DIAS ROJOS...

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Fantasía
Demian Faust  Completo
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Resumen
Índice

Un accidente en Marte que provocará inesperadas consecuencias para su población, un giro inesperado camino hacia una fiesta sellará el fatídico destino de una incauta pareja, una mujer perezosa en un hospital recibirá su merecido y otros relatos que te mantendrán en vilo y al borde de tu asiento de la mano del genial Demian Faust.

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Días rojos (primera parte)
Natalia Laredo contempló a través de la ventana aquél desolado paisaje marciano. Un clima gélido y ventoso que azotaba perennemente unas extensas planicies rojizas y empedradas, y a lo lejos, en el horizonte, unas enormes montañas del mismo color. La noche estrellada era coronado por las dos lunas Deimos y Fobos que recorrían el firmamento nocturno a tiempos desiguales. El inhóspito paisaje le estrujó el corazón. La misión estaba por terminar pero aquellos meses se le habían hecho eternos, y las semanas que faltaban parecían una larga e insufrible condena de años. Aún así trató de disipar esos oscuros pensamientos de desolación y tristeza que la embargaron y retomó la lectura de su Biblia. Desde el descubrimiento del motor de plasma se había conseguido enviar misiones tripuladas al planeta Marte en un trayecto de unos quince d
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Días rojos (segunda parte)
 —…la situación en Medio Oriente continúa con su escalada de violencia –informaba una periodista por la televisión mientras todos comían durante el desayuno en el área de la cocina, la imagen satelital transmitida gracias a los excelentes sistemas de comunicación mostraba un bombardeo feroz a la ciudad de Gaza— fuerzas militares israelíes y palestinas se han enfrascado en un enfrentamiento violento. Mientras tanto, Siria reporta que su espacio territorial ha sido violado por irrupción de tanques militares israelíes en los Altos del Golán, lo que ha provocado una reacción del ejército sirio… —¡Santo Dios! –clamó Laredo— ¡Oh Señor, por favor trae la paz a la tierra! —¡Bueno! –dijo Robertson cambiando el lúgubre tema— ya falta menos de un mes para regresar a nuestros
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Días rojos (tercera parte)
Laredo oraba en su habitación cuando súbitamente se adentró al lugar Odriozova quien estaba muy alterada psíquicamente y que cerró la puerta por dentro pasando el cerrojo. Justo entonces resonaron los alaridos desesperados de un hombre; Watson. —¿Qué sucede, Doctora? –preguntó Laredo alarmada— ¿Todavía siguen golpeando a Watson? —Ya no, ahora lo están torturando. —Dios mío… —Traje esto –dijo mostrándole un revólver— fue el único que pude conseguir. —¿Para qué? —No seas ingenua, ¿Cuánto crees que tarden en venir por nosotras? —¿Venir por nosotras? No la entiendo… —¡Oh cielos! –dijo mirando hacia el techo— ¡No puedes ser tan inocente! Lo
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Días rojos (cuarta parte)
 Las horas prosiguieron su curso y con ellas la borrachera, la gula y el sexo. Tamayo el homosexual se vistió de mujer con ropas de civil de la doctora Odriozova y ahora tenía sexo no sólo con Greivik sino con casi todos los miembros del grupo excepto Abdul. Robertson y los otros habían pensado que Laredo no bastaba para todos y que, de todas maneras, no tenían porque tener reparos si iban a morir. Pero Abdul, aunque había dejado de lado el Islam, seguía considerando la homosexualidad como una abominación y le desagradaba observar tales actos así que decidió alejarse e ir a tomar vodka de la botella mientras se asomaba por la ventana que mostraba el desértico panorama marciano y sus parajes helados y deshabitados, pensando que quizás eran estas siete personas todo lo que quedaba de la Humanidad. Sintió entonces un golpe en su cabeza que lo hizo perder el conocimi
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El desvío (primera parte)
 Recuerdo aquella noche en que llegamos acá por primera vez con mucha claridad en mi mente. Llovía mucho, pero realmente mucho y era una noche muy oscura. El vehículo en que mi novio Carlos y yo viajábamos era un automóvil liviano que apenas podía circular por los rurales senderos enlodados, siempre en riesgo de atascarse. La visibilidad por encima del parabrisas era casi nula gracias a los gruesos goterones de agua de lluvia que lo azotaban y que las escobillas no lograban disipar completamente. —Te dije, amor, que estamos perdidos —le reclamé de brazos cruzados. La cena a la que nos dirigíamos debía haber empezado horas antes, quizás ya había terminado. Era importante y ambos estábamos vestidos adecuadamente para la ocasión. El bufó molestó, se desanudó aún más el nudo de la corbata y se peinó el cabello con
