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𝟷𝟷 𝚍𝚎 𝚎𝚗𝚎𝚛𝚘 𝚍𝚎 𝟷𝟿𝟼𝟾

𝙰𝚗𝚜𝚎𝚕

Encontrar un taxista dispuesto a transportarme a la mansión no fue difícil, como tampoco lo fueron las indicaciones.

Solo con dar el nombre del lugar este hombre ya conocía de memoria el camino. Me parece que estuvo esperado por este momento con las mismas ansias de un niño en la navidad. Por eso no para de hacerme preguntas.

—Ya se ha enterado de lo que pasó, ¿no? —Preguntó, mirándome por el espejo retrovisor donde se mece un escapulario—. Mi esposa fue quien me dijo. Ya sabe. Ella está participando en esos sindicatos para mujeres donde lo único que hacen es compartirse chismes.

Se burló y rascó su cabeza calva. Cavando hasta encontrar el sitio más razonable de su cerebro, sin éxito.

—El mundo está cambiando.

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