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Apenas y había tenido la oportunidad de llegar y sentarse, cuando el teléfono ya estaba sonando; María recibió la llamada y después le indicó a Rubén, a través del muro de cristal que dividía la oficina, que era para él.
Esperó unos segundos antes de levantar el teléfono y llevárselo a la oreja.
Se le antojaba un café, y sentía cómo sus ojos se cerraban, era como si sus parpados estuvieran hechos de plomo. El día anterior se había puesto hasta atrás, y a pesar de que dejó de beber a temprana hora, no estaba acostumbrado a dormirse pasadas las doce de la madrugada. Ya no era el mismo que había sido veinte años atrás, aunque cincuenta años era una edad muy temprana como para empezar a quejarse. Lo bueno llegaba (con más seguridad) después de los sesenta años; con dolores en las articulaciones, diabetes, cataratas, artritis, insuficiencia renal, cáncer, infartos y una sarta de enfermedades más que se presentaban como una caja de regalos.
—Buen día, soy el oficial Orozco. ¿En qué puedo servirle?
—Buenos días, oficial —se escuchó la voz de un anciano; cavernosa y agotada—, le hablo para reportar un robo. —Dijo con tono altanero, más como una orden que solicitando ayuda. Y vaya que esto le cagaba a Rubén. Además, bien podía pasar el reporte a María. ¿Por qué demonios es que estaba molestándolo con algo tan absurdo?
—Podría decirme su nombre completo.
—Gilberto Serna Durán.
—¿Su edad?
—Sesenta y nueve —respondió con tono beligerante. Rubén estuvo a punto de soltar una carcajada, pues el número le parecía inmaduramente gracioso.
—¿Dónde sucedió el hurto?
—En mi domicilio —respondió el viejo con ironía, lo que cansó a Rubén. Si por él fuera, ya le hubiera colgado.
—Podría decirme su dirección y colonia.
—Colonia Senderos, calle Ignacio Iturbide número 1025.
—De acuerdo. Ya tengo anotados sus datos, en unos minutos una unidad estará en su domicilio...
—Tengo cámaras instaladas, una de ellas captó a estas ratas; eran tres. ¿Tengo que enviar el video a algún correo para que lo pueda ver?
—No se preocupe, puede mostrarlo y entregarlo a mis compañeros.
—¿No vendrá usted, oficial?
—Irá la unidad más cercana.
—No quiero la unidad que esté más cerca, quiero que venga usted, pues usted es quien atendió mi llamada y levantó el reporte —exigió como si Rubén no tuviera otras cosas que hacer más que cumplir el capricho de un anciano terco y senil.
—No se preocupe, señor Serna...
—¡Ingeniero! Soy ingeniero —interrumpió para corregirlo.
—Ingeniero Serna —rectificó, y se llevó la mano izquierda a la frente. Se dio un breve masaje con el índice y el pulgar. ¡Con una mierda que le dolía la cabeza!—, una unidad estará en su domicilio lo antes posible.
Unos segundos de silencio. Esperaba que colgara el anciano.
—Quiero a esas cabronas ratas tras las rejas, ¿me entiende, oficial? No quiero que solo levanten un puto reporte y se dediquen a rascarse los huevos debajo de una sombra.
—Se llevará la investigación correspondiente para dar con los ladrones —respondió de la manera más cordial que pudo. Por fortuna logró contenerse para no rayarle la madre—. ¿Quién más vive con usted, ingeniero Serna? —Preguntó antes de que se le ocurriera ladrar cualquier cosa.
—Solo mi esposa y yo —respondió con más tranquilidad.
—¿Alguno de ustedes resultó herido? ¿Es necesario enviar una ambulancia?
—No, por fortuna solo se limitaron al cobertizo.
—Correcto. Pasaré los datos a la unidad más cercana.
—¿Vendrá usted? —esa puta pregunta de nuevo.
—Intentaré...
—No quiero que intente. ¡Lo que quiero es que venga!
—Estaré ahí en treinta minutos —respondió con el fin de callarlo de una puta buena vez.
—¿Puede repetirme su nombre? Tengo mala memoria.
—Oficial Rubén Orozco.
