20
Vender esas herramientas se convirtió en un auténtico dolor de muelas, y para colmo, no lograba sacarse de la cabeza todo aquello que le dijo Mauro. Por unos días puso en duda sus palabras, pero al tener la incertidumbre jodiéndole una y otra vez, decidió ir a dar un paseo muy de cerca a la casa del viejo Gil. ¿Cuál fue su sorpresa? Reafirmar lo que ya se le había dicho; la casa tenía cámaras. De modo que tenían la mierda hasta el cuello.
Debido a esto, y a su interés por sacar las herramientas de su casa, se vio en la necesidad de venderlas a un precio ridículamente bajo. Era consciente de que existían ocasiones en las que se ganaba bastante bien y otras tantas en las que uno salía, sencillamente, jodido. Lo malo de todo es que las cosas empezaron mal desde el inicio con aquellos dos pendejos, y esto podría ocasionar cierta desmotivación.
Tan solo recibió mil quinientos pesos por todo aquello. Eso estaba bien para un solo hombre, pero el problema radicaba en que eran tres.
Lo verdaderamente grave llegó ese día en el que recibió el dinero, cuando Mauro, casualmente, se presentó hasta su casa para cobrar los dos mil pendientes. No parecía traer cara de muchos amigos, y esto pudo confirmarlo Carlos en el momento que aquel cagapalos se acercó a él.
—Vaya momento en el que he venido a encontrarte. ¿No es fantástico? Te he ahorrado una vuelta hasta mi casa —soltó con descaro.
—Escucha, este dinero no es mío...
—Exacto, porque es mío. Ahora dámelos, muchacho. Ya te toleré bastante tiempo.
—Tengo otras cosas que pagar, solo dame tiempo. Te pagaré, te lo juro, hasta el último peso.
—Ya esperé suficiente, ¿no te parece? Dame el dinero.
—No lo tengo completo. Escucha, si pudieras esperarme...
—¡Puta madre! No me hagas repetírtelo, pendejo. Dame lo que tengas, luego me das el resto —gritó de manera tajante.
—No es mío, entiende.
—Más vale que tú entiendas lo que voy a decir; no me iré de aquí sin el dinero que tienes en el bolsillo. Así que te voy a dar dos opciones, muchacho, o me das el dinero a la buena, o en menos de una hora tendrás a un puto drogadicto metiéndote algunas balas en el culo.
Luego de ese comentario, no le quedaron muchas ganas de contestar de nuevo. A pesar de la amenaza, tuvo que pensarla brevemente antes de meter la mano en el bolsillo. Luego, sin decir palabra alguna, le dio mil pesos.
—Sé cuánto traes en la bolsa, así que los otros quinientos también. No estoy jugando, idiota —dijo, y Carlos sacó el resto—. ¿Lo ves? No es difícil. Te doy un par de semanas para que me pagues el resto.
—¿Y de dónde crees que lo voy a sacar? —se quejó con cierto temor, conocía bastante bien a ese bastardo.
—No es mi puto problema. Ya tienes pelos en el culo como para que alguien más te solucione tus pedos. Trabaja —respondió, y dio media vuelta para subirse a la camioneta. Le invadieron unas ganas enormes de patearle el culo—. ¡Dos semanas! —Gritó, y encendió el motor para después salir patinando de ahí.
En realidad, quinientos pesos no eran mucho, pero el problema era que en ese momento no solo debía a Mauro, sino también la parte de las herramientas robadas. Podía quitarse de encima a Raymundo y Alberto con facilidad, pero no a Mauro.
Antes de entrar a la casa, se quedó afuera sopesando la situación. Volvía a estar igual que unos minutos antes; sin dinero.
Mientras buscaba cómo salir de ese embrollo, llegó hasta sus oídos el llanto agudo de su hijo, situación que logró sacarlo de sus cavilaciones.
Entró.
Lorena lo esperaba con su hijo en brazos; dándole jugo con el biberón.
—¿Tienes el dinero? —preguntó de mala gana.
—No me lo dieron.
—¿Seguro? Porque creí escuchar a Mauro afuera hace apenas unos minutos.
—Quería su dinero, pero no recibí nada.
—¿Y luego? No podemos seguir dándole jugo, requiere leche y papillas.
—¡No he recibido el dinero! ¿Qué puta quieres que haga?
—¡Consigue otro trabajo! —Gritó, y el biberón se le cayó de las manos; yendo a parar al suelo.
—Deberías de trabajar tú.
—¿Eres idiota? ¿Quién cuidaría del bebé?
—Un trabajo de medio tiempo. Puedes dejarlo aquí, lo metes a la cuna. ¿Qué es lo peor que puede pasarle? Apuesto a que solo lo encontrarías cagado y meado.
—Debes estar loco, no hablas en serio.
—Oh, claro que lo hago. Ya me cansé de que estés aquí de mantenida. Solo pides dinero, y lo único que haces es cambiarle los pañales al niño. ¡Nunca aseas la puta casa! Siempre que llego huele a mierda y orines.
—No voy a trabajar, Carlos. Para eso estás tú.
—Entonces agarra tus cosas y lárgate de mi casa.
Al escuchar tal amenaza, Lorena abrió tanto los ojos que Carlos creyó que tendría un ataque.
Ella no se largaría ni mucho menos, lo sabía perfectamente, pues si algo la mantenía anclada a Carlos era la jodida casa. Esto no era un tema del que apenas estuviera enterado, sino que lo sabía desde que murieron sus padres. Por aquel entonces ella apenas y le dirigía la palabra, pero cuando se enteró de que la casa pasaría a él, se acercó a rastras. Carlos era tan consciente de esto como también lo era de su jodida fealdad, pero no era estúpido.
