Las horas prosiguieron su curso y con ellas la borrachera, la gula y el sexo. Tamayo el homosexual se vistió de mujer con ropas de civil de la doctora Odriozova y ahora tenía sexo no sólo con Greivik sino con casi todos los miembros del grupo excepto Abdul. Robertson y los otros habían pensado que Laredo no bastaba para todos y que, de todas maneras, no tenían porque tener reparos si iban a morir.
Pero Abdul, aunque había dejado de lado el Islam, seguía considerando la homosexualidad como una abominación y le desagradaba observar tales actos así que decidió alejarse e ir a tomar vodka de la botella mientras se asomaba por la ventana que mostraba el desértico panorama marciano y sus parajes helados y deshabitados, pensando que quizás eran estas siete personas todo lo que quedaba de la Humanidad.
Sintió entonces un golpe en su cabeza que lo hizo perder el conocimiento.
Cuando despertó, se encontraba amordazado y maniatado dentro de un lugar estrecho y oscuro. Poco a poco se fue percatando, con terror, de donde estaba metido. Era el horno que había utilizado muchas veces antes para cocinar los alimentos de sus compañeros…
Por la ventanilla del horno pudo observar el rostro impávido y frío de Andrade que lo miraba con sus gruesos anteojos. Andrade ignoró las súplicas, maldiciones y esfuerzos desesperados de Abdul por liberarse y accionó el horno a máxima potencia para así cocinarlo vivo…
—¿Sigues siendo cristiana, Laredo? –le preguntó Robertson a la medianoche, unos minutos después de haber experimentado el orgasmo en su cuerpo violado.
Laredo rió:
—¿Crees que todavía creo en Dios después de esto? ¡Por favor! Dios no existe. Un Dios de amor jamás habría permitido esta catástrofe tan horrible ni que me sucediera todo lo que me ha sucedido. Y si existe, el maldito bastardo es un sádico asqueroso y lo odio.
Robertson rió y luego lloró, con una cierta locura en sus ojos que Laredo notó. Ella misma sabía que ya no estaba del todo cuerda, ni ella ni ninguno de las personas allí presentes, si aún podían llamarse personas.
—Siempre quise ser un oficial –dijo Robertson mostrando un profundo dolor por sus sueños frustrados— todas mis aspiraciones, los sacrificios que hice durante años por mi carrera, fueron truncados. Ahora que el mundo fue destruido y todos han muerto… nunca podré hacer realidad mis sueños… ser un general condecorado y respetado, tener a miles bajo mi mando… quizás hasta optar por la carrera política algún día. ¡Maldita! ¡Maldita sea! –se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano y luego tomó una pistola a la que le sacó todas las balas menos una y le dijo a Laredo: —¿Quieres jugar a la ruleta rusa?
Laredo asintió, entusiasmada.
Mientras Laredo y Robertson jugaban a la ruleta rusa, el Hermano Menor Grimassi había sido tomado prisionero por Andrade cuando estaba borracho vomitando en el baño. Lo estranguló con un cable eléctrico al tiempo que le introducía la cara en el escusado ensuciándola de vómito. Finalmente, el cable fue tensado tan violentamente por Andrade en su locura febril y sádica, que cortó la piel y la carne provocándole un profuso sagrado a su víctima la cual murió con una mueca de dolor grabada en el rostro.
El Hermano Mayor Grimassi los encontró cuando entró al baño pero estaba demasiado impresionado por la visión para reaccionar, así que Andrade le propinó una patada en el abdomen y luego un puñetazo que lo hizo caer y se ocultó rápidamente entre las paredes.
Robertson jaló el gatillo con el cañón en su sien pero el arma no se disparó y el casquillo sonó vacío. Luego apuntó a la cabeza de Laredo pero se interrumpió por el alboroto que llegó a sus oídos. El Grimassi sobreviviente sollozaba desolado mientras abrazaba el cuerpo horriblemente asesinado de su hermano. Tamayo también había llegado a observar y comenzó a gemir histéricamente.
