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Luego de salir del trabajo, y haber ido a tomar unas cervezas a una cantina que les quedaba de paso, Javier, amigo de Rodrigo, fue y lo dejó hasta su casa. Se despidieron y luego se largó a toda marcha, patinando la troca por la calle de terracería.
Entró a la casa, y Daniela lo recibió con una sarta de quejas con respecto a Sara. Se le veía más que furiosa, cansada de no lograr hacer que las cosas salieran de la forma en la que quería que salieran.
Por su parte, Rodrigo la escuchó con bastante atención, y después de eso se dirigió al cuarto de Sara para darle una buena regañada. No golpeaba a sus hijos desde hace al menos seis u ocho años atrás (desde que las autoridades empezaron a ponerse más estrictas con respecto al abuso infantil, agresión familiar y esas estupideces), pero esa noche en particular se prestaba para darle un par de cachetadas bien colocadas en el rostro por la inaceptable actitud que había adoptado desde unos días antes.
Tocó a la puerta, pero, o por su estado de embriaguez, o en realidad su hija no contestó, no fue capaz de escuchar la advertencia de Sara en la que le decía que esperara para entrar. De modo que abrió la puerta de un solo golpe.
Sobre la cama se encontraba Sara con una sabana que le cubría hasta las rodillas. Llevaba puesta una playera blanca tan delgada que podía distinguirse la piel de su espalda. Además traía unos shorts exageradamente cortos, los cuales, según su opinión, deberían ser calzoncillos. Últimamente ya no era Rodrigo quien le compraba la ropa interior a su hija, eso ya había pasado a manos de Daniela.
Sara se levantó sobresaltada, se giró de inmediato y se tapó con las cobijas. Sus ojos se abrieron de manera exagerada y preocupante. Al ver quién era, bajó un poco la guardia, aunque no por eso las sabanas.
Antes de que pudiera cubrirse, Rodrigo escaneó con detenimiento el cuerpo de su hija. No lo hizo de manera morbosa, al menos no lo consideró así, pero debía admitir que su hija estaba creciendo... y vaya que sí estaba creciendo.
—¿Estuviste muy ocupada hoy? —cuestionó de manera suave. Después de lo que vio le resultaría bastante difícil ser duro con ella
—Sí... bueno, más o menos —respondió. No era estúpida, conocía la razón exacta por la que Rodrigo estaba ahí.
—Está bien. Solo te encargo que mañana le des una buena aseada a la casa. Tu madre llega cansada del trabajo como para que todavía tenga que hacer limpieza. —Pidió, y salió de la habitación. Al cerrar la puerta, se percató de que tenía una erección.
No compartió con Daniela nada de lo sucedido, bastaba con decirle que las cosas empezarían a hacerse. Ella le sonrió.
Después de cenar, hubo una ligera pelea por la ausencia de Raymundo. Daniela se quejó y aseguró que su hijo debía encontrarse ahogado en alcohol en casa de alguno de sus incompetentes amigos, a quienes no les dijo así, sino más bien los llamó «mantenidos pendejos». Rodrigo, por su parte, intentaba convencerla de que seguramente había encontrado trabajo, y por ser nuevo, y entrar tarde, se le solicitó quedarse hasta más noche para cumplir con las ocho horas. No se le ocurrió hablar de los demás, pues cada que tocaba hablar de Carlos y Alberto, se encendía una mecha muy corta en su esposa.
Las aguas se volvieron tranquilas, lo cual le convenía a Rodrigo, pues por alguna extraña razón se le había inyectado una exagerada dosis de excitación en el cuerpo. Constantemente arrastraba su lengua por los labios.
Quería a su esposa, esto era obvio ya que por eso seguía con ella, pero estaba casado, no castrado. Por lo cual, normalmente, después de salir de la cantina pagaba a una de las zorritas del lugar, pero ese día era miércoles, y no llevaba ningún cinco en sus bolsillos, por lo que no le quedaba otra opción más que ir a la segura; su esposa.
Tuvieron sexo no muy diferente a lo que ambos estaban acostumbrados, pero por fortuna, en la mente de Rodrigo se creaba una imagen que no era la de su esposa ni la de aquellas putitas cantineras a las que les ponía billetes de cincuenta pesos en el elástico de las braguitas. ¡No! Era otra imagen, y a pesar de intentar hacerla a un lado, no logró conseguirlo.
9Unos minutos más tarde, luego de ayudar a Wendy, se encontró con Alberto y Carlos. Ambos caminaban despreocupados y sin dirección. Alberto parecía haberse unido a los planes de Carlos, aunque Raymundo también había tomado ya su decisión. Quería dinero, y le cagaba tener que trabajar para obtenerlo. Ya había cruzado, con anterioridad, por su mente tomar algunas cosas que no le pertenecieran para así venderlas por otro la
10Esa noche, justo después de tres días de ocurrida la violación, finalmente, soñó. Había estado tan preocupada por ese asunto que su mente no era capaz de desvariar en otras cosas, ni siquiera cuando dormía. Pero, por suerte, comenzaba a soñar (o creía hacerlo), una prueba evidente y contundente para creer que todo iba cicatrizando, y aquellos recuerdos comenzarían a difuminarse al igual que el humo de cigarro.
11Cuando la oscuridad de la noche descansaba pesadamente sobre el cristal de su ventana, supo que era el momento. Sacó su celular y miró la hora; las nueve menos quince minutos.Salió sin decir nada a sus padres, p
12Apenas iba a comenzar a asear la casa cuando Jesús empezó a chillar aguda e insoportablemente. Lorena hizo a un lado las intenciones de trabajar y se dirigió con pasos tensos hasta la habitación. En una de las manos llevaba una pequeña caja vacía de dulces. 13Subyugado ante el cansancio de aquella noche, Carlos llegó a la casa sin hacer mucho ruido. Se quitó y aventó los pantaloncillos a un rincón, encendió un cigarrillo, y navegó en sus cavilaciones. Estaba cansado, eso era evidente, pero no de manera física, sino más bien agotado mentalmente. Eso de tratar con aquel par de estúpidos maricas e incompetentes era agobiante y deprimente, aunque debía admitir que era un par exCapítulo 13
14Esa noche había dormido como un tronco a pesar de los sonidos que le perturbaron el sueño en un par de ocasiones, los cuales atribuyó a Mapache, su perro, que seguramente se había puesto a jugar con algún bote de plástico. 15Apenas y había tenido la oportunidad de llegar y sentarse, cuando el teléfono ya estaba sonando; María recibió la llamada y después le indicó a Rubén, a través del muro de cristal que dividía la oficina, que era para él. 16Si Sara se hubiera molestado en decirle a su madre lo sucedido la noche anterior, tal vez habría podido evitar todos los tormentos que más adelante le alcanzarían. Pero no vio necesario decirlo por dos evidentes razones; 1) Era consciente de la inestable desconfianza que poseía esos días. Así que, según su propio argumento, su padre no la observaba con las mismas intenciones de aquel bastardo enfermo que abusó de ella. Después de todo, y lo más iCapítulo 15
Capítulo 16