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El carnaval de las almas perdidas (primera parte)
 —Se les acusa de un crimen atroz –le dije al joven sujeto interrogado que se sentaba con mirada angustiada con los brazos sobre la mesa de madera en la sala de interrogatorios policíacos. Para incrementar su tensión le coloqué fotos de su crimen sobre la mesa. —No, señorita, yo... yo no hice nada... se lo juro... agente... agente ¿que? –me preguntó notoriamente alarmado. —Drej, Katrina Drej, soy yugoslava –dije encendiendo un cigarrillo y acomodando mi largo y lacio cabello negro detrás de mis orejas— de Bosnia. Sabía que el hecho de que yo vistiera toda de negro, hasta con guantes y lentes oscuros, que contrastaba con mi piel muy blanca y atractivo aspecto eslavo, le intimidaba un poco, hasta incrementé mi acento a propósito. Al salón penetró mi compañero y mentor Rodrigo Valerio,
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El carnval de las almas perdidas (segunda parte)
 —Discúlpame por lo de anoche –pidió Pablo fumando un cigarro de muy buen humor, Carlos intercambió disculpas también. —¡Vamos a revisar la celda del niño deforme! –sugirió Carlos sonriente y emocionado. Llegaron hasta el espantoso agujero fétido y húmedo que estaba aledaño a la cocina, donde seguramente habrían abundado las ratas y los insectos, así como los olores de la comida cocinada. Al abrir la enorme puerta metálica que chirrió de forma grotesca, observaron un viejo plato oxidado como de un perro. —No deben haberle dado mucho de la comida que cocinaban –adujo Carlos bromista, pero su humor fue disipado por el escalofrío que le provocó la críptica tumba donde supuestamente había estado recurrido un ser de aspecto monstruoso. —¡Mira! –seña
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El carnaval de las almas perdidas (tercera parte)
La puerta blanca se azotaba tremendamente. Un grupo de sanguinarios soldados serbios la golpeaban deseando entrar, pues era la puerta delantera de mi humilde hogar asentado en un barrio gitano de Bosnia, justo al principio de la guerra étnica en Yugoslavia. Yo abrazaba a mi hijo de 3 años que lloraba desesperado asustado por los golpes, mientras mi esposo me abrazaba a mí, una joven de 20 años. Los golpes prosiguieron, cada vez peores y más estruendosos, una y otra vez, como marcando una sentencia de muerte. La puerta fue desvencijada estrepitosamente y al violentado hogar penetraron una docena de soldados fuertemente armados... —¡NOOOO! –dije gritando y despertándome en el asiento del avión en que viajaba. —¿Te encuentras bien, Drej? –me preguntó Rodrigo notoriamente preocupado. —Sí... sí lo estoy... –dije removie
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El carnaval de las almas perdidas (cuarta parte)
 Pasada la última visita al show, los fenómenos salían de sus aparadores y se iban a comer o descansar. Recibían un porcentaje de lo recaudado, pero no tenían muchos gastos fuera de los elementales por su aspecto. Flor se encargaba de asear el lugar, limpiando especialmente las vomitadas de los espectadores. Zondar el gigante le dispersó una mirada de lascivia que le erizó la piel, pero luego lo ignoró y prosiguió. De todos los fenómenos, sólo los Gemelos Arkham no salían nunca. Flor se quedó mirando la jaula cubierta con aprensión y temor... Cuando contempló una mano torcida y callosa saliendo de entre la cortina para apresar una mosca que después introdujo al interior de la jaula para alimentarse, Flor salió corriendo del lugar. Furtivamente, Flor escuchó la conversación que sostenía Car
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El carnaval de las almas perdidas (quinta parte)
 La infortunada muchacha superviviente fue colocada sobre la rueda giratoria mientras Caragnny le lanzaba cuchillos. El primero se enterró en su muslo derecho y ella hubiera dispersado gritos más estentóreos de no ser porque la mordaza se los ahogaba. El segundo cuchillo se clavó en su antebrazo izquierdo, el tercero en su hombre derecho, el cuarto en la pantorrilla derecha, el quinto en el muslo izquierdo, el sexto justo en la oreja izquierda, el séptimo en su ingle, el octavo en el brazo izquierdo, el noveno de nuevo en el muslo derecho, el décimo en el estómago, el undécimo en el pecho y finalmente, el duodécimo en el cuello matándola finalmente. —¡Excelente puntería! –se dijo Caragnny— no fallé ni uno... Flor contempló todo desde lejos. Llena de terror e indignación, fue a su tienda a empacar. Se detuvo unos momento
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