Capítulo 10

10

Esa noche, justo después de tres días de ocurrida la violación, finalmente, soñó. Había estado tan preocupada por ese asunto que su mente no era capaz de desvariar en otras cosas, ni siquiera cuando dormía. Pero, por suerte, comenzaba a soñar (o creía hacerlo), una prueba evidente y contundente para creer que todo iba cicatrizando, y aquellos recuerdos comenzarían a difuminarse al igual que el humo de cigarro.

Soñó en medio de una noche aparentemente tranquila. Y aunque había deseado con todas sus fuerzas que su mente creara mundos intangibles y tranquilos en los cuales poder perderse, esa noche soñó con algo que le quitaría el sueño los días siguientes.

En sus sueños aparecía una sombra informe que iba de una esquina a otra de la habitación. No podía verla, pero sabía que estaba ahí, pues lograba escuchar las respiraciones lentas acompañadas de ronquidos desagradables. Intentó abrir los ojos, pero la sola idea de encontrarse con aquello que le vigilaba le hizo cerrar los parpados tan fuerte que se creaban arrugas en torno a sus ojos.

Pasados unos minutos, las respiraciones cesaron junto con los grávidos pasos. Su corazón latió con más tranquilidad, y relajó los músculos que previamente habían estado tensos como una banda en un motor.

De pronto, le acarició un hálito denso e infecto desde su lado izquierdo. Las respiraciones eran expulsadas de una cavernosa garganta insondable, seca y pútrida. Era testigo del suplicio constante con el que aquel cuerpo exhalaba el aire. Apretó las cobijas con sus manos y las subió hasta taparse la cabeza por completo. La presencia de aquella cosa, fuera lo que fuera, se desvaneció. A esas alturas comenzaba a creer que todo aquello que ocurría dentro de su habitación era real, y que lastimosamente no había soñado en ningún instante.

Con un pesar agonizante, supo que aquella persona que la observaba no era otra más que su íntimo y gran amigo. Había vuelto. Pensó que quizá todas las noches abría la ventana y entraba para hacerle compañía. Se masturbaba mientras la veía recostada y con las sabanas cubriéndole apenas una parte de su cuerpo.

Cuando finalmente cayó en cuenta de que no soñaba, decidió abrir los ojos. Las cobijas le cubrían por completo. Las bajó lentamente, manteniendo los ojos fijos en una sombra que se encontraba en una de las esquinas. Se obligó a cerrarlos de nuevo. El aire viciado se renovó, y su piel joven sintió el aire helado de la habitación. Inhaló profundamente, y luego, después de pensarlo bien, abrió los ojos con una pesadez asombrosa; no había nadie. Estaba sola, justo como lo estaba antes de apagar la luz y acostarse. Estaba sola como la vez en la que un inmundo sujeto decidió tumbarla sobre la tierra para meterle toda su enferma masculinidad.

Tenía la garganta seca, así que decidió que no le caería mal un vaso con agua. Se sentó sobre la cama y giró la cabeza de derecha a izquierda para confirmar que estaba sola. Así era. Después de todo, no había sido más que un sueño desagradable.

Antes de pensar en salir, giró el cuello hacia su lado derecho y miró a la ventana; cerrada. Bajó ambos pies y se encaminó hasta el interruptor. Al encenderlo, no pudo evitar mirar al suelo; había manchas oscuras alrededor de su cama. Huellas que iban de una esquina a otra. Podía afirmar con total seguridad que no eran suyas, ya que ella era la que tenía que hacer el aseo todos los días, y por esta razón es que siempre mantenía su habitación limpia. Experimentó cómo es que se fabricaba un nudo en su garganta, quizá era su corazón, el cual latía salvajemente, y a su vez buscaba una salida para abandonar ese envase condenado a la miseria.

Un grito ascendió por su garganta, y Sara lo sofocó. No tenía pensado despertar a sus padres. Porque sin duda esto traería preguntas, a las cuales no estaba preparada para responder.

Si en su vida existía algo que había deseado con todas sus fuerzas que se cumpliera, eso era salir de ahí, o que la aurora se presentara por la ventana para finalizar aquella espeluznante y peligrosa noche. Pero era consciente de que no debían de pasar de las once. La noche era joven aún. Tan joven y llena de peligros como ella llena de tormentos.

Corrió por un vaso de agua y se metió de nuevo debajo de las cobijas. Dejando encendida la luz y limitándose a cerrar la puerta, así como a correr las cortinas de la ventana.

Le costó demasiado trabajo quedarse dormida, pero cuando finalmente lo logró, un último pensamiento navegó entre su mente, comprendía que aquello que se movía dentro de la habitación era ineludible y seguiría ahí por algunas noches más.

Unas horas más tarde volvió a soñar, pero en esta ocasión las imágenes eran vaporosas y los objetos intangibles. Esta vez, no se preocupó pensando que todo aquello podría ser real. Alguien la seguía mientras ella caminaba por una calle oscura. Esa persona iba descalza y completamente desnuda. Miró atrás y pudo ver sus miembros pálidos y esqueléticos. Sara continuó su marcha. Cuando menos lo pensó, la figura le alcanzó y respiró sobre su nuca. Su aliento era fétido y podrido. El olor de un osario. Sara volvió a despertar, y no logró dormir en lo que restaba de la noche.

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