—No seas idiota, ¿qué crees que suceda cuando se den cuenta de que dejamos al niño aquí, solo?
—La única forma en la que se pueden dar cuenta es solo si abres la puta boca.
—No voy a dejar a Jesús solo —respondió, y dio media vuelta. Poco o nada le interesaba el niño, Carlos lo sabía, pero no podía quejarse pues algo similar pasaba con respecto a sus sentimientos, pero el disgusto contra Lorena radicaba en que ella se colgaba y aferraba a un amor inexistente hacia el niño solo con el fin de eludir sus responsabilidades.
Por ese día lo dejó pasar. No volvió a hacer mención con respecto al trabajo, al menos no por el resto de esa tarde y noche, pero tampoco le dirigió la palabra ya que tenía otras preocupaciones cociéndose en su mente, y a causa de esto es que al día siguiente se despertó con un genio de perro con rabia. Se levantó a las seis de la mañana y despertó a Lorena.
—¿Qué mierda te pasa? —Preguntó encolerizada.
—A trabajar...
—Ya te había dicho que no voy a ir, y tampoco pienso dejar solo al niño —interrumpió.
—¡Bien, agarra tus cosas y lárgate! Y ya que tanto lo quieres, llévate al niño contigo. —Gritó, y salió de la habitación.
No hubo más discusiones al respecto. Exactamente una hora después, salió vestida con ropa un tanto formal, y luego de almorzar, se fue. Por su parte, Carlos echó una breve mirada al niño; estaba dormido dentro de la cuna. Cerró las puertas y salió de la casa.
Gracias a esa fantástica idea de mandar a trabajar a Lorena, podría andarse con más libertad logrando quitarse un gran peso de encima.
Carlos trabajaba en muy raras y distanciadas ocasiones, y de esta forma llevaba desde que sus padres murieron. Esto se debía gracias a que ambos tenían ahorrados unos cuantos miles de pesos. No era demasiado como para comprarse una casa, pero sí lo suficiente para vivir despreocupado unos años. Claro que este tiempo se había reducido por culpa de Lorena y del niño, pues ambos comían demasiado, y el dinero se esfumó casi tan rápido como llegó. Se lamentaba por esto, ya que si no se hubiera precipitado en unirse de manera libre con Lorena, aún conservaría el dinero y no estaría envuelto en todo ese desmadre.
De tal manera transcurrieron los días y las semanas. Carlos trabajó, despreocupadamente, de dos a tres días por semana, mientras que Lorena logró conseguir un trabajo de medio tiempo en una tienda de vinos y licores. A Jesús no le sucedió nada de nada. Era normal llegar y encontrarlo llorando debido al hambre, con mierda por toda la espalda, desnudo y con las sabanas húmedas a causa de los meados. Pero fuera de eso, todo salió de las mil maravillas. Nadie se dio cuenta del abandono por las mañanas, y, por fortuna, a Lorena no se le ocurrió abrir la boca.
Evadió a toda costa a Raymundo y Alberto, sin olvidar a Mauro. Todos ellos eran una auténtica bola de pendejos, pero eso no les quitaba lo perseverante.
Por fortuna, no volvió a saber (por el momento) de aquel viejo idiota al que le robaron las herramientas. Si tenía cámaras en la casa, había de dos opciones; o no servían y las tenía clavadas solo para asustar, o no estaban conectadas esa noche. Hechos que mejoraron un poco su situación y aligeraron su carga.
21Intentaba resolver un cubo de rubik unos minutos antes de terminar su turno cuando se acercó hasta él un señor que aparentaba un poco más setenta años. Traía una cara de perro, la cual parecía querer mostrar a todos ahí adentro antes de decir cualquier cosa.
22Aquella noche, después de su visita al incompetente oficial, se acostó hasta pasadas las dos de la mañana como lo había estado haciendo desde unas semanas atrás desde que ocurrió el robo. En parte porque pensaba que aquellos pendejos volverían a robar, y por las malditas ganas incontenibles que tenía de orinar.
23Pasaron un par de meses sin tener noticias del hijo de puta de Carlos, ni Alberto o él supieron algo así como tampoco llegaron a encontrarlo en su casa las veces que fueron a buscarlo, solo escuchaban el llanto del bebé, pero fuera de eso, nadie salió o se asomó por la ventana. Ese pendejo se había quedado con el dinero de las herramientas, lo que los hizo encabronar. Pero Alberto llegó a olvidarlo luego de unos d&iac
COLAPSO
2Unas horas antes deenterarse que su hija estaba embarazada, Rodrigo ya estaba teniendo problemas,pero estos no eran familiares, sino laborales. Y es que la empresa en la quetrabajaba hacía recortes de personal constantemente, pues según las lenguas,cerrarían en un tiempo a causa de una absurda cuarentena impuesta por elgobierno unos meses atrás debido a un virus. Aunque, a decir verdad, todo esecolapso se venía viendo desde hace tiempo, siendo la cuarentena la gota quederramar
3En una ocasión se leocurrió entrar a una farmacia para pesarse en una de esas básculas que estánenseguida de las puertas. Pesaba cincuenta y cinco kilos. Fue cuando sepreocupó y comenzó a usar playeras más grandes.Ape
4Luego de enterarse delembarazo de su hija, Daniela se sirvió tequila en una taza en la quenormalmente bebía café.Notenían mucho licor en casa, y el par de botellas que había, las consiguieron encelebraciones de cumple
5Los días siguientes nofue capaz de mirar a su madre a los ojos, y pese a que su padre no le acusó denada, este guardaba cierto distanciamiento, aunque Sara lo atribuyó a lo queella se esmeró por conseguir con anterioridad.Último capítulo