La conmoción de atravesar el abismo tuvo los mismos efectos tortuosos que antes. Los cuatro convictos aterrizaron esta vez sobre una superficie fría y nevada. Quizás por el temor a ser acechados por algún elemento de la fauna local, o porque ya habían experimentado aquel dolor antes, se recuperaron un poco más rápidamente.
—¿Qué es eso? —preguntó Kane observando hacia la distancia. En el horizonte nublado y bajo una copiosa nevada que dificultaba la visión, se podía observar una siniestra silueta aproximándose. De lejos parecía un gigante antropoide con tres cabezas, aunque cuando estuvo suficientemente cerca como para ser distinguido se dieron cuenta que esa criatura distaba mucho de ser simiesca.
Para empezar no tenía cabeza realmente, sino tres ojos que brotaban directamente de los hombros y que se extendían como los ped&uacut
Ahora se encontraban en medio de un vasto y yermo desierto. El cielo en ese mundo era de un tono anaranjado e iluminado por tres soles de diferente tamaño. La arena no era como la de la Tierra pues tenía un olor acre y una textura diferente.—Este lugar se ve aún más inhóspito que los anteriores.—Pero miren —dijo Meredith señalando hacia el cielo—, hay vida.Una veintena de criaturas sobrevolaban por el cielo. Tenían una forma aplastada y romboide que les permitía planear. No tenían plumas, sino que estaban cubiertos por una piel gruesa y rugosa, totalmente lampiña. Sólo tenían un ojo ubicado en el frente y parecían ignorar a los recién llegados.—Será mejor que exploremos este sitio —sugirió Harrison—, y busquemos agua y comida o moriremos. Dejamos las mochilas de superviv
Natalia Laredo contempló a través de la ventana aquél desolado paisaje marciano. Un clima gélido y ventoso que azotaba perennemente unas extensas planicies rojizas y empedradas, y a lo lejos, en el horizonte, unas enormes montañas del mismo color. La noche estrellada era coronado por las dos lunas Deimos y Fobos que recorrían el firmamento nocturno a tiempos desiguales.El inhóspito paisaje le estrujó el corazón. La misión estaba por terminar pero aquellos meses se le habían hecho eternos, y las semanas que faltaban parecían una larga e insufrible condena de años. Aún así trató de disipar esos oscuros pensamientos de desolación y tristeza que la embargaron y retomó la lectura de su Biblia.Desde el descubrimiento del motor de plasma se había conseguido enviar misiones tripuladas al planeta Marte en un trayecto de unos quince d
—…la situación en Medio Oriente continúa con su escalada de violencia –informaba una periodista por la televisión mientras todos comían durante el desayuno en el área de la cocina, la imagen satelital transmitida gracias a los excelentes sistemas de comunicación mostraba un bombardeo feroz a la ciudad de Gaza— fuerzas militares israelíes y palestinas se han enfrascado en un enfrentamiento violento. Mientras tanto, Siria reporta que su espacio territorial ha sido violado por irrupción de tanques militares israelíes en los Altos del Golán, lo que ha provocado una reacción del ejército sirio…—¡Santo Dios! –clamó Laredo— ¡Oh Señor, por favor trae la paz a la tierra!—¡Bueno! –dijo Robertson cambiando el lúgubre tema— ya falta menos de un mes para regresar a nuestros
Laredo oraba en su habitación cuando súbitamente se adentró al lugar Odriozova quien estaba muy alterada psíquicamente y que cerró la puerta por dentro pasando el cerrojo. Justo entonces resonaron los alaridos desesperados de un hombre; Watson.—¿Qué sucede, Doctora? –preguntó Laredo alarmada— ¿Todavía siguen golpeando a Watson?—Ya no, ahora lo están torturando.—Dios mío…—Traje esto –dijo mostrándole un revólver— fue el único que pude conseguir.—¿Para qué?—No seas ingenua, ¿Cuánto crees que tarden en venir por nosotras?—¿Venir por nosotras? No la entiendo…—¡Oh cielos! –dijo mirando hacia el techo— ¡No puedes ser tan inocente! Lo
Las horas prosiguieron su curso y con ellas la borrachera, la gula y el sexo. Tamayo el homosexual se vistió de mujer con ropas de civil de la doctora Odriozova y ahora tenía sexo no sólo con Greivik sino con casi todos los miembros del grupo excepto Abdul. Robertson y los otros habían pensado que Laredo no bastaba para todos y que, de todas maneras, no tenían porque tener reparos si iban a morir.Pero Abdul, aunque había dejado de lado el Islam, seguía considerando la homosexualidad como una abominación y le desagradaba observar tales actos así que decidió alejarse e ir a tomar vodka de la botella mientras se asomaba por la ventana que mostraba el desértico panorama marciano y sus parajes helados y deshabitados, pensando que quizás eran estas siete personas todo lo que quedaba de la Humanidad.Sintió entonces un golpe en su cabeza que lo hizo perder el conocimi
Recuerdo aquella noche en que llegamos acá por primera vez con mucha claridad en mi mente.Llovía mucho, pero realmente mucho y era una noche muy oscura. El vehículo en que mi novio Carlos y yo viajábamos era un automóvil liviano que apenas podía circular por los rurales senderos enlodados, siempre en riesgo de atascarse. La visibilidad por encima del parabrisas era casi nula gracias a los gruesos goterones de agua de lluvia que lo azotaban y que las escobillas no lograban disipar completamente.—Te dije, amor, que estamos perdidos —le reclamé de brazos cruzados. La cena a la que nos dirigíamos debía haber empezado horas antes, quizás ya había terminado. Era importante y ambos estábamos vestidos adecuadamente para la ocasión. El bufó molestó, se desanudó aún más el nudo de la corbata y se peinó el cabello con
—Se les acusa de un crimen atroz –le dije al joven sujeto interrogado que se sentaba con mirada angustiada con los brazos sobre la mesa de madera en la sala de interrogatorios policíacos.Para incrementar su tensión le coloqué fotos de su crimen sobre la mesa.—No, señorita, yo... yo no hice nada... se lo juro... agente... agente ¿que? –me preguntó notoriamente alarmado.—Drej, Katrina Drej, soy yugoslava –dije encendiendo un cigarrillo y acomodando mi largo y lacio cabello negro detrás de mis orejas— de Bosnia.Sabía que el hecho de que yo vistiera toda de negro, hasta con guantes y lentes oscuros, que contrastaba con mi piel muy blanca y atractivo aspecto eslavo, le intimidaba un poco, hasta incrementé mi acento a propósito.Al salón penetró mi compañero y mentor Rodrigo Valerio,
—Discúlpame por lo de anoche –pidió Pablo fumando un cigarro de muy buen humor, Carlos intercambió disculpas también.—¡Vamos a revisar la celda del niño deforme! –sugirió Carlos sonriente y emocionado.Llegaron hasta el espantoso agujero fétido y húmedo que estaba aledaño a la cocina, donde seguramente habrían abundado las ratas y los insectos, así como los olores de la comida cocinada. Al abrir la enorme puerta metálica que chirrió de forma grotesca, observaron un viejo plato oxidado como de un perro.—No deben haberle dado mucho de la comida que cocinaban –adujo Carlos bromista, pero su humor fue disipado por el escalofrío que le provocó la críptica tumba donde supuestamente había estado recurrido un ser de aspecto monstruoso.—¡Mira! –seña