—¡Cállate! –ordenó Robertson exasperado por el ruido que producían los alaridos histéricos de Tamayo mientras contemplaba el cadáver y maldecía a Andrade, pero Tamayo no lo obedeció. —¡Te dije que te callaras! –repitió entre dientes.
Luego un disparo resonó por la base militar seguido del sonido sordo de un cuerpo cayendo al suelo. Robertson le había disparado a Tamayo para acallarlo. Nadie dijo nada, excepto Laredo lamentándose:
—¡Y pensar que esa bala me tocaba a mí!
—¿Dónde está? ¿Dónde está ese maldito? –preguntaba Grimassi indignado y con gruesas lágrimas corriendo por sus mejillas.
—Se oculta entre las paredes como una rata –murmuró Robertson mientras cargaba su rifle— vamos a buscarlo y darle muerte.
—Pero quiero atraparlo vivo –comentó Grimassi con rabia en su mirada.
Los dos soldados rebuscaron por toda la base en persecución de Andrade, cuando Robertson cayó en cuenta de algo y dijo:
—¿Dónde están Greivik y Abdul?
—Ese maldito debe haberlos asesinado –y justo entonces escucharon un ruido proveniente de la bodega.
Ambos se dirigieron de inmediato en la búsqueda del origen del ruido adentrándose a la bodega y franquearon unas enormes cajas de madera repletas de víveres tras las cuales encontraron a Greivik, atado y amordazado a una silla, que mostraba evidencias de haber sido torturado. Greivik se removía desesperado intentando liberarse, pues se encontraba bañado en gasolina y un cigarrillo colgaba de una cuerda atada al techo sobre él. El cigarrillo estaba por consumirse en la parte que lo ataba a la cuerda, y tras hacerlo, cayó encendido sobre Greivik e incendió su cuerpo.
Mientras Robertson y Grimassi contemplaban horrorizados a su amigo quemándose vivo escucharon la puerta de la bodega cerrándose de golpe y corrieron hacia ella demasiado tarde. Andrade los miraba desde afuera a través del vidrio de la ventanilla con su mirada fría tras enormes anteojos.
El fuego que consumió el cuerpo de Greivik (que ya había dejado de moverse) comenzó a incendiar las cajas aledañas y pronto consumiría toda la bodega, con Robertson y Grimassi adentro…
Andrade entonces se aproximó, cargando un enorme y afilado cuchillo de cocina hacia donde se ubicaba Laredo desnuda y con las manos aún atadas a la espalda, que lo observó aproximarse con pavor y sus piernas temblaron. Aunque sabía que era inútil, intentó escapar, pero Andrade la interceptó sin dificultad y la golpeó hasta dejarla inconsciente. Laredo despertó atada de piernas y brazos a la mesa del comedor con Andrade a un lado y con una colección de cuchillos y navajas de rasurar preparadas.
—¡Maldito seas Dios! ¡TE ODIO! –gritó Laredo y fue torturada durante horas. Andrade realizaba los cortes de manera especial y sofisticada, con conocimiento de cómo realizar cortaduras dolorosas en la piel y la carne sin provocar la muerte.
Laredo se encontraba al borde de la locura producto del dolor, sintiendo la ironía de que los últimos seres humanos del universo tuvieran un final tan espeluznante.
Justo entonces escuchó el sonido de un arma preparándose para disparar y escuchó la voz de Robertson, pero pensó que su mente alucinaba por el dolor.
—¡No te muevas, infeliz! –exclamó con odio Robertson, quien al lado de Grimassi apuntaban a Andrade con sus armas.
Andrade se volteó, impávido como siempre.
—Fue muy listo tu plan pero olvidaste algo –le explicó Robertson— existía una rendija de ventilación detrás del generador eléctrico en la bodega, y aunque nos tomó horas poder hacerla lo suficientemente grande para salir y casi nos asfixia el humo, aquí estamos. Suelta el cuchillo.
Pero Andrade sabía que le esperaban horas de tortura por parte de Robertson y Grimassi que buscarían venganza de sus amigos y hermano, y con su característica actitud lacónica, se enterró el cuchillo en el estómago, y luego se desplomó sobre el frío suelo, aún vivo pero sangrando y con una herida mortal.
Justo entonces la televisión que hasta ahora transmitía pura estática comenzó a mostrar imágenes en video y sonido. Las transmisiones revelaban una multitud celebrando con pancartas de mensajes de paz rodeando el edificio de Naciones Unidas.
En los reportes noticiosos se escuchaba la voz de la mujer periodista que había prorrumpido en llanto hacía unos días reportando el bombardeo nuclear, pero esta vez decía:
—Lamentamos la interrupción de nuestra transmisión que no ha llegado desde hace varios días a ciertas zonas alejadas debido a la desactivación de algunos satélites. Gracias a los sistemas de escudos antimisiles utilizados por diferentes países se logró interrumpir a tiempo el bombardeo nuclear tanto por parte de la OTAN como de Rusia, China y Corea del Norte evitando así el estallido de todos los misiles atómicos lanzados. Actualmente la Asamblea General de Naciones Unidas se encuentra discutiendo un nuevo tratado de paz y desarme atómico…
Un mensaje llegó a través de los sistemas de comunicación desde la Tierra, disculpándose por el prolongado silencio a raíz de un ataque informático durante la crisis que imposibilitó toda transmisión al espacio e informándoles que su relevo llegaría en un par de semanas para que pudieran finalmente regresar a casa.
Y tras esto, se escuchó la carcajada fría, cacofónica y perturbada de Andrade quien yacía en el suelo poco antes de expirar.
Fue la primera vez que rió…
Recuerdo aquella noche en que llegamos acá por primera vez con mucha claridad en mi mente.Llovía mucho, pero realmente mucho y era una noche muy oscura. El vehículo en que mi novio Carlos y yo viajábamos era un automóvil liviano que apenas podía circular por los rurales senderos enlodados, siempre en riesgo de atascarse. La visibilidad por encima del parabrisas era casi nula gracias a los gruesos goterones de agua de lluvia que lo azotaban y que las escobillas no lograban disipar completamente.—Te dije, amor, que estamos perdidos —le reclamé de brazos cruzados. La cena a la que nos dirigíamos debía haber empezado horas antes, quizás ya había terminado. Era importante y ambos estábamos vestidos adecuadamente para la ocasión. El bufó molestó, se desanudó aún más el nudo de la corbata y se peinó el cabello con
—Se les acusa de un crimen atroz –le dije al joven sujeto interrogado que se sentaba con mirada angustiada con los brazos sobre la mesa de madera en la sala de interrogatorios policíacos.Para incrementar su tensión le coloqué fotos de su crimen sobre la mesa.—No, señorita, yo... yo no hice nada... se lo juro... agente... agente ¿que? –me preguntó notoriamente alarmado.—Drej, Katrina Drej, soy yugoslava –dije encendiendo un cigarrillo y acomodando mi largo y lacio cabello negro detrás de mis orejas— de Bosnia.Sabía que el hecho de que yo vistiera toda de negro, hasta con guantes y lentes oscuros, que contrastaba con mi piel muy blanca y atractivo aspecto eslavo, le intimidaba un poco, hasta incrementé mi acento a propósito.Al salón penetró mi compañero y mentor Rodrigo Valerio,
—Discúlpame por lo de anoche –pidió Pablo fumando un cigarro de muy buen humor, Carlos intercambió disculpas también.—¡Vamos a revisar la celda del niño deforme! –sugirió Carlos sonriente y emocionado.Llegaron hasta el espantoso agujero fétido y húmedo que estaba aledaño a la cocina, donde seguramente habrían abundado las ratas y los insectos, así como los olores de la comida cocinada. Al abrir la enorme puerta metálica que chirrió de forma grotesca, observaron un viejo plato oxidado como de un perro.—No deben haberle dado mucho de la comida que cocinaban –adujo Carlos bromista, pero su humor fue disipado por el escalofrío que le provocó la críptica tumba donde supuestamente había estado recurrido un ser de aspecto monstruoso.—¡Mira! –seña
La puerta blanca se azotaba tremendamente. Un grupo de sanguinarios soldados serbios la golpeaban deseando entrar, pues era la puerta delantera de mi humilde hogar asentado en un barrio gitano de Bosnia, justo al principio de la guerra étnica en Yugoslavia. Yo abrazaba a mi hijo de 3 años que lloraba desesperado asustado por los golpes, mientras mi esposo me abrazaba a mí, una joven de 20 años.Los golpes prosiguieron, cada vez peores y más estruendosos, una y otra vez, como marcando una sentencia de muerte. La puerta fue desvencijada estrepitosamente y al violentado hogar penetraron una docena de soldados fuertemente armados...—¡NOOOO! –dije gritando y despertándome en el asiento del avión en que viajaba.—¿Te encuentras bien, Drej? –me preguntó Rodrigo notoriamente preocupado.—Sí... sí lo estoy... –dije removie
Pasada la última visita al show, los fenómenos salían de sus aparadores y se iban a comer o descansar. Recibían un porcentaje de lo recaudado, pero no tenían muchos gastos fuera de los elementales por su aspecto.Flor se encargaba de asear el lugar, limpiando especialmente las vomitadas de los espectadores. Zondar el gigante le dispersó una mirada de lascivia que le erizó la piel, pero luego lo ignoró y prosiguió.De todos los fenómenos, sólo los Gemelos Arkham no salían nunca. Flor se quedó mirando la jaula cubierta con aprensión y temor...Cuando contempló una mano torcida y callosa saliendo de entre la cortina para apresar una mosca que después introdujo al interior de la jaula para alimentarse, Flor salió corriendo del lugar.Furtivamente, Flor escuchó la conversación que sostenía Car
La infortunada muchacha superviviente fue colocada sobre la rueda giratoria mientras Caragnny le lanzaba cuchillos. El primero se enterró en su muslo derecho y ella hubiera dispersado gritos más estentóreos de no ser porque la mordaza se los ahogaba. El segundo cuchillo se clavó en su antebrazo izquierdo, el tercero en su hombre derecho, el cuarto en la pantorrilla derecha, el quinto en el muslo izquierdo, el sexto justo en la oreja izquierda, el séptimo en su ingle, el octavo en el brazo izquierdo, el noveno de nuevo en el muslo derecho, el décimo en el estómago, el undécimo en el pecho y finalmente, el duodécimo en el cuello matándola finalmente.—¡Excelente puntería! –se dijo Caragnny— no fallé ni uno...Flor contempló todo desde lejos.Llena de terror e indignación, fue a su tienda a empacar. Se detuvo unos momento
El despacho de Jorge Vargas era una oficina bastante agradable donde Rodrigo y yo éramos atendidos amablemente, sentados en sillas frente a su escritorio. El sujeto era un abogado fiscal que trabajaba en la Fiscalía de Delitos Sexuales, de poco más de 40 años, ataviado con traje, estaba perfectamente rasurado y tenía un buen cabello negro ondulado. Podía considerársele atractivo.—Usted fue uno de los pocos niños supervivientes del Orfanato Ruther –mencionó Rodrigo.—Así –reconoció— tenía unos 14 años cuando salí de ese espantoso lugar.—¿Qué... clase de cosas pasaban allí? –pregunté.—Toda clase a abusos y malos tratos –dijo con una cierta sombra en su mirada— resulta difícil sólo recordarlos. Me refiero a verdaderas torturas co
—¡Damas y caballeros! –decía la voz que reconocí como proveniente del gemelo masculino Arkham, me encontraba sumida en una abismal oscuridad incapaz de reconocer donde me encontraba, aunque consciente de que era un sueño— ¡Niños y niñas! Ante ustedes el peor de todos los fenómenos... Una mujer muerta por dentro. Capaz de ver y hablar con los muertos desde muy niña, pero cuya extraña anormalidad nigromántica se acrecentó cuando su esposo e hijo fueron asesinados a sangre fría. Ella misma murió esa noche, no sólo en su alma lacerada, sino en su cuerpo ultrajado y torturado de manera horrible. Pero su cuerpo fue resucitado, sí, así como lo escuchan, resucitado por diabólicos rituales realizados por la madre bruja de éste fenómeno. Así, es ella un cadáver reanimado, aún cuando parezca estar viva porque, rea