Capítulo 7

7

Las horas parecían retomar el tiempo normal y habitual del que son dueñas, pero a pesar de que Sara sintió que el tiempo retomaba su curso, el peso no aminoró en lo más mínimo. Se iba volviendo más denso y ganaba mayor terreno en sus preocupaciones. Algunas veces intentó distraerse con cualquier otra cosa, pero golpeaba contra la pared al darse cuenta de que era y le sería imposible lograr mitigar sus inquietudes con tales nimiedades. Aunque le costara creerlo, debía hacerse a la idea de que solo dependía de ella y el tiempo para cicatrizar y sanar tales heridas.

Mantenía su contacto social muy por debajo de su estado habitual. Casi no hablaba con sus amigas en la escuela, y las ganas de salir a la calle eran escasas, de hecho, si dependiera de ella, no iría a la escuela. Tampoco le interesaba hablar con sus padres y mucho menos con Raymundo. La soledad era devastadora, pero creía que si se decidía a entablar alguna conversación de más de cinco minutos de duración, se soltaría llorando. Esto a su vez generaría preguntas, y no estaba para nada segura de lograr mantener el secreto en ese sepulcro que ella misma había construido.

El primer y segundo día fueron difíciles, pero por alguna razón estúpida creía que había pasado por un sueño, y gracias a esto logró sobrellevarlo. No obstante, al tercer día, luego de haber tomado las pastillas la tarde anterior, estuvo más preocupada que nunca. Sumida en un trance del cual pocas cosas podrían sustraerla. Durante la mañana no hizo la tarea y tampoco los quehaceres de la casa. Solo iba y venía de una esquina a otra dentro de su habitación cual león enjaulado. Cuando fue consciente de la hora que era, salió hacia la escuela sin la capacidad de anclar su mente en cualquier otra cosa.

El miedo se mezclaba con la impotencia, y ambos le cegaban y noqueaban. Algunas veces, mientras estaba en la escuela, el dolor acrecentaba y ganaba terreno ante el miedo, por lo que se veía obligada a salir del salón en medio de la clase para ir al baño a soltar todo ese llanto que tanto se esforzaba por contener.

Se encontraba preocupada al ignorar los peligros que el futuro le tenía preparados.

A cada momento le cruzaba un escalofrío sobre la espina que se irradiaba hasta su cabeza, y poco después le invadían algunas arcadas. Era inconcebible que apenas cumplidos los trece años hubiera pasado por aquel infierno.

Antes de finalizar ese día, y después del regaño que recibió de parte de sus padres por no haber limpiado la casa en la mañana, deseaba estar muerta.

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