘 𝚍𝚎 𝟷𝟿𝟻𝟾𝙲𝚑𝚊𝚛𝚒𝚜(𝙿𝚊𝚜𝚊𝚍𝚘)La música suave me hipnotiza.Reflexioné, con la copia de Guerra y Paz de Tolstoi en el estante, en todos los errores que tuve y que, inevitablemente, cometeré en el futuro.Paz.La paz llega cuando el sol se esconde en el horizonte y no hay más que cuerpos celestes flotando, en el sacramento de la noche. En el instante que el reloj marca las nueve y el día ha llegado a su final. El momento en que la nación entera llega a su cumbre y se sumen en el sueño.Entregaría toda mi fortuna por preservar para siempre las noches que Daphne y yo leemos los cuentos de Dickens antes de ir a dormir. Acariciando la tersa piel de su frente, arreglando su cabello oscuro y admirando sus pequeños ojos redondos que luchan con el agotamiento para no dormir, como esta noche. Con la ún
𝟹0 𝚍𝚎 𝚗𝚘𝚟𝚒𝚎𝚖𝚋𝚛𝚎 𝚍𝚎 𝟷𝟿𝟼𝟽𝙰𝚗𝚜𝚎𝚕Si quería terminar con la vida de él, ¿por qué arriesgó la suya?Bajo la luz del fuego observo la mesa en la que reposa el collar que guardo con recelo en estas noches tan frías. Brillando, prueba de la joya tan exquisita que es y lo mucho que podría costar. Pero, venderlo nunca estuvo en mis planes.Llega el invierno y con eso, la melancolía de la primavera. Afuera, por ser una residencia tan familiar, algunos vecinos salen con sus hijos a construir muñecos de nieve. Todos ellos eran amigos de mi esposa hace cuatro años, pero, como era de esperarse, la olvidaron y lo que fue de sí en cuanto su altar fue retirado de en frente mi casa. Ahora está desierta la verdadera tumba de mi esposa.Desde donde sea que estés, ¿te estás burlando de mi amargura?Supon
𝐒𝐄𝐆𝐔𝐍𝐃𝐀 𝐏𝐀𝐑𝐓𝐄:𝐋𝐚𝐬 𝐫𝐚𝐳𝐨𝐧𝐞𝐬.𝐃𝐞 𝐝𝐢𝐜𝐢𝐞𝐦𝐛𝐫𝐞 𝐝𝐞 𝟏𝟗𝟔𝟕𝐚 𝐞𝐧𝐞𝐫𝐨 𝐝𝐞 𝟏𝟗𝟔𝟖.𝟷𝟸 𝚍𝚎 𝚍𝚒𝚌𝚒𝚎𝚖𝚋𝚛𝚎 𝚍𝚎 𝟷𝟿𝟼𝟽𝙳𝚊𝚙𝚑𝚗𝚎(𝚃𝚛𝚎𝚜 𝚖𝚎𝚜𝚎𝚜 𝚍𝚎𝚜𝚙𝚞𝚎́𝚜 𝚍𝚎𝚕 𝚊𝚌𝚌𝚒𝚍𝚎𝚗𝚝𝚎)Dime, Alethia, que cuando recuperes la memoria serás capaz de perdonarme.«El reloj marcó las seis de la madrugada cuando ella entró, como un espectro. Cuidaba cada paso que sus pies descalzos dieron, a pesar de que el alcohol le hacía tambalear.Yo tenía once años en ese entonces.—Ya sabes que debes entrar por la puerta trasera.Ella dio un brinco y volteó a verme.Yo estaba sentada en el último escalón de la sala principal, organizando mi desayuno antes de ir a la escuela.A pesar d
𝟷𝟷 𝚍𝚎 𝚎𝚗𝚎𝚛𝚘 𝚍𝚎 𝟷𝟿𝟼𝟾𝙰𝚗𝚜𝚎𝚕Encontrar un taxista dispuesto a transportarme a la mansión no fue difícil, como tampoco lo fueron las indicaciones.Solo con dar el nombre del lugar este hombre ya conocía de memoria el camino. Me parece que estuvo esperado por este momento con las mismas ansias de un niño en la navidad. Por eso no para de hacerme preguntas.—Ya se ha enterado de lo que pasó, ¿no? —Preguntó, mirándome por el espejo retrovisor donde se mece un escapulario—. Mi esposa fue quien me dijo.Ya sabe. Ella está participando en esos sindicatos para mujeres donde lo único que hacen es compartirse chismes.Se burló y rascó su cabeza calva. Cavando hasta encontrar el sitio más razonable de su cerebro, sin éxito.—El mundo está cambiando.