—De acuerdo, oficial, aquí lo espero. —Finalizó, y Rubén le colgó casi de inmediato.
En todos sus años como oficial ya había tenido la desgracia, o fortuna (como quisiera llamarlo), de tratar con personas de ese tipo. Las cuales creen tener poder en todos lados, y llegan dando órdenes solo porque se les hinchan los huevos. Como si el titulo les diera una clase de poder imponente que debería subyugar a cualquier pendejo. Bien, pues conmigo chocas contra pared, viejo pendejo, pensó, y rio hacia sus adentros. No tenía pensado ir, suficiente era soportar con su resaca como para agregar esa clase de broncas con viejos cargados de delirios de grandeza.
—Hazte cargo de las llamadas, María. No vuelvas a pasarme a otro idiota de esos a menos de que sea un asunto de vida o muerte. —Ordenó, y preparó café en una vieja cafetera que tenía más tiempo trabajando en la comandancia que la misma María.
Almorzó una tostada de pan a la cual le puso una cantidad desproporcionada de mantequilla.
Su mañana había transcurrido de manera aburrida, tanto que deseó haber ido a cubrir el robo del viejo, pero con el dolor de cabeza, terminó agradeciéndose por no ir.
16Si Sara se hubiera molestado en decirle a su madre lo sucedido la noche anterior, tal vez habría podido evitar todos los tormentos que más adelante le alcanzarían. Pero no vio necesario decirlo por dos evidentes razones; 1) Era consciente de la inestable desconfianza que poseía esos días. Así que, según su propio argumento, su padre no la observaba con las mismas intenciones de aquel bastardo enfermo que abusó de ella. Después de todo, y lo más i
17Había transcurrido una semana desde la última vez que, Alberto y Raymundo, vieron a Carlos. El mamón ese decidió esconderse en alguna clase de cueva, pues ninguno de los dos lo vio esos días, y tampoco se reportó. 18Luego de lo sucedido aquella noche, Rodrigo se había mantenido distante, de hecho, bastante distante de su hija. Le había abordado cierta repulsión al encontrarse con tales pensamientos. No lograba entender cómo es que su mente podía permitir que existiera un ápice de excitación hacia ella. Pero los deseos de un hombre distan a estar cerca de lo que reserva su propia mente. Y no es hasta el momento en el que uno se da de bruces contra una situación en particulCapítulo 18
19Sara siempre intentaba mantener limpio su cuarto, pero aquel día toda esta limpieza y agradable olor había sido sustituido por un nauseabundo hedor que le recordaba a aquel hombre. Su imagen había sido tallada con delicadeza en su cerebro. 20Vender esas herramientas se convirtió en un auténtico dolor de muelas, y para colmo, no lograba sacarse de la cabeza todo aquello que le dijo Mauro. Por unos días puso en duda sus palabras, pero al tener la incertidumbre jodiéndole una y otra vez, decidió ir a dar un paseo muy de cerca a la casa del viejo Gil. ¿Cuál fue su sorpresa? Reafirmar lo que ya se le había dicho; la casa tenía cámaras. De modo que teníanCapítulo 20
21Intentaba resolver un cubo de rubik unos minutos antes de terminar su turno cuando se acercó hasta él un señor que aparentaba un poco más setenta años. Traía una cara de perro, la cual parecía querer mostrar a todos ahí adentro antes de decir cualquier cosa.
22Aquella noche, después de su visita al incompetente oficial, se acostó hasta pasadas las dos de la mañana como lo había estado haciendo desde unas semanas atrás desde que ocurrió el robo. En parte porque pensaba que aquellos pendejos volverían a robar, y por las malditas ganas incontenibles que tenía de orinar.
23Pasaron un par de meses sin tener noticias del hijo de puta de Carlos, ni Alberto o él supieron algo así como tampoco llegaron a encontrarlo en su casa las veces que fueron a buscarlo, solo escuchaban el llanto del bebé, pero fuera de eso, nadie salió o se asomó por la ventana. Ese pendejo se había quedado con el dinero de las herramientas, lo que los hizo encabronar. Pero Alberto llegó a olvidarlo luego de unos